Capítulo 13: Comenzando el viaje hacia Divertilandia

Capítulo 13: Comenzando el viaje hacia Divertilandia.

─Señor... perdone el atrevimiento y mi escaso conocimiento en rutas, pero... este no es el camino hacia el aeropuerto.

Le observé desde mi asiento y su expresión era nada más ni nada menos que aquella que se debe colocar en una partida de póker. Apretaba el volante con fuerza y me ignoraba por completo, haciendo de cuenta que no llevaba copiloto alguno.

Me crucé de brazos, estaba en plan de caprichosa porque me cansó la actitud de imparcial de mi jefe.

Seguía pensando tentativamente las cosas en mi cabeza; toda la vida me la había pasado tomando malas decisiones que, además, eran innecesarias. Desde muy joven había comenzado a arruinar las cosas, para variar.  Estaba viviendo dos vidas externas a mi realidad de nacimiento: Por un lado, era una bailarina exótica de belly dance, indomable, sensual, una que volvía loco a Bordán; y por el otro, era una persona muy similar a la original Alma, aunque más sumisa, una secretaria de segunda que, al igual que la anterior parte, ponía de los pelos a mi jefe, solo que un mal sentido y de forma literal.

Odiaba estar en la piel de la secretaria-barra-falsa casi esposa de mi jefe, en cada situación debía de repensar las cosas antes de hablar y solo dejaba salir mi lado inútil. Era difícil ocultar lo lascivo que rugía en mi interior, cada vez que Bordán realizaba un comentario indirecto, deseaba mandar todo al carajo y besarle tanto que mi nombre le quedara grabado en la lengua. Pero se me era imposible de realizar, yo había inventado tantas mentiras absurdas y debía de ahogarme en ellas por un tiempo, solo quedaba esperar el día en que la olla se destapase y el caldo desbordara.

─Iremos en auto.

─ ¿Qué? ─dije. Me había desconectado de golpe de mis pensamientos, justo cuando comenzaba a recapacitar como buena vueltera que soy.

─Sí escuchaste. En unas cuatro o cinco horas llegaremos al hotel de mis padres.

─Pensé que iríamos en avión ─dije sin mirarle, luego me coloqué unas gafas (compradas por Bordán) con la intención de hacerme la misteriosa y crear aires de grandeza, lo cuales no tenía. ─, a usted no le queda esto de manejar en auto durante tanto tiempo.

─Te estoy regalando dos horas extras para practicar y estás desagradecida. Vaya, eso es nuevo.

Hice un puchero, giré mi cuerpo en un ángulo de cuarenta y cinco grados, miré por la ventana y le ignoré una hora.

Justo cuando mis ojos comenzaban a cerrarse por el vaivén lento del vehículo, Bordán frenó, y como yo estaba con las piernas recogidas sobre el asiento y sin tener colocado el cinturón de seguridad, pasé a estar desparramada sobre el salpicadero. Mientras me reacomodaba, escuché como un broche se desprendió y alarmada le miré; mi jefe se bajó del auto, lo rodeó y se posicionó en frente de la puerta del acompañante. ¿Qué se supone que estaba haciendo él? Abrió la puerta y pegué un chillido de sorpresa.

─Ahora conduces tú.

─ ¿Qué? No.

─ ¿Cómo qué no? ─me dijo. Torció las cejas y frunció los labios en una línea. ─Anda, bájate del auto.

─S-Señor, yo no. Usted está equivocado, no puedo hacerlo. Lo siento, pero se me es imposible hacer lo que me está solicitando.

─Alma, hazme el favor de bajar del auto. ─Se cruzó de brazos y me penetró el cuerpo con la mirada.

Obediente, me bajé. La carretera estaba casi vacía, a excepción de esos vehículos que por rato derrapaban junto a nosotros, pero sin tener en cuenta ese detalle, se podía decir que el ambiente era bastante exclusivo y desierto. Quedé a quince centímetros por debajo de su persona, por lo que levanté la cabeza para observarle retarme, porque estaba más que segura de que eso es lo que iba a hacer ese hombre.

─En tu currículum decía específicamente que sabías manejar. No me tomes el pelo, el viaje es largo y encima debo ir contigo.

Tragué grueso, sus palabras me habían dolido de cierta forma. Había varias cuestiones insertas en esa charla. Claro que sabía manejar, pero no iba a hacerlo para él. Por un lado, no quería conducir su auto, el solo pensar en tener a Bordán al lado gritándome porque mi técnica de conducción es muy inferior a sus expectativas, justo como todo lo que yo hacía cerca de él, me daba escalofríos. También, sospesaba la idea de llegar a chocar su auto, cuyo valor alcanzaba, de seguro, el trasplante de cuatro riñones. Me lo imaginaba abandonándome en medio de la nada, y sin posesión alguna ya que todo lo de mi maleta había sido comprado con su tarjeta. La desesperación por fallar nuevamente me invadió, haciendo que invente cualquier excusa improbable solo para zafar. Suena muy infantil todo este planteo ilógico, pero en mi mente no era el caso.

