Capítulo 2: Ella es Victoria.

Capítulo 2: Ella es Victoria.

Con la mirada fija en el plato aún lleno, se regocijaba mi estrés en camino de ir a la cima. Con el tenedor desplacé de un lado al otro los trozos de comida evitando comérmelos. Tenía ceñido el estómago, bocado no me entraba.

Un suspiro enorme salió de mis labios y dejé entrever un sollozo. Un mes. Eso es lo que llevaba siendo la secretaria del Señor Bordán, y ya no podía más. Constantemente me exasperaban las situaciones en las que mi jefe me ponía, pero era mi culpa por incompetente. Papá tenía razón. Los altibajos de un empleo mediocre siendo una niñata eran desastrosos. Y yo no hacía más que quejarme en silencio, pues no podía renunciar porque necesitaba el dinero.

Los ojos de Tina se clavaban en mi ser desvelando cierto grado de preocupación. Más yo me hice pequeña en mi silla ignorando por completo su acusador silencio.

─ ¿Cómo la llevas en tu empleo, cariño? –comentó atenta en su corte de carne cocinado vuelta y vuelta.

─ Mentiría si te dijera que disfruto alegóricamente tener este trabajo, y también mentiría si no te lo dijera. ─Solté una gran bocanada de aire.

─ Oh, ya veo. ─debatió para sus adentros─ Entonces... ¿no vas a desistir?

─ ¡Por supuesto qué no, Tina! Vaya locuras dices.

─ Aún trabajas en el local de tu primo los fines de semana, ¿con qué necesidad sigues aguantando las protestas de ese hombre?

─ No lo entenderías. ─Finalmente dejé el tenedor a un lado, negándome a comer. Ese plato salía alrededor de mil pesos argentinos, lo que me hizo sentir culpable por no comérmelo, pero siempre podía llevar aquella comida a casa y dársela a Bisquit.

─ Pues ilumíname, porque sinceramente no lo comprendo.

Solté el aire retenido en mi cavidad torácica y reanude la conversación─ Verás amiga mía, necesito el dinero para los gastos básicos del vivir, mi primo me da miserias, si renunciara al trabajo como secretaria del Señor Bordán, moriría de hambre.

Y no quería darle la razón a mi padre y conmemorarme una incapacitada para el trabajo empresarial, pero no iba a decirle eso a Tina.

El día era precioso, la brisa acunaba las copas de los árboles, el sol entibiaba la piel sin llegar a causar acaloramiento, sin embargo, era contrastado por mi arrogante animo depresivo. Caminé hasta la cocina de mi departamento, donde vacié el contenido del paquete que había traído del restaurante en el plato de Bisquit, sustituyendo su comida para gatos. El pequeño demandante peludo se paseaba entre mis piernas maullando impaciente por su bife de lomo de mil pesos.

Gato suertudo.

Mientras mi mascota devoraba su costosa comida, yo me senté en el sillón. Contemplaba la pantalla negra del televisor sin ánimos de encenderlo, ver programas dramáticos, trillados y llenos de enojos absurdos, no eran lo recomendable para apaciguar las ansias de no volver nunca más a la oficina. Sin embargo, me veía obligada a no renunciar.

Contemple la hora, concentrándome en ir con buenas ganas a mi segundo empleo, el que sí disfrutaba, el que no me daba ni para papel de baño del mes, aquel empleo que debía mantener en secreto. Fui a preparar el baño para relajarme antes de ir al local de mi primo. La lluvia comenzó a caer sobre mi cabeza, enjuagando mis emociones putrefactas y mis lágrimas. Salí en ropa interior hasta llegar a mi cuarto –habitación conjunta al baño- para comenzar a vestirme con un atuendo para nada revelador o elegante, más bien era casual y un tanto barato, pero cómodo.

Cierto, la paquetería que encargué.

Tomé el paquete que había llegado el día anterior a mi domicilio. Desgarré el fino envoltorio con las uñas, estaba ansiosa, tres semanas se hizo desear aquel aplique. ¡Era perfecto! El encaje seguramente se debía ajustar a mi piel con precisión de cirujano, era el antifaz más deslumbrante que había visto, sin dudas lo usaría en el show de esa noche.

Antes de salir, preparé dentro de mi bolso los artilugios que no se encontraban en el camarín del local. Peiné muy bien la peluca antes de meterla en su bola protectora y guardarla dentro de mi cartera. También metí el menudo vestido lleno de cuencas, monedas y brillos. Aún no comprendía como aquello que tanto anhelaba hacer era considerado nefasto. No estaba mal, a mí me gustaba, ¿por qué debía ser mi secreto, si yo adoraba a mi alter ego?

[...]

─ ¿Cómo van las cosas, primo?

─ Van marchando. Tu camarín está listo para que te prepares y abras la noche.

Él me dio un amistoso abrazo antes de que me marchara hacía detrás de escena. Mi primo era considerado la oveja negra de la familia, pero yo lo adoraba. Siempre me apoyó en todo lo que quise hacer, cuando le conté sobre mi jobi adorado no dudó en ayudarme a lograr que ese jobi amplié horizontes. Es el único de mi familia que conoce mi alter ego, y también lo adora.

Luego de colocar las horquillas sobre mi cabello, deslicé la peluca sobre mi cabeza. Reajusté el montón de pelos y mi vestido. Me veía espectacular. Las comisuras de mis labios se alzaron y mordisquee un lado carnoso para ocultar las ansias de abrir la noche. Coloqué una que otra piedrita sobre mi rostro resaltando así mi delineado de gato. El tintineo de las moneditas colgando por hilos de la tela que se ajustaba a mi cuerpo, podían distraer a cualquiera y ese era el plan. Tener ese poder me volvía loca. Me hacía desear poder ser siempre Victoria y no Alma.

