24: El postre de la confusión

Emma empujó la puerta de una pastelería ubicada a cuatro calles de su torre. Un pequeño, pero sofisticado, establecimiento donde acostumbraba comprar galletas glaseadas con diseños. Howie caminó detrás, a una distancia prudencial entre los dos, la ayudó con tres cajas blancas, llenas de galletas, mientras ella sostenía otras dos. Distraída en su propio mundo, pensando en los planes que tenía con ese glaseado, apenas oyó cuando un joven solitario le habló desde una mesa redonda para dos personas.

—Emma, ese chico te saludó —señaló Howie.

Emma no giró normal, lo hizo con timidez, apenas lo miró de reojo.

Era Gillou, y estaba comiendo una enorme tajada de pastel con café. La saludó otra vez, con una sonrisa, agitando su mano como si fuesen buenos amigos. Emma pensó en devolverle el saludo e irse por donde llegó, pero esa sonrisa la compró. No parecía prejuicioso, estaba siendo amistoso. Miró a Howie, se tocó el cuello de forma inconsciente, entonces, le dio las otras dos cajas para que las pusiera en el auto.

—Hola, Gillou.

Se acercó lento, sin mirarlo directamente a los ojos.

—Qué bonita te ves.

Gillou sonrió con sus ojos verdes claros, mirándole desde el jean acampanado hasta la camiseta blanca de Los Cazafantasmas. Esa tarde, Emma estaba usando un listón en su cabello suelto, que peinó suavemente con un cepillo de bambú por minutos frente a un espejo; pintó su mirada con un delineado color turquesa, y eligió un gloss para sus labios. Ella se embelleció a propósito, pero le estaba costando aceptar el halago.

Se ruborizó tanto como el rubor de maquillaje que no usó esa tarde.

—Tú te ves bien. También —contestó.

—Gracias por decírmelo. Últimamente lo único que hago es comer —negó con su cabeza, desaprobándose. Clavó un pequeño tenedor en el pastel a medio terminar. Emma esbozó una media sonrisa; lo entendía, y también se sintió comprendida—. Compraste muchas galletas glaseadas, noté.

—No son para mí —sonrió, aún ruborizada. Miró hacia su auto, de forma inconsciente, antes de comentar—: Me gusta hacer regalos cada inicio de temporada. Es una tradición que inicié hace dos años. Algunas son para mi amigo, quien está en la ciudad; otras para mi familia, y este año añadí a los hermanitos de Colin a mi lista. Ehm —abrió su bandolera, sacando una bolsita transparente que contenía una galleta en forma de girasol, y la puso encima de la mesa de Gillou—. E-espero que tengas un lindo verano. Es para ti.

Cielos, ahora su cara estaba oficialmente ardiendo.

—Ay, Emma —agarró la galleta, sonriéndole con unos ojos brillantes—. El lunes regresaré a la dieta. Quiero regalarte algo también. Ehm, ya sé. Tú elegirás el postre de esta noche.

Emma se quedó estática.

¿Qué?

—¿Postre? —sonrió por pura incomodidad.

—¿Cenamos hoy? —pasó de página en la libreta que tenía encima de la mesa, escribió algo con una pluma negra, y le entregó un papelito a ella—. Lamento no tener una tarjeta personal. Y dejé mi celular en mi depa, es que me escondo cuando se trata de comer.

Emma miró el papelito. Decía Gillou Fourneau, más un número de teléfono.

—Ah... —abrió su boca, estaba en blanco—. Tengo que... Te escribiré si estoy libre.

—Claro, claro. Pero me encantaría cenar contigo —sonrió más.

Emma guardó el papelito en el bolsillo trasero de su jean.

—Tengo que irme.

—Espero tu mensaje.

Ella se limitó a sonreír, yéndose de ahí.

Subió al asiento trasero del auto y suspiró, mirando al frente como estatua.

—¿Adónde vamos? —preguntó Howie.

—G-Golden Hill —tragó saliva.

—¿Estás bien, Emmy? —Howie volteó para verla.

—Claro, sí —asintió con su cabeza.

El corazón le latía de prisa, solo eso.

No fue raro, la gente sale a cenar todo el tiempo, tú eres la rara que no sabe socializar. Cruzó sus brazos encima de sus muslos, miró hacia abajo, inspeccionando su ropa, sus brazaletes «Ignora como siempre lo haces, ignora las puertas abiertas, y sigue encerrada en tu patética vida». Tocó su cabello, también sus pequeños aretes de oro redondos. Respiró profundo, dejando atrás a la pastelería.

Subió por el ascensor de Golden Hill con dos cajas de galletas. Ya estaba tranquila, al menos así se sentía. Ingresó al ático, y se quedó quietecita al encontrar a Colin jugando ajedrez con Cathy y Thomas, en tableros distintos, sobre la alfombra de la sala; Heidi estaba mirando las partidas; y Mercy no estaba en casa, se encontraba ocupada con su ahora vida de modelo. Los cuatro alzaron sus cabezas para encontrar a Emma.

—No quería interrumpir de esta manera —dijo ella, sin moverse.

—¿Juegas con nosotros? —habló Cathy.

—N-no. Eh —miró a Colin, quien se estaba poniendo de pie en sus cortos calcetines negros—, solo pasaba a dejarles galletas porque ayer iniciamos el verano, y me gusta celebrar cada estación. Sigan jugando, Cole.

—¿Galletas? ¿Galletas dulces? —Thomas se levantó, adelantándose a los pasos de su hermano mayor, agarró las dos cajas, y dio media vuelta, entonces, Colin lo sujetó del hombro, apuntó a Emma con el índice de su otra mano. Thomas reaccionó—: Sí, por supuesto. Gracias, Emma. Eres la mejor cuñada del mundo.

Emma esperaba que el chico hablara en serio, pero en el fondo sabía que solo estaba cumpliendo.

Colin soltó a Thomas, y le dijo a Emma:

—No lo parece, pero no comemos muchos dulces en este ático.

—¡Gracias, Emma! —gritó Cathy a todo pulmón, mirando el techo, alargó la a final.