─Sé conducir, pero en el simulador de mi hermano.

─ ¿Cómo dices?

─Lo que escuchó, Señor, sé conducir en el playstation. ¿Usted conoce el juego GTA? Es muy divertido, aunque viejito, y sabe...

─Suficiente ─me interrumpió─. Cállate, por favor. Mentir en tu currículum es muy grave, tanto que debería despedirte. Pero te necesito. ¡Diablos! ─maldijo acariciando sus cienes─ ¡Qué he hecho para renegar tanto con esta niña inútil!

─Usted lo prometió, no me llamaría de esa forma. ─le dije. Por alguna razón irracional, me hirió demasiado, las lágrimas me apuntaron a punta de pistola; parecía nena chiquita.

─ ¡Pero, si me sacas de quicio! ¡Agotas mi paciencia, Alma! ¡Si no fuera porque tienes una cara bonita y la inocencia de una criatura de cinco años, jamás te habría pedido ser mi esposa!

─Bordán, ¡usted es despreciable!

No estaba fingiendo ser inmadura, me molestó en serio. Caminé en sentido contrario de la ruta, crucé la acequia seca y llena de pasto bajo, para sentarme debajo de un pacará, las puntitas del césped me hincaban en las piernas desnudas, pero no me importaba. Lloraba a moco tendido. Las palabras de Bordán se repetían en mi mente y se acoplaban a los recuerdos de mi padre, de mi hermano y de todas aquellas personas que me han menospreciado reiteradas veces en la vida.

"Eres tan torpe, Alma, que das lástima"

"Va a llorar, ya no le digan nada más a la sensible"

"Cómo puedes llevar mi sangre, me avergüenzas"

"Eres incapaz de hacer algo bien o tomar una buena decisión"

"Qué hice para merecerte, debe de ser un castigo divino"

"Manchas nuestro apellido"

"Menea la colita un poco más, que es lo único que tienes de bueno"

"Si mamá estuviera viva, también te abría echado de casa"

Limpié la secreción que escurría de mis fosas nasales con el dorso de mi brazo. Algo dentro mío siempre estuvo roto, pero no le doy la importancia que merece. En el fondo sé que todo lo que me dicen es cierto, y eso duele aún más.

─ ¿Alma? ─Siento como la brisa se corta y un peso se acopla a mi lado.

─Váyase ─le dije, teniendo la cabeza escondida entre los brazos─. No quiero verle.

─Perdóname. No fue de veras lo que dije.

─No importa. Váyase, Señor.

─Lo siento, Conejito.

─Le dije mil veces que no soy su conejito. Hágame el favor de dejarme sola.

─No puedo, te necesito.

─Cierto, me necesita para que su mamá no lo desherede, ¿no? ─Levanté la cabeza y le miré llorosa.

─No solo por eso te necesito.

─ ¿Qué me va a decir? ¿Qué me quiere? ─me reí triste ─Por favor, si solo soy su torpe secretaria... ah, y también su falsa casi esposa. Ya déjeme un rato en paz.

─Alma ─me dijo. Trató de sostener mi rostro, pero se lo negué─. Alma, mírame ─Yo le seguía rechazando─. Basta, Alma. Lo siento. No sabes cómo lamento lo que pasó... tú no eres esas cosas y tampoco te elegí por ser una cara bonita.

─Es mentiroso, Señor Bordán. Tanto que duele.

Me pasó un dedo por los pómulos limpiando mis lágrimas. Se acercó y dejó un beso sobre mi mejilla izquierda. Olía a menta y sus ojos me hacían olvidar que él era tan duro de tragar. Sollocé en silencio, mientras mi jefe se puso de pie y se direccionó hacía el auto. Tal vez estaba pensando en atropellarme y así acabar con sus mentiras y las mías. Le miré volver con una botella de agua en la mano y un paquete de pañuelos.

─Toma. Límpiate bien, Conejito ─dijo, luego me tendió las cosas que había traído desde el auto ─. Te prometo que te compensaré en grande por esto, solo dime lo que quieres.

Le miré los labios y entorné los ojos. Al ver que estaba quieta, mi jefe sacó un pañuelo descartable de la bolsita; comenzó a limpiar mi rostro con suma delicadeza. Se acercó y soplo sobre mis ojos, supongo que, para querer aliviar la hinchazón, reí por eso. Estaba tan cerca de mí que una suave brisa podía acercarnos a lo prohibido. Pero yo sabía que él no me amaba ni estaba interesado en mí, solo me necesitaba y por poco tiempo.

Hola, Engendros Lectores. Cómo están? La vida les trata tan mal como a mí? 

Al final sí llegué con el nuevo capítulo, les ha gustado?

Me gustaría que me cuenten desde donde me leen.

Besos XOXO

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