17: Mentiroso

—Me siento mal por él, yo sé lo que es no saber gestionar tus impulsos cuando se trata de comida, aunque no me enfermo por eso —pronunció Emma, quien estaba sentada sobre una alfombra blanca en su guardarropa. Su teléfono se encontraba en el suelo, apoyado en una zapatilla y apuntando su rostro.

—Me lleva el demonio. Otra noche sin sexo telefónico. ¿Crees que chatear con desconocidos calentones cuenta como infidelidad? —Vivian frunció sus labios hacia un costado, se lo estaba planteando muy seriamente.

Emma tapó el esmalte con lo que se estaba pintando las uñas de sus pies y miró la pantalla.

—Sí, cuenta como infidelidad, Vi. No puedo creer que me estés preguntando algo como eso, y todavía lo haces cuando Alan está enfermo. Pensé que respetabas tu relación. Rayos —se tomó de su puente nasal. Hasta la había defendido de Colin con respecto a ese tema—. Necesito preguntarte algo.

—¿Quieres saber si romperé con Alan este verano? —alzó su ceja derecha.

—¿Lo harás? —arrugó su frente, en tono triste y preocupado.

—No. Estamos en un buen momento, a pesar de la distancia —respondió con seriedad.

—¿Qué tan difícil es? —siguió con la misma expresión en su cara, incluso se marcó aún más. Tomó su teléfono, y flexionó su pierna derecha para abrazarla, recostando su barbilla sobre su rodilla mientras veía la pantalla.

—¿Te preocupa tu futura relación a distancia? Emma, falta una eternidad para eso.

—No, Vi. Falta un año y pocos meses —cubrió su rostro entre sus brazos.

—Te haría bien admitir que temes que conozca a otra chica, a ti en realidad no te preocupa la distancia en sí. ¿Emma? ¿Hola? No me digas que estás chillando. —Todo lo que veía era una parte de la alfombra.

Emma secó sus lágrimas sin apuntarse con la cámara.

Normalmente, evitaba pensar sobre lo que iba a pasar después del posgrado de Colin, silenciaba a su mente cuando se imaginaba cosas innecesarias, claro que no era lo más sencillo, pero estaba acostumbrada a, muchas veces, reprimir sus emociones, a no escuchar cuánto sufría su corazón, a fingir que todo estaba perfecto.

—Estoy tratando de vivir el presente, Vi —sollozó.

—Pues, no lo estás haciendo bien —recalcó.

Se apuntó de nuevo, mas no la miró directamente.

—Lo amo tanto, que siento en mi pecho una fuerza sobrenatural cuando trato de explicar la magnitud de mis sentimientos hacia él, se siente como si mi corazón se moviera de lugar o como si quisiera escapar, agujereándome en el medio para salir.

—De acuerdo...—No quería interrumpir ese desahogo.

—Él piensa que sé mantener mi compostura con lo que respecta a imaginar el futuro, pero lo cierto es que fantaseo todo el tiempo, especialmente antes de dormir, fantaseo con nuestra boda, con nuestros hijos, con nuestra casa. Tengo demasiadas ilusiones, y eso me asusta porque es la primera vez que me pasa. Y Jane dice que imaginar un futuro con la persona que amas es lo normal, pero, esta vez, rechazo lo normal, porque nunca consigo cumplir mis sueños. Colin se irá a Cambridge, está completamente seguro de eso, y luego se mudará a Boston, lo sé, dice que está abierto a otras escuelas, pero es tan obvio que terminará en Harvard.

—Pues, ve con él —sugirió.

Emma miró a la cámara y secó sus mejillas con el cuello de su vestido.

—No puedo ir con él. Tengo una carrera que terminar.

—Pfff. Ni siquiera te gusta lo que estás estudiando.

Emma mordió con fuerza, y respondió:

—No puedo ir con él por muchas razones.

—Entonces, tendrás que acostumbrarte.

Ahora bajó su cabeza, frotándose uno de sus ojos con la palma de su mano.

—Necesito olvidarme de esto o lo arruinaré todo.

—Bien, bien. Hablemos de otra cosa. A ver, dime si ya lograste encender tu relación; es importante, teniendo en cuenta el tema anterior. Emma, escúchame, tienes un puto verano al lado de tu novio; el imbécil no tomó ni una clase porque quiere dedicarse a ti. ¿Acaso piensas que abandonó a su tutor porque quiere descansar? —hizo comillas con sus dedos—. ¡No! Se muere por follarte todas las noches. Para eso se creó el verano; para beber, estar bajo el sol y tener sexo. Me estresa lo tonta y lerda que eres.

