Capítulo 30
A pesar de toda la oscuridad y los múltiples obstáculos representados, John logró llegar a Londres, y tenía la tranquilidad y certeza de que lo hizo mucho antes que Maxwell. Su Rolls-Royce blanco no pasaba desapercibido, pero tenía que seguir con su camino. Era tarde para pensar en un plan, para dar algo por seguro o intentar esconderse. Tenía que actuar de forma inmediata, antes de que fuera demasiado tarde.
Con mucho terror, escaló el muro de la casa #7 en la avenida Cavendish. Corrió por el pequeño patio y logró esquivar a "Martha". Vio que las luces estaban apagadas, así que eso le dio una buena señal. Usando todas sus fuerzas, John empujó hasta que logró derribar la puerta. La sala no tenía ninguna luz ni otra presencia, así que con su debilitada vista y el sentido del tacto, empezó a caminar con sigilo. Sintió las escaleras y fue subiendo cada uno de esos peldaños, sosteniéndose del barandal y de la pared. Encendió la luz del pasillo y vio tres puertas que modelaban ante él. Para comprobar, tuvo que abrir cada una.
En la primera, estaba el baño. En la segunda, había una habitación desocupada. En la tercera, que era donde entraba toda la luz de la luna, vio a una persona en el suelo. Su mano estaba ligeramente estirada al igual que sus piernas. John se dio cuenta de que se trataba de Linda Eastman, de casada "McCartney".
—Oh no...—se dirigió a ella— ¿Estás bien? —Tocó su rostro y sintió su pulso.
Ella no estaba muerta, pero sí lloraba ligeramente. Sus pequeños sollozos de desesperación dieron entender a John que no se encontraba en el mejor momento.
Viendo como ella se distrajo en su propia tristeza, la mano de John se estiró ligeramente debajo de la cama, y lo primero que sintió, fue una caja. La arrastró hasta él y vio las letras: CHELSEA. Era justo lo que buscaba.
"Es está... Aquí está la caja. ¿La abriré frente a ella? ¿Y si me dice algo? ¿Y si me golpea? Pudo haberle tendido una trampa a Yoko, puede ser una bomba, algo perjudicial. No, no John... Espera un momento hasta salir de aquí."
—Si quieres abrirla, puedes hacerlo—dijo la voz torturada de Linda.
—¿En serio?
—Sí... Hazlo.
Sin soportar su curiosidad, John abrió la caja. Se sorprendió, porque, a primera vista, ese simple rectángulo de madera parecía muy pequeño, pero su profundidad y volumen era mayor. Ahí mismo, vio fotos comparativas entre Paul y Faul. Se notaba, claramente, que se trataban de una persona diferente. Había exámenes dentales, de mandíbula, de cráneo y hasta de perfil, donde se comprobaba que se trataba de una persona diferente. También, encontró tres certificados de defunción que decían los siguientes nombres: James Paul McCartney, Cynthia Lilian Powell, y John Charles Julian Lennon. Esto hizo llorar, pero no era momento para derribarse, tenía que seguir. Había fotos comparativas de Cynthia y su doble, que evidenciaban la farsa.
Toda esa caja le daba pruebas innegables de que su verdad era irrefutable, y eran un montón de cosas.
—Toma la grabadora y reprodúcela—insistió Linda, sin verlo a los ojos y hablando con debilidad.
John lo hizo, y lo primero que se escucho fue:
Porque yo no soy Paul McCartney, él murió en noviembre del 66. Yo soy William Shears Campbell, un policía canadiense que ahora, es su doble.
¿En serio? Dijo otra voz, la de Linda.
Claro que sí. Ahora sabes mi secreto. Todo esto fue un montaje planeado por el Mi5, por Maxwell Edison. Nadie de la realeza sabe ni media palabra de esto. Y será mejor que siga así.
¿A quién más sustituyeron?
A la esposa de Lennon, todo por bocona. Y también a su hijo. Lo hicieron para que quedara claro de que no estamos con bromas ni chistes. Si él sigue molestando, también será sustituido.
John no pudo seguir más y guardó la grabadora en la caja.
—Por favor, déjame mostrarle esto al mundo, quiero todos lo conozcan. Permíteme relucir la verdad.
—Está bien.
—¿Está bien?
—Sí.
—Pero Linda...
—Me acuerdo muy bien de lo que te dije, te dije que prefería casarme con el doble. Todo, con tener el apellido "McCartney", pero ahora no lo puedo soportar más. No lo quiero, me trata peor que a una sirvienta. Intenté tener influencia en él, intenté domarlo, pero no pude. Ya no quiero saber más de esto. Sólo quiero morirme.
