22: Los buscados

—Buenas tardes, dormilón —le repartió besos en sus labios sellados.

Él no abrió sus ojos, solo frunció su entrecejo.

—Tiene que ser un pecado despertar a alguien después de una noche como la de anoche.

Emma se echó a reír, sentada, y desnuda, en la cama.

—Pecado es lo que hicimos anoche —contestó.

Colin sonrió con sus ojos cerrados, acostado bajo la colcha.

—Abrázame —pidió.

Emma se inclinó a rodearle el cuello con sus brazos.

—Tienes pintura donde no deberías tener pintura, Oschner —habló sin soltarlo.

Colin abrió sus ojos. Cortando el abrazo, sostuvo el mentón de Emma entre sus manos.

—Alguien jugó paintball en la cama.

Los dos tenían pintura donde no deberían tener pintura. En sus rostros, torsos y manos.

La noche estuvo fuerte, esa es la palabra correcta para describir todo lo que ocurrió en esa recámara. Ella nunca antes le había dado esa clase de amor a ese nivel. Él sabía que los problemas no se solucionan con sexo, pero su cerebro había producido acuarelas cuando ella lo montó de esa manera, así que ahora estaba untado en hormonas de felicidad y bienestar.

—Ha sido la mejor noche de todas. —Emma le dio un beso en su muñeca, luego se acercó a darle uno en la línea de su mandíbula. Ya hacía una semana que Colin no afeitaba su barba, y eso a ella le encantaba.

—Tú hiciste que fuera la mejor noche de todas. Y no me refiero al sexo —usó su dedo índice para dibujarle una línea invisible en el abdomen, trazó un círculo alrededor del ombligo—. Te amo demasiado, y te lo digo como si anoche no lo hubiese repetido cincuenta veces.

Emma sonrió con sus ojos entrecerrados. ¿Cuántas veces le había repetido realmente? Le gustaría saberlo. Pero recordaba que, en pocos segundos, se lo había dicho alrededor de cinco veces en medio respiraciones jadeantes, fueron unos te amo delirantes, pero muy honestos.

—Te amo bien —contestó.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

—Te acompaño. —Colin insistió, bajándose del auto que pidieron para regresar a Lex.

Eran las 3:20 p.m.

Emma rió, cruzando la puerta de Crystal Empire.

—No necesitas depositarme en mi ático, Colin.

—Necesito asegurarme de que llegues bien hasta arriba. Pasan muchas cosas en el ascensor.

—¿Cosas? ¿Cómo cuáles? —lo abrazó de costado mientras caminaban.

—Jóvenes. —Archie los detuvo, alzó un par de papeles.

Emma frunció su entrecejo, sin soltar a Colin.

—¿Qué son? —le preguntó a Archie.

Archie tosió para preparar su voz, y leyó:

—Joven de estatura Pitufo desaparecida, tiene el cabello rubio y ojos color aceituna. Recompensa de cinco millones de dólares, precio negociable —dejó un papel a un lado y pasó al otro—. Se busca la cabeza de Colin Oschner, recompensa de quinientos dólares o menos, pero solo la cabeza, usted hágase cargo del resto. —Archie miró a los dos—. Estoy emocionado. De adolescente le daba una mano a mi tío el carnicero.

Colin pasó una mano por su cuello, y Emma agarró los papeles con rabia.

Hasta les había añadido fotografías a los carteles.

Ella subió al ascensor, estaba furiosa. No atravesó por su mente la idea de respirar, calmarse y pensar con la mente fría. Él la siguió, no sabía la razón, estaban buscando su cabeza, ¡su cabeza!, un motivo válido para mudarse de continente. Ella quería decirle que no hizo falta una bromita como esa; en cambio, él, tenía planeado suplicar por su pellejo como nunca una antes lo había hecho.

Pero el panorama del ático resultó ser completamente distinto a cómo imaginaron.

Jake y Theresa se levantaron del sofá de la sala cuando los oyeron llegar.

—¡Ahí están los buscados por el servicio Miller-Duncan! —Jake juntó sus manos, sonriendo con la más cínica actitud pacífica que le salió.

