15: Almas gemelas
En la universidad, Emma supo lidiar correctamente con el vacío que le produjo echar de menos las costumbres que tenía con su amado padre, tanto así, que solo necesitó un par de meses para habituarse a la distancia entre los dos. Pero había cosas que nunca dejó de añorar con la misma intensidad que en la primera semana, una de ellas tenía que ver con el despertar padeciendo de resaca por un exceso de helado y barras de chocolate.
Al día siguiente de la condenada gala, y el innecesario reencuentro de un antiguo amor de preparatoria, ella despertó en el sofá blanco, siendo las 4:00 p.m. de un miércoles, miró a su padre, quien se encontraba roncando como un oso en el diván de al lado. Anoche no durmieron, literalmente. Comieron, miraron un par de películas, bailaron y llamaron a J.J. para jugarle una broma, durmieron cuando el reloj marcó las ocho de la mañana. Tal vez fue la sobredosis de azúcar, o el sentimiento de añoro, pero a ninguno les dio sueño hasta que se dieron cuenta que ambos parecían unos mapaches drogadictos.
Unos mapaches drogadictos durmiendo en su basura. Había resto de latas vacías, palomitas de maíz sobre la alfombra, rebanas de pizzas y barras de chocolate sin terminar. Un escenario habitual cuando ese par hacía de las suyas.
Emma estiró su brazo, cogiendo el control remoto para apagar la televisión, que estaba en silencio mientras pasaba un documental de animales marinos; a continuación, tomó un almohadón para lanzárselo a su querido, y roncador, progenitor.
El cuarentón se sobresaltó en el diván, y gritó:
—¡Tú quieres que trague mi lengua o que me dé un ataque!
—Hasta acá puedo oler tu mal aliento —rió, seguía acostada con su pijama mangas cortas. Él tenía un pantalón azul marino, ella uno amarillo, y ambos tenían manchas de aceite en sus camisetas blancas.
—La verdad que mi boca sabe a zorrillo en descomposición —exhaló contra su mano para olerse mejor. Quejándose por su espalda adolorida, se acostó de lado para mirarla—. De seguro Colin no tiene mal aliento por las mañanas, ese muchacho es perfecto.
Emma entrecerró sus ojos, y lo apuntó.
—¿Es una especie de pregunta capciosa? —inquirió.
—¿Debería serlo? —entrecerró sus ojos de la misma manera.
—No. —Emma se acostó boca arriba, viendo la araña de cristal que colgaba en medio de la sala—. Son las cuatro de la tarde, y nadie llegó a despertarnos durante el interín. J.J. no durmió en casa. ¿Qué me harías si desaparezco de la misma manera? Te imagino colgando carteles de extraviada por las calles.
—¿Qué haría? No me hagas imaginarlo —suspiró por tan solo pensarlo—. Con respecto a tu hermano, tengo dos teorías sobre lo que pudo haberle ocurrido. Pasó la noche con una mujer o estará durmiendo en el sofá de alguno de sus amigos; solo espero que no llame a decir que lo perdió todo en un casino y que necesita dinero para regresar a casa.
—Es más probable que lo haya perdido todo en un casino a que haya pasado la noche con una mujer, pa.
—Lo sé —resopló—. Ya le dije que no quiero ser un abuelo anciano, quiero ir al supermercado con mi nieto y que las solteras me pregunten cómo se llama mi hijo, es mi sueño desde siempre.
Emma se echó a reír, y contestó:
—Tus sueños son extraños, pa. ¿Sabes? Joey Walton está embarazada y sus padres la están ocultando por eso, se embarazó de un don nadie, esas fueron las palabras con las que lo describieron las primas de Olimpia. En realidad, el padre es un Akerman quebrado. Me sentí mal, por Joey; siempre que tuve la desgracia de cruzarme con ella, me ha mirado como un bicho raro, pero siento mucha pena por ella.
—¿Tiene veinte? —preguntó, sacándose la comida de entre sus dientes delanteros.
—Eso creo. Límpiate las manos, puerco. —Ni siquiera lo había mirado para percibir lo que él estaba haciendo—. De acuerdo, te soltaré un chisme, pero prométeme que no llamarás a contárselo a todos.
—De todas formas, me lo vas a contar. —Se estiró para agarrar una servilleta de la mesa.
—Taylor está embarazada. ¡Y antes que te indignes porque eres el último en enterarse!... Ni siquiera Theresa lo sabía, hasta el domingo. No sé, me parece que han tenido muchos problemas para concebir que les dio miedo darles la noticia a sus seres queridos. Por favor, no la llames a acusarla de traidora.
—Estoy en shock —anunció, estrangulando la servilleta en su mano.
—Espero que nazca bien. Le pusieron Celina.
—¿Qué? ¿Ya va a nacer? —frunció su ceño.
—Taylor tiene una panzota —comentó.
—Me siento mal, me siento excluido de parte de todos —confesó.
—Pa, no es personal. D-debiste ver la cara de Theresa cuando esa panzota llegó a su ático —fingió una carcajada. Su padre acababa de confesar sutilmente que se sentía excluido por parte de todos, le hizo mal escucharlo—. Ehm... Jane dice que está orgullosa de mí. ¿Qué dice Stanley sobre ti? ¿T-te ve bien?
—¿Cómo te fue en la gala con Oschner? —preguntó.
Eso respondía a la pregunta de Emma.
—¿La gala? Hablamos en la madrugada sobre eso —le recordó.
—Pues, ya no lo recuerdo —esclareció su voz con un tosido.
—Me divertí... Es Cole, no se puede pasar un mal rato a su lado —sonrió, mirando el techo con unos ojitos enamorados—. Milo me saludó, eso no te lo conté anoche. Fue solo, sigue soltero, me parece.
—¿Sí? Me importa una mierda —bufó.
—Milo es agradable —opinó.
—Eso es lo que quiere que creas, florecita. Cada miembro de esa familia está podrido —suspiró profundamente. No iba a entrar en detalles, ella ya sabía de memoria lo que él pensaba sobre la familia Walton; además, tenía mejores cosas que decirle—. No sé si ya te lo confesé anoche, no lo recuerdo, pero igual necesito decirte que me enorgulleces, chiquitita. Sé que cada día das un paso adelante, también sé que no es nada fácil. Te amo, florecita.
—Ay, pa —alzó su cabeza para mirarlo, llena de dulzura.
—Eso no te lo había dicho anoche —cerró un ojo.
Emma negó con su cabeza.
Sentía un regocijo de felicidad en su corazón cuando lo escuchaba decir que estaba orgulloso de ella. Jane siempre le decía que no tenía el deber ni la obligación de ser el orgullo de nadie que no fuera de sí misma, ni siquiera orgullo de su padre. Pero ella quería serlo; deseaba que su padre se enorgulleciera de ella en su graduación. No tenía idea de que su padre, en ese momento, hablaba con el mismo orgullo que tendría en una ocasión como ésa. Cada paso que ella daba era una maravilla frente a los ojos de su padre, y de su hermano, ningún paso era corto ni pequeño, cada paso sumaba, cada paso era especial.
—Salgo del ático por unos días, y ustedes dos lo convierten en un chiquero.