—De nada. La caja con listón azul son galletas libres de gluten, para su madre.

Emma sonrió, viendo cómo los tres asaltaron con emoción a la caja de galletas en forma de soles sonrientes, luego, ella fue asaltada por Colin, quien la agarró de la cintura con agilidad, cargándola hasta detrás de una planta, junto al ascensor, donde la llenó de besos en el cuello. Era tan benditamente atenta y dulce, quería comerla como a una galleta llena de azúcares agregados porque así de deleitosa era ella en todo sentido.

—Juega con nosotros —pidió. La estaba rodeando con sus brazos mientras se veían a los ojos, haciéndola prisionera de todo su cariño—. Tengo otro tablero en mi habitación. Cate aún no se deja ganar por Tommy.

—No, no —dio un paso atrás, quebrando el abrazo. No quería interrumpir el momento familiar, interrumpirlo más—. Pasaba exclusivamente a dejar las galletas. Espero que a tu mamá le gusten, siento que es un poco selectiva con respecto a las pastelerías donde compra.

Y también con respecto a las personas.

—Vamos, quédate —insistió, acercándose con una tonta seducción.

Emma sonrió, alzando su barbilla para recibir un largo beso. Colin acarició la cintura de ella con sus manos, bajándolas lentamente hasta las nalgas, las apretó con vigor. Tal vez había pasado mucho tiempo sin tener sexo en el mes pasado que últimamente sentía a su libido en llamas, tratando de recompensar el tiempo desperdiciado entre libros. Cualquier cosa, que viniera de Emma, lo ponía duro. Al final, metió sus manos dentro de los bolsillos, apretó las nalgas por segunda vez, antes de sacar el papelito doblado en dos partes.

Emma miró cómo Colin lo desdobló con curiosidad.

—¿Gillou Fourneau? —preguntó él, viéndola a los ojos, sin alzar su cabeza del papel.

—Hijo de Bianca —le recordó.

—Ah, sí, lo recuerdo —miró el número antes de regresárselo.

—Estaba comiendo en la pastelería —guardó el papelito en su bolso.

—¿Estaba solo? —Colin frunció su entrecejo, y entrecerró sus ojos como si la luz lo estuviese lastimando, peinó su cabello hacia atrás, en tanto miraba cómo Emma cerraba la bandolera.

—Sí. Estaba comiendo una rebanada de pastel para dos. Quiere cenar conmigo esta noche —acomodó su listón del cabello, mirando hacia abajo, hacia las piernas velludas de él.

—¿Cenar contigo? —dio un paso atrás, chocando contra la planta.

Emma sujetó las hojas, y contestó:

—Le regalé una galleta que al principio cargué en mi bolso para mí, y me dijo que quiere hacerme un regalo también, dándome la oportunidad de elegir el postre.

—¿El postre? —La mirada de Colin aumentó de tamaño.

O estaba pensando con su erección o esa fue una propuesta sexual como la que ellos mismos usaban.

—Sí. Me dieron ganas de mencionar a nuestros padres —cruzó sus brazos, suspirando en tono dramático, mirando por encima del hombro de él, poniendo todo su peso sobre su pierna derecha, despreocupada.

La conexión estaba fallando.

Emma, detente. Mira esos ojos.

Demasiado tarde.

La conexión cayó.

—J.J. piensa que mi papá quiere con Bianca —siguió parloteando, tomó la mano de Colin, jugando con los dedos de éste, mirándolos—. No sé. Quizás debí preguntarle a Gillou qué piensa sobre esa amistad.

—¿Por qué no le preguntas? Tienes su número —le apartó la mano para apuntar el pequeño bolso.

—Porque no. —Emma rió como si acabara de proponerle una locura graciosa. ¿Ella misma llamando a una persona que básicamente no conocía? No, gracias, quería ahorrarse toda clase de incomodidad. Reaccionó riendo porque asumió que Colin estaba bromeando.

Pues no, Emma, Colin hablaba en serio. Quería que llamaras a ese tipo frente a él, quería escuchar cómo el tipo te hablaba sobre el maldito postre.

Por favor, mira ese rostro, esos ojos. Necesitas reestablecer la conexión cuanto antes.

Pero Emma no miró el rostro de Colin, continuó viendo el pecho de él. Culpemos a la estatura de ella.

—No tengo planeado llamarle, mucho menos por nuestros padres. Eh, ya. Tú sigue con tus hermanos, pero déjalos ganar, desconcéntrate pensando en mí —sujetó los bíceps de él, sonriendo con picardía, pero lo soltó en seguida, recordando algo importante—. Tengo que llamar al hotel. Pusieron a Jordan y a Eugene en una misma habitación, eso no funcionará.

—No funcionará —repitió.

Entonces, lo miró a los ojos.

—¿Qué pasa? —preguntó, arrugando su entrecejo con preocupación.

—Nada. Recordé que mañana llegan. Me preocupa que Al y Jordan hagan actos ilegales en el hotel de tu tío —negó con su cabeza, restándole importancia a sus propias palabras.

No tengo planeado llamarle. Y menos mal. No quería arruinar ese sábado diciéndole algo como «Abre tus ojos, Emma. ¿A qué le llamamos postre cuando estamos a solas en la recámara?».

Emma le dio un abrazo, poniendo todas sus fuerzas en él.

—No te preocupes por eso. Me emociona reunir a Al con Vi, a ti con Eugene.

Colin soltó una carcajada y le besó la cabeza.

—Le diré que dijiste eso, mi nena.

—Come una galleta.

—Comeré si sobran —miró hacia atrás sin soltarla, viendo cómo sus hermanos estaban devorándolo todo.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Emma se encontraba sentada en el suelo de su guardarropa cuando recibió una llamada de Vivian. Verán, pasaba mucho tiempo ahí dentro. En ese momento, estaba inspeccionando ropa que no sabía que tenía, sentada alrededor de todas las prendas que formaban montañas y más montañas de colores.

—Vi —contestó, poniéndola en altavoz.

—¿Ya necesitas verme? ¿Ya quieres dormir conmigo?