Emma se achicó por completo. En su plan no se hallaba Theresa.

—¿Madre? ¿No tendrías que estar en tu oficina? —preguntó Colin. Estaba cagado, metafóricamente hablando. Tal vez, en realidad merecía que Archie ponga en práctica lo que aprendió con su el tío carnicero.

Theresa abrió su boca para responder, no tenía una expresión de enfado, más bien, parecía completamente preocupada, tenía mucho que decir, pero Jake alzó su brazo para detenerla, un acto de muy rara educación.

—Estuve toda la mañana practicando mis palabras. Deseo el estelar, Theresa.

—Ya sabemos lo que nos dirás. —Emma se acercó con frustración, arrugó los papeles entre su mano para que Theresa no pillara que estaban buscando la cabeza, solo la cabeza, de su hijo Colin—. Desaparecimos desde anoche, una falta de respeto hacia nuestras familias que tanto se preocupan por nosotros. Sabemos.

—Casi —la apuntó—. Desaparecieron desde anoche, apagaron sus teléfonos, y se atreven a llegar con una actitud ofendida. Sí, me refiero a ti, Emma Miller. ¿Por qué no nos dices eso que planeaste mientras subías por el ascensor? Vamos, dialoguemos con honestidad.

Emma se quedó callada. Y Colin no podía apartar su mirada del suelo.

—Ya que el ratón del ático les comió la lengua, continúo.

—Cuido a Emma. Siempre —dijo Colin.

—Y apuesto a que la cuidarás bien frente a una 9 milímetros —asintió con su cabeza unas cuantas veces.

—Nadie quiere asesinarnos, pa —habló Emma.

—¿Quién te lo afirma? ¿El demente que asesinó a mis padres? —la apuntó con su barbilla.

Emma sintió una presión en su cuello. Ya, se había puesto en el lugar de su padre. Debió haberlo pensado mejor anoche. Falló en una magnitud descomunal. Lo sabía. ¿Ya podían soltar las cortinas de la obra?

—Lo sentimos mucho. —Colin se adelantó, pero solo miró a su suegro.

—Hasta tu mamá se asustó, hijo. Nunca desaparecen de esta manera, esperamos que sea la última vez.

—Llamé a Jake para preguntar por ambos —comentó Theresa—, y él me propuso esperarlos para hablar. Pero ahora veo que necesitamos hablar en privado, Colin, nadie más necesita escuchar toda mi decepción.

—Y supongo que necesitaremos un guardaespaldas para ti, Emma —añadió Jake.

—¡No! —exclamó ésta, reaccionando de inmediato, se acercó desesperada hasta el sofá—. Lo último que necesito es a un tipo gigante que me vigile por ti. Ya no volveremos a desaparecer, tampoco apagaremos nuestros celulares. Lo sentimos mucho. Y Theresa, perdón, perdón por hacerte salir de tu oficina por esto.

—Sí. Perdí tiempo valioso —contestó Theresa, pero centrándose en los ojos avergonzados de su hijo—. Bueno, al menos están salvos. Colin, vámonos. Dejemos que Emma hable con su padre, se nota que tienen demasiado que decirse, igual que nosotros dos. Jake, gracias por todo, me encantó poder charlar contigo.

Emma nunca antes había presenciado a una Theresa tan seca, ahora estaba temiendo por Colin. ¿Y si en realidad Theresa solo se escondía tras una máscara? ¿Y si Theresa en realidad era peor que su esposo?

Colin presionó el botón del vestíbulo y recostó su espalda contra la pared del ascensor. Estaba agitado, sentía como si sus síntomas estuvieran oprimiendo todo su cuerpo, también sentía dolor en su pecho. Falló con su madre, y eso lo estaba torturando mentalmente. Recordaba, más o menos, cómo apagó los celulares cuando fue al baño, su impulso egocéntrico deseaba dormir al lado de su nena hasta el día siguiente, y lo consiguió, pero ¿a qué precio? Jamás pensó en la posibilidad de que su suegro se asustara de esa manera o que su madre llamara a preguntar sobre el paradero de los dos.