Ambos se espantaron cuando la oyeron, pues el timbre del ascensor no les informó que Holly regresó luego de haber desaparecido por casi seis noches. Estaba maquillada, muy coqueta, lucía un traje rojo con entallado que resaltaba su pequeña silueta femenina. Creía tener motivo para escandalizarse, esos dos lucían como un par de enfermos que no tocaban el agua hacía una semana, además, todo eso que tragaron, la basura como prueba, solo los iba a hacer engordar más. No tenían remedio.
—Hola —saludó Jake.
La educación es importante.
—Iba a mandar a mi asistente para recoger unos documentos, luego pensé «Al carajo, nadie me quitará el derecho de pisar mi propio ático». Pero me arrepiento eternamente de haber regresado, esto parece un basurero y ustedes los ratones que habitan en él. —Holly miró por encima de su hombro a Emma, quien continuaba acostada en el sofá, y en silencio, sintiéndose intimidada por la simple presencia de su madre.
—¿Y tú eres del control de plagas? —preguntó él.
—Ojalá —cruzó sus brazos, viendo hacia Emma—. La reportera que mandé te encontró, me dijo que te negaste a tomarte fotos, quisiera que me contaras el chiste, porque fuiste en representación de la familia y ni una fotografía de la ocasión publicaste. Sin embargo, tu novio publicó una historia, dando a entender que estaba en la gran gala a la que ni siquiera debió asistir.
Emma sintió una sacudida de rabia.
—¿Qué? ¿Qué insinúas? —frunció su ceño, sentándose.
—Holly —masculló Jake para que se callara.
—¿Qué insinúo? —preguntó Holly—. Mejor te lo digo con claridad. Como cada año, recibí la lista de confirmados, me reí cuando los encontré ahí, pero la gracia que sentí se debió a mi propia tontería; llevo tantos meses tratando de entender porqué ese muchacho está a tu lado, y finalmente confirmé mi teoría. Serás idiota si no eres capaz de notar que el hombre quiere tu dinero, tu prestigio en nuestra sociedad.
Emma se puso de pie y la apuntó con su dedo.
—Saca a Colin de tu sucia boca.
Los enfrentamientos eran comunes, iban y venían todo el tiempo, gritos por aquí y berrinches por allá. Pero la agresión física nunca se había dado, hasta ese momento, en el que Holly se halló superada por su impulso violento. ¿Sucia boca? Emma casi siempre le faltaba el respeto cuando la enfrentaba, pero esa frase se sintió diferente. Y Holly se ofendió. Tan insultada se sintió que golpeó la mejilla de Emma, con una fuerza con la que pretendió herirla hasta la consciencia.
Todo pasó de un segundo a otro, tan rápido. Y la repercusión fue inmediata. Todo se silenció alrededor de Emma, no fue capaz de escuchar los gritos de sus padres, apareció un pitido desesperante, invadiéndole toda la cabeza, al mismo tiempo, sintió cómo su mejilla comenzó a arderle por la bofetada que recibió.
Sufrió una contusión mental. No se sentía ahí, en la sala, ni en el planeta.
—¡Me tienen harta! —exclamó Holly con una fuerza que sacó a Emma del agujero negro en el que se había metido—. Realmente, me he esforzado por comprender a esta mujer, pero me cansé de dar más de lo que recibo. ¿Quién te crees tú para hablarme de esa manera, idiota maleducada? Podrás odiarme, pero sigo siendo tu madre, así que ¡aprende a respetarme de una vez!
—Yo no tengo mamá —susurró, entre una mar de lágrimas comprimidas.
—¡Holly, lárgate ya! —Jake cogió el brazo de su esposa, con la intención de acompañarla hasta el ascensor, sin embargo, ésta lo empujó, pues tenía demasiadas cosas que decir todavía, se las ingenió para apartarlo a pesar de la diferencia que había entre la fuerza de los dos.
—¡Si no fuera por mí, no estarías en este mundo! —le recordó.
Emma se agarró del cuello, le dolía.
—Es cierto. Estás arrepentida, ¿verdad? —soltó el llanto, ese que no pudo contener más—. Desearía que nunca hubieras accedido a nada, desearía que nunca hubieras conocido a mi papá, desearía no haber existido, y desearía haberlo logrado a los quince años.
—¡Siempre es lo mismo! ¡Sacas tus problemas para victimizarte frente a tu papá! —La apuntó con su huesudo dedo etiquetador—. ¡Me haces quedar como la bruja de la historia! ¡Espero que seas consciente de que tú destruiste el matrimonio de tus padres porque te las has ingeniado para ponerlo en mi contra!
Emma miró a su padre, con la mandíbula temblándole. Tenía escalofríos en cada zona de su cuerpo, un dolor punzante en el cuello y una taquicardia que se manifestaba con ímpetu. Quería desaparecer, desaparecer de ahí cuánto antes, pero las palabras fueron empujadas desde su corazón al exterior.
—Por eso no debí existir, siempre he sido un estorbo en la felicidad de los demás —tapó su boca con una mano, y cruzó la sala en dirección a su dormitorio, en donde cerró la puerta con fuerza, y la trancó.
Se sentó de golpe en la cama, tomándose del pecho como si su corazón se encontrara amenazando con salirse de lugar. Oyó un estallido en la sala, ¿un cristal contra el suelo?
Tapó sus orejas y cerró sus ojos mientras buscaba pensamientos bonitos, recuerdos dulces, algo que le permitiera huir de la realidad en la que estaba. Pero no funcionaba, se iba a morir.
Una debilidad física se apoderó de ella, sintió como clavos lastimándole las plantas de los pies, necesitaba huir, huir de sí misma.
—¡Emma, abre la puerta ahora! —gritó su padre.
Emma se levantó, dirigiéndose al baño y cayó de rodillas en el camino, pues sus piernas desaparecieron, se adormecieron, estaba mareada. Recobró fuerzas para seguir su camino, entonces, se metió en la bañera y cubrió su rostro mientras lloraba amargura.
No lo entendía.
¿Por qué tuvo que nacer?
—¡Emma! —siguió exclamando al otro lado.
Jake se dio cuenta que no iba a conseguir nada gritando y esperando. Retrocedió unos pasos para, seguidamente, atropellar la puerta con una patada, mas la madera no cedió. Fueron tres intentos antes de que la puerta se rompiera, abriéndose. El dormitorio estaba vacío, miró con inquietud el baño encendido.
—¡Emma! —repitió.
La encontró en el baño, luchando contra una crisis de pánico.
—Florecita. —Se arrodilló junto a la bañera, pero no tocó a Emma.
—M-me voy a m-m-morir —balbuceó en medio de un dolor punzante en la garganta.
—No, florecita, claro que no —le miró los brazos, tenía toda la piel erizada. Ella comenzó a temblar con mayor intensidad, él lo notó, entonces, se dio cuenta que necesitaba darse un golpe, metafórico, necesitaba reaccionar, estaba oxidado, hacía años que le dio una crisis como esa—. ¡Estás bien, Emma!
¿Qué fue eso? Se sintió como un imbécil.
No estaba haciendo nada para ayudarla.
Y continuó de esa manera.
Se quedó mirándola por tres minutos, escuchándola llorar en ahogo, sin tener idea de qué hacer o decir, se estaba conteniendo para no echarse a llorar junto a ella como un impotente. Verla luchando le estrujaba el corazón hasta dejarlo como pétalo de rosa seco.