—Pues, te extraño un poco —sonrió, alzando una blusa negra con sus manos.

—¿Un poco no más? —Se escandalizó—. Demonios. El penecito te tiene distraída.

Emma bajó la blusa para sostener el celular.

—Sabes que no me gusta cuando sacas esos comentarios.

—Sensible —canturreó en tono burlón.

Emma presionó el botón imaginario de omitir chiste.

—Hoy repartí galletas por verano. No pude ir hasta Al, mandé a mi chofer para que se las dé, es que recordé que dejé tiradas unas montañas de ropa.

—¿No tienes esclavos que ordenan tu ropa?

—Los llamamos empleados. Y sí, tengo mucamas que ordenan mi ropa, pero tengo tanto que seleccionar. Cole también hace cosas especiales durante el verano y el invierno... —sonrió, mordiendo su labio inferior.

—Solo puedo imaginar cosas asquerosas y ciertamente ilegales —interrumpió.

Emma continuó hablando con la misma sonrisa:

—Dona ropa en la iglesia. Y yo tengo ropa de sobra.

—Es que los indigentes se mueren por usar tus blusas con lentejuelas.

—No solo dan ropa a los indigentes, entendí que ayudan a familias con bajos recursos —comentó, poniendo la blusa negra en el montón—. Mis blusas con lentejuelas podrían hacer feliz a otra chica.

—Claro, si logran caber en ellas.

—Pues, ni yo quepo en mi talla ahora —resopló.

—Sigues viéndote candente, mami.

—Le compré unas galletas a mi papá, y me las acabé. Me siento una vaca, así me llamaban en la escuela.

—No soporto escuchar tus quejas sobre ti misma —suspiró, tomándose del puente nasal.

—Lo siento —recostó su cabeza sobre su hombro, tocando las lentejuelas de una blusa rosa.

—Ni te imaginas lo buena que estás.

—Te cuento algo.

Cambió de tema, lo necesitó. Escuchar lo mismo de siempre no le hacía bien a su mente convencida sobre su mal aspecto. Además, tenía pensado contarle lo siguiente.

—Suéltalo, mami.

—¿Recuerdas que te hablé del hijo de Bianca? ¿El modelo guapísimo?

—El que creí que era Colin cuando mandaste su foto de Instagram.

—No se parece a Colin —gruñó.

—Son rubios los dos. No encuentro las siete diferencias.

—Los ojos de Cole son azules súper intensos. Y bueno, también es el más hermoso del planeta —estrujó una blusa entre sus manos, mordiéndose su labio inferior mientras pensaba en su bello amorcito.

—Y también tiene el pene más corto del planeta —soltó una carcajada que sonó como ja, ja.

Emma frunció su ceño, y miró su celular, que tenía la pantalla oscura.

—¿Cuál es tu problema con el pene de mi bebé?

—Joder. Qué asco. Sigue contando lo del modelo.

—Lo encontré en la pastelería. Le regalé una galleta, mi galleta, y, a cambio, como regalo para mí, quiere que elija el postre. No capté a la primera, si te soy sincera. Supongo que los nervios de hablar con un casi extraño me superaron. Bueno. Resulta que me estaba invitando a cenar esta misma noche. Le dije que tengo que ver si ando libre, y eso, eso pasó —rió, dando la risa que se da al final de una anécdota graciosa.

Vivian se quedó muda, ni siquiera se podía oír su respiración.

—¿Hola? —Emma se puso de pie, dirigiéndose a su recámara.

—Suena tentador lo del postre —habló seria.

—Me dio su número. Espera que le escriba —recogió el papelito de la mesa de noche.

—¿Colin dónde está? —inquirió.

—¿Colin? —tomó asiento en el borde de la cama— Ayer nació su prima, por lo que debe estar con sus tíos.

—Escríbele, escríbele ya —ordenó.

—¿A Cole? —entrecerró sus ojos, confundida.

—No, estúpida. Al sujeto del postre. No tienes nada que hacer esta noche.

—¿Enloqueciste? No sé socializar —observó la caligrafía de Gillou.

—Por supuesto que no sabes socializar si siempre andas con los mismos retrasados. Escríbele ahora.

—Vivian.

—¡Hazlo, maldita sea! —le gritó.

No pensó en las probabilidades que había de que su mejor amiga obligara a mandar ese mensaje. Suspiró, estaba odiándose con fuerza por no haberlo tenido en cuenta. Calificaba su día como uno bastante bueno, despertó alegre, incluso después de la crisis del día anterior; continuó de la misma manera hasta esa hora, en la que los nervios subieron a su cabeza porque su amiga tenía razón. No sabía socializar porque siempre andaba con las mismas personas; su contacto con desconocidos era mínimo. No había empezado ni una nueva amistad en los últimos meses, y tenía un montón de compañeros de clase con los que buscar una, pero vivía retrayéndose, apartándose porque temía de manera irracional. Pero Gillou fue amistoso, ¿cierto? Incluso resaltó el empeño que le puso para combinar su delineado turquesa con el resto de su atuendo, la llamó bonita de forma honesta, porque de esa forma lo sintió ella. Gillou también tenía problemas con la comida, Emma se preguntó si acaso padecía de ansiedad. Tal vez podrían comprenderse, incluso apoyarse.

—Sonó amistoso —confesó.

—¿Ya le escribiste?

—No. Pero ¿qué le digo?

Cenemos, eso dile.

—¿No lo saludo?

—No, idiota. Solo ve al grano.

Emma agendó el número de Gillou. De pronto, comenzó a arderle la cara. No sabía lo que estaba haciendo.

Gillou era bueno, ¿cierto? No podía acabar en una cena incómoda donde él la mirara como un insecto feo.

—Vi, tengo miedo.

—¡Hazlo! —gritó.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Emma: Cenemos

Gillou Fourneau: EMMA

Gillou Fourneau: Holaaa

Gillou Fourneau: Me encanta que me hayas escrito

Gillou Fourneau: Veámonos en media hora??

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

—¿Emma?

—Él sí me saludó, Vi. Me siento una estúpida —cubrió su rostro, dejando el celular sobre la cama.