Por otro lado, Theresa no podía mirarlo directamente. Estaba desaliñado; claramente, no se había bañado; tenía olor a alcohol, pues, luego de haber hecho el amor con Emma, bebió al lado de su nena, desnudos. No estaba peinado, por supuesto que no, pero lo que a Theresa le enfermaba era esa barba tan sucia. No le hubiese costado nada afeitarse antes de salir del ático. Estaba histérica imaginando un retrato del aspecto vago de su hijo en las redes sociales. Lo último que necesitaba era que insinuaran cosas falsas sobre Colin.

Subieron a un auto plateado con ventanas negras.

—Caleb, daremos una vuelta antes de regresarlo al ático. Solo conduce. —Theresa le habló al chofer.

—Claro que sí, señora —contestó.

Colin cruzó sus brazos encima de sus piernas.

—Discúlpame, madre.

—¿Se drogaron?

—Dios, no —la miró con su ceño fruncido.

—Mírate en un espejo, pareces drogadicto.

—Pasamos la noche en el río, en un yate.

—Y bebieron.

—Yo bebí. Yo bebí cerveza.

—Luego tuvieron relaciones.

Caleb abrió sus ojos con exageración, y apretó un botón para cerrar la ventanilla del medio.

Colin suspiró enojado, eso no tenía nada que ver con la desaparición de ambos.

—¿Qué esperas que te responda? —miró al frente.

—No tenías relaciones con Rebecca —alzó su pierna derecha sobre su izquierda, luego acomodó su pulcra falda blanca, y apretaba, que iba hasta la altura de sus rodillas.

—No compares mi relación con Emma —giró a verla, sintió cómo su rostro se hallaba ardiendo de rabia.

—Hablé con Tay cuando empezaste a salir oficialmente con esta chica. Me comentó, solo fue un comentario como muchos —miró hacia arriba, recordando la llamada telefónica—, me comentó que toda la familia Miller la pasó espantoso durante la adolescencia de Emma, especialmente a los quince, cuando fue hospitalizada.

Colin negó con su cabeza, sin mirarla.

—No tengo motivo para hablarte sobre la intimidad de Emma.

—Llamó mi atención, pero lo había hecho pasar hasta ahora —continuó sin darle importancia a lo que él señaló—. Me entretuve hablando con tu suegro, hablamos mucho, y de todo. Me enteré que tu novia tiene ansiedad y también pánico. Entendí por qué tu suegro teme que le suceda algo malo. Entonces, te vi llegar, luciendo de esta manera, y solo quiero preguntarte si realmente conviene que tengas a esa chica en tu vida.

Colin apretó su puño con fuerza y golpeó la ventanilla divisora.

—¡Caleb, detén el auto ahora! —gritó, insistiendo con golpes.

Caleb frenó en medio de la calle. Los bocinados no se hicieron esperar.

—¡Colin Oschner! —gritó Theresa.

—Acabas de colmarme la paciencia, madre —abrió la puerta.

—¡Sube al auto! —habló al borde de un colapso.

No vaya a ser que un fotógrafo lo pillara en la calle viéndose así de mal.

—No. No te quiero escuchar, tampoco quiero decirte cosas que más tarde voy a lamentar.

Colin cerró la puerta con fuerza. Obedeció a su impulso, y corrió hasta perder el auto.

Paró en una intersección, pues el semáforo peatonal estaba en rojo. Miró hacia el Crystal Empire, alzó su cabeza para observar el último piso, el último piso de la torre de su princesa guerrera. El semáforo marcó luz verde, y caminó entre la gente, ignorando sus síntomas, que cada vez se hacían más fuertes. Le empezó a doler la cabeza en cuanto atravesó la puerta de su torre. Deseó que sus hermanos no estuvieran presentes, pues su mente no estaba disponible para hablarles con paciencia. No encontró a sus hermanos, pero sí a una organizadora de eventos, la misma que su madre contrataba en cada acontecimiento, la mujer estaba tomando apuntes en una libreta. Colin la ignoró, pasó de largo, no respondió el saludo, solo caminó.