—¿Qué? ¿Qué sucede? —J.J. apareció en la puerta del baño, acababa de llegar y se dio un gran susto al encontrar una lámpara rota en la sala, pero más se asustó cuando descubrió la puerta de Emma—. ¡Emmy!
Emma flexionó sus piernas y escondió su rostro entre sus rodillas, se abrazó a sí misma, no quería hablar, no quería atención, quería que la dejaran morir en esa bañera, porque estaba segura de que ese era su fin.
—¡Emmy, háblanos! —insistió J.J.
—N-no puedo r-respirar —comunicó en un tono de ahogo.
—Debemos llevarla al hospital —pensó Jake en voz alta, en medio de la desesperación. La situación lo había superado por completo, no estaba actuando con normalidad, ese no era el súper papá que conocía.
—¡No! —gritó Emma, un poco más y se desgarraba la garganta.
El hospital era la representación del infierno para ella. A los quince años, sufrió un enorme trauma, trató de quitarse la vida, y todo cambió después de eso. El hospital era un lugar inquietante, paralizante. No enfermaba con frecuencia, pero, cuando lo hacía, siempre iba un médico a su domicilio, no había forma de llevarla al hospital sin que su ansiedad se disparara al espacio exterior.
—¡Ellos sabrán qué hacer, Emmy! —le animó J.J. —. ¡Pueden darte algo para eso que estás sintiendo!
—¡Eso es! —habló Jake, giró hacia el otro—. Hijo, busca una píldora, de las amarillas, sabes dónde se encuentran. Un vaso con agua también, rápido —volvió hacia ella, otra vez, tratando de tocarle el brazo.
Pero Emma se apartó como una cachorrita que temía salir herida.
—¿Quieres respirar conmigo? —le propuso él. Ahora estaba calmado, de apoco entró en razón, recordando los cientos de veces que habían pasado por lo mismo, solo era un ataque de pánico.
Emma comenzó a inhalar profundo, acordándose de cómo lo había practicado en su primera sesión con Jane, hacía muchos años atrás, luego exhaló, pero seguía sin funcionar, nada funcionaba, incluso se sentía peor que hace rato. Sería imposible llevar la cuenta de cuántos ataques había tenido a lo largo de todos esos años, sin embargo, seguía creyendo firmemente que se iba a morir cada vez que pasaba por uno.
—No funciona —le dijo a su padre, con una vocecita descarrilada.
De acuerdo, necesitaban encontrar otra herramienta.
—¡Aquí está, aquí está! —anunció J.J., regresando con la píldora y el agua.
—Emma, por favor —pidió Jake.
Emma miró la píldora e hizo un gran esfuerzo al tragarla. Uno de sus tantos pensamientos desordenados se basaba en que acababa de arruinarlo todo, no duró ni una semana libre de medicación. Holly tuvo razón al cuestionarle cómo iba a vivir sin medicina, no podía, estaba condenada a sobrevivir a base de píldoras,
—Eso es, florecita. —Él continuó dulcemente al comprobar que ella había tragado la droga, le pasó el vaso a J.J., y le pidió—: Tráeme mi celular, por favor. Florecita —miró a su hija—, ¿qué te parece si llamamos a Colin a preguntarle qué demonios está haciendo? A que está en su quinta plegaria del día.
Quería distraerla, Colin era la distracción.
—¡N-no! ¡No se te ocurra llamarle! —regañó.
—De acuerdo, de acuerdo —quiso calmarla. Ese tono de voz lo sacudió, estaba tratando de hacerlo bien, pero estaba fracasando grande—. Entonces, entonces, contemos, contemos juntos. ¿Va? Uno..., dos...
—Tres —sollozó.
J.J. se quedó en la puerta, con el celular en su mano, mientras los oía contar.
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El reloj electrónico de la recámara marcó las 5:30 p.m., Colin se hallaba acostado en su cama, escuchando música a través de sus auriculares inalámbricos; cerró sus ojos por un momento, se dispuso a cantar en su mente, a recordar a Emma, a imaginar cosas con Emma. Entonces, abrió sus ojos de nuevo y se encontró con Thomas, parado a un lado de su cama, como un niño psicópata, tenía una expresión seria, sensata.
Colin se quitó los auriculares y se apoyó en sus codos.
—Tommy...
—Mi entrenador tuvo un problema, y me pareció una excelente oportunidad para enseñarte lo que aprendí en los últimos meses. —Se anticipó a explicar su presencia—. Papá me compró un nuevo tablero. Vamos.
—Tom, hoy no —agarró una almohada y se tapó su cara.
—¡Cole, prometiste que jugaríamos! —le sacó la almohada.
—Hoy no me siento completo —expresó.
—Por favor, Cole —suplicó.
—Bien. De acuerdo —cogió aire.
A veces no podía ir en contra de sus hermanitos.
Normalmente, era un muchacho activo, no le gustaba acostarse en su cama sin hacer nada. Como mínimo, necesitaba leer un libro para sentirse bien, pues no hacer nada lo enfermaba, eso decía siempre, pero, esa tarde, todo se sintió diferente. Estaba desganado, tampoco quería dormir, solo deseaba acostarse y mirar el techo. Eso era lo que Eugene hacía en su tiempo libre, mirar el techo de la litera donde dormía en la residencia, Colin nunca entendió el placer de hacerlo, en realidad, seguía sin entender, pero era agradable.
Se levantó y recogió un té helado de la mesa de noche, arrastró sus pies con calcetines hasta la sala, los cubos de hielo se agitaron durante la marcha, haciendo un ruido contra el cristal.
Thomas estaba satisfecho, aunque todavía no estaba contento, se dirigió hasta el tablero de ajedrez que ordenó en la mesa de centro. Colin se agachó para recoger a la reina negra, inspeccionó la pieza. No tenía mucho que decir, su padre sabía cómo consentir a sus hermanitos cuando le daba ganas.
Se sentaron en la alfombra, frente a la mesa.
—Tienes que sacar tu celular de ahí —advirtió Thomas.
El celular de Colin se hallaba sobre la mesa.
—¿Qué? —preguntó.
—Te distraerás con Emma —bufó.
—De acuerdo —rió, y colocó el celular en la alfombra.
—No te rías, Colin —frunció su ceño.
—Tommy, cálmate un momento —pidió.
—No.
—¿Serás negras? ¿Quieres jugar con negras? —apuntó el tablero.
Entonces, en un momento tan indicado como ése, el tono de mensajes sonó.
Colin juntó sus manos, en señal de súplica y disculpas, y recogió su celular. Thomas resopló, perdonándolo por esa vez, sin embargo, se enfureció cuando pasaron dos minutos sin que Colin soltara el aparato, chasqueó sus dedos cerca de la cara de su hermano mayor.
—Perdón. Es mi suegro. —Lo miró una vez para luego regresar al celular—. Algún día entenderás porque no puedes ignorar los mensajes del padre de tu novia. Hoy no hablé con Emma en todo el día, quizás él sepa la razón. Y... sí, está durmiendo —leyó el mensaje que le acababa de llegar: «Ella está durmiendo».
—¿Vamos a jugar o no? —gruñó.
—Espérame cinco minutos —alzó un dedo.
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Jake Miller: Te escribí para invitarte a cenar con nosotros
Colin: En serio me encantaría, pero en la noche llega un amigo a la ciudad
Colin: Emma no lo mencionó?
