Capítulo 14: Inconvenientes torrenciales.

Capítulo 14: Inconvenientes torrenciales

El viento seguía soplando, volviéndose cada vez más intenso con forme las agujas del reloj se movían. El pacará representaba, de alguna forma, un refugio del cual no deseaba salir. El sol se ocultaba lento por detrás de la línea de horizonte que, a nuestro ver, era bajo. No debíamos quedarnos demasiado tiempo en ese lugar, de por sí ya habíamos perdido al menos una hora por mi inherente capricho de infante. Claro que estaba en una situación de auto-bochorno, en donde me sentía culpable por dejar escapar en pequeñas fugas aquel desastre que se acumulaba como agua estancada en mi interior. Pero debíamos llegar a la casa de mi falsa-suegra, tenía un trato con Bordán, de eso no me había olvidado.

Me levanté, sacudí el pasto de mi cuerpo y me dirigí hacia mi jefe sin mirarlo:

─Vámonos, Señor. Estamos perdiendo demasiado tiempo aquí.

─Espera ─dijo. Agarró mi muñeca y me detuvo─. Lo siento, Alma.

─No se preocupe, yo soy quien lamenta el pequeño espectáculo.

Se incorporó y caminamos juntos hasta su auto estacionado a un lado de la ruta.

─Señor. ─le dije antes de subirnos.

─Dime.

─Le mentí, sí sé manejar, solo...─divagué, pero decidí decirle la verdad, aunque sea en una ocasión─ solo me pone nerviosa conducir para usted.

Se acercó, besó mi frente y acarició mi cabello, sonrió torcido y me volvió a hablar:

─Ten las llaves ─susurró en mi oído. En mi mano me colocó el llavero. ─. Tranquila, dormiré un rato, tú solo sigue el GPS.

Y así fue. Nos subimos al auto, yo conduje, él se acomodó en el asiento del copiloto y durmió plácidamente.

Para matar el tiempo, sintonicé una estación de radio y Flowers, de Miley Cyrus, comenzó a llenar el auto. La había escuchado no más de dos veces y ya había memorizado el estribillo con total perfección; si se trataba de memorizar cosas absurdas y para nada útiles, mi cerebro era un experto. Llevaba la ventanilla a medio cerrar, por lo que la ráfaga fuerte me despeinaba de manera salvaje. De vez en cuando, giraba mi cabeza en un ángulo de cuarenta y cinco grados y le contemplaba fugaz el dormir de mi jefe. Se había sacado el saco y la camisa se le ceñía al cuerpo, tenía los brazos cruzados, una expresión de seriedad le decoraba el rostro que hacía que hundiese sus cejas en el entrecejo. La voz quebrada que salía de los parlantes me hacían recordar que yo no tenía permitido tener sentimientos por ese hombre. Las razones desbordaban, pero el corazón no entiende de razonamientos lógicos que el cerebro entreteje y expulsa hacía el exterior. Solo es atractivo, me repetía a forma de consuelo en mi mente. Me dolía mirarle, sin embargo, no deseaba apartar la vista de él. Era una masoquista sin remedio que prefería una dolencia ardua y desgarrante, antes de privarse de una vista tan placentera como aquella. No debía quererle más de lo permitido. Perdería una guerra enorme si sucumbía a mis primitivos instintos. Bordán era como un fruto prohibido para mí, y eso hacía que lo deseara con mayor intensidad.

Las nubes no tardaron en juntarse, ennegrecieron el cielo y liberaron con lentitud el agua que retenían. No me molestó demasiado conducir con el diluvio sobre la ruta, pero al cabo de unos momentos, equivalentes a la duración de siete canciones y dos intervenciones de los radio-locutores, la lluvia se volvió intensa y me costaba ver a pesar de limpiar el vidrio con los limpiaparabrisas y achinar los ojos. Pegué un vistazo al GPS y, para mi suerte, noté que estábamos próximos a pasar por una estación de servicio. Soltando un suspiro largo y pesado, conduje en dirección hacia lo que sería un refugio provisorio de la lluvia, porque yo era un tanto propensa a crear accidentes y lo último que quería era estrellar el coche contra un árbol.

Aparqué el vehículo y paré el motor. Por un leve momento, me permití sentir el chapoteo de la lluvia al caer contra el techo. Le observé curiosa, su mandíbula cincelada y sus ojos cerrados con esas pestañas largas, me hicieron imaginármelo dentro de una pintura de Fulvio Eguivar, con esas pinceladas gruesas, pero bellas. Retuve el impulso de contornearle la mejilla con mi índice y le llamé para despertarlo:

─Señor ─dije. Moví su hombro con un toque suave, más no obtuve resultados. ─. Despierte, Jefe. ─Le moví con mayor fuerza.

─ ¿Qué sucede, Conejito?

─No me llame de esa forma.

─ ¿Ya llegamos? O conduces rápido o yo duermo mucho.

─Nada de eso. Nos hemos detenido, aún falta trayecto ─Antes de que sus labios pudiesen articular un "por qué" continué parlando: ─. Debe de haberse percatado de la lluvia. Ahí sí no sé conducir, las inclemencias climáticas son mi debilidad si de vehículos se trata.

Ladeé mi boca sonriendo de lado y con pena, más no le miré.

─Supongo que pasaremos la noche en un hotel de carretera.

─Eso creo, Señor. A menos que quiera manejar usted. ─dije, apoyando mis antebrazos sobre el volante.

