Capítulo 4: No acepto nada.

Capítulo 4: No acepto nada.

Tres días faltaban para la reunión.

Y en efecto, se daría el día sábado en el restaurante temático de mi primo.

Por supuesto que el Señor Bordán no me había invitado. Supuse que era una "junta" destinada al regocijo masculino en un entorno lascivo. No los juzgaba, ni me importaba demasiado, puesto que sí, era un gran intensivo laboral y un premio a aquellos que se habían lucido a lo largo del año. Sin embargo, debo considerar y admitir que era un tanto pretencioso y machista, pero quien era yo para alegar esas cosas al libre albedrio, solo era una secretaria mediocre que siempre realizaba alguna falencia en su trabajo. Y también era la bailarina de belly dance contratada exclusivamente para la reunión de caballeros empresariales, pero eso no lo sabían, supongo.

Era muchas cosas más, aunque nadie sabía.

Mis dedos se deslizaban con agilidad a través del teclado del computador. Trataba de no pensar demasiado en el acontecimiento a ocurrir. Pensé en mentir, y decir que me encontraba enferma, así debían suplantarme por otra bailarina. Por otra parte, surgió un bicho molesto que poseía un gran argumento sobre los porqués debería ir y bailar como nunca antes en mi vida, hasta me hacía divagar en la presentación, música y vestuario de ese día, todo con la intención de hacer ahogar a mi jefe en el mar de palabras burdas que dijo.

El celular tembló sobre el escritorio. Era un mensaje de Tina.

Ella ocupaba su tiempo libre a mi angustiada vida. Se le daba bien eso de preocuparse por vidas ajenas a la suya, y era mi amiga, no podía privarle el derecho a preocuparse por mí.

En el mensaje ofrecía llevarme luego del trabajo a mi casa, le respondí amable, aceptando su propuesta, puesto que ella poseía auto y su servidora no. Dejé el celular de lado cuando sentí unos pasos aproximarse hasta mi escritorio.

─ Son las seis de la tarde. ─dijo mi jefe observando su costoso reloj ─Debería irse a casa.

─ Estoy consciente de la hora, Señor, pero me quedaré a hacer horas extras, si me lo permite.

─ Pues no te lo permito, sabes que aquí nadie hace horas extras a menos que yo me quede en la oficina. Así que ve a juntar tus cosas.

─ Señor, ─protesté─ no es necesario que me espere, puedo salir sola.

Quería aludirlo y quedarme por lo menos una hora más en la oficina. No me apetecía irme a casa y estar a solas con mis pensamientos abrumantes. En aquel lugar, por lo menos, mantendría la mente ocupada y adelantaría trabajo.

─ ¡Ja! Ni de broma. No soy tonto, así que vamos, junta tus cosas y ponte en marcha. En cinco bajamos.

Pero claro, el Señor Bordán podía leerme con facilidad, o eso pensaba él.

Metí mis cosas en una mochila de cuerina negra. Y con "cosas" me refiero a una agenda, un bolígrafo,mi celular y las posesiones que ya se encontraban dentro de aquel bolso. Mis plataformas resonaron y llenaron el vacío ocasionado por la falta de gente en el piso cinco. Reacomodé mi short corto luego de colgar de una manija la mochila a mi hombro, llegué hasta donde se encontraba mi jefe y le realicé una seña sutil con la cabeza.

Tomamos el ascensor. El Señor Bordán se mantuvo un tanto nervioso dentro de aquel aparato, puesto que su ceño se frunció aún más que de costumbre, sus dedos se entrelazaban inquietos, y de vez en cuando volvía a acomodar el nudo de su corbata.

Al salir me detuve en el las escalonadas de entrada al edificio, mi jefe mi observó inexpresivo y antes de que él se dirigiera a mí, me excusé.

─ M-mi amiga vendrá por mí. ─le aseguré rodeando mi torso con mis brazos. Ese día debí llevar abrigo, pero con el mar de preocupaciones que poseía en mi cabeza, no pude hacerlo.

─ ¿Tiene planes para esta noche?

¿Por qué me preguntaría algo así mi jefe? Igualmente contesté ─Supongo.

─ Supone. ─repitió un tanto burlón, luego se acercó hacia donde me encontraba parada.

─ ¿Qué insinúa, Señor?

