Capítulo 27: Viejos recuerdos de melancolía

Capítulo 27: Viejos recuerdos de melancolía

─Señor, ¿qué hacemos aquí?

El auto frenó su marcha frente a un enorme portón de verjas negras y muros altos de concreto, detrás de ello, una humilde finca de diez hectáreas le resguardaban; una casa de dos pisos decorada europeamente se interponía luego de los primeros veinte metros de la entrada; era sencillo que aquellas paredes contarán la historia de mi infancia y que aquellos verdes céspedes reconstruyeran los pasos que mis pequeños pies dieron alguna vez.

Recordaba todo con una claridad preocupante; la ubicación de las habitaciones, la distribución de la cocina, el extraño ambiente del granero abandonado en un extremo lejano del terreno, el naranjo favorito de mamá (qué aún vivía), los olores que rondaban la biblioteca, aquellos lugares en donde solía esconderme al jugar con Fabrizio (que luego usé para esconderme de él), el establo del fondo lleno de potros zainos pura raza adiestrados de tal manera que se dejaban acariciar la barriga con facilidad. Y estaba segura de que todo seguía igual, porque mi padre jamás se atrevió a cambiar algo de lugar desde la muerte de su amada.

Llevaba un aproximado de seis años sin poner pie en esa casa. Era mi padre el que me visitaba en mi mugriento departamento, y con "visitaba" me refiero a dos ocasiones en particular: Cuando ingresé a la universidad a coste de una beca y in trabajo como mesera, y aquella vez que fue a pedirme que convenciera a Bordán de firmar ese documento.

─Lo siento, Conejito─ dijo con voz suave─. Quién debe darte la pieza faltante del rompecabezas, se encuentra allí dentro.

─Me acompañará usted, ¿verdad?

Él sonrió, tomó mi mano y dejó un cálido beso sobre ella.

El gran portón se abrió y Bordán puso nuevamente el coche en marcha hasta aparcarlo en la entrada.

Al entrar comprobé mi hipótesis; todo en aquel lugar estaba igual que cuando me fui.

─ ¿No le vas a dar un abrazo a papá?

Desvié la cabeza y contemplé a mi progenitor parado en el umbral de la puerta. Su imagen pulcra, con ojos esperanzadores y su vestuario melancólico, me invitaban a hundirme bajo sus pies; por lo qué, desvié la mirada al suelo y lamenté por lo bajo:

─Usted me odia, ¿por qué debería abrazarlo?

─Dime: ¿de dónde sacaste ese disparate? Si tú eres mi "pequeñaja".

─No me ponga triste, papá; sabe que me ablando cuando me dice así.

─Eso es porque sabes que no te odio. ─Sus palabras me impactaron como un tiro en el pecho que sofocó mi respiración.

─Eso es mentira... Además, ya no soy una niña.

Intenté retroceder y huir de la escena, pero el pecho de Bordán me lo impidió. Me tomó por los hombros, giró mi cuerpo encarándome otra vez con mi padre; unos masajes a mis hombros dadas por sus manos grandes sofocaron mis nervios. Besó mi nuca expuesta y susurró un "Tú puedes" en mi oído.

─Creo que deberías empezar redactando la apariencia del culpable de esas ideas raras en tu cabecita bella. ─Bordán sí que tenía talento en decir cosas complicadas en los momentos idóneos.

─Y bien. ¿Quién te dijo que yo te odio?

─No debería buchonear, eso no se hace.

─A mí que me importa la moral entre hermanos. ─se quejó mi padre.

─ ¿Cómo? ─balbuceé ─Me obligas a repetir algo que ya sabes. ¡Increíble!

Si no hubiera sido por Bordán, quien me sujetaba con fuerza por la cintura, habría escapado de ahí en aquel momento, pues la conversación con mi padre iba de mal en peor.

─ ¡De ese infeliz quiero hablarte!

─ ¿Cómo puedes llamar infeliz a tu propio hijo?

─ ¡No es mi hijo!

─ ¿Qué? ─consulté en un susurro. Eso no podía ser cierto, mi madre no había engañado a mi padre.

─Alma... Fabrizio no es mi hijo y tampoco es tu hermano.

Creí desplomarme en el suelo; por primera vez agradecía estar sostenida por los brazos de mi exjefe.

Pasamos al estudio de mi progenitor. Un gran ventanal permitía el ingreso de abundante luz natural a la habitación. Seguía atónita por la confesión; era prácticamente imposible que aquello fuera cierto. Fabrizio podía haber hecho miserable mi vida, me podía haber engañado innumerables veces e incluso estaba consciente de su retorcida visión sobre el mundo, pero, aun así, era mi hermano. Uno que de niños puso banditas en mis rodillas raspadas y leía cuentos cuando nos íbamos a dormir. Lloraba en silencio, sin siquiera yo notar tal acción de mi cuerpo.