─Ni de hablar. Si tú no puedes, imagínate yo que te sacó más de diez años ─Me sonrojé al instante y un punzante dolor se instaló en mi pecho, había olvidado la edad de aquel hombre, aunque no parecía en absoluto tener tanta edad. ─. Baja, pediremos un cuarto con dos camas.

─ ¿Señor? ─Le detuve antes de que pudiese abrir la dichosa puerta.

─ ¿Qué, Alma?

─Nos mojaremos.

─La lluvia moja.

Qué chistosito. Sus comentarios obvios me irritaban al máximo; yo no era la tonta, era él el imbécil que no podía captar indirectas o frases subjetivas.

─ ¿Usted tiene ropa a mano para cambiarse? ─Me negó con la cabeza ─Yo siempre llevo una muda en mi bolso de mano, digo, para poder cambiarme en el cuarto, pero usted...

─Tienes razón ─ ¿Me había dado la razón? ¿De verdad? ─. Entonces, bajaré la maleta.

─ ¿Toda su maleta?

─Sí, Conejito, toda la valija, la grande, verde y mía. ¿Qué otra cosa se te ocurre? Ir desde aquí hasta el baúl, arrastrándote por los asientos, para sacar una muda. Ni de broma.

Lo miré desafiante, pero con astucia. Mi mueca podía asimilarse a la que hacen los niños pequeños cuando les cuentas sobre algo asombroso o le desafías a hacer algo peligroso.

Minutos más tarde, mi cadera se encontraba atascada entre ambos asientos delanteros. El serpentear como un animal sin patas se me había olvidado por completo e inherentemente mi parte baja se encontraba atorada.

─Te dije que era una mala idea.

─Solo ayúdeme, Señor.

─ ¿Cómo quieres que te ayude?

─No sé, empuje desde ahí ─Palabra alguna no dijo, estaba repensándolo─. ¡Solo empuje! ¡Ay! ─Chillé al sentir sus manos sobre los bolsillos traseros de mi short.

Luego de un par de tirones, pude salir despedida para estamparme contra los asientos traseros y quedar como un sticker mal pegado.

Pasé una a una mis piernas por encima de los dichosos asientos. Una vez en el baúl, escuché atenta las direcciones de Bordán:

─Saca la primera remera que veas, seguramente es una anaranjada.

─Listo.

─Necesito unos shorts, ah... y también, ropa interior.

─ ¡Ah!

─ ¿Por qué chillas? Y... ¿qué fue ese golpe?

Me sobaba la mollera con la palma de la mano. ¿Por qué chillaba? Pues, por su culpa. Quien le manda a comprarse tremendos boxers atractivos. Y quien me manda a mí a crearme una escena para mayores de veintiuno en la cabeza. Podía imaginarme con una claridad envidiable al Señor Bordán con esos boxers puestos.

El volver al asiento del conductor fue tarea más fácil, recordé mover mi cuerpo y no pasarlo como una tabla dura cual tablón de picnic. Solté aire y coloqué la ropa de mi jefe dentro de mi mochila, cuando terminé, solo escuché un portazo y miré con dificultad a través del vidrio como se empapaba Bordán bajo la lluvia.

Él me decía infantil, pero en ocasiones, me superaba con creces.

Le alcancé hasta la recepción, debo de admitir que el agua me escurría de todas mis prendas puestas, excepto la mochila, me había percatado de cubrirla con una bolsa para impermeabilizarla. La campanita de la puerta sonó y me colé al barrullo que Bordán ocasionaba junto a la recepcionista.

─ ¡Mire, no tengo tiempo para estas cosas! ¡Necesito un cuarto con dos camas! ¡O dos cuartos, Señora!

─Ya le dije que solo me queda un cuarto matrimonial. No insista.

─Le pagaré más de lo que vale la noche. ¡Consígame la dichosa habitación!

Me acerqué sujetando con una mano la mochila que colgaba de mi hombro. Bordán estaba furioso, casi que golpeaba el mostrador con su puño.

─ ¿Qué sucede? ─pregunté.

─No creo que a su novia se le haga inconveniente dormir en ese cuarto, Señor ─dijo la recepcionista.

─Deme el cuarto.

─Qué no lo tengo. Es eso o nada.

─Pues nada. Me voy.

─Espere, Bordán ─le dije sosteniéndole por el brazo ─. ¿A dónde va?

─De regreso al auto.

─No, no, que están cayendo rayos. ─Al terminar de decir eso, un rayo iluminó por fuera de la pared de cristal de la recepción, ambos quedamos quietos en el lugar, hasta que Bordán se giró y encaró a la recepcionista.

─Deme la llave.

─Sabía que accedería. ─La recepcionista nos sonrió amplio, yo seguía confundida.

─Señor, disculpe que pregunte, pero ¿qué pasó? Siento que me perdí de algo importante.

─Sí, te lo perdiste. Esta noche dormiremos juntos.

─ ¿Qué?


Holis, cómo andan?

Dos cositas para hoy: La primera, os quiero dejar mi instagram, comenzaré a publicar noticias por ahí y por los anuncios de Wattpad, así que no olviden seguirme. 

Así aparezco en Instagram: @MilyCarrizo06

Segundo, algunos de han preguntado si acepto fan art, OBVIO QUE SÍ, me lo mandan a mi correo ([email protected]). También, si algún alma piadosa quiere crearme una nueva portada os agradezco.

XOXO

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