Trancó la puerta de su recámara.

—Hola, perrito —saludó Eugene, estaba ocupado peinándole al gato blanco de su tía abuela. No recibió respuesta, por lo que miró a su pantalla, todo lo que podía ver era un techo—. ¿Marcaste por equivocación?

Colin encendió un cigarrillo en su boca y recogió su celular de la mesada del lavabo.

—Mi madre —dijo.

—¿Tu madre qué? —liberó al gato, transfiguró toda su cara en tono preocupado.

Colin se sentó en el borde de la bañera.

—Ya no lo soporto, perro —lagrimeó, evitando mirar la pantalla.

Tenía todo un mar en sus ojos, más allá del azul divino.

—Háblame, Cole —pidió con paciencia y cariño.

—Desaparecí desde anoche con Emma, ahora mi madre la ve como la chica que me lleva por mal camino. No sé cómo acabó señalándola por sus trastornos. Mezcló cosas que nada tienen que ver entre sí, y me preguntó si realmente me conviene tener a Emma en mi vida. Me bajé del auto, llegué caminando a mi torre.

—De acuerdo. Te escucho...—asintió.

Colin miró a la pantalla, continuando:

—Mi relación es lo único estable que tengo ahora mismo, y mi familia se está metiendo con ella. No sé por cuánto tiempo más pueda aguantarlo, Eugene. Mi padre tomó unas tijeras y me cortó el cabello porque sí, debiste haber escuchado sus risas diabólicas. Me sentí tan... humillado —bajó el celular sobre sus piernas, y se cubrió su rostro con esa mano, hundiéndose en llanto.

—Colin, estoy contigo, hermano —sintió un gran dolor en su corazón.

—No puedo irme, no quiero irme. Tengo a mis hermanos, no puedo irme, alguien debe cuidarlos —secó sus lágrimas con el cuello de su camiseta—. Si no estoy, ¿a quién más va a maltratar mi papá?, ¿a Tommy?, ¿a Cate?, ¿a mi madre? No puedo permitirlo. Pero estoy tan cansado, cansado de mis padres, cansado de fingir que puedo con esto cuando en realidad no puedo dormir tranquilo.

—Respira —le pidió, solo podía ver el negro del pantalón.

Colin inhaló y exhaló profundamente, un par de veces.

—Lo siento —pronunció.

—¿Sientes qué? ¿Sientes recurrir a nuestra amistad?

Colin tomó su teléfono, mirándolo.

—Solo quiero que llegue el día en que pueda sentirme libre de las ataduras de mis padres.

—Yo quiero que, cada vez que tu padre enloquezca contigo, recuerdes que está mal —cogió aire por su nariz, mirando a la cámara—. Siempre lo llamo enfermo, pero hablemos en serio. Tu papá tiene un trastorno, Colin, a veces siento que el sufrimiento hace que lo olvides. Sé que te lastima, perro, pero lo hace porque en realidad no se soporta a sí mismo. Nada de lo que te dice es cierto. No eres un inútil ni un mal hijo. Eres tan brillante que lo opacas, por eso necesita apagarte, pero tú no dejarás que lo haga, Colin, no lo pienso permitir. Eres grandioso, Cole, y te amo tanto como amaría a un hermano mío salido de mi madre. No tienes idea de lo que significas para mí, y claro que me duele verte llorar, verte sufrir, saber que no puedes dormir.

»Estás destinado a grandes cosas. Háblame de una persona importante, de esas que tú admiras, que no haya sufrido en el camino, todos lo hicieron, muchos hasta se inspiraron en su propio sufrimiento. Esta no es la vida que mereces, perro, pero te juro que estás camino a tenerlo todo. Y Emma, maldita sea, tu madre, con todo respeto, se puede ir a la mierda por un día, no tiene derecho a opinar sobre lo que no sabe. Emma te hace bien, y estoy feliz por eso, porque te mereces una mujer como ella.

Colin secó sus lágrimas, mirando la imagen de su mejor amigo.

—También te quiero.

—Y desapareciste con Emma anoche...