Jake Miller: No
Jake Miller: A qué hora llega?
Colin: Como a las 7
Jake Miller: Entonces tienes tiempo.
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Colin miró el reloj, faltaba menos de media hora para las 6:00 p.m.
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Colin: Eh, sí
Colin: Voy ahora
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Bloqueó su celular y miró a su hermano.
—Tommy...
—¿Abandonarás por ella? —preguntó con una voz grave con la que pretendía ridiculizarlo. Estaba molesto, esto era importante para él—. Papá tiene razón, no quieres enseñarme a jugar como tú.
Colin se quedó boquiabierto, necesitó un segundo para quitarse lo pasmado.
—Thomas, me tendrás todo el verano aquí. Te prometo que te enseñaré en otro momento, es solo que mi suegro me escribió, quiere que vaya, ni siquiera es por Emma —trató de explicárselo.
—Hola a mis reyes —saludó Shizu, llegando de su clase de gimnasia para personas de la tercera edad, tenía una vincha en su frente. Se quedó quieta cuando descubrió la cara de los dos. Thomas estaba increíblemente enfadado, y Colin lucía estresado, preocupado, con una cara de súplica y casi lamento.
Colin se puso de pie, y dijo:
—¡Ya sé! Enséñale a Shizu a jugar.
—Cole, esta anciana ya no tiene cabeza para eso —respondió Shizu.
—No seas tonta. Anciana no eres, y nunca es tarde para aprender a jugar —le sacó el bolso de gimnasia, y la tomó de los hombros desde atrás para hacerla caminar hasta la alfombra—. Tommy, enséñale a Shizu, hiciste un gran trabajo enseñándole a Di. Tenemos suficientes tableros para hacer partidas simultáneas. Vamos, entrena para patear el trasero de Cate. Yo volveré luego, más tarde, en la noche.
—¡No! —gritó el niño.
Colin y Shizu se quedaron petrificados.
—¡No podré patear el trasero de Cate sin tu ayuda! —añadió.
—Pero te voy a ayudar, campeón. ¿Quién dijo que no? —Se le acercó con preocupación—. Tendremos todo el verano para eso. ¿P-por qué te enfadas tanto? Dime cuándo te he fallado, Tom.
—Ahora, ahora me estás fallando. —Se puso de pie.
—¿Por qué te enfadas tanto? —repitió la pregunta.
—¡Porque, a mi edad, tú ya estabas compitiendo y yo ni siquiera puedo ganarle a Cathy! —Se agitó, miró el tablero y con rabia lo lanzó al suelo. A continuación, se dirigió a las escaleras, caminando a toda máquina.
Shizu miró a Colin, y advirtió:
—Será mejor que arregles eso.
Colin vio el techo y suspiró, luego, caminó a las escaleras.
No pensó demasiado. Thomas siempre había sido un niño apasionado, fuerte, energético, pero les había sorprendido con esa reacción tan impulsiva.
Llamó a la puerta, lo encontró tumbado en la cama, boca abajo, se adentró al cuarto en silencio, mirando las medallas académicas, de primer y segundo lugar, que colgaban por toda la recámara, se sentó en la cama, y suspiró.
—Tommy, no necesitas un campeonato de ajedrez.
Thomas giró a verlo, y preguntó:
—¿Qué dices?
—Que me parece que el ajedrez no te apasiona, solo quieres una medalla. Y puedes tener miles de medallas haciendo lo que te apasiona. Mer me habló sobre tu último amistoso, dijo que estuviste genial —le acarició el cabello con dulzura—. Tú naciste para el tenis, campeón. ¿Sabes lo grandioso que es eso?
—Solo es tenis, Cole —le dio la espalda.
—Eso es lo que dice papá, y él no comprende muchas cosas, apenas acepta que Mer quiera dedicarse a la moda, incluso si mamá está dentro de ese mundo. No necesitas forzarte para ganar medallas que demuestren tu intelecto solo para satisfacer las expectativas de papá, algún día entenderá que no todos sus hijos nacieron con el mismo talento que él, o quizás nunca lo entienda, pero al final terminará aceptándolo. Eres brillante, Tommy. —Se inclinó a abrazarlo y le dio un beso en la cara—. ¿Me escuchas?
—Solo quiero ser como tú —susurró.
Colin tomó aire, no era la primera vez que se lo decía.
—Nunca serás como yo, Thomas. Y yo nunca seré como tú. Cate nunca será como Mer o Di, ni ellas serán como nosotros. Escucha —le tocó la oreja—, me llena de felicidad que admires todo lo que he conseguido solo, pero estos son mis logros, tú debes conseguir los tuyos, en lo que te gusta. Escribe tu propia historia, Tom, no dejes que alguien más la escriba por ti. Sé que ahora sientes que no puedes ir en contra de papá, y, ciertamente, es así, pero llegará tu momento, solo no olvides lo que en realidad te gusta.
—¿No tienes que irte ya?
—No me iba a ir sin antes hablar contigo. Te quiero, y mucho, por si no lo has escuchado en mucho tiempo. Estoy orgulloso de ti, de los cuatro, son lo más importante que tengo, junto con Emma. —Se acostó en la cama para abrazarlo.
Thomas giró y se pegó contra el pecho de Colin, abrazándolo con más fuerza.
—No eres un inútil, Cole.
Colin cerró sus ojos y le dio un beso en la cabeza.
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No era un día normal. Y él lo sabía. Alan se encontraba a una hora de distancia, nadie pudo predecir que, en aquel verano, Alan Moore pisaría la ciudad de Nueva York por una invitación de su parte; por otro lado, estaba desganado y perezoso, eso no era normal; lidiar con la rabieta de Thomas también se hallaba fuera de lo común; no sabía nada de su nena desde hacía horas, recibió un mensaje de ella a las cuatro de la mañana, que le decía que andaba en una súper divertida fiesta de pijamas con su papá, y que no había dormido nada. Quizás lo más normal que le había pasado fue la invitación de su suegro para cenar.
—Hola. —Se presentó en la cocina, donde encontró a Jake concentrado en picar vegetales sobre una tabla de madera, alzó la botella de vino tinto que traía consigo—. No quería llegar con las manos vacías.
—Gracias, hijo. —Se apartó de la tabla en busca de un recipiente de vidrio, no se detuvo a mirar a Colin, parecía distraído y algo serio. De acuerdo, estaba distraído y muy serio, pues no hizo ni una broma, ni uno de esos comentarios tontos que lo caracterizaban.
No era un día normal.
Colin se adentró al cuarto, y preguntó:
—¿Necesitas ayuda? No es molestia, al contrario —dejó la botella sobre una mesada.
Jake resopló y se le acercó con el recipiente entre las manos.
—No sé para qué te llamé, no debí hacerlo —confesó.
—¿Qué le pasó a Emma?
La acumulación de energía ansiosa surgió en su pecho de forma inmediata. Ya sabía que algo andaba mal, en el fondo lo sabía, porque no era normal que Emma desapareciera por tantas horas. Se odiaba, pues no entendía cómo pudo haber sido tan estúpido e ignorar aquel escenario tan fuera de lo común.