─ Qué pasará una triste velada junto a algún animalito suyo acurrucado en su regazo, y verá una empalagosa serie aburrida. Tal vez coma helado o galletas. Y pensará ¿por qué no me fui con el Señor Bordán?

¿Cómo averiguó mis planes? No sabía qué hacer, o decir. Le contemplé en silencio, quedando a su misma altura por los aglomerados tacones que llevaba y porque me encontraba un escalón más arriba que él.

─ Llame a esa amiga suya y dígale que yo la llevo.

─ ¿Cómo dice? ─dije en tono preocupada. Yo tampoco era tonta.

─ Irá a cenar conmigo. ─dijo y comenzó a andar. Yo seguía estática en mi lugar. ─ Vamos, camine. No voy a cargarla.

Y por alguna ilógica razón, mis pies reaccionaron a su orden y me acoplé a su andar hasta que llegamos a su automóvil.

El sol comenzó a ocultarse por detrás del horizonte, yo le contemplaba a través de la ventada opaca del vehículo. Tecleé un mensaje de texto y se lo envié a Tina, ella supo disculparme y me sentí un poco más tranquila.

Luego de un rato, aparcamos frente a un lujoso restaurante. Mi jefe desabrochó su cinturón de seguridad, paró del todo el motor del auto y se dispuso a descender.

─ ¿Qué hace?

─ Bajo del auto ─contestó tranquilo.

─ ¿Por qué nos detenemos aquí?

─ Para... eh, ¿comer?

─ ¡Pero miré como voy vestida! ─puse como excusa.

─ Se ve bien. Siempre va estupenda, no entiendo su preocupación.

─ Me dijo un alago. ─susurré para mí misma, aunque creo que me escuchó por como las comisuras de sus labios se alzaron y desvió su rostro hacia abajo.

Para mí era novedad, un cumplido de su parte no se recibía dos veces. Ese hombre se la pasaba desacreditándome y poniéndome seudónimos degradantes; torpe, era su favorito.

Una vez sentados en la mesa, el mesero nos acercó un par de menús, este se retiró en busca de un vino que solicitó mi jefe (supuse que era bastante costoso). Pegué una ojeada al listado de platillos. ¡Madre mía! Con mencionar que un vaso de agua costaba más caro que el transporte público.

─ ¿Ya sabe que va a ordenar?

─ ¿Eh?

El Señor Bordán suspiró cansado, es posible que se le haya cruzado por la cabeza la idea de mandarme a ayudar en la cocina, por no mencionar vulgaridades.

─ Alma, ¿qué se te apetece cenar?

─ Es un poco temprano para cenar, ¿no cree?

─ Solo elige algo del menú. ─Su tono fue demandante y algo borde.

─ Pero, Señor... la mayoría de estos platos cuestan más que un trasplante de riñón. ─dije bajando la carta, haciendo que esta descanse sobre el mantel pálido.

─ ¿Y cuál es el problema? Yo pagaré.

En ese instante el alma se me volvió al cuerpo, mis fluidos continuaron con su funcionamiento normal, y mi corazón bajó el ritmo.

Él pagaba, no iba a endeudarme.

El vino fue servido en las copas, y el muchacho estaba listo para tomar nuestra orden.

─ Yo pediré un bife al champiñón, con puré dulce y tomates deshidratados. ─comunicó mi acompañante.

─ Muy bien, Señor. ¿Y la señorita?

─ Em... una- una ensalada bro- bro... ─ ¡Por el sanísimo! Qué complicado que era pronunciar ese nombre.

─ A ella tráigale lo mismo que a mí, por favor. ─bufó. Cerró su menú y se lo dispuso al camarero, quien lo tomó gustoso con una sonrisa ligera en su rostro.

─ Claro, Señor. En breve traeré su pedido.

Fruncí el ceño contemplándole en silencio.

─ No comprendo su aflicción por las hojas de lechuga. ─dijo en un suspiro. Tomó su copa y contorneo el líquido ámbar encerrado entre el vidrio.

Me callé, no quería aportar a sus comentarios absurdos.

─ Veo que no es conversadora. Un punto favorable si es mujer de un magnate.

─ Señor, ¿por qué me trajo aquí? ─consulté absorta desde mi asiento.

─ Deseo proponerte algo, Alma Muñoz.

─ ¿Qué sería, Señor?

─ Quiero que finjas ser mi prometida por una noche.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top