—E-estoy en eso —aseguró, mirándola.

—¿Ya lo hicieron sin condón? —apuntó a la cámara con su barbilla.

—¿Estás loca? —frunció sus cejas, pero ahora lo hacía por indignada.

—¿Le tienen miedo al éxito? —se burló con risas.

—Hacerlo sin protección es un acto súper irresponsable —contestó con rigidez.

—Demonios, eres increíblemente aburrida —bufó.

Emma se rascó entre su cabello, y preguntó tímidamente:

—¿Cómo le haces para no embarazarte?

—Mírala —soltó una carcajada—. Le gusta la idea.

—¿Qué? ¡No! —exclamó, luego miró hacia la puerta, preguntándose si es que alguien la había oído, mas recordó que su padre había salido—. Te pregunto cómo le haces porque tu vida sexual es muy llamativa.

—Solo he tenido un susto en mi vida, Emma, y no tuvo que ver con mi irresponsabilidad. —De nuevo, aparecieron las comillas frente a la pantalla—. ¿Crees que Colin reaccionaría tan escandalosamente como tú si le dices que olvide el preservativo? Apuesto a que sí, es un maricón, exactamente como tú.

—Pues..., sí.

—Maricones —tosió en su mano.

—Tal vez sí tengas razón sobre mi aburrida vida sexual —admitió, recordando cómo el día anterior enloqueció por unos cuantos besos en el sofá—. Pero... pero ni siquiera es oficialmente verano, sabes.

—Verano o no, yo solo sé que lo estás desperdiciando.

—N-no...

—Sí. Dime dónde estás tú y dónde está él.

Emma miró a su alrededor, y contestó:

—Hoy tiene que cuidar a una pequeña. La amiga de su madre, quien es como una tía para él, le pidió ese favor porque no encontró niñera esta noche, así que estará en su ático cuidando a una niña de dos años.

—Entonces, llegarás tú a interrumpirlo cuando la niña se haya dormido.

—No...

—¡Emma! ¿No lo ves? Estás rechazando la idea de encender tu relación; encenderla implica ingenio y unos cuantos riesgos. Dime algo más excitante que tu pareja llegue de sorpresa para follar justo en la noche en la que debes actuar con responsabilidad. ¡Vamos! ¡Ve a su ático y lánzate cuando la engendra se duerma!

—No haré eso —se ruborizó, mirando hacia abajo.

—¡Sí, lo harás! ¡Y llevarás una braga diminuta!

—No tengo de esas...

—¡Ahhhhh! ¡Me estresas!

—Vivian, no hay forma en que vaya de sorpresa para follar mientras esa bebita duerme.

⠀⠀⠀⠀⠀

¿No? ¿No había forma?

Esperamos que te hayas mordido la lengua al pronunciarlo, Emma.

—Buenas noches, señorita Miller —saludó el portero de la Golden Hill.

Emma alzó una mano para saludarlo mientras que con la otra se acomodaba la falda que se le subía al caminar, era una de vaquero, negra, y con sus kilos de más, combinados con la pequeñez de la talla, le quedaba tan apretada que Vivian le dijo «Ahí está mi putita favorita, necesitas aparecer más seguido» cuando Emma le enseñó lo que se puso por medio de la misma videollamada.

Esa noche no se maquiló, se dirigió al ático de él al natural... y con la braga más sexi que encontró entre sus ropas interiores de mojigata (calificativo ofrecido por Vivian), era negra y tenía encajes, ni siquiera recordaba haberla comprado, entonces, su amiga le confesó que la cargó a su cuenta cuando fueron de compras por última vez, exactamente cuándo se distrajo con otra prenda. «Te hice un gran favor, y al idiota también», pronunció la pelirroja, quien se sintió gloriosa cuando ella admitió que tenía razón en lo primero.

En el ascensor, se miró la blusa de seda con tirantes que eligió, cruzó sus brazos para tocarse la zona de sus bíceps blanditos. No podía creer que salió de su recámara con esa ropa, pensó en que necesitaba analizar el poder de influencia que tenía su mejor amiga sobre ella, pero no solo se trataba del atuendo, sino también del hecho que estaba subiendo al ático de Colin con intenciones de seducirlo, únicamente de seducirlo, ni siquiera fue a saludarlo, solo fue a coger.

Que el Dios de Colin la perdonara.