─ ¿Se puede pasar? –un golpeteo travieso me distrajo y contemplé a través del espejo aquella silueta familiar.

─ Pasa, Antonio.

Saqué de mi pequeña caja rosada aquel aplique que serviría de ayuda para ocultar a Alma de los demás. Era una pena tapar aquello que me tardó quince minutos dibujar sobre mis parpados, pero lo valía, era eso o arriesgarme a que alguien reconociera mi otra faceta.

─ ¿Requieres ayuda con eso? –dijo señalando mi antifaz.

─ Claro. Gracias. ─Me coloqué de espaldas y le tendí el adorno. Con gusto, él se dedicó a ceñirme bien los hilos detrás de mi cabello─ ¿Cómo van las cosas con mi primo?

Antonio soltó un gran suspiro ─Últimamente se encuentra algo melancólico. Extraña a su madre...

─ Dale tiempo. Sabes que no acabaron en buenos términos. ─Le observé fijando mis ojos en el reflejo, la angustia preocupante se reflejaba en los ojos renegridos de Antonio.

─ Lo sé, bella, pero... ah, Cris no hace más que sollozar por las noches, y-y yo, me veo impotente.

─ Tranquilo. Verás que en menos de lo que imaginas se recupera, solo bríndale mucho amor ¿sí?

─Está bien... Listo, Vic, estás preciosa. Lúcete.

Mis labios se afinaron desvelando mis dientes para Antonio, quién me dedicó un abrazo antes de acompañarme a detrás de escenas.

A través de los altavoces, la voz de mi primo presentó a la "reina de la noche", "la única y fabulosa", "Victoria". El pequeño telón carmesí se abrió y cubierta con un velo ingresé a la escena como la bailarina estrepitosa de Belli Dance que solía ser los sábados.

No hubo chillidos, ni aplausos, sino un silencio salido de la admiración que causaba el entrecortar de la respiración por tener a Victoria delante del escenario. Los repiqueteos de las melodías se escucharon mientras mis caderas comenzaban a quebrarse de izquierda a derecha acompañando su ritmo. Mis oídos percibieron uno que otro suspiro acelerado proveniente de las primeras filas. Ya los tenía en salsa. Sonreí a medias y solté el velo rosado con el que cubría gran parte de mi cuerpo.

Los vestuarios de las Odaliscas no dejan demasiado a la imaginación, por lo menos los que yo usaba no cubrían demasiado. Todo mi vientre estaba desnudo, mis senos cubiertos por un pequeño corpiño lleno de monedas y apliques rubís, de las caderas para abajo, me enredaba una tela de seda escarlata tajada en varios cortes permitiendo así mostrar mis piernas, y un minúsculo caderín enfundaba mi zona intima. Sin dudas una fantasía para cualquiera, hasta para mí misma, porque adoraba estar bajo la piel de Victoria.

Mientras mis caderas se batían, en un "shimy" solté un quejido, y eché una minuciosa vista a mis espectadores. En su mayoría hombres de negocios, era relativamente fácil distinguir a uno de ellos, las razones eran simples; imponentes, con sus narices en alto y los ojos entornados, una sonrisa filosa decoraba los labios de la gran mayoría, mientras que otros, tapaban sus bocas al contemplar como mi abdomen realizaba movimientos lunares en ondas suaves a medida que la música se relajaba. Otro detalle que los delataba, era la insulsa obsesión de llevar un fino –y caro- traje realizado a medida. Y bueno, los días sábados eran los mejores según la audiencia, -y según mi primo- puesto que era el único día en donde veías a bailarinas de Belly Dance actuando. Los hombres no suelen pensar con claridad si un objeto de deseo se les pone en frente y es en ese momento en donde se aprovecha para sacarles dinero. Suena muy feo, pero las propinas equivalían al ochenta por ciento de mis ganancias los sábados, debía esforzarme.

Seguí haciendo movimientos cautelosos, clavando los ojos en uno que otro cliente con el wiski entre sus labios. La música se frenó y mi cuerpo quedó en una posición contorsionada que robó uno que otro sonido del público. Volví a mi posición natural y les dediqué un saludo de agradecimiento; puse mi pie derecho en punta apoyando mi peso sobre los dedos, el otro pie mantenía su empeine en el suelo, una mano en dirección a mi abdomen y con la otra toqué mi frente, mi corazón sobre la piel y, por último, direccioné mis dedos sobre mis rojos labios para darles un beso al viento en muestra de mi agradecimiento.

Curioseé un poco más al montón de caballeros que se ubicaba delante de mí. ¡Dios! ¡No! No era posible... él no vendría a un lugar como ese o ¿sí?

Trague pesado dejando saliva a mitad de camino atascándose en mi garganta. El Señor Bordán me observaba curioso. Tenía su postura en una pose habitual, rascaba su barbilla con sus dedos y relamió una vez sus labios antes que el telón bajara.

En esos momentos mis deseos por estar tres metros bajo tierra se hicieron intensos. Si se enteraba que su secretaria bailaba en un restaurante con temática árabe de seguro me jodía la vida. Mi jefe podría chasquear los dedos y conseguir una nueva empleada, pero yo no podía conseguir un nuevo trabajo tan bien pagado, así como así. Debía salir a danzar entre los clientes, unas gotitas de sudor se acumularon en mis cienes, me encontraba agitada, aunque el baile no tenía intervención en el asunto.

Debía danzarle al Señor Bordán sin que se dé cuenta de que no solo era Victoria, la odalisca anfitriona, sino su secretaria.

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