—No digas eso, Linda. Te odiaba porque te negaste la primera vez, pero ahora Yoko...
—Sí, se lo dije a ella. Era mi única salvación. Si voy a morir, lo justo es que el mundo sepa la verdad.
—Estoy de acuerdo con ello. Ahora, tengo que apurarme.
—¡Espera, John! Te daré todo, con una condición.
—¿Qué pasa?
—Golpéame, tírame por las escaleras.
—¡No, Linda! Jamás podría hacerte eso.
—Vamos... De este modo, todo el mundo pensará que tú me quitaste la caja y no que yo te la di.
—No... Es imposible.
—Por favor. Si Faul llega y me ve como si nada, creerá que fui una traidora. Hazlo, para que crea que tú me quitaste la caja con violencia.
—De acuerdo—suspiró inconforme.
Sin muchas ganas, John la golpeó de forma discreta, pero ella pedía más fuerza. Él lo hizo, sintiéndose como una auténtica basura. Después, caminaron hasta las escaleras y le dio un ligero empujón, haciendo que ella se cayera sin remedio.
—Gracias, ahora ve. ¡Ve! —dijo, moribunda.
—Lo siento tanto—se disculpó John. Dio un ligero salto para esquivar su cuerpo y salió de la casa de la misma manera en que había entrado.
Ya en la seguridad de su auto y más lejos de la avenida Cavendish, John abrió la caja y sus manos sintieron toda esa información valiosa e importante. Había de todo: desde fotos, documentos ilegales, grabaciones, y el pasaporte de William Campbell, hasta su antigua placa de la policía de Toronto.
"He ganado, sin duda que sí. Son casi la una de la mañana, no hay forma de actuar por ahora. No puedo pararme en medio del Regent's Park y gritar esto por los aires, eso sería absurdo. Voy a reproducir todo esto en pleno noticiero de la BBC. Tengo que esperar hasta el amanecer, pero... ¡Bah! Unas horas no se comparan a todos los años que me callé esto. Finalmente, el mundo sabrá la verdad." Pensó victorioso. "El único problema, es pasar desapercibido. Deambularé por los callejones en el auto, manteniéndome escondido y estar bien alerta." Concluyó en su mente.
Por otro lado, en Berkshire.
Faul estaba harto de que se burlaran de él y que no le tomaran la seriedad que merecía. Él no era un simple sustituto, él era Paul McCartney. Ya se había presentado, ya lo conocían así en el resto del mundo. No importaba si el original murió, porque él era mejor y nadie tenía ninguna duda. Por lo tanto, él, junto a los dos guardias, decidieron salir a buscar a los alrededores de Tittenhurst Park, por si encontraban a John, Yoko, o a cualquier otro enemigo.
—Sean discretos—ordenó Faul—, busquen muy bien, que no se les pase ni un lugar. Vayan por distintos lados.
—¿Seguro? ¿No quieres que te protejamos?
—No.
—No tienes pistola, Billy.
—¡No me importa! —respondió harto— Tengo mi energía y mi carácter, que es más importante.
El tipo frunció su ceño, que mostraba su evidente plástico. Siguió caminando y vio como Yoko estaba corriendo, intentando salir de la casa. Lo cierto es que necesitaba un arma, pero sería la que fuera. Así que, sin pensarlo, tomó la piedra más grande que se encontró, corrió lo más rápido a ella y le lanzó el objeto a su cabeza. Ella cayó sobre el pasto, con los ojos abiertos y la sangre derramándose sobre su cabello negro.
—¡Vengan! —gritó Faul— ¡Vengan ya!
Sus dos guardias obedecieron al instante.
—Dame tu pistola—se la dio.
Y Faul le disparó infinidad de veces.
—Mejor comprobar que esté muerta—se la devolvió—. Está maldita bruja ya me tenía harto.
Mientras tanto, en Londres.
Maxwell Edison había llegado con sus guardias a Cavendish Avenue. Al ver el estado de Linda, supieron que Lennon ya se había ido.
—¡Maldición! —dijo Maxwell al entrar a su auto— Él ya está aquí. Debe tener algo importante. Hay que encontrarlo ya mismo.
Así que su equipo se dedicó a buscarlo por cada calle, rincón, sitio y lugar. No tuvieron éxito.
La madrugada pasaba rápidamente y Maxwell iba desesperándose cada vez más. Debían detener a Lennon lo más rápido posible.
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