—Me raptó voluntariamente, me llevó al yate de su tío.

—Interesante.

—Bebí, dormimos juntos, no me bañé, por eso mi madre se espantó al verme.

—Pff. Si tu madre supiera cómo te ves una noche antes de un examen importante.

Colin esbozó una media sonrisa, diciendo:

—La verdad es que no puedo describir lo bien que me hace Emma.

—Siento envidia —admitió.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Hablar con su mejor amigo tenía un efecto tranquilizante sobre él.

En poco tiempo, Eugene había aprendido a manejar las crisis de ansiedad de Colin. Y ¿si por un momento regresamos a la primera vez en la que Colin sufrió un ataque de ansiedad frente a Eugene? Ocurrió a la semana de conocerse. Colin estaba sentado en su cama, mordiéndose las uñas mientras escribía en una libreta, tenía las piernas cruzadas arriba del colchón, pero seguían inquietas. Eugene se encontraba leyendo en la cama de al lado, y claro que notó ese comportamiento anormal, decidió preguntarle qué le pasaba. Aunque desde el primer momento supo que Colin padecía de ansiedad, era tan evidente, pues de lo primero que hablaron al conocerse fue sobre Rebecca, y los gestos, más el tono de voz, lo delataron. Pero, volviendo a la noche de la crisis, nunca lo había visto tan acelerado. Eugene se sentó a los pies de la cama de Colin, y hablaron toda la madrugada. Fue la noche en la que Eugene consideró estudiar psicología, creyó tener pasta de terapeuta, pero lo descartó inmediatamente después de descubrir que Colin le había mandado un mensaje a Rebecca. Perdió toda esa madrugada dándole una charla de empoderamiento a Colin, pero valió cada maldito segundo, incluso cuando las palabras le entraron por una oreja y salieron por la otra. ¿Alguien puede volverse tu mejor amigo de forma inmediata? Porque eso fue exactamente lo que ocurrió con ellos.

Así que, alabado sea Eugene. Colin pudo mantenerse en calma hasta la hora de la cena.

—Le falta sal a esta comida. —Bradley empujó el plato sobre la mesa.

—A mí me gusta —comentó Heidi.

—Yo prefiero no comer tanto porque mañana es el baby shower —dijo Mercy.

—Será una fiesta familiar —contestó Theresa.

Colin dejó su vaso con agua, y miró a su madre, diciendo:

—Emma no volverá a pisar este ático. No te preocupes.

—¿Qué? ¿Qué dices? —habló Shizu, totalmente desconcertada.

—Pero queremos a Emma —dijo Thomas.

—¿Qué pasó? —preguntó Cathy.

—Su hermano es un llorón, eso pasó —le aclaró Bradley. A decir verdad, no tenía idea de lo que pasó, pero Colin el llorón era respuesta válida para todo—. Tu madre nunca mencionó a tu novia, tarado.

—No fue una indirecta, cariño. Pensé que habías olvidado lo que pasó hoy —habló Theresa.

—No hables como si no te conociera, madre —sacudió su cabeza en señal de desapruebo, luego usó una servilleta de tela para limpiarse los labios—. Ya entendí que sus necesidades siempre estarán por encima de mi felicidad. En teoría, estoy bajo sus reglas porque siguen manteniéndome. Aún me siento obligado a obedecerlos, pero no voy a permitir que se metan con Emma ni con su intimidad. No tienes idea de lo que me conviene o no, madre. Lamento no darte la novia supermodelo que te gustaría que tenga; lamento no estar ahora mismo en una alfombra roja con mi novia perfecta, pero esa es la vida que quieres para mí.

—Qué locura. —Bradley soltó una carcajada que sonó como un fuerte ja.

Colin se levantó de la mesa, deseándole a sus hermanos:

—Disfruten la comida. June la hace con cariño.

Se fue a su recámara y de esa manera su madre lo siguió.

—Cariño, lo único que quiero para ti es que seas feliz.