Llenó sus pulmones de aire y acomodó su escote, entonces, las puertas se abrieron.

¡Yo quisiera ya ser un rey! —cantó Mercy a todo pulmón desde la sala.

¡¿Que qué?!

Heidi frenó frente a las escaleras que pretendía subir y miró a Emma.

En el ático sonaba dicha canción de El Rey León.

—Ho-hola —saludó la segunda, yéndose en marcha atrás, entonces, el ascensor se cerró contra su cuerpo, haciendo sonar el timbre—. O-olvidé, olvidé mi bolso —se bajó la falda, usando sus dos manos.

—Linda, ¿quién es? —preguntó Colin, quien regresaba de la cocina con una botellita de florecitas.

Al menos Emma consiguió lo que se propuso: lo sorprendió... y muy grande.

Colin frunció sus cejas de forma confundida cuando miró la ropa que Emma estaba empeñaba en cubrir con sus brazos cruzados. La halló tan malditamente incómoda. Es que Emma no comprendía nada, si él le había mencionado que su familia no dormiría en el ático, pues Theresa planeó dormir en Brooklyn por el fin de semana; Colin también le había mencionado que cuidaría solo a Sophie, pues no quería molestar a Shizu, quien dormía temprano; además, dijo «Soy un experto cuidado niños, todo el mundo lo sabe, por eso mi tía recurrió a mí». Emma pensó que Colin había sonado arrogante, y eso le provocó entre gracia y ternura, que presumiera, de forma indirecta, su afinidad con los niños, era tan atractivo.

Pero no era momento de pensar en el posiblemente padre perfecto que se convertiría Colin en el futuro.

¡Estaba parada en el ático de él con una falda que le apretaba y la hacía ver como una salchicha!

—So-solo... pasaba a decir hola —suspiró.

—Hola —respondió Colin.

Sabía que ella no estaba ahí solo para decir hola, aunque no tenía idea de que estaba ahí solo para coger, asumió que fue a hacerle compañía, jamás pensó en qué clase de compañía. Es que Emma no acostumbraba aparecer de forma casual solo para follar, por lo que hubiese sido una sorpresa acompañada de fuegos artificiales imaginarios.

—Eh, pasa —continuó—. Mis padres no están, se tomaron el fin de semana para ellos dos. Entonces, me quedé a cargo de cinco niños; no te preocupes que Shizu me cubrirá mañana. Estábamos por ordenar helado.

Impura.

Desvergonzada.

Estaban por ordenar helado.

—Di, ¿ya saludaste a Emma? —preguntó Colin.

—Hola, Emma —saludó Heidi, y subió corriendo las escaleras.

Colin se acercó a la baranda, y exclamó, mirando hacia arriba:

—¡Baja en seguida! ¡Te necesitamos para terminar el rompecabezas!

Y estaban armando un puzle.

Emma se sonrojó por lo avergonzada que se encontraba de sí misma, entonces, Colin la tomó de la cintura con una mano y le dio un beso en los labios antes de percatarse del rubor que tiñó toda esa cara.

—Mi nena parece una cereza —sonrió.

Ella colocó su cabello detrás de sus orejas y bajó su mirada hasta sus pies.

—Tu nena no puede respirar con su falda, será eso —contestó sin verlo.

Él se acercó más y metió una de sus manos en el bolsillo trasero de la falda.

—Todo lo que usa mi nena le queda bien, pero quisiera saber por qué se puso una falda que odia.

Emma se encogió de hombros, y respondió:

—No encontré ropa limpia.

—Discúlpame por no reírme, es que no le encuentro la gracia.

—Vivian me convenció.

Colin suspiró.

Tenía tantas cosas que decir al respecto, desde «No puedo creer que sigas haciéndole caso a esa mujer» hasta «Lo que más me molesta es que ella sabe que en realidad estás incómoda». Pero no iba a decir ni mu, pues apenas en la mañana se había curado del malhumor del día anterior, y escuchar a Emma defender a su amiga le iba a provocar hasta migraña.

—¡Alguien necesita con urgencia un cambio de pañal! —exclamó Cathy desde la sala.

—Ese es mi trabajo —le dijo Colin a Emma.

Él se dirigió a la sala y ella se limitó a seguirlo.

—Saluden a Emma —ordenó.

—¡Hola, Emma! —dijeron todos, incluyendo Thomas.

—Hola —contestó Emma, moviendo su mano derecha con timidez.

