Capítulo 11
Las pruebas que mostró Paul indicaban que sus palabras eran ciertas. Pero ¿Cómo podría explicar lo sucedido? No quería volverme loco, así que tuve que ceder poco a poco. Miré sus ojos: color hazel intenso, eso y sus infladas mejillas me dictaron que no estaba mintiendo.
—¿Me crees ahora, John?
—¡Oh, Paul! Lo lamento tanto, lamento tanto todo lo ocurrido—le di un gran abrazo—. Perdón por actuar como un idiota, pero es que de verdad yo creí...
—No te preocupes. Yo no te voy a juzgar y tampoco a preguntar. Sé que tuviste tus motivos y, aunque sinceramente sí me deprimió el hecho de que me hubieras atacado frente a George o Ringo, sé que no era tu intención.
—He estado deprimido, frustrado por el asunto. Pero prometo no volver a actuar de esa manera. ¡Perdón!
—No tengo nada que perdonar, amigo—dijo.
Me dio una feliz sonrisa y yo le regresé el gesto.
—Ahora me tengo que ir. Estoy trabajando en una nueva canción. Espero que la podamos revisar como en los viejos tiempos, allá en el estudio.
—Por supuesto, yo más que encantado.
—Nos vemos mañana entonces—dijo alegre y se marchó.
Durante el resto de la tarde yo no hice más que pensar en el asunto. No lo consulté con Cynthia, porque suficiente miedo o temor ya le había dado con mi actitud. Pero me quedé convencido, era Paul, estaba seguro de eso. Radicalmente, mi paranoia disminuyó y dejé de creer en los supuestos francotiradores. Todo se volvió más alegre, más positivo y dinámico.
Para celebrarlo, no consumí nada de drogas. Estuve limpio para reflexionar sobre mi pésima actitud, así que el sueño que tuve en la noche fue uno de los más extraños de mi vida.
—Hola John.
Era Paul, así como lo recordaba, pero en vez de tener sus ojos normales, tenía pupilas negras decorando una piel blanca y mortecina. Vestía de ese color: negro y su cabello era más largo. Me miraba con odio y despecho.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así?
—Esta es la apariencia que tiene un alma en pena. ¿Quieres ver a Stuart?
—No, gracias.
—¿Y al tío George?
—Tampoco.
—¿Y qué tal a tu madre, Julia?
—¡Menos! Oh, por favor... ¿Qué es esto? ¿De qué se trata? ¿Quién eres tú?
—Soy Paul, como puedes ver.
—Eso es imposible, mi amigo está vivo y nada más. ¡Tú no eres él!
—Ay Johnny, Johnny, Johnny, Johnny... No me digas que creíste que ese falso Paul era yo.
—¡Claro que sí! Era él, y tú no eres más que una mala jugada.
—Johnny... ¿De verdad crees eso? Pues déjame informarte algo: Hay cuatro diferentes yo, uno más parecido que el otro. Maxwell y el Mi5 quiere jugar con tu cabeza, hacerte creer que estés loco y así, dejes de molestar. Pero es una mentira. Hay cuatro: Billy Shears, el que ya conoces, Brian Hines, el que toca el bajo, Neil Aspinall, otro qué aparece en fotos, y al más reciente que conociste hoy: Mr. Potato.
—¿Qué clase de nombre es ese?
—Es su sobrenombre para Terry Draper.
—¡Esto es una idiotez! No existen cuatro Pauls, sino uno solo, y ya deja de hablar de esas tonterías. ¡Largo!
—Amigo, soy yo, y como sabes, estoy muerto. Pero no puedes dejar atrás la labor. Tienes que hacerme justicia... ¡Sino, te voy a atormentar por siempre? ¿Sabes cómo?
—¿Cómo?
—Te enseñaré fotos gráficas de la muerte de tu mamá.
—¡No! —Grité horrorizado— ¡No hagas eso!
El fantasma de Paul chasqueó y yo vi ese momento como el accidente de mi madre se reprodujo: su cara aplastada por aquella patrulla fue totalmente visible, y el policía ebrio sólo reía y se iba a la fuga. Le grité que era un malnacido, pero no me escuchó. Aquel cruel instante se repitió con furia y yo quería que se detuviera, pero era un bucle infinito. Finalmente, pude despertarme en medio de desoladores gritos. Cynthia encendió la luz de inmediato.
—¿Qué te pasa?
—Paul... Mamá... Están muertos.
Ella no dijo nada, no me juzgó, no me reclamó o regañó. Simplemente, se dedicó a abrazarme y yo lloré en su regazo.
(...)
Para celebrar el lanzamiento de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, se realizó una fiesta en la casa de Brian Epstein, en Belgravia. Esto ocurrió en mayo del año pasado.
Al ir a esa casa, comprobé que las palabras del fantasma Paul eran ciertas. En esa ocasión no vi a Billy Shears, ni a Aspinall o Hines, sino a Terry Draper, el mismo del día anterior. Pero después del sueño y de examinarlo con detenimiento, supe que era falso como el resto. Sin embargo, se pavoneó como si fuera el original y, frente a las cámaras, tuvimos que fingir que éramos una gran amistad. Ya sabes, posando con el vinilo, sonriendo, vendiendo una amistad y compañerismo falso. Todo ese circo era una estafa, una verdadera farsa. No lo aguantaba más. Las palabras del espíritu de Paul predominaban en mi mente y sus crueles imágenes también. Era terrible ese escenario, no lo podía soportar. Sin embargo, la gente no sabía que pensaba en eso. Sólo contemplaban mi falsa sonrisa detrás de mi bigote.