Colin se quitó sus zapatos, quedándose en calcetines. La ignoró mientras ordenaba los libros que dejó sobre su cama. Necesitaba ser fuerte, necesitaba resistir, pero sus convicciones le estaban dando comezón. Problemas de una persona educada religiosamente. No podía ignorar a su madre sin sentirse mal consigo.

—¿Y qué piensas que me hace feliz? —la miró con un par de libros en sus manos.

—Estudiar te hace feliz —sonrió con su mirada lagrimosa, fijándose en los libros.

—¿Qué más? —No cambió su expresión rígida.

—Tu relación te hace feliz —lo dijo.

—Te dolió decirlo, ¿eh? —la esquivó para colocar los libros sobre un mueble.

—No quiero que me veas como la peor madre del mundo —giró, siguiéndolo con su mirada.

—Eres la mejor del mundo. Ese es el problema —se tomó de su frente, aguantándose para no echarse a llorar—. Eres la mejor en todo lo que haces, y eso te convirtió en una muñeca. Pretendes que todos seamos como tú. Quiero a mi mami de regreso —secó una lágrima que cayó inadvertida—. Odio la persona en la que te estás convirtiendo, la odio. Emma es la persona más dulce, amable y empática que he conocido en mis veintitrés años, y tú no puedes ver más allá de sus crisis. Hola. ¿Sabes quién lidia con ansiedad desde la infancia? ¡Tu hijo Colin! Al igual que Tommy, Di, Mer, y Cate. Deja de hacerte la ciega, nadie es perfecto.

Theresa frotó su cuello, cerca de su nunca. Era una persona sensible, pero no había situación que la sacara más que cuando Colin le hablaba duro. Habían vivido tantos dramas juntos, crecieron juntos. Él en edad, en estatura, ambos crecieron como personas o quizás ella no.

—Lamento hacerte sentir así.

—Solo quiero que no cometas los mismos errores con mis hermanos.

Theresa remojó sus labios, y, mirando hacia abajo, dijo:

—Gracias por preocuparte por ellos. Eres un gran hermano mayor.

—Alguien tiene que hacerlo. Y ellos son mi vida, madre.

—Lo sé.

—Quiero que me dejes solo, por favor.

En ese momento, su teléfono comenzó a sonar encima de la cama.

—Me gustaría que Emma esté presente. —Theresa miró el celular, asumiendo que se trataba de ella.

—De ninguna manera. Será un baby shower familiar —recogió su teléfono sin contestarlo.

Lo último que le faltaba era escuchar a su madre fingiendo que adoraba a Emma, no podría soportarlo. Dios. Tampoco quería imaginar cómo reaccionaría Emma al enterarse de lo que dijo en el auto sobre ella. Era capaz de desaparecerse, pondría en crisis toda su relación amorosa.

—Necesito responder —alzó el celular, que estaba sonando por segunda vez.

Theresa se retiró en silencio, cerrando la puerta.

Colin llenó sus pulmones de aire, y respondió:

—Mi nena me extraña.

—¡Tu nena tiene una grande! —exclamó Emma, sentada en su cama con una caja de pizza tamaño familiar, estaba masticando mientras hablaba con el celular en altavoz—. Es la primera vez que me castigan, es la primera vez que me prohíben salir del ático, normalmente me ruegan porque salga. Decidí hacer una protesta, no salí de mi recámara en toda la tarde, para que le duela mi ausencia, entonces, ordené comida, y tuve que salir de mi cuarto para recogerla, de esa manera me di cuenta que el bolso de Bianca está en nuestro sofá. ¡Están en el balcón! ¡En el sofá donde nos damos besitos! ¿Crees que ellos se darán besitos?

Colin se sentó en su cama, contestando:

—Quisiera darte besitos ahora.

—Necesito saber de qué tanto hablan —dejó la rebanada sobre el cartón y se puso de pie.

—Deberías seguir con tu protesta —presionó un botón para abrir las cortinas, le gustaba mirar el Crystal Empire, le gustaba quedarse pensando que ella siempre estuvo ahí, tan cerca.

—No quiero a mi Cole moralmente correcto, no ahora —lloriqueó.

Colin sonrió de costado, y dijo:

—Puedo ser muy moralmente incorrecto.

