Capítulo 19

Al día siguiente, Raquel había quedado con su tutora del TFG para hablar sobre su nueva idea debido al bloqueo que estaba sufriendo con su tema actual. Después de llegar a un acuerdo, y de escuchar las ideas que su profesora tenía para ella, salió de la facultad y se dirigió hacia el centro comercial de la Plaza del Duque. Sabía que su madre aún estaría reunida con su padre, así que lo mejor era dejarles su espacio para que hablaran tranquilamente. Ella ya tendría su oportunidad para ponerse al día con él en otro momento. Al cruzar hacia el edificio, oyó el sonido de un claxon y una voz conocida que la llamó por su nombre. Ella se acercó tras cerciorarse de que ningún otro automóvil llegaba.

—Iba a hacer unas compras aprovechando que mi madre está con mi padre en casa —aclaró.

—¿Quieres que te acompañe? Ahora mismo no tengo nada que hacer —se ofreció Julián.

—Como quieras.

—Entonces voy a aparcar y nos vemos aquí en unos minutos. —Guiñó un ojo.

Raquel notó algo en su interior, como si varios insectos zumbaran a toda velocidad con la intención de salir de su cuerpo. Su corazón, además, latía desbocado ante lo que le esperaba. No era solo hablar con él, sino permanecer a su lado o incluso mirarle a los ojos. A veces era difícil mantener su mirada sobre la de él por todo lo que le transmitía sin necesidad de decir una sola palabra. Minutos más tarde le vio aparecer por la esquina del edificio y pensó que su corazón se saldría de su pecho por la violencia de su palpitar.

Se saludaron con dos besos antes de que él hablara de nuevo.

—Fui a comprar unas cuantas cosas que necesitaba para mi estudio. No esperaba encontrarte por aquí, la verdad.

—¿De verdad que no tienes prisa? —preguntó ella, preocupada.

—Tranquila, ni siquiera había abierto el estudio.

Julián volvió a guiñarle el ojo y se giró para entrar en el centro comercial. Cuando ella hizo lo mismo, entraron y subieron varias plantas hasta llegar a la de papelería. Tenía el presupuesto suficiente como para reponer algunos de sus materiales de arte. Fue directa hacia el estante lleno de pinturas, rotuladores y pinceles. Sus ojos se abrieron como platos mientras observaba todo lo que tenía delante. Julián se acercó a ella y se colocó a su lado para mirarla. Sonrió al verla así de emocionada. Una idea cruzó su mente, pero esperaría al mejor momento para hacerle su propuesta.

Oyó un bufido y se fijó en que ella tenía en sus manos dos colores distintos. Él supuso que no se decidía entre los dos.

—Coge ambos —sugirió él.

—No puedo, tengo el presupuesto justo para comprar lo que necesito, pero tampoco me decido...

—Por eso. Llévate los dos y si tienes alguna indecisión más también. Te las pagaré yo.

—No puedo dejar que lo hagas —Raquel se opuso.

—Considéralo una inversión como pago por tu retrato del otro día y para futuros dibujos que quieras hacer. No tengo ningún problema en hacerte este regalo, no lo consideres como nada extraño, por favor. —Intentó hablar de forma pausada y sin parar para que ella no pudiera replicar.

Raquel se mantuvo pensativa durante unos minutos, pero no soltó ninguno de los colores. Terminó de elegir los materiales por los que había ido y además se llevó un pincel de un número que no tenía y dos rotuladores de unos colores que necesitaba, pero que no necesitaba con urgencia. Después se dirigieron hacia las estanterías donde estaban los blocs de dibujo y cogió uno de acuarela, otro de ilustración y otro para sus bocetos, ya que le quedaba pocas hojas de los tres.

—Dame lo que vaya a pagar yo, así vamos aligerando.

No podía evitar sentirse avergonzada, pero no eran simples caprichos, sino unas compras que se habían adelantado gracias al ofrecimiento de su vecino. Le entregó tres de esos materiales y ambos se dirigieron hacia la caja para pagar por todo.

—¿Quieres que vayamos a mirar más cosas? ¿Ropa? ¿Libros?

Aquella pregunta le sorprendió.

—¿Qué te parece si vamos a tomar algo?

Esta vez el sorprendido fue él, aunque no fue el único.

—Está bien —respondió Julián.

Bajaron por las escaleras mecánicas y salieron del edificio para ir a tomar algo a alguno de los bares cercanos. Las calles estaban abarrotadas de gente, como siempre ocurría en el centro de la ciudad. Tuvieron que caminar despacio y en varias ocasiones Julián tuvo que guiarla colocando su mano en la espalda de Raquel. No habría descanso para su corazón, pues no había dejado de palpitar con rapidez desde que le vio por primera vez ese día. Perdió el equilibrio de forma leve y su hombro chocó accidentalmente con el cuerpo de él. Sintió que la rodeaba con su brazo y la mantenía pegada a él, aunque fuera incómodo para ambos andar así. Y aunque en otro momento se habría apartado de él, en ese instante no lo hizo.