—Y ella es Sophie. —Colin se acercó, cargando a la pequeña niña de cabello castaño rizado—. Nos quedaríamos a charlar, pero tenemos una emergencia —se alejó de la sala—. Puedes acompañarnos.

—Emma no quiere oler eso, Cole —dijo Mercy.

Emma soltó una carcajada por obligación y lo siguió sin dejar de estirar su falda hacia abajo.

En la última habitación del ático, había un bolso de pañales sobre la cama. Y por cada segundo que pasaba, Emma se sentía más avergonzada. Pero Colin no tenía idea de lo que estaba aconteciendo en la cabeza de su nena, pues estaba enfocado en hacer las cosas perfectamente bien con Sophie.

—¿Cuándo aprendiste a cambiar pañales? —preguntó con sus brazos cruzados, mirando la ciudad por el ventanal. Tenía que admitir que le desagradaba la idea de limpiar traseritos ajenos.

—Hace catorce años, supongo —acostó a Sophie sobre la cama.

—¿A los diez años? —giró a verlo sin bajar sus brazos.

¿Por qué se sorprendió? Si sabía que Colin fue obligado a crecer rápido. Ella tenía cierto conocimiento sobre cómo se comportan los niños a esa edad, por Sídney de niño, claro, y creía que Alan podía ser considerado como un niño de diez... y éste apenas sabía bañarse solo. En conclusión, Colin empezó a cambiar pañales a la edad en la que una madre regaña a su hijo por oler precisamente a pañal mojado.

—Eh, sí —abrió el pañal—. Dios Santo, Sophie.

—Sí, Dios Santo —dijo Emma.

El olor apestó toda la recámara.

—Bien, hermosita. Lo siento mucho, pero tendré que limpiarte en la ducha porque te empastelaste...

—Qué lindo término, empastelar.

—Y ninguna bebita se irrita cuando Colin está a cargo.

—Temía que dijeras algo como eso.

En realidad, le hubiese encantado grabarlo.

Colin tomó unos calcetines del bolso de Sophie y se lo lanzó a Emma.

Ambos rieron.

—¿Necesitas ayuda, Cole? —preguntó cuando éste se metió al baño con la pequeña.

—¡Noo! —exclamó.

Predecible.

Pocos minutos después, Sophie estaba impecablemente vestida otra vez.

—¿Quieres subir con Emma? —preguntó Colin en medio de una sonrisita.

—No —respondió Sophie.

—Sé que no soy la clase de persona que atrae naturalmente a los niños, eso impide que me sienta ofendida en este momento. —Emma observó cómo Sophie abrazaba el cuello de Colin para evitar que la robaran.

—Nadie atrae naturalmente a los niños, debes ganarlos —besó la mejilla de Sophie.

Emma cruzó sus brazos y se dirigió todo su peso sobre su pierna izquierda.

—¿Recuerdas cuando pasamos por un minimercado cerca de la medianoche? Un bebé en la fila de la caja no paraba de reírse contigo... ¡y su madre nos dijo que no era precisamente el bebé más sociable!

—Todavía no entiendo qué hacía un bebé comprando vodka a esa hora. Qué irresponsable.

—Demonios. Te estoy hablando.

—¡Shh! ¿Te imaginas que Sophie regrese a su casa repitiendo esa palabra con d? ¿Sabes a quién le echarán la culpa? —abrazó a la niña, a lo que Emma alzó sus manos—. Sophie, ¿quieres que Emmy te enseñe unas medallas? Mira —caminó hasta un estante y tiró del brazo de la otra adulta de la habitación.

—No quiere que le enseñe unas medallas, Cole —suspiró.

—No estás poniendo de tu parte para ganarla. Corazón, de verdad necesito que la cargues para deshacerme correctamente de ese pañal —miró a Emma, directamente a los ojos.

Estaba comportándose un poco maniático, eso pensaba Emma, y esperaba que tuviera a alguien que lo sacudiera, de vez en cuando, el día en que fuera padre, que pronunciara «Colin intenso» entre tosidos.

Pero bueno. Logró ganarse a Sophie, y no le costó mucho, pues Colin hizo todo el trabajo de acercamiento, entonces, él pudo deshacerse del pañal correctamente mientras Emma cargaba a la beba.

—Nueva razón para admirarte, no sé cómo le haces. ¿Estás bien? ¿No quieres vomitar tu comida? ¿Sí cenaste? —inquirió Emma, parada junto al estante. El olor a pañal seguía impregnado en toda su nariz.