Colin transfiguró toda su cara, por eso Jake se arrepintió de haberlo mencionado. Vamos, en serio no fue necesario soltar esas palabras. Debió haber asumido la invitación que le hizo sin provocarle una crisis de ansiedad; debió haber medido su respuesta a la presencia de Colin, pero estaba muy mal descompuesto.
—Emma está bien —contestó.
—Sé que puedes ser más claro —masculló.
Ya estaba histérico. Y cuando se ponía histérico, no era consciente de sus palabras ni de su tono; por fortuna, su mismo suegro lo excusó, esa no era la manera correcta de abrir paraguas para dar una noticia.
—Eso era exactamente lo que Emma temía, y me matará si se entera que te puse en esta posición. Ella está bien, tuvo una crisis de pánico hace rato, ahora está durmiendo gracias al sedante que le dimos. En realidad, sé para qué te llamé. Te llamé porque siento que actualmente no hay otra persona que conozca mejor a mi hija, y necesito charlar con esa persona. Es decir, no te llamé por ella, te llamé por mí, porque me sentí superado. Pero no debí hacerlo, esto no tiene porqué ser así, no eres el pañuelo de la familia solo porque traes felicidad a nuestras vidas.
Colin cogió aire.
Él también se sintió superado, y no precisamente por la crisis de pánico de Emma, una lástima pensar que estaba acostumbrado a eso, pues rápidamente aprendió a lidiar con ello, era fuerte en ese sentido, creció sabiendo manejar situaciones drásticas. Claro que necesitaba saber por qué ella terminó en un pánico tan intenso que debió recurrir a una píldora, era importantísimo, pero su cerebro recogió como idea principal al llamado de su suegro porque éste necesitaba charlar con él. No sabía cómo sentirse, su suegro le tenía suficiente confianza para recostarse sobre su hombro. Hubo un huracán en su interior, de ansiedad y cierto alivio, una discrepancia total.
—Puedes llamarme por todo y a cualquier hora, Jake.
—Peleó con Holly, eso fue lo que pasó. Y me sentí tan impotente al verla sufrir.
Peleó con Holly, eso no lo sorprendió.
—Conozco el sentimiento —respondió—. Sé que aparentemente no hacemos mucho, también he deseado meterme a su cabeza para bajar el interruptor de pánico, sé cómo se siente querer la respuesta, pero basta con estar a su lado, que ella perciba un verdadero acompañamiento de nuestra parte. Es duro escucharla repetir que se va a morir, no te lo niego, sé que parece que todo lo manejo con tranquilidad, pero no es así, duele el sufrimiento de quien amas. Pero, por favor, no te sientas culpable ni impotente, Emma no quiere eso para ninguno, en especial para ti.
—¿Q-qué?
—Que Emma quiere tu felicidad. Sé que parece ella retrocedió porque necesitó de esa píldora; de hecho, mi labor cuando hablemos será convencerla de que eso no fue un retroceso. No te pintaré un arcoíris, diciéndote que ella está bien, aún tiene tanto que aprender y desaprender para alcanzar la plenitud, pero, Jake, Emma puede hacerlo sola, ya aprendió a vivir por cuenta propia, es hora que tú hagas lo mismo...
Dios mío, eso sonó bien en su mente.
—Disculpa. No tengo derecho a decirte cómo debes vivir. —Se ruborizó.
—No tienes derecho, pero sí tienes razón —respondió en tono decreciente.
Colin tomó aire de nuevo, y contestó:
—Emma ganará cada batalla, y no necesita que peleen por ella, sino a su lado, ¿comprendes? Está bien que te hayas paralizado hoy, no tienes la obligación de saber cómo actuar en todo momento, no eres el súper héroe de Emma, eres su papá. Y ella te ama tanto que ni siquiera sabe cómo expresarlo, Jake.
La cabeza de Jake descendió hasta mirarse las manos. No necesitaba pensar en Colin, mas fue inevitable, ese muchacho transmitía paz cuando hablaba, una ironía para alguien con un intenso trastorno de ansiedad. Había ganado su segunda estrella (la primera ganó en la salida que tuvieron la semana anterior). Odiaba apreciarlo tan rápido, pero también era inevitable. Era verdad, todo lo que le había dicho era verdad. Emma podía hacerlo sola, ya aprendió a vivir por cuenta propia, ¿y él?
—Gracias —contestó.
—No solo soy el novio de Emma, Jake. Puedes contar conmigo siempre —le aseguró.
Jake suspiró, y asumió:
—Entonces, cuento contigo para picar el resto de los vegetales.
—Obviamente. —Se acercó al fregadero para lavarse las manos.
Picando los vegetales, Colin pensó detenidamente en la clase de relación que se encontraba cultivando con su suegro. Se creía una persona madura, pero nunca creyó en la posibilidad de que pudiera llevarse bien con el papá de Emma, siempre creyó en la discordia suegro versus novio. Quizás fue víctima de la misma cultura, que implanta una barrera en dicha relación, o quizás fue el papá de Rebecca, quien siempre lo había tratado con cierta indiferencia a pesar de sus múltiples intentos por agradarle. Vamos, había salido con Rebecca por años, años cenando en casa de ella, y Colin nunca supo llegarle a su ex suegro.
Entonces, se dio cuenta de que no quería decepcionar a Jake. Vivía tratando de estar a la altura de las expectativas que tenían los demás de él, era patológico y lo sabía, pero en serio era necesario (no lo era) mantener el buen relacionamiento con su suegro. Era importante para Emma, lo sabía.
Y hablando sobre Emma. Colin había imaginado una conversación con ella, había formulado una respuesta que funcionaba para todo. «La curación no es lineal, eso no quiere decir que hayas retrocedido, tocaste el suelo por dos segundos, ahora estás en el medio, y sé que mañana estarás arriba de nuevo». Suspiró en más de una ocasión mientras se desempañaba como ayudante de cocina, y claro que el cocinero principal se dio cuenta, pero no lo señaló. Es que Colin no recordaba cuándo había sido la última vez que Emma sufrió una crisis de pánico, y era bueno recordando; quizás fue en abril, cuando ella se dio cuenta que debía trabajar en equipo con un chico que la intimidaba de forma indirecta con tanta extroversión, pero fue una crisis de corta duración y de baja magnitud, pasó inadvertida y él tampoco estuvo a su lado en aquella ocasión, sin embargo, en la noche ella se lo contó y no pareció afectada.
Deseaba esperar que el pánico de ese día tampoco la haya afectado, pero sabía que sonaría irrealista. Peleó con su madre por quién sabe qué, estaba preparado para lo que viniera en cuánto ella despertara.
—Hola, Colin —saludó J.J.
Colin acababa de tomar asiento frente a la mesa del comedor, en la cabecera se sentó Jake. La comida estaba servida, y J.J. llegó justo a tiempo del minimercado, pues fue a comprar postre helado, y terminó entretenido con la cantidad de sabores, pensar en cuál de todos podría ser del gusto de Emma también lo demoró, quería animarla con un poco de saber.
—Hola, J —respondió Colin.
—Dejé el postre en el refri, pa. ¿Dónde está la reina? —preguntó J.J.
—Despiértala. Tiene que comer, aunque no quiera —habló Jake.
Colin alzó su barbilla. Él se ofrecía para despertarla.
Pero, al final, fue J.J. quien fue, ya que Colin no se animó a decirlo en alto.