—Eres una estúpida. ¡Compórtate! —Y eso sonó como una cachetada verbal.

Emma llenó sus pulmones de aire, y dijo con una voz temblorosa:

—Quiere que nos veamos en un restaurante mediterráneo en media hora.

—¿Y ese restaurante es?

—Elegante, demasiado —bajó sus manos, tenía la mirada brillosa.

—Interesante.

Emma se puso de pie, ahora estaba acelerada.

—Necesito escribirle a Cole para...

—¡No! ¡¿Para qué?!

—Para avisarle. Quizás él llegue a mi ático más tarde, después de cenar con sus tíos. No quiero que hacerlo venir sin necesidad, nadie estará en mi ático —tomó su teléfono, ingresando a la conversación de Oschner.

—No seas idiota. ¿Que no viven a dos pasos? Tampoco hará el gran esfuerzo, eso si llega a aparecer. No tienes que avisarle nada; lo que tú debes hacer ahora mismo es preocuparte por la ropa que usarás, solo tienes media hora. Saca ese lado más sexi. Esto es bueno para ti, Emma. Diviértete eligiendo tu postre.

Emma respiró por su boca, mirando al frente, a través del ventanal.

Entonces, bloqueó su celular.

—Ya sé qué ropa voy a usar —informó.

—¡Eso es! —gritó, dándole ánimo.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Esa noche Emma descubrió que podía alistarse en veinticinco minutos. Tuvo cientos de dudas mientras se preparaba, por supuesto que sí, la conocemos, pero no se dejó anegar en el río de ansiedad. Colocó música antes de comenzar a maquillarse, cantó mientras pintaba sus párpados en dorado brillante, eso tranquilizó su alma. La música era medicina para su ansiedad, y esa noche exprimió hasta la última píldora musical mientras se embellecía para salir con alguien que de nada conocía.

Consideraba que había pasado pena tras pena, seguía intolerante a ella, pero, vamos, Gillou en verdad parecía metido en el papel de buen chico, y ella solita había iniciado una amistad con cuatro desconocidos, incluso terminó siendo novia de uno. Las situaciones no podían ser tan diferentes. Ser ella le funcionó en la universidad, solo necesitaba de lo mismo.

Bajó de la camioneta negra con sus tacones dorados, y acomodó su fino cinturón del mismo color, que iba por encima de su enterizo largo en color negro, no tenía mangas, era un diseño único en el mundo, y nunca pensó que cabría dentro, ni siquiera se esforzó al cerrar la cremallera trasera. Apretó su bolso de mano con fuerza, y cerró la puerta del vehículo, mirando hacia la entrada del tan elegante establecimiento ubicado en el centro. Llegó tarde gracias a la distancia y el tránsito, entonces, encontró a Gillou bajando de un auto alquilado, también llegó tarde, eso la calmó mucho más. Sonrieron cuando sus miradas se encontraron, y ella se ruborizó, acercándose a la entrada al mismo tiempo que él, mirando sus zapatos mientras caminaba.

—¡Vaya! —Gillou dio un paso atrás para contemplarla—. Me encanta que no necesites más de media hora para verte tan... cubierta de oro, y esa fue una metáfora con la que pretendo elogiar tu todo.

Emma sacudió su cabeza en medio de una tímida sonrisa.

—Es la primera vez que me alisto tan rápido. Tú también te ves bien, Gillou —habló sin mirarlo a la cara.

Bueno, Gillou siempre se veía bien porque ese era su trabajo. Estaba vestido totalmente de negro, se veía hermoso. Emma lo admitió en su mente. Olía exquisito, tenía sentido, Gillou era francés. Lo sabía. ¿Quién no? Imaginó una colección de fragancias en su recámara.

—Gracias, Emma. ¿Entramos?

Gillou no paraba de sonreír, lucía tan fresco, y no parecía esforzarse, tampoco parecía que le dolieran los bordes de sus labios. Emma sonrió un poquito, mirando el suelo, él la contagió de alegría. Pensó en que Gillou era la clase de persona con la que nadie puede sentirse incómodo porque el ambiente fluye a su alrededor con buena energía.

Entonces, ocurrió la primera parada de la noche, que transformó la media sonrisa alegre de Emma en una media sonrisa incómoda. Tuvieron que esperar a que un camarero ordenara una mesa, Gillou fue quien la pidió, habló por los dos, se quedaron esperando en la entrada. Entonces, el camarero regresó, diciendo:

—La mejor mesa para usted y su novia.

Emma abrió sus enormes ojos, caminando con Gillou hasta la mesa.

—Podemos fingir que es nuestro aniversario, así nos darán un brownie de regalo —le susurró él.

—No —dijo ella, mirándolo insegura. No captó que fue una broma, necesitaba relajarse más.

—No iba en serio —parpadeó una vez, negó con su cabeza.

Tomaron asiento en la romántica mesa donde había un pequeño arreglo de rosas. Emma colocó su bolso a un lado del plato, y de inmediato fue acorralada por el camarero, quien deseaba anotar sus órdenes.

—Agua, solo agua —habló con determino.

—Pues, a mí se me apetece vino tinto —dijo Gillou.

Había un pianista en vivo, y Emma no lo había notado hasta ese momento.

—¿Te gusta? —le preguntó Gillou.

Emma se había perdido en la melodía, hipnotizaba por el músico de mediana edad.

—La música me hace bien. Está tocando una de Chopin —comentó sin dejar de ver al pianista.

—Se nota que sabes de música clásica —señaló, mirándola con atención.

Emma regresó su mirada hasta Gillou, respondiendo:

—Puedo sentirla a través de todos mis sentidos.

—¿Cómo es eso? —habló curioso, enarcando una ceja.

—La oigo perfectamente; eriza mi piel; puedo ver los instrumentos en mi mente; la música clásica huele a flores y sabe a chocolate amargo —transformó su mirada en una brillosa, estaba conmovida por el pianista.

—Es fue lo más profundo que escuché en mi vida. Y soy francés —apuntó su pecho.