—Sí, no, sí —respondió Colin, desde el baño.

—¿Qué cenaste? —giró a mirar hacia ahí.

—Eh, pizza, cené pizza —tiró del retrete.

El ruido se instaló como muro en la conversación.

Emma regresó su mirada hasta Sophie.

—¡No, Sophie! ¡Sucio! ¡Gérmenes! —exclamó.

La niña había llevado una medalla a su boca. Y Emma también tenía su lado maniático; le sacó la medalla de la boca... y de las manos, activando el superpoder de todo bebé: el llanto capaz de romper ventanales.

—¡Emmy mala! —dijo Colin, ya estaba cargando a Sophie.

—Le estás dejando un mensaje equivocado. No soy mala por sacarle una sucia medalla de la boca —frunció su ceño, llevando una de sus manos a su cintura—. Además, tiene que aprender a frustrarse, se nota que sus padres la sobreconsienten, ningún bebé tolerante a la frustración llora de esa manera, Colin.

—Oh, por Dios. Insinúas que la estoy malcriando —abrió su boca.

—Porque eso es lo que estás haciendo, y luego yo soy el mal ejemplo —bufó.

Sophie estaba sollozando en medio de esa absurda discusión.

—Ya, no seguiré. Sophie no debe presenciar esto —caminó hacia la puerta.

—¿Presenciar qué? —habló frustrada, siguiéndolo.

En la sala, Cathy se levantó del sofá con una mueca de tristeza.

—¿Sophie, por qué estas llorando? —se acercó a cargarla.

—Cole, la pizza llegó. Saqué dinero de tu billetera para pagarla —informó Thomas.

Emma, quien se estaba acomodando su ropa, alzó su barbilla lentamente para observar cómo Mercy abrió las tres cajas de pizza sobre la mesa de centro; a continuación, miró hacia Colin, y sus ojos se encontraron en el momento exacto. Tan inteligente y tan estúpido. Le mintió sin vergüenza, le mintió.

—¡A-amor! —exclamó él.

Los cuatro hermanos vieron cómo Colin persiguió a Emma hasta el ascensor.

—¿Cené pizza? —Ella negó con su cabeza mientras mantenía su ceño fruncido, apretando el botón con insistencia—. ¿Sabes qué es lo que más me enoja? —lo apuntó con su índice y presionó el pecho de él.

—No tengo idea, mi nena...

—¡Que ahora estoy pensando en cuántas veces me habrás mentido de la misma manera! —regresó a apretar el botón con fuerza, luego se tomó de la frente—. Al final, me da gusto haber venido, de lo contrario, nunca me hubiese enterado de lo mentiroso que eres.

Mentiroso.

Era la primera vez que lo llamaba así.

—Hablemos —pidió con la voz apagada.

—No. Tienes mucho qué hacer aquí. Hablaremos mañana —apretó el botón.

—Pero mañana es el concierto —la tomó del brazo.

—Pues, ese es tu problema —contestó sin mirarlo.

Las puertas se abrieron y subieron los dos.

—Me enoja que no intentes ponerte en mi lugar —dijo él.

—Lo haría, Colin, me pondría en tu lugar si tan solo me dijeras «No cené, no tengo apetito y no quiero comer», pero tú ni siquiera pones de tu parte, tampoco quiero imaginar desde qué hora estás ayunando. Y ahora me encuentro buscando en mi archivo si alguna vez te mentí en el pasado, solo porque quiero que estemos a mano para calmarme, pero no lo encuentro. Siempre te dije la verdad —Sus ojos se llenaron de lágrimas, inmediatamente después de pensarlo—; cuando no tomé mi medicina, cuando cancelé una sesión con Jane, siempre te lo conté cuando me preguntabas al respecto, incluso sabiendo que ibas a enojarte. No quiero que nada malo te pase —liberó todo su llanto.

Colin quiso abrazarla, mas fue vilmente rechazado.

—No me pasará nada malo —susurró.

—Cuándo te tocaba almorzar en el departamento de investigación, ¿en verdad lo hacías o también mentías? —lo vio a los ojos.

—S-sí..., lo hacía —suspiró, cerrando sus ojos por un segundo—. La mayoría de las veces sí, porque Cohen almorzaba con nosotros, pero otras veces no. Y sí, te mentí, porque no me gusta preocuparte.

Emma hundió sus dedos en su cabello.

—No querer preocupar jamás será una excusa válida, Colin. ¡Jamás!