Supe que George y Ringo se quedaron descartados, ya no confiaba en ellos, se conformaron con ser sirvientes más de Faul y la gran estafa. Y si las palabras del espíritu de Paul eran ciertas, sólo significaba una cosa: querían volverme loco. Pero no se los iba a permitir, ni siquiera si sigo aquí en estas paredes blancas.
Después de ver un rato, me di cuenta que Paul estaba coqueteando y platicando con una mujer, una fotógrafa rubia que se dedicó a conquistarlo arrodillándose frente a él usando como pretexto tomar las fotos. Lo seducía con cada paso, y Faul caía en la trampa. Me acerqué y fingí posar también, sólo para escuchar su nombre.
—Eh, John, te presento a...
—Linda—me saludó directamente— Linda Eastman.
—Hola—dije interesado— ¿De qué revista eres?
—Oh, soy independiente, pero suelo vender mis fotos a distintos periódicos. No hay uno en específico.
—Ella es muy talentosa. ¿No te parece increíble? Y lo mejor de todo es que ella no tiene ese acento inglés que me tiene podrido. Ella es de Nueva York.
—¿En serio? Vaya, señorita, es un placer—le besé la mano—. Bienvenida a Inglaterra.
—Gracias...
La tal Linda pareció haberse distraído de Faul porque se quedó enganchada conmigo. Empezó a fotografiarme a mí y, aunque le di algunas de mis mejores poses, lo cierto es que no dejaba de seguirme. Me sonreía con cierta picardía y sus suaves manos querían tocar las mías, como si quisiera coquetearme más. Faul notó esto y la jaló de la muñeca.
—Oye, vamos a ir a otro lado ¿Quieres acompañarnos?
—Claro. ¿Irás, John?
—Mmm, no lo creo. ¿Con quiénes irás, Paul?
—Con George, Ringo y Mal.
—Suerte, yo... Tengo que darle una entrevista a Maureen Cleave.
Mentira, ella ni asistió a la fiesta.
Faul me dio un gesto de aprobación y se llevó a Linda arbitrariamente. Ella volteó y me hizo un ademán de: "llámame" mientras me lanzaba un beso y un guiño. Yo le dije, de la misma forma, que lo haría.
Lo primero en lo que pensé, es que ella podría servirme para descubrir la verdad. A leguas, se notaba que Faul sintió algo por ella, se sintió atraído. La neoyorquina no hacía honor a su nombre, pero su cuerpo era fenomenal y poseía de un carisma sensual inevitable.
Usarla sería más adelante. En ese momento, yo sólo tenía un objetivo.
La gente y la prensa fueron dejando la casa de Brian Epstein hasta que sólo nos quedamos los dos, completamente solos. Nunca oculté el hecho de saber que yo le atraía a Brian. Él era gay y yo muy travieso. Así que, lentamente, empecé a insinuarme de múltiple formas.
—Oye... ¿Acaso no viste extraño hoy a Paul?
—No ¿Por qué?
—No sé—me senté sobre sus rodillas—, yo creo que es un doble.
—¿Sigues con el juego, Lennon? ¿Acaso no te había dicho que lo dejarás atrás?
—Es que yo...
—¡Deja eso!
—Brian... —Mi mano tocó su entrepierna, haciéndolo lento, con sensibilidad— Deja de fingir. Sabes que Paul murió y es mejor admitir la verdad antes de seguir siendo los esclavos del Mi5.
—¿Qué?
—Vamos...—Mis dedos tocaron poco a poco su miembro— Yo sé que quieres.
—Hablas tonterías... Paul no está muerto.
Pero su actitud recta no pudo seguir ni soportar mis deseos carnales. Él sacó los suyos y me besó con tal locura que hasta me sorprendió. Ahí mismo en el sillón de su casa fuimos compartiendo grandes instantes, un momento de integra pasión que, como fue tan bueno, no me arrepiento. Mientras ocurría el suceso, yo le saqué la verdad:
—¡Oh! De acuerdo, de acuerdo John... Tienes razón, estás en lo correcto. Vamos a decir la verdad, confesaremos sobre Paul y el doble.
—Los DOBLES, Brian, son varios dobles.
—Lo haremos, pero no me dejen solo, no me dejen como un idiota.
—Todos lo aceptaremos—dije en momento culmine y sexual— ¡Así será!
Y pensé que ese sueño se haría realidad. Creí que, junto con Brian, podríamos confesar la absoluta verdad sin temor a represalias.
Pero luego, pasó un asunto que supe que todo iba en serio, algo que me dictó el inicio de una cruel guerra. No había dudas de que deseaban acabar con nosotros.
Porque días después, Brian había "cometido" suicidio. Pero a mí no me podían engañar. Yo sé que fue asesinado.
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