Emma sonrió, mirando hacia abajo.

—¿Te mudaste hace poco?

—¿Será mi forma de hablar o me sigues en Twitter?

—No tengo Twitter. Y tu forma de hablar no tiene nada que ver, solo lo pensé.

—Me mudé hace seis meses con mi residencia permanente. Pasé muchos años con mi papá y su esposa. Siempre me incliné hacia mi mamá, especialmente porque me ha influenciado en mi faceta laboral, pero no lo sé, mudarme con ella a otro continente era una locura de pensar hasta hace poco. Para mí, hacer amigos es complicado; la industria puede ser competitiva cuando eres hijo de alguien como Bianca O'Donellver, y no conozco otro mundo que no sea ése. No quería dejar a mis amigos, pero ellos me alentaron a mudarme.

—Son buenos amigos —pensó.

—Por eso me alegra que hayas aceptado cenar conmigo esta noche. Irónicamente, hacer amigos en una ciudad sobrepoblada de gente es complicado. Al menos para mí lo es —sonrió al final, viéndola a los ojos.

Emma se ruborizó por tanta atención, regresó a mirar al pianista.

—También me cuesta hacer amigos —confesó— y en realidad no hubiese aceptado venir. Tengo... ciertos problemas a la hora de socializar, no sé, la gente me asusta un poco.

—¡Pues, no se nota de nada! —la animó.

Emma sonrió de costado, viéndolo.

—Quizás lo notaste la primera vez que nos vimos.

—S-sí... —asintió con su cabeza, viendo hacia arriba, tratando de recordarlo mejor—. Te escondiste detrás de tu novio. —La miró, entrecerrando sus ojos por un momento. Emma se apenó por tal escena boba—. Lo recuerdo. Vaya, sí. No puedo creer que estés cenando conmigo. Sabía que eras más que una chica tímida.

Emma se arrepintió de haberle recordado ese primer encuentro. No fue nada agradable, sobre todo porque Theresa la señaló como chica tímida. Colin solía decirle que no era tímida, ni ansiosa, ni insegura; era una chica con timidez, que padecía de ansiedad, y cargaba consigo inseguridades, algo completamente distinto a ser una chica tímida, ansiosa e insegura. Colin le había ayudado a derrumbar pensamientos que lo único que hacían era inmovilizarla más gracias al profundo pesimismo que detonaban en ella.

—Llamaste imbécil a mi papá. Jamás podría olvidar ese momento —contestó. Lo hizo a propósito, estaba en modo nena mala. Ella se incomodó, ahora quería incomodarlo a él. No quería ser la única con mal sabor.

—Y te pedí disculpas —la apuntó con su índice. No pareció afectado, no de la manera en la que ella esperó.

—Fue un malentendido —recordó. De nuevo, nena buena.

—Exacto. Así soy cuando trato de caerle bien a la gente, digo cosas estúpidas sin meditarlo —confesó.

—Mi papá es el mejor —cambió de tema a un asunto de importancia vital—, y anda saliendo mucho con...

—Mi mamá —le cortó en seco, mirando hacia el pianista con una actitud de espía; sigiloso y misterioso. Regresó a los ojos de Emma, inclinándose un poco sobre la mesa—. Quise salir contigo por dos razones.

Emma no se dio cuenta que frunció su ceño. No entendía nada, ni tenía pistas para deducirlo.

—¿Qué razones?

—Quiero alguien a quien llamar amiga cuando mi papá me pregunte sobre mis amigos.

—Gillou... —sonrió, inclinando su cabeza a un lado.

—¿Podemos ser amigos? —colocó sus manos sobre la mesa.

—Claro que sí —le tocó las manos por un segundo.

—Bueno. Ahora que somos amigos, puedo contarte la otra razón.

—¿Si no aceptaba no me la ibas a contar? —soltó una risita.

—Pues no, porque es la clase de chisme exclusivo que uno le cuenta a un amigo —explicó.

Emma rió, mirando el techo, luego recostó sus codos en la mesa, sosteniendo su mentón entre sus manos.

—¿Puedes contármelo ya?

—Nuestros padres se besan en el sofá de mi casa.

Emma cubrió su boca, pero no estaba sorprendida; en cambio, se echó a reír sin cuerda, con unos ojos escandalosamente grandes que le dieron gracia a Gillou. Le dio risa la situación, sonaba a un par de jóvenes en secundaria, luego, cobró su compostura vengadora.

¡Ese estúpido! ¿Creía que podía hacer cosas sucias a espaldas de ella?

—Disculpa —tosió en su mano—. Me di cuenta que él no se echaría a reír si la situación me tuviera como protagonista. La relación que tengo con mi papá es bastante rara para la mayoría. No somos comunes. Él encontraría la manera de hacerme pasar pena. ¿Cómo te explico que viajó hasta California cuando le entró sospechas sobre la clase de relación que estaba manteniendo con Colin en ese momento? Nos ridiculizó.

—¿Quieres vengarte de eso? —preguntó.

—De hecho, pienso hacerlo. No tengo nada en contra que su... como se llame la relación que está teniendo con tu mamá, solo quiero hincarle con un mondadientes, algo que le diga «Ahora dime qué se siente, tonto».

Gillou soltó una carcajada, asintiendo con su cabeza.

—Te entiendo porque también me siento de esa manera con mi mamá. Ella no ha salido con otro hombre desde mi papá, ni siquiera relaciones informales, pensé que teníamos confianza, que podíamos contarnos lo que sea, pero... ¡los encontré besándose en nuestro sofá y tuve que fingir que no lo hice!

—¡Qué se creen! —apoyó la indignación de Gillou.

Eran dos niños de papá y mamá quejándose juntos.

—Pero fui más inteligente. —Gillou se acercó, tomándola de las manos, su actitud dramática y misteriosa aumentó—. Que me perdone Dios, pero tampoco me arrepiento de nada, me metí a la agenda de mi mamá, y tienen una cita mañana por la noche en un restaurante. ¡Es su primera cita! Querida Emma, solo deseo saber si te atreves a llegar conmigo a dicho lugar de forma casual, si sabes a lo que me refiero —guiñó.