Colin cubrió su cara, suspiró, despeinó su cabello, luego agarró su reloj.

—Dime qué tengo que hacer para solucionar este desastre.

El ascensor paró en el vestíbulo.

—Ni siquiera yo sé qué debes hacer —presionó con impaciencia el botón para que la compuerta se abriera, y se fue rápidamente, sin descuidar su falda.

Colin observó cómo se alejaba, luego presionó el botón de su piso.

Caminar una calle hasta su torre fue de las peores cosas que le habían pasado desde que regresó a la ciudad, pero no tenía tiempo parar pedir a Howie, ni siquiera a un Uber, y no le gustaba subir a taxis sola. Colin se enojaría de enterarse que regresó caminando. Demonios. ¿Qué derecho tenía Colin en ese momento? Ninguno. Estaba tan dolida que la caminata con su falda apretada pasó a segundo plano.

«Eh, pizza, cené pizza».

Debió haberlo sabido, por ese tono de voz, por cómo tiró del retrete para cortar la conversación. Otra vez, demonios. Pero quizás ella lo supo con anticipación, y perfectamente, mas se negó a aceptar que le mentía. ¡Quería romper en llanto de la rabia que sentía!

Entonces, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo trasero.

No lo sacó, no.

—Regresaste temprano, reina —dijo Archie.

Emma no le respondió, fue directamente al ascensor.

Y de ahí, a su recámara.

Se quitó la falda con rabia y la aventó contra el suelo. Se miró, lo que para ese momento era, su ridícula braga. Fue a su guardarropa para cambiarse por completo. Dejó tiradas todas sus prendas en el suelo y se dirigió a su cama con su ropa de dormir puesta. El teléfono sonó de nuevo. Lo miró, ahí estaba, Oschner, tan insistente, también le había mandado mensajes que ella no pensaba leer por el momento.

—Emma —se presentó, abriendo la puerta.

¿Qué carajos? Casi la mata del susto, amigo.

Necesitó subir para darles una breve y dura indicación a sus hermanos. Puso a Mer a cargo, es que estaba tratando de darle su voto de confianza, ja, confianza. Luego corrió hasta Crystal Empire, tan rápido como sus pulmones se lo permitieron, y Archie lo saludó, cabe resaltar que éste fue vilmente ignorado de nuevo, pero entendió lo que estaba pasando. Había una gran tormenta de verano en el paraíso del amor.

—Me siento mal —dijo.

Emma se sentó, recostándose contra las almohadas.

—¿Tus hermanos están capacitados para quedarse solos con una niñita?

—No, absolutamente no. Pero estarán bien —cerró la puerta tras él.

Emma flexionó sus piernas y las abrazó, escondiendo su rostro entre ellas.

—No quiero pelear contigo.

—No estamos peleando. Tú estás enojada y tienes derecho a estarlo.

Lo miró, secándose las lágrimas.

—¿Sabes por qué fui hasta tu ático con una estúpida falda en la que ni siquiera quepo?

—Me encantaría saberlo, corazón —se acercó y tomó asiento en la orilla de la cama, junto a ella.

—Quería que hiciéramos en amor —limpió su mejilla con su muñeca.

Inesperado, pero no podía darle suficiente atención al tema mientras Emma siguiera enojada.

—Sabía que tenías algo más aparte de esa falda —se arrimó hacia ella y le colocó el cabello tras una de sus orejas—. Perdón por mentirte hoy y en el pasado. Fui egoísta porque nunca me puse a pensar en cómo te sentirías, solo pensaba en cómo ibas a enfadarte conmigo, nunca en lo que en verdad importa.

Emma se arrodilló sobre la cama y se lanzó para abrazarlo.

—No quiero que nada m-malo te pase, Cole.

Colin la abrazó también, agarrándola de la nuca con vigor.

—Es que no me pasará nada malo, mi amor —cerró sus ojos.

—No quiero que nada malo nos pase. —Sus dedos se engancharon a la piel de él en un perfecto encastre, su fuerza se multiplicó, aferrándose al abrazo, a él, como si fuera la última vez que lo tendría.

—¿Te preocupa eso? —alejó su cabeza y la cogió del mentón, necesitaba ver esos hermosos ojos.

—N-nunca peleamos y, y no quiero empezar ahora.