—Eso déjalo para la madrugada. Voy a escucharlos. Adiós —colgó.

Colin se tumbó en la cama con sus brazos abiertos, y Emma caminó a pasos de ratón hasta el balcón.

Ella razonó pensando en que estaba siendo inmadura, estaba segura de que su padre podía ser amigo de Bianca sin darse cariñitos en el sofá de los besitos. Eran adultos, y uno seguía en proceso de divorcio. Qué tonta. Regrésate a tu recámara a cumplir con tu condena, no necesitas escuchar conversaciones ajenas.

—Fui duro, quizás. La mandé a su habitación cuando el chico que fue.

Bueno... Podía escuchar un poco.

Se sentó en las escaleras con sus ojeras bien descubiertas.

—Pues, también sigo castigando a Gi. Siguen siendo nuestros hasta que vuelen del nido. —Bianca bromeó entre carcajadas, sin embargo, hablaba completamente en serio. Castigaba a su único hijo cuando se ponía rebelde, especialmente con el trabajo. Gillou recibía buena remuneración por ser modelo de alta costura, pero seguía dependiendo un poco de ella, quien, además de ser su madre, era su representante.

—Eso me aterra. Me aterra que de verdad vuele del nido. Tengo muchos traumas sin resolver todavía, y por eso me siento asfixiante, porque sé que ella tiene muchas ganas de volar. Durmió con el chico anoche.

Emma se ruborizó, bajó su mirada a los escalones.

—Todos tenemos traumas, Jakey. —Ahora le decía Jakey con cariño, y no por desprecio—. Yo no puedo caminar sola por la calle desde que ese sujeto alzó mi falda, y me siento un fastidio pidiéndole a mis amigos que me acompañen. Sé que no es lo mismo, pero quiero que sepas que todos tenemos traumas y miedos.

—Esos hombres me repugnan, esos hombres son los que me generan conflictos porque no sé qué haría si a Emma le llegara a ocurrir algo como eso. ¿Es muy irónico? —bufó.

—Jakey, tú no alzabas faldas en la vía pública —colocó una mano sobre la pierna de él—. Tú nunca fuiste un degenerado. Deberías dejar de torturarte por cosas que sucedieron hace más de veinte años. Rompías corazones a propósito, pero te arrepentiste, cambiaste y también maduraste. Lo hiciste por Emma, pero, lo más importante, lo hiciste por ti mismo.

—A mi ex le encanta hablar del karma. Lo hace para torturarme. No sé cómo sobreviví al primer semestre de Emma, todo me vino encima cuando me enteré que conoció al muchacho. Lo investigué, me obsesioné. En mi mente solo se repetía el pensamiento de que pasé horrores con mi niñita hospitalizada, todos pusimos de nuestra parte para ayudarla a salir a flote para que un don cualquiera apareciera a romperla de nuevo.

Emma secó sus lágrimas.

—Pero eso no fue lo que pasó, Jakey. —Bianca continuó, sonriéndole—. Emma se enamoró de un buen muchacho, que los tiene enamorados a todos. Son jóvenes, no sabemos lo que pasará más adelante, pero al menos sabemos que él no está con ella solamente por interés.

Jake resopló, diciendo:

—El chico es tan perfecto que todo parece un sueño. No soy una persona religiosa, nunca me agradaron esas cosas, pero le he pedido al universo, o a lo que sea, que el novio de Emma fuera alguien decente.

Emma sonrió entre el llanto.

—Entonces, podemos decir que el universo te recompensó por arrepentirte de corazón —respondió Bianca.

—No sé. Deberíamos dejar que el universo hable —suspiró.

—Pues, yo creo que ya habló —sonrió, tomándole la mano.

Emma bajó los escalones sentada, y regresó a su recámara.

Pues, ¡hola...!

Sabes que todo se desbordó cuando Colin se echa a llorar por lo superado que está. 

¿Imaginaste que Theresa en realidad viera a Emma de esa manera?  

¡Cuéntame cuál es fue tu parte favorita del capítulo!

¡Nos leemos pronto! 

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