Emma abrió su boca, apretando las manos que la sostenían.

—Demonios. —Ahora cerró su boca, canceló la emoción, recordando un asunto—. Mis amigos llegan mañana cerca de la noche, pero... supongo que pueden esperarme. Sí, acepto, lleguemos de forma casual.

—Disculpen. —El camarero regresó, y tosió una vez en una señal de... Entonces, Emma se dio cuenta que Gillou seguía agarrándola de las manos, que el camarero no podía bajar lo que ordenaron. Se escandalizó en su interior, les estaban dando la escenografía de una cita romántica a todos alrededor. Quitó sus manos.

—Eh, aún no miré el menú. —Emma agarró la carta, pasando directamente al postre, solo para ver qué había de apetecible. Sonrió, mordiéndose el labio inferior—. Tienen de esas galletas heladas tipo Oreo.

—¿Ya estás mirando la lista de postres? Te pareces a mí —rió, leyendo otra carta.

—Ayer fui a un restaurante con Colin, pedimos una de esas —comentó, omitiendo lo que en verdad ocurrió.

—¿Cuántos llevan saliendo? —la miró por encima del menú.

—Siete meses —contestó con su mirada fija en la lista de platillos.

—Pensé que mucho más, como años —se sorprendió.

—Nuestras almas se conocen de toda la vida, solo que no lo recordamos.

—Eres muy profunda. Me encanta.

—No se trata de profundidad, así lo sentimos.

Gillou bajó el menú, le despertó curiosidad la seriedad con la que Emma estaba hablando.

—Yo no tengo novia, ni amiga, ni nada. Terminamos antes de venirme a esta parte del mundo.

El corazón de Emma se aceleró. Bajó el menú lentamente para verlo a los ojos.

—¿No creen en las relaciones a distancia?

—Eso no tuvo que ver —negó, cruzando sus brazos sobre la mesa. Emma respiró de nuevo—. Terminamos porque no estaba funcionando. Yo la terminé en realidad. No me atraía de esa manera, me di cuenta luego de cinco meses con ella, pero... bueno. No tengo planeado salir con alguien más por el momento.

—A veces la persona correcta es aquella que menos esperas.

—Se escucha como experiencia —sonrió.

—Lo es —sonrió más.

—¿Vas a contármelo o tengo que pedírtelo por favor?

—Voy a contártelo —se sonrojó.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Fue una noche de ensueño.

Emma la describía de esa manera. No solo porque la había pasado a gusto con un perfecto desconocido, sino que también logró hacer una amistad por cuenta propia. Consiguió hablar sin temblar, fue ella misma, no se reprimió en ningún momento. De todas formas, hubiese sido difícil hacerlo con Gillou.

Gillou obedecía al estándar de chico genial que nadie comprende su forma solitaria de coexistir en el mundo. Por ejemplo, Emma no comprendía cómo alguien tan risueño podía andar sin amigos. Fue una velada llena de carcajadas, muchas de ellas terminaron en risas tan intensas que les provocaron dolores de panza. Él la había señalado como una persona divertida, incluso elogió su graciosa risa. No guardaron silencio en ningún momento; puras charlas entretenidas sobre cómo es la vida de un parisino, sobre cómo es la vida de un modelo de alta costura; sobre cómo es la vida de una universitaria enredada en la gran élite, y más. Pidieron muchas botellas de agua, y de igual manera tuvieron la boca seca la mayor parte del tiempo.

—Nadie está en mi ático. Vamos, baja —le pidió Emma.

Gillou se acercó a la ventana trasera de su auto alquilado para mirar la enorme torre de cristal.

—Quiero conocer tu ático. Lo admito —respondió.

Atravesaron el vestíbulo.

—Hola mi reina, y.... Pensé que era Colin. —Archie se tomó de la barbilla.

Muy interesante.

Emma le hizo una mueca graciosa, echándole burla. Gillou sonrió, siguiéndole el paso a la dueña de casa. Subieron al ascensor, en el camino ella le contó la clase de relación que su familia mantenía con el portero, y a él le impresionó bastante porque ¿acaso la gente afortunadamente rica no ignora a sus empleados?

—Te encantará el balcón —comentó Emma cuando las puertas se abrieron.

Fue entonces que oyeron un ruido proveniente de la cocina. Eso no tenía sentido. J.J. le contó que esa noche la pasaría al lado de Olimpia, y su padre andaba tan sospechosamente desaparecido, informó que iba a regresar tarde, nada más. Emma colocó su índice frente a su boca, indicándole silencio, Gillou asintió.

—¿Bruno? ¿Qué haces? —preguntó desconcertada.

Bruno estaba preparando un trago de sus tierras, había brigadeiros de chocolate y coco en la mesada. Sonrió con entusiasmo cuando escuchó esa voz, pero quedó completamente maravillado al alzar su mirada de los limones verdes. ¿Cómo alguien puede cambiar tanto en menos de dos años? Emma se veía como una mujer, y no lo había notado hasta ese instante. Ese enterizo negro resaltaba las curvas que no sabía que ella tenía, y se pasmó cuando la misma se dirigió a los postres, colocándose del lado necesario para descubrir que también tenía nalgas. Tenían la misma edad, él siempre había admirado los pechos de ella, sobre todo en la adolescencia hormonal, pero esa noche descubrió que ella estaba llena de belleza.

—Tío Jakey comentó que ibas a estar sola —respondió abatido, con una voz tan apagada para ser él.

Si siempre le gustaste, Emma, ahora lo tenías enloquecido.

Emma paró de masticar un brigadeiro de coco.

—Lo hizo a propósito. Le arde saber que es posible que me halle sola con Colin —habló mientras masticaba.

—Soy Gillou —estiró su brazo derecho en medio de una sonrisa.

Bruno bebió de su trago, y apenas le apretó la mano.

—Bruno —giró hacia ella—. Mañana tengo el deber de llevarte junto a la diseñadora, dama de honor.