—Emmy —le tocó los pies.
Emma abrió sus ojos, pero volvió a cerrarlos de inmediato, y con fuerza. La despertó con suavidad, mas ella sintió como si le hubiese golpeado la cabeza con un tronco, se sintió brusco. No pensaba responder.
—La cena está servida, y ¿sabes quién vino? —continuó él.
—No quiero cenar —susurró.
J.J. colocó sus manos en su cintura.
—Entonces, tomaré una escoba y echaré a Colin como a una rata.
—Cierra la puerta al salir —pidió con el mismo tono débil.
—Lo haría, pero pa rompió tu puerta —giró para retirarse de ahí. Regresó solo al comedor, y les informó a los dos—: No quiere cenar, era obvio. Hasta me permitió echar a Colin como a una rata. No quiere hablar.
De forma automática y silenciosa, Colin se puso de pie y fue hasta la recámara de ella.
—¿Mi nena no quiere comer? —preguntó.
—Cole, por favor. —Se cubrió su cara con una almohada.
Colin se miró sus manos y avanzó hasta la cama, se sentó en el borde junto a Emma.
—Lamento lo que pasó, Emma. Tu papá me contó que peleaste con tu mamá. Quiero escucharte, si es que tú quieres contarme. ¿Podrías quitarte esa almohada de encima? ¿Por favor? Mi bebita hermosa.
Emma apartó la almohada y se sentó para abrazarlo de forma inesperada. Colin cerró sus ojos en tanto escuchaba cómo se abrió el grifo de llanto sobre su camiseta, la abrazó y le dio besos en la cabeza.
Ella no pudo contenerse al recordar las palabras de su madre, cómo acusó a Colin de tener un corazón codicioso, le dio tanta rabia que su sistema la evacuó por medio del llanto; además, le estaba ocurriendo eso que él anticipó desde el inicio, se sentía un fracaso por recurrir a las drogas para calmarse, se sentía un desastre porque seguía teniendo esos ataques de pánico que ella había pensado que se extinguieron.
—Tomé un sedante, tomé un sedante. —Se apartó, limpiándose los mocos con su muñeca.
—Está bien —le rodeó la cara con sus manos.
Se miraron.
—N-no quiero que llegue mañana, no quiero ir hasta donde Jane para contarle que tuve una crisis de pánico, que me drogué, ella estaba tan orgullosa de mí —cerró sus ojos para cortar el contacto visual, no quería mirarlo, mejor dicho, no quería que la mirara—. Holly, Holly está tan arrepentida de traerme al mundo, dice que destruí su matrimonio, que siempre he buscado la manera de ser su víctima frente a mi papá. M-me sentí horrible, y, y tuve pensamientos horribles —apartó esas manos que la sostenían, y abrió los ojos—. ¿Mi papá te llamó o viniste por cuenta propia? ¡Le pedí que no te llamara!
—Un tema a la vez —la tomó de las manos.
Emma se estaba mareando con tantas ideas que Colin tuvo que pararla.
—Quiero pensar que tengo motivos para estar aquí. —Su voz se quebró más.
—Claro que tienes motivos para estar aquí, Emma. Joder. Tu mamá no tiene idea del bien que le haces a los demás, y no es solo eso, estás destinada a grandes logros personales, lo sé. Si algo aprendí de mi padre, es que la gente infeliz necesita echarle la culpa a los demás de sus fracasos, corazón, tú no tienes la culpa de ningún matrimonio fallido, tampoco tienes la culpa de la infelicidad de tu madre. Ella sabe que eres feliz, lo eres, Emma, no me pongas esa cara —la señaló, ella le había hecho una mueca de desapruebo a lo que él estaba diciendo—, eres feliz hasta donde te permites serlo, y tu mamá te envidia.
—¿Envidia de qué? ¿De mis problemas? —bufó.
—No, de lo feliz que te ves dentro de tus propias limitaciones; además, sé que llegará el momento en que ambos podamos alcanzar la felicidad como un estilo de vida permanente y no como un estado pasajero —le dio un beso en la mano.
—Entonces, no eres feliz —susurró.
—Esto no se trata de mí, Emma.
—Pero eso fue lo que dijiste.
—Soy feliz, pero... hay cosas que necesito arreglar... y voy a arreglar. Conseguiré mi mejor versión, para mí, para ti, para mis amigos, para mi familia, incluso para mi papá, Emma, porque sé que él quiere verme destruido por, Dios sabe la razón —miró el techo por un segundo—, yo quiero enseñarle que no triunfó.
Emma secó sus lágrimas, y preguntó:
—¿Puedes repetirlo? Quisiera grabarlo para reproducirlo cada vez que él te haga sentir un inútil.
Colin mojó sus labios con su saliva, y tensó su mandíbula al decir:
—Emma, la vida no es fácil..., pero vale la pena. Y no, no te estoy hablando como el cristiano que ve esperanza en el sufrimiento, te estoy hablando como la persona con grandes metas personales. Quiero amarme más, voy a amarme más, quiero estudiar medicina, quiero casarme, Emma, quiero tener hijos. Esas son cosas que valen la pena. El sufrimiento es universal, pero no estamos aquí solo para sufrir, sino para disfrutar de la cosecha de todo aquello que alguna vez cultivamos con tanto amor, con tanto sacrificio. Tienes motivos para estar aquí, solo dime algo que deseas con todo tu corazón.
Emma miró hacia abajo, y contestó:
—Quiero aceptarme entera.
—¡Y lo lograrás! ¿Te das cuenta de eso? No estás deseando un unicornio, Emma, estás deseando algo completamente posible. Jane es de las mejores terapeutas del distrito. Ella está tan benditamente orgullosa, y seguirá estándolo mañana, cuando le cuentes lo que ocurrió hoy, no hay persona que te conozca mejor que ella, conoce tu historia, tu progreso, y con ella lograrás aceptarte entera, mi amor.
—S-sí...
—Dime otra cosa que deseas —la animó.
—Quiero... quiero casarme.
Colin alzó sus cejas, inclinándose hasta esconder su cara entre las piernas de Emma.
—Eso también es algo completamente posible —respondió desde ahí. Emma sonrió, hundiendo sus dedos entre el cabello de él, pero éste se irguió de nuevo, diciendo—: Me haces sentir como un adolescente ilusionado.
—Disculpa.
—No. La ilusión es buena, hasta cierto punto —peinó su cabello hacia atrás, pues sintió que ella lo había despeinado—. Ya entendiste el mensaje. Eres tan brillante, amor. Estás aquí por tantas buenas razones, y, en el fondo, lo sabes, por eso tienes esos deseos, y sé que tienes otros más, guardados en tu corazón.
Emma pensó que, definitivamente, Colin nació con el don de la palabra. Cada expresión que salió de la boca de él supo aniquilar cualquier pensamiento horrible de ella. Emma llamaba pensamientos horribles a ideas que se encontraban ligadas con la muerte, con su muerte. Y eso de que ambos tenían el mismo deseo de casarse, fue imposible que su corazón no sonriera al verlo sonrojado como un adolescente.
Se amaban, y no cabía duda. Lo sabían porque, en ese momento, él se acostó al lado de ella, envolviéndola entre sus brazos, y las pieles de ambos se erizaron en el contacto.