Ella no era la única que sentía que se le saldría el corazón del pecho. Además de eso, Julián luchaba consigo mismo para no cometer una locura de la que luego podría arrepentirse. Tras reflexionar unos minutos, la soltó porque no quería que se sintiera obligada a nada.

Raquel se detuvo y preguntó:

—¿Por qué?

Julián se detuvo también y giró un poco su cuerpo al ver que no se encontraba a su lado. Sin embargo, no respondió.

—¿Por qué me has soltado tan de repente? —volvió a preguntar una vez que estuvo cerca de él de nuevo.

—Pensé que estarías incómoda y no quería hacerte sentir así, Raquel.

Fue totalmente sincero con sus palabras.

—No estoy incómoda.

Podría decir que se sentía de muchas maneras, pero no incómoda. Aunque no era capaz de definir cuáles eran sus verdaderos sentimientos hacia Julián. Tampoco sabía si sería correspondida en caso de que pronto consiguiera averiguarlo y decidiera confesarse. Si es que lo hacía...

—Entonces, si quieres podemos terminar el trayecto de una forma similar... —Julián levantó su mano y se mantuvo a la espera.

Raquel observó su mano y una idea cruzó su mente. «Quiere que vayamos cogidos de las manos», pensó, y su corazón volvió a acelerarse un poco después de haberse calmado un poco. Levantó su mano y tomó la de él. Fue un gesto tímido, demasiado para lo que ella esperaba en realidad.

Sin decir nada, ambos volvieron a ponerse en marcha. Quedaban unos pocos metros para llegar al bar en el que tomarían algo. Cuando llegaron a su destino, ninguno de los dos deshizo el contacto y llegaron a la mesa tomados de las manos.


···


Cristina salió fuera del edificio para esperar a Ricardo. Estaba un poco nerviosa porque hacía tiempo que no le veía y, por si fuera poco, hasta la llamada del día anterior pensó que estaba muerto. Para ella era como si hubiera resucitado, aunque no fuera así. Recordó las palabras de Marisa cuando le habló del tema por la noche: «Escucha todo lo que tenga que decirte antes de emitir un juicio. No sabemos por lo que ha pasado y dudo mucho que haya desaparecido porque sí». Y no lo había dicho porque Cristina pensara que Ricardo había desaparecido por voluntad propia, sino porque, por lo general, la gente tendía a pensar en esas cosas cuando la persona en cuestión volvía a aparecer. Y como él aún no había hablado sobre ello, no quería que su pareja pensara en nada antes de tiempo.

El corazón le dio un vuelco cuando le vio aparecer a lo lejos. Su forma de andar seguía siendo la misma. Imponente, casi regio. Caminaba con la espalda recta y la cabeza dirigida hacia el frente. La vio de lejos y la saludó con la mano y con una sonrisa, ya que aún estaba a la suficiente distancia como para que la escuchara. Ella le devolvió el saludo de la misma forma, pues se alegraba muchísimo de volver a verle. Le había echado de menos. Cuando la distancia entre ellos se acortó y tuvo que levantar la cabeza para mirarle, recordó los buenos momentos pasados a su lado. No por nada había estado casada con él, aunque ahora solo fueran buenos amigos. Ricardo bajó la cabeza para darle dos besos, que ella correspondió gustosa.

—Si logré sobrevivir durante todo este tiempo fue gracias a tu recuerdo, Cristina —comentó—. ¿Vamos a tomar algo y te cuento?

—Podemos subir a mi casa si quieres, estaremos cómodos y sin que nadie pueda escucharnos. Raquel está en la facultad, tiene una reunión con su tutora —propuso ella.

—¿No te importa? —Ella negó con la cabeza—. Entonces me parece bien.

Cristina abrió la puerta, entró y esperó a que él lo hiciera también para cerrarla después. Esperaron al ascensor y subieron hasta la tercera planta una vez que llegó y abrió sus puertas. Caminaron hasta que llegaron a su destino. Una vez dentro de la vivienda, ella le ofreció una bebida después de invitarle a sentarse.

—Está como la recordaba —dijo él.

—No hemos hecho muchos cambios desde la última vez que viniste...

Cristina no fue capaz de añadir nada más porque sintió que alguna lágrima rebelde podría escapar de sus ojos. Volvió con un vaso de café para él y una tila para ella. Los posó sobre la mesa del comedor, donde él se encontraba sentado esperándola. Cristina se colocó frente a él y esperó a que su infusión estuviera lista por completo, mientras veía como él bebía un poco.

—Estoy segura de que será duro para mí, pero estoy dispuesta a escucharte hasta el final, así que tienes vía libre para contarme todo lo que consideres oportuno.

Ricardo suspiró y su rostro se tornó sombrío. 

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