—Casi se me olvida el e-mail de Vanessa. —Emma golpeó su frente. Vanessa era la madre de Bruno, quien cariñosamente la había elegido como una de sus damas de honor.

—La cita es a las 4:00 p.m. —le recordó Bruno.

—Sí, sí. Lo sé —contestó Emma.

Giró sobre sí misma, hallando a Colin en la puerta de la cocina.

—Cole —sonrió al descubrir que cargaba un buqué de rosas amarillas.

Colin miró a Bruno por un momento, mas toda se atención se dirigió al tan bien arreglado Gillou. Colin tenía una cara de haber regresado de un funeral amargo, y que robó las flores del difunto. Inspeccionó a Emma, con todo ese atuendo de salida, bajó el buqué a la altura de su cadera. Quería decir tantas cosas, pero se las guardó. Nunca antes se había sentido traicionado, le dolía todo. Emma borró su sonrisa, se dio cuenta de que algo se rompió. Colin no hizo nada más que largarse de ahí, de la cocina, de esa estúpida escena.

—¿Colin? —Lo siguió.

—Tan hermosa, corazón —habló con su boca hecha un limón.

Emma lo tomó del brazo, llevándolo a su cuarto donde trancó la puerta.

—¿Qué pasa? —dejó su bolso de mano sobre la cama. Colin se quedó callado, mirando a un costado—. No me apliques la ley del hielo. Está que claro que tienes algo importante que decir.

Estaba acelerada, su corazón lo estaba. Tragó saliva en su boca seca. Odiaba sentirse confundida, odiaba no poder descodificar el mensaje de su mirada áspera.

Importante. Me gusta esa palabra —asintió con el mismo tono agrio en su boca.

—Estoy validando lo que sea que sientes —hundió sus dedos en su cabello, sus ojos se llenaron de brillo.

—Ah, ahora sí importa que lo sea que sienta —asintió otra vez, ahora haciendo una mueca en la que cerró sus labios, mandándolos hacia abajo.

—Sé claro conmigo —suplicó.

—Entonces, empecemos por el principio —lanzó las flores sobre la cama, y tronó sus dedos, haciéndose del relajado. Emma cruzó sus brazos, dándose un abrazo—. No tengo planeado llamarle. Esas fueron tus palabras esta misma tarde. Tuve que venir hasta acá para enterarme que hicieron una reunión ultra secreta.

A Emma le titilaron sus ojos.

—¿Estás celoso?

—Me haces sentir como si tuviera dos enormes orejas de asno. Y no, Emma, esto no se trata de celos, se trata del respeto que no le tienes a nuestra relación. Trata de ponerte en mi lugar, y dime cómo se siente. Dime cómo te sentirías si salgo con una desconocida que anotó su número en un papelito; cómo te sentirías si no te mandara al menos un mensaje que dijera «Oye, solo quería avisarte que decidí verme con ella».

—No pensé que eso te iba a molestar. Gillou es...

—No quiero escuchar lo que Gillou es, Emma. Me importa una mierda.

—No tienes que hablar así. —Emma se hallaba al borde del llanto, y toda su mandíbula le temblaba. Estaba aturdida. Miró las flores, echando una lágrima—. Nunca tienes que hablar así.

Colin frotó su barba con estrés, dando un paso al frente.

—Estás siendo una completa egoísta en este momento porque, por Dios, Emma, tú no toleras que comenta un error, me mandas al carajo como te salga. Me llamaste mentiroso la semana pasada, y mírate ahora mismo. No te costaba nada mandarme un mensaje, incluso ignoraste el mío, Emma. —Colin se señaló con sus índices, alejándose, dando un paso atrás.

—Ni siquiera sabía que me mandaste un mensaje —sollozó.

—Por supuesto. Por eso no sabías que iba a llegar con un estúpido presente de verano —apuntó las flores.

—Déjame explicarte —suplicó, acercándose.

—No —colocó su mano para separarlos—. Estoy tratando de enfadarme contigo. Y no quiero hablar ahora.

—¿Ahora hablamos cuando a ti se te antoje? —frunció su ceño.

—Sí. Por primera vez vamos a hablar cuando a mí se me antoje, Emma. Porque no puedo ceder cada vez que tú te pones a llorar. No quiero seguir hablando. Necesito calmarme, y tú también. Deberías... pensarlo.

Colin se cargó de energía para caminar a la puerta, entonces, Emma lo agarró del brazo, lo abrazó, le lloró en su camiseta negra, suplicándole con lágrimas para que fuera bueno con su corazón esa noche. No quería despedirse, no de esa manera. Estaba temblando, se rehusaba a soltarlo. Colin estaba convencido de mantenerse en su postura rígida. Necio y sordo. En su cabeza se repetía la misma frase «No te costaba nada mandarme un mensaje». No sentía celos, sentía traición hacia cada parte de su ser.

La apartó, sacándole los brazos de su alrededor.

—Tú sabes que te perdono, pero esta noche no puedo fingir que no me dueles. Estoy demasiado cansado para seguir ahora mismo. Será mejor que me vaya —giró hacia la puerta—, y hablaremos en otro momento.

—¡No quiero hablar en otro momento! —siguió intentándolo.

Colin dejó un suspiro en la recámara, y se fue.

Salió rápidamente, esperando que el otro par no lo atrape. Presionó el botón del ascensor, luego, recostó su frente contra el borde del marco. No estaba bien, incluso le apretaba el pecho. Una parte de sí se decía que la dejara llorando, que ella necesitaba pensarlo, que no podía acceder a todo solamente para no verla llorar. Emma era hipersensible, y él necesitaba elegir entre lo que deseaba hacer por su orgullo de lo que deseaba hacer para que ella se calmara. Esa noche eligió el bien de su orgullo, pero su ansiedad no paraba de preguntarle si es que estaba haciendo lo correcto, respondía pensando que ella no era la única dolida.

—¿Ya te vas? —le preguntó Bruno.

Las puertas se abrieron en ese momento.

Colin ingresó al ascensor, diciendo:

—Será mejor que ustedes se larguen también.

Y se fue, de manera oficial.