Les gustaba imaginar que sus corazones latían siguiendo el mismo ritmo. Les gustaba imaginar que eran almas gemelas, más allá del concepto, les gustaba creer que fueron hechos el uno para el otro. No creían que se complementaban, eso no, más bien, les encantaba pensar que sus almas fueron hechas del mismo espíritu; les gustaba pensar que eran dos almas independientes, pero nacidas de una energía en común que un día se dividió en dos partes iguales.
—Te amo —pronunciaron al mismo tiempo.
Ella cerró sus ojos y le dio un beso en el brazo que la rodeaba.
Él miró la pared, pensando.
—No necesito repetirte algo que sabes, pero... cada noche le ruego a Dios por todo eso que tanto deseas. Te amo tanto que daría mi vida con tal de salvarte de lo que fuera, y Él lo sabe, Emma. Oro porque seas feliz, conmigo o sin mí.
Emma giró a verlo con su cara disconforme.
—Odio cuando te pones de ese modo. Parece que me preparas para tu muerte.
—Esta vez no me refería solo a mi hipotética muerte.
Ella se tapó sus orejas.
—No quiero escuchar sobre el futuro incierto —advirtió.
—Lo siento —le destapó las orejas.
Emma pegó su cabeza contra el pecho de Colin, abrazándolo.
—Te amo bien —susurró.
—Lo sé. Tu amor del bueno es la prueba de que Dios me escucha —la abrazó más, cerrando sus ojos.
Dormir abrazados tenía su peculiaridad. Colin lo comparaba con el sentimiento de bienestar de un niño con su oso de peluche o mantita preferida. Dormir abrazados les daba la sensación de que todo iba a mejorar cuando despertaban, hasta las pesadillas desaparecían.
Durmieron juntos hasta las 8:30 p.m., momento en el que Colin sintió la vibración de su celular en el bolsillo trasero de su vaquero azul. Inhaló profundo, desperezándose, y sacó el celular, lo revisó con su mirada entrecerrada y el ceño fruncido que siempre lo acompañaba. Miró cómo Emma se hallaba durmiendo como un angelito, sosteniéndolo del brazo que la rodeaba. Colin le dio un besito antes de darle importancia al mensaje de su hermana, que iba junto con una fotografía del momento.
Entonces, descargó dicha foto.
Y brincó de la cama al suelo, sobresaltando a Emma.
—¡Cole! —exclamó asustada.
—¡Alan... Alan está en mi ático! —gritó, poniéndose sus zapatos sin atar las agujetas.
—¿Qué? —Se recostó sobre sus codos, mirándolo con una expresión ceñuda.
Colin salió corriendo de la recámara, pero regresó inmediatamente para darle besos a su bella amada, luego, se fue sin decir nada, tan acelerado que aparentaba tener serios problemas en la mente. Tropezó al pisar sus agujetas, ahí, frente a la sala, donde su suegro se encontraba comiendo postre helado mientras miraba una serie sobre cocineros, oyó el ruido que Colin hizo al tropezarse, y giró el cuello de inmediato.
—¡Me tengo que ir! ¡Adiós, adiós, adiós! —dijo, metiéndose las agujetas en los costados.
Jake se preocupó, y mucho.
Archie presenció cómo Colin brincaba en la puerta esperando el Uber que pidió, raro; escuchó cómo soltó una grosería antes de ponerse a caminar, casi correr, sobre la acera. No iba a esperar al conductor atascado en el tráfico mientras Alan soltaba sus mejores frases delante de sus anticuados padres. Estaba una calle de distancia de su ático, le iba a hacer bien correr un poco.
De verdad que nunca se imaginó en una escena como ésa, al menos su pobre estado físico jugó de su lado y llegó hasta la torre con suficiente batería para hacer de frente a esa catástrofe.
¿Qué carajos hacía Alan en su ático? Ese nunca fue el plan.
Las puertas se abrieron en el piso, y observó con unos ojos enormes a la maleta que se encontraba ubicada al lado de la entrada; a continuación, risas, risas de su padre. Todos estaban sentados en la sala.
—Y se dignó en aparecer —dijo Cathy.
En verdad, Colin requirió un momento para atenuar la situación.
Toda su familia estaba ahí, escuchando los mejores cuentos de Alan, quien esa noche decidió usar la famosa camiseta blanca con letras negras que decía Yo amo Nueva York, y con el puto corazón de mierda reemplazando la palabra amo. Lo hizo a propósito, para molestar, la había comprado cerca del aeropuerto.
—¿Estás sudando? —preguntó Thomas.
Colin tocó su reloj, y respondió:
—Caminé.
—Alan nos está contando de la vez en la que anduviste por el campus con tu camiseta al revés —comentó Mercy entre carcajadas maliciosas.
—Tenía que sacar tema de conversación, Cole —pronunció Alan. Y se escuchó bien pancho mientras sostenía un vaso con líquido amarillo, zumo de piña, tal vez. No estaba triste ni mucho menos estresado.
Colin quería alegrarse porque su amigo había superado la crisis mental que le había generado el borracho que tenía como padre, pero todas esas conversaciones inapropiadas, que estaba seguro que Alan tuvo con su familia, con sus padres estrictos, le nublaban el cielo iluminado de estrellas felices.
En ese momento, Colin se sentía estrellado... como un huevo contra el suelo, hasta sus comparaciones carecían de sentido. Dios, ¿te distrajiste mirando el perfil social de un arcángel?
—Nos apena que no hayas llegado para cenar —siguió Theresa, haciendo una mueca con pesar—. Te esperamos hasta el último momento, pero no quisimos que nuestra visita especial sufriera hambre.
Alan.
Alan le estaba mirando los senos a Theresa.
Suficiente.
—Al, esta noche dormirás aquí y mañana a primera hora te mudas al hotel. Vamos. —Colin se puso en marcha en dirección a su dormitorio. Tuvo una fantasía brutal en la que lanzaba la maleta de Alan por el balcón del ático—. ¿Hola? —giró al percibir que nadie lo estaba siguiendo.
—Mmm, sí. —Alan estaba terminando de beber el jugo; en su cabeza no entraba lo grave que era el asunto.
Bradley estaba ahí, sonriente y listo para atacar cuando Alan se puso de pie para seguir a Colin.
—Estamos conociendo a tu mejor amigo, Colin —soltó éste.
—Señor Oschner, no quiero contradecirle, pero el que sostiene las bolas de Colin se llama Eugene; él es el mejor amigo de Colin —sacudió la parte delantera de su pantalón—. Ay, perdón. Los menores de edad.
—Todos sabemos lo que son unas bolas, yo tengo dos —respondió Thomas.
—Me alegra escucharlo, amigo. Es importante tener dos, sería raro tener tres —sacudió el cabello de Thomas, y siguió, al tan impaciente, y hecho furia, Colin Oschner—. Buenas noches, familia. Gracias por la maravillosa cena; no recuerdo cuándo fue la última vez que cené tan rico. Y Shizu, excelente jugo.
—¡Ven ya! —ordenó Colin.
Caminando de prisa por el pasillo, Alan mencionó:
—Asumí que las recámaras estaban subiendo las escaleras ¿o vas a encerrarme en un calabozo?
—Te encerraré en un calabozo, en mi calabozo —lo empujó dentro del cuarto y cerró.
Alan silbó con impresión y halago.