"Voy a contarte una historia de amor", dijo mi padre. Su relato comenzó hace treinta y tres años atrás. Una hermosa mujer perteneciente a la aristocracia argentina se embelesó por un hombre trabajador de clase media; todas las tardes le contemplaba limpiar el jardín mientras ella devoraba una deliciosa taza de té caliente; encontraba maravilloso el sol al reflejarse sobre sus cabellos y la luminosidad que le proporcionaba a aquella piel sudada era digno de admirar. Le miró tres meses en silencio, hasta que un día no se aguantó más y decidió llevarle un vaso de limonada fresca. Él la miró con brillo en sus ojos, tomó amable la bebida y ella se deleitó con la imagen. Desde aquel momento, la mujer comenzó a llevarle una limonada fresca a las cuatro en punto de la tarde; primero charlaron poco, luego, mucho, y así fueron sintiendo curiosidad el uno por el otro, desarrollando una atracción que rozaba lo prohibido. Aquella vez, se encontraban en total soledad, sus miradas se enlazaron y sus bocas no tardaron mucho en seguir el juego. Su role play era eufórico, lascivo, obsceno y lujurioso... o eso creía ella. Cuando le pidió que se haga pública su relación para así obtener el permiso de sus padres, él se negó, dejó su empleo en aquella casa y desapareció de su vista. A los tres meses se enteró de que estaba embarazada. Un par de meses más tarde, nació un saludable niño, sin embargo, su madre no soportó aquel parto y abandonó este mundo. Su hermana decidió criar aquel niño como suyo, ya se había casado con un hombre maravilloso y ambos pensaban en formar una familia, pero no era tan fácil como suponía. El padre del niño apareció al enterarse de la situación, con la idea de reclamar una herencia o pensión a cambio de criar a aquel niño, por supuesto que la familia no iba a permitirlo. Luego de diez años de asuntos legales, la hermana de la difunta y su marido lograron adoptar a aquella criatura que desde siempre los había reconocido como sus padres. Pero por aquel entonces, el matrimonio ya poseía una bebé recién nacida fruto de su amor, lo que hizo que el pequeño niño desarrollara un comportamiento hostil hacía su familia. Con el tiempo, y con la ayuda de un fuerte tratamiento psicológico, el niño se reincorporó a su hogar adoptivo y tuvieron una vida feliz y en paz. No es de extrañar que la desgracia persiguiera a esta familia; pronto, la nueva madre del niño falleció gracias a un accidente automovilístico, y el pequeño le echó toda la culpabilidad a su pequeña hermana.

Sí, el niño del relato era Fabrizio. Mi madre en realidad era su tía y yo, su prima.

No tenía idea de cómo reaccionar ante semejante historia. Además, el simple hecho de enterarme de conspiraciones malévolas y las fechorías que estaba cometiendo Fabrizio en contra de mi padre, me hicieron odiarlo. Aun así, no quería que mi hermano fuese arrestado por fraude, falsificación, y sabrá Dios que otras cosas. Le lloré suplicante a mi padre para que le perdonara, pero él fue duro en su decisión; poseía un gran recelo hacía aquel que nos había alejado a tal punto de yo quitarme su apellido y no volver por años a mi hogar de crianza.

─Bueno, ahora que todos sois amigos de nuevo ─anunció Bordán haciendo caso omiso a mi capricho─, necesito que el jefe nos de su bendición.

Me giré confundida: ─ ¿Cómo qué bendición? ¿Se ha vuelto loco?

─No saldré contigo a menos que tu padre nos otorgue su bendición, mi Conejito. ─dijo. Acarició mi mejilla, pagaría lo que fuera por contemplar mi cara de estupefacción.

─Se me hacía extraño que estés colaborando sin objeciones. ─comentó mi padre.

─Oiga, no solo deseaba su permiso para estar con Alma y posteriormente casarme con ella; ese bastardo también se metió a mi sistema y jaqueó cierta información... ¡Me costó millones ese jueguito!

Yo seguía mirándolo con el gesto todo torcido, los ojos achinados y la boca semi-abierta.

─Creo que estás un poco viejo para mi pequeñaja... ─divagó.

─Lo sé, pero...

─Debería de salir con alguien que no fue su jefe antes del romance. ─le interrumpió a Bordán.

─ ¡Firmaré su contrato!

─ ¿De verdad? ─dijimos casi al unísono mi padre y yo.

─Le cederé el veinte por ciento de mi compañía principal, y le dejaré ser accionario de mis demás negocios.

─Interesante ─evaluó mi padre ─. ¿No te importa?

─Si es por ella ─Me miró─, no. Además, seremos familia, después de todo.

─Bien, bien. Tienes mi bendición, Martín, niño caprichoso.

Bordán sonreía amplio y no brincó no sé por qué, hasta que mi padre volvió a abrir la boca:

─Pero ─Sí, había un pero. ─. Mi hija aún no ha mostrado su punto de vista en el asunto. Mi niña.

─ ¿Ah?

─ ¿Quieres ser la novia de este tipo?


Hola, engendros míos. Cómo la pasaís en el infierno?

Me he demorado por problemas técnicos, no me funen, plis.

Bienvenidos aquellos engendros nuevos! Hola! No se sumerjan de lleno a la locura.

ANUNCIO IMPORTANTE: El próximo cápitulo será el ULTIMO.

Luego seguirá un epílogo, una carta de agradecimiento o un respondiendo a tus preguntas (aún no lo decido), y obvio que los capítulos extras.

Besos. 

XOXO 

( ゚д゚)つ Bye

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