No podía decirle lo que en realidad sentía, no podía decirle que temía que conociera a otra mujer cuando se mudara lejos de ella. Tenía el asunto en la punta de la lengua, pero no lograba abrir su boca para soltar sus palabras, estaban acorraladas y chocaban contra sus dientes. Nunca habían hablado sobre un tema que implicara conocer a alguien más, pues la mayor parte del tiempo estaban enfocados solo en ellos dos. No quería que reaccionara mal, que la acusara de no confiar cuando confiar en él era todo lo que conocía.

—Pero no estamos peleando —le dio un beso en la boca.

Emma se sentó sobre sus piernas, rompiendo el abrazo.

—¿Me has mentido sobre algo más? —limpió su rostro y frotó su nariz.

—No, Emma —miró hacia abajo.

Dios, le dolía tanto como a ella.

—¿Estás seguro? —insistió.

Tenía sentido que dudara.

Y lo peor de todo es que no estaba seguro.

—Sí —respondió, viéndola a los ojos con la mayor seguridad que pudo fingir—. No quiero que las cosas se pongan raras entre los dos. Sé que cavé un enorme e innecesario agujero en nuestra confianza, y jamás podré perdonármelo, Emma, el cómo arruiné una de las cosas que más disfrutamos de nuestra relación. Ahora dudarás de mí todo el tiempo, incluso por cosas sencillas, pero me lo merezco, supongo.

—Cole, lo único que tú mereces es amor —habló sin interferir en sus miradas.

Ya estaba mucho más calmada, aunque decirlo está de más.

—Mi nena tiene el corazón más grande y hermoso del mundo.

Colin se estaba carcomiento mentalmente, y físicamente estaba padeciendo de taquicardia mezclada con una sensación de ahogo, pero no iba comunicar nada de eso. Ding-ding. No hacía falta que lo comunicara porque Emma ya lo sabía, y no porque fuera una bruja, sino porque Colin tenía sus ojos vidriosos, lo que indicaba que estaba mal, también llevó su mano a su pecho, cosa que hacía de forma inconsciente cuando sentía que le faltaba el aire.

Emma le rodeó el cuello con sus brazos y se tiró hacia atrás para acostarlo sobre su pecho.

—Deseo que esta noche duermas tranquilo.

—Me pides más de lo que puedo dar.

Ella despeinó el cabello de él con sus dedos.

—Pero esto no volverá a pasar, ¿cierto?

Ya, dile que fumas, imbécil.

Colin despegó su cabeza para verla a la cara.

—No —contestó y regresó a su posición sobre el pecho de Emma.

—Somos imperfectos, ¿cierto? —prosiguió, mirando el techo, sin dejar de acariciarle.

—Esa definición nos queda corta —la agarró de la cintura con una mano, cerrando sus ojos—. Tengo más problemas para comer cuando estoy en la ciudad, mis padres me generan mucho estrés —confesó.

—Quizás... quizás debas ir a un especialista —bajó una mano para darle cariños en la espalda.

—Es mi ansiedad, Emma. Toda mi vida he luchado contra ese síntoma. No quiero que te quedes pensando antes de dormir en las mil maneras en las que puede pasarme algo malo. Intento cuidarme.

—Sé que puedes hacerlo mejor.

—Pues, gracias por creer en mí.

—Siempre voy a creer en ti.

—Digo lo mismo.

Se quedaron callados, abrazándose.

—¿Cómo es eso que fuiste a mi ático para que hiciéramos el amor? —alzó su cabeza para verla.

Emma se ruborizó, y respondió:

—Quiero hacerlo más seguido.

—Define más seguido —cerró un ojo.

—No lo sé, hace como una semana tengo en mi cabeza la idea de encender nuestra relación.

—No sabía que estamos apagados —frunció sus cejas.

—Tú sabes lo que intento decir, Colin —mandó su cabeza hacia atrás, pegándola a la cabecera.

—Sí. No hemos tenido mucho sexo desde abril. Perdón —se acostó al lado.

Emma abrió sus ojos y giró su cuerpo para recostarse sobre Colin.

—¿Cuándo dejarás de disculparte por eso? —le tocó la frente, entre el cabello.

—Eh, cuando se me pase la culpa —la agarró del cabello con dulzura y suavidad.

Ella remojó sus labios y miró a un costado antes de decir:

Encender no es el término más apropiado, porque no hay nada que encender. Mi deseo de hacerlo más seguido no tiene que ver con el tiempo en que estábamos ocupados...

—Yo estaba ocupado. Siendo un completo idiota —interrumpió para corregirla.