—Nunca nos contaste que tienes más medallas que vida sexual.
—¿Qué demo...? —cerró sus ojos y tomó aire, reformuló la pregunta—. ¿Qué diantres haces aquí? El chofer sabía que debía llevarte directamente al hotel Hamilton, nunca hablamos de este desvío, Alan. ¡Y cuando no estoy en casa! —Su manera de respirar sonaba como comúnmente Shizu lo llamaba demente.
—¿Te refieres a Caleb? JA. Un tipazo. Le dije que no aguantaba las ganas de verte, pero no sabíamos que andabas cogiendo con Emma —tocó su frente, haciendo referencia al sudor que goteaba en la frente de Colin—. No sé por qué te pones como loco, Cole. ¿Acaso te avergüenzo? —dirigió una mano a su pecho.
Colin cogió aire, de nuevo.
—No, Al. Es solo que no te preparé para que conocieras a mi familia. Aquí no se mencionan las palabras bolas, coger, y no sé qué más les habrás dicho durante la comida.
Y, otra vez, suspiró. Fue inevitable.
Alan se sentó a los pies de la cama, y respondió:
—Eso lo supe desde que tu hermana, la que tiene una doble, empezó a agradecer por los alimentos, que íbamos a comer, a su amigo invisible. Y esa cruz en la sala. ¿Se protegen de Annabelle? ¿Es eso, Colin?
Colin juntó sus manos, buscando paciencia en su interior.
—Te pido encarecidamente que no te burles de mis creencias.
—Oye, no quise ofenderte. ¿Por qué tan sensible? —entrecerró sus ojos—. Ey, aquí hay un lindo gatito llamado Colin que está bien encerrado. Ya escúpelo. No volé un montón de horas ni me compré esta camiseta para que después no quieras contarme lo que te pasa. ¿Qué te pasa?
—No me pasa nada —negó con su cabeza, dirigiéndose a un armario de dónde sacó una bolsa de dormir, de aquellos días en los que Rebecca se dignaba a darle permiso de dormir en casa de sus viejos amigos.
—Tú nunca te ofendes por las bromas hacia tu Dios porque ya me conoces.
Alan le prestaba atención. Vaya.
Colin lanzó la bolsa de dormir en el suelo, y contestó:
—Mi familia es anticuada. Mi papá nunca sonríe de verdad.
—Todo eso ya lo sé, Colin. ¿Cuántos años llevamos siendo amigos? —cruzó sus brazos.
Colin desdobló la bolsa, estaba buena, ni siquiera tenía polvo, ya que la mucama de la familia se lucía. A continuación, se dirigió al baño, pero no cerró la puerta, solo quería lavarse todo ese sudor de su rostro.
—Lo que más me ofende es que esta madrugada saldrás de puntillas del cuarto para llamar a Eugene a contárselo, como si no te conociera. Me pagaste un maldito vuelo hasta Nueva York, Cole, solo porque temías por mí. Quizás tú no me consideres tu número uno, pero yo sí te considero mi número uno.
Colin secó su cara con una toalla de mano y regresó al dormitorio.
—Emma tuvo un ataque de pánico —comentó.
—Oh, no. —Y por fin, se puso serio.
Emma le importaba más de lo que le importaba su supuesta familia. Emma era la reina de todos; todos la cuidaban, creían que era graciosa y que tenía un punto de vista sinigual para cada cosa cotidiana. No había conversación entre ellos, los muchachos, que no viniera con un «¿Recuerdan cuando Emma...?» incluido; siempre la recordaban porque era la reina de esa manada.
—Pero ese no es el problema. En realidad, no hay problema. —Se sentó en la cama también, pero a un costado, lejos, poniendo una barrera imaginaria entre ambos—. Será mejor que lo olvidemos; nunca lo entenderías.
—¿Me estás llamando deficiente mental? —volteó a mirarlo.
—Es que, creo que lo sentí —confesó bajito.
—Colin, no usas la palabra sentir en una oración incompleta porque puedo imaginarme un montón de cosas que la gente considera prohibida.
—¡Sentí que estaba sufriendo! —gritó.
Alan llevó una mano a su pecho, y dijo:
—Ahora yo me ofendí.
Colin se puso de pie para caminar como un frenético por no entender sus propios sentimientos, se desabrochó el reloj y se tapó la boca con la mano opuesta, cerró sus ojos. Quizás no debió contarlo.
—Cole, te escucho —lo animó Alan.
—Me pasé casi todo el día tumbado en mi cama, ni siquiera tenía ganas de levantarme para ir al baño; no comí en todo el día, más que beber un té helado. No estaba triste ni melancólico, simplemente no tenía ganas de hacer nada. Me apretó el pecho una vez, entonces, fui a buscar el té. Me dije «No tienes razones para estar así». Culpé a tu visita, pensé que estaba ansioso por esto, porque conocieras a mis padres en algún momento. Y puede que esa sea la realidad. Pero ¿y si pude sentirla? —Su mirara se cristalizó, mas no iba a llorar, solo tenía sentimientos demasiado arrasadores, solo necesitaba respirar.
—Bueno... —tosió para esclarecer su voz—. Tal vez una persona al azar te diga que estás montando una película, pero sé que para ti tiene sentido porque... ¡¿Tienes una mini estatua de la paloma santa en tu escritorio?! ¿Cómo carajos follas con eso ahí? De seguro es el amuleto que impide que ninguno de tus condones se rompa, me compraré una.
Colin miró su reloj y lo dejó sobre un mueble.
—Tienes razón. Estoy montando una película.
—¡No me dejaste terminar! Me distraje, ¿de acuerdo? Todo en este piso es demasiado espiritual para mí. Quiero decir que quizás tengas razón, Cole, o quizás solo estabas ansioso porque tu número dos estaba por llegar, tal vez fue una coincidencia. De hecho, si me pides mi opinión, es esa, mi amigo, Jesucristo superstar, Colin, fue una coincidencia. Pero tú puedes creer en lo que quieras..., evidentemente.
Colin se quedó callado un momento.
—Puedes ducharte en mi baño. Yo usaré el de Thomas. Duermo temprano en vacaciones, así que no hagas ruido, mañana estarás en el Hamilton, y podrás pedir toda la comida que quieras, y molestar a todos los huéspedes que quieras.
—Colin...
—Es una estupidez de la que no debí hablar y no quiero seguir. Tampoco se lo menciones a nadie, a Jordan.
—Tranquilo. No lo haré. —Se preocupó; quería entenderlo, pero lo que le estaba diciendo sonaba, precisamente, como una completa estupidez para alguien como él—. Anticipo que taparé tu baño.
Colin se fue del cuarto sin responder.
¡Hola! ¡Hola! Espero que estén bien (como siempre lo espero)
¿Qué les pareció este capítulo cargado de emociones? Con él sentimos de todo, al menos eso me pasó a mí al escribirlo. Mis criaturitas cada día se sienten más conectados, nos quieren asfixiar con tanto amor. Y ahora también Alan se unió a los habitantes de la ciudad. Woah.
¿Será que Emma amanecerá mejor?
¿El drama #Holly seguirá presente?
¿Alguna vez Al se pondrá serio?
Lo averiguaremos en el próximo capítulo.
Por favor, no se vayan sin dejar un voto. Colin, Emma, y yo, lo agradecemos.
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