Emma trancó la puerta con llave antes de sentarse en su cama a correr los colores de sus ojos. Inclinándose hacia delante, abrazó su cintura mientras lloraba como si acabara de morir alguien. Todo sonaba más duro, más áspero, más doloroso, a oídos de su hipersensibilidad. Lanzó sus tacones al otro lado de la habitación, alzó sus piernas sobre la cama. No quería creer lo que estaba pasando. Nunca antes se habían ido a dormir peleados. Pelearon, él peleó. En su mente no cabía la normalidad de una pelea. Todo era increíblemente nuevo. Le dolían las palabras de él, le dolían los gestos y la manera en la que se fue sin ganas de escuchar.

Agarró las flores, la tarjeta que traía, era su caligrafía.

Te amo, Emmy. ¡Este será un verano inolvidable a tu lado!

Emmy.

Emma cerró sus ojos, sosteniendo la tarjeta entre sus manos.

Entonces, una llamada la desestabilizó más.

—Cole —pensó.

Giró para sacar el celular del bolso.

No era Cole.

—¿Hola? —cubrió su boca, entregándose al llanto.

—Hola, perra. ¿Ya comiste postre?

—V-Vi —resopló entre el llanto, acurrucándose entre las grandes almohadas.

—¿Qué pasa! —exclamó.

Emma abrazó sus piernas, dejando el celular sobre su oreja.

—Colin se enfadó... m-mucho.

Se oyó su lamento al otro lado de la línea.

—¡Qué! —gritó Vivian, airada e indignada.

—P-porque no le avisé —añadió la explicación.

—Demonios, Emm.

Emma sollozó con fuerza.

—¡Emma, no llores por ese idiota! —la regañó—. ¿No te das cuenta que es un posesivo de mierda? ¿Quién demonios se cree que es para enfadarte porque saliste con otro? Es la primera señal para alejarse, Emma. Con un simple acto acaba de dejarte en claro la catástrofe nuclear que es como novio, como persona.

Emma se sentó, mirando al frente.

—¡Quién te crees que eres tú para llamarlo tóxico! Y sabiendo que en el pasado tuvo que soportar a una novia que lo trataba como su posesión. ¡Todo esto es tu culpa! —gritó con fuerza, estrujando una almohada.

—¿Mi culpa? Tú decidiste sola no avisarle que saldrías con ese sujeto. No me metas en medio de tus peleas de pareja, Emma. Tú debiste haber anticipado lo ofendido que se pondría el maricón de Colin al enterarse.

Emma cubrió su rostro con una mano, llorando. Tenía razón, ella debió haber anticipado todo eso. Comenzó a dolerle la cabeza, no podía para el llanto que salía de lo más profundo de su corazón lastimado. Ella falló, le falló, y ahora no sabía cómo repararlo.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Ninguno pudo dormir.

Él miró la ciudad, acostado de lado.

Ella lloró, acurrucada, enseñándole a la ciudad cuánto le dolía haber errado.

Él llamó a su mejor amigo, quien le dio poder a la decisión que tomó.

Ella se sintió sola en su dolor.

El reloj luminoso del cuarto marcó las 3:34 a.m.

—Cole —susurró bajo las sábanas.

—Ya duérmete —pidió.

Él había llamado.

Y ella tembló tanto como su teléfono.

—Lo siento, amor. —Emma sollozó con su mejilla pegada al colchón, seguía con el mismo enterizo negro, ni siquiera sintió fuerzas para tomarse una ducha relajante. Lo único que había hecho era lamentarse.

—No entiendo tu razón para no habérmelo dicho. —Colin se acostó mirando el techo de su recámara, tocó su pecho desnudo, que en el interior estaba apoderado de un dolor por presión—. Me lastimó pensar que querías hacerlo en secreto. Y quizás sí se activaron mis celos. Pero esto no se trata de que no te quiera ver con otra persona, con otro muchacho —rió de sí mismo—. Llegué a mi ático histérico, estaba enrabiado, entonces, me paré a pensar «Esa nena accedió a verse con un desconocido. ¿Pero qué acaba de pasar?».

—Esperaba poder contártelo para que te sintieras orgulloso de mí.

—¿Gillou es qué? Ibas a decirme algo hace rato.

—Es agradable. Me hizo sentir cómoda en toda la cena.

—Que te haya hecho sentir cómoda es lo mínimo que espero.

—Tienes razón. Hubiese estallado si salías con una desconocida sin contármelo. Lo pensé.

Colin esbozó una media sonrisa.

—Gracias por entender.

—Tengo las flores a mi lado.

—No es un estúpido presente de verano. Gracias por llenarme de brillo con tu amor, con tus galletas.

—¿Las comiste?

—Tuve intenciones. No quedaron ni las libres de gluten.

—Te amo. Y nunca haría algo para herirte de forma consciente. Yo solo... no pensé... Nunca me puse en tu lugar porque simplemente no se me ocurrió hacerlo. No pensé más allá de mis propios actos. Tienes razón, actué con egoísmo. Quizás estaba preocupaba por caerle bien a Gillou, quería hacer un amigo sola.

Colin se acostó de lado, dándole la espalda a la ciudad.

—Ese tipo tendría que estar enfermo para no ver que irradias dulzura.

—Comí una galleta helada en tu honor —sonrió un poco, al fin.

El condenado postre de la confusión.

—Qué delicia. Y ¿cuáles son las intenciones de ese tipo?

—Se mudó hace seis meses, y quiere llamarme amiga. No tiene amigos, y quiere que yo lo sea.

—Mmm. De acuerdo. Lo tolero.

—¿Cole celoso? ¿Ahora?

—Jamás. Todos tienen derecho de conocer el increíble ser humano que eres.

—Te amo, Colin.

Te amo bien, Emma.

¿Hola? ¿Llegaste con vida? 

¿Por un momento pensaste en que nada se iba a arreglar o confiaste en ellos en todo momento? ¡Cuéntame cómo te sientes después de este maravilloso y catastrófico capítulo! No sé ustedes, pero dentro de todo el drama final, ando orgullosa de nuestra Emmy!!!  :') 

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