Emma le cubrió la boca con una mano, y prosiguió:

—Mi deseo de hacerlo más seguido tiene que ver con las ganas que tengo de hacer de este verano algo memorable. Además, aquí, entre los dos —se acercó a una oreja de él, y susurró—: necesito verte desnudo más seguido, le hace bien a mi salud.

Y le destapó la boca.

Era una manera sincera de darle confianza.

Colin sonrió con sus ojos entrecerrados y se las ingenió para alcanzar a darle besos en los senos, por encima de la blusa. Emma se echó a reír, tirando su cabeza hacia atrás.

—Colin —mordió su labio inferior en medio de una sonrisa.

—Te amo —alzó su barbilla para verla.

—¡Emma! ¡J.J.! ¡¿Están en casa?! —gritó Jake desde la sala.

Emma se echó a un lado en la cama.

—Finjamos que no conoces mi recámara, para su tranquilidad —propuso.

—Claro —se recostó sobre sus codos.

Éste era el plan: Emma iba a distraer a su padre para que Colin fingiera que acababa de llegar, caminando desde el ascensor, pero abriéndolo para que oyera el timbre. Todo para la tranquilidad del suegro, que hacía tiempo dedujo, luego confirmó (gracias, Colin), que su florecita estaba bien desflorada.

El plan se puso en marcha cinco minutos después de haberlo planeado con meticulosidad.

Emma salió de su recámara y Colin la siguió sigilosamente.

Él logró escabullirse hasta la entrada, apretó el botón del ascensor. Tenía el corazón en la boca por algo tan tonto, es que seguía temiéndole a su suegro, pero ahora lo hacía de una manera menos dañina. ¿Lo más ridículo? No temía que le gritara o, en casos mayores, lo golpeara, más bien, temía que lanzara un chiste sobre él, que su mente acomplejada e insegura no pudiera tolerar.

Entonces, las puertas se abrieron.

—Cole, hola —saludó J.J. con una sonrisa.

Dios mío.

—Ho...

J.J. no lo dejó terminar, lo agarró del cuello para hacerlo caminar dentro del ático.

—¿Te vas tan temprano? —preguntó.

—Eh...

Se dirigieron a la sala y se quedaron estupefactos.

J.J. no soltó el cuello de Colin, valga la aclaración.

Emma estaba parada detrás del sofá, en la sala donde sus padres se hallaban.

Por un lado, Jake se encontraba sentado en el diván. Por otro parte, Holly estaba ubicada en el sofá. Estaban sentados en asientos separados, aunque lo suficientemente cerca para comunicarse de forma clara. En la mesa había papeles, y ambos tenías bolígrafos en sus manos.

—Oh, cielos —pronunció J.J., y por fin soltó el cuello de Colin.

Jake tragó saliva, y dijo:

—Gracias por responder cuando pregunté si estaban aquí, ahora resulta que hasta Colin está aquí.

No sonó amable.

Pobre mente acomplejada e insegura.

—Y-ya me iba. Eh, buenas noches. —Colin retrocedió en marcha atrás.

—Firmamos los papeles de divorcio —anunció Holly, girando a verlos, pero solo pudo mirar a Emma de reojo, pues era la causante de toda esa falla matrimonial—. Como siempre han tenido un evidente favoritismo hacia su padre, asumo que esta será la última vez que nos veamos en mucho tiempo. No regresaré a este ático, no pienso volver a pisarlo, lo que para alguien será como una verdadera bendición.

Colin frenó, y miró a Emma.

—Holly, no empieces de nuevo —le suplicó Jake, cansado de lo mismo.

—Emma, ¿me acompañas? —se metió Colin. Increíble. Pero fue, más bien, un impulso suicida con el que pretendía salvar la mente de su nena.

Emma miró a todos y se dirigió al ascensor con Colin.

No hablaron hasta que las puertas se cerraron.

—¿Estás bien?

—Mi papá finalmente será libre —lo miró a los ojos. 

Colin decepcionando al pueblo (en negrita, cursiva y subrayado). 

¿Cómo imaginan que Emma reaccionará el día en que se entere que su novio fuma? ¿Crees que Colin seguirá ocultándolo por mucho más? Pero, lo más importante, ¿crees que Colin merece ser perdonado?

Y vaya, el sugar daddy de muchas está camino a su libertad.  ¿Quién quiere ser la oficial ahora?

Adelanto: el próximo capítulo rockeamos. 

¡Los quiero! Nos leemos pronto. (Vota, no te cuesta nada... Hazlo por el pueblo)

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