Capítulo 12: No sirvo para nada, ya lo sé
Capítulo 12: No sirvo para nada, ya lo sé.
Mi jefe revoleaba mi ropa del armario a la cama; yo, por otro lado, me dignaba a mirarle desde la esquina, sentada en un banquito plegable de plástico blanco, mientras esa avalancha de trapos se iba apoderando de mi lugar de descanso.
Para ser sincera, no tenía ni la menor idea de qué era lo que el Señor Bordán esperaba encontrar en mi ropero. Tampoco se me ocurría qué tenía de malo mi ropa, eran prendas normales que se dividían en dos grupos: ropa para el trabajo y ropa para andar en casa. Está de más aclarar que antes de su inevitable llegada, los trajes de odalisca de Victoria habían sido prácticamente enterrados debajo de la cama (nunca he sido buena jugando a la escondida, menos ocultando objetos, que irónico). En mi inocencia, pensaba que tal vez, el Señor Bordán, estaría buscando un vestido de princesa o, en su defecto, un bikini sensual de playa colección 2023, pero yo solo tenía pijamas y trajes de segunda mano. Eso pareció molestarle.
Sin embargo, me encontraba en un bucle de pensamientos que estaban ajenos a la ropa de mala calidad que existía en mis gavetas. Muchas cosas me rondaban la cabeza, pero la que revoloteaba con más fuerzas en mi mente eran las recurrentes visitas de Bordán hacia Victoria. Sin falta, todos los sábados por la noche, se registraba su presencia enfundada en un traje pijo. En el Palacio comenzaron a tratarlo como cliente regular; Chris le daba la mano y le invitaba cerca del escenario bajo para tener una mejor vista de la carne en exposición; siempre pedía un wiski doble con mucho hielo y, en ocasiones, solicitaba unos falafeles. Una vez que mis pies tocaban la madera suave del escenario, podía percibir sus ojos oliva recorriendo cada curvatura de mi cuerpo, cada vez que mi cadera se quebraba, su vista se fijaba y pasaba con lentitud un trago de su áspera bebida. En la piel de Victoria, todo era más fácil; en especial tratar con mi jefe. Cuando él me miraba, todo el mundo se opacaba, sentía como la luz disminuía y se enfocaba solo en nosotros, solo éramos él y yo, y se sentía hipnótico, un sentimiento insaciablemente lascivo.
─Alma ─dijo, luego, suspiró agarrando su entrecejo con la punta de sus dedos─. Mi pequeño e inocente conejito─ Él seguía suspirando, pero yo solo pensaba en lo raro que había sonado ese apodo de mierda, que había salido de su boca solo para sustituir el: Alma, eres tan torpe e inútil. ─. Me puedes explicar el por qué no hay nada decente en tu guardarropa.
─No sé qué decirle, Señor. Solo voy al trabajo, al mercado y de regreso, ¿por qué necesitaría algo especial?
─ Y si quieres salir con tus amigos, ¿qué te pones?
─Mmm, ¿ropa?
Bordán volvió a soltar aire, parecía un toro apunto de atacar a su torero inexperto y menso, ósea yo.
─Tendremos que comprar todo nuevo. Tal vez puedas llevar algunos de los trajecitos que te pones en la oficina, como este ─Entre sus dedos, y de manera poco agraciada, sostuvo un short estampado imitación de Prada, uno que me quedaba demasiado corto por lo que solo me lo puse una vez. ─, recuerdo que le quedaba muy bonito. Toma, te lo pones y en cinco nos vamos al shopping, no pasaré vergüenza, después de todo eres mi mujer.
A duras penas acepté el short que me lanzó y una blusa blanca, me encerré en el baño y me cambié.
Al salir, me arrepentí, puesto que, mientras mi jefe doblaba mi ropa, le escuché murmurar:
─Está chica no hace nada bien.
─No se lamente, Señor, no sirvo para nada, ya lo sé.
─Alma, yo no quise...
─No lo diga... ¿nos vamos?
[...]
Entramos, literalmente, a la tienda más concheta que se nos cruzó por el frente. Yo me moría de un infarto, cada traje de dos piezas costaba un poco más de quince mil pesos, un calzón y un brasear costaban esa pasta gorda. Para mí, un desperdicio, pero yo no iba a pagar ni un solo centavo y, como dijo Antonio, debía permitirme disfrutar la agonía.
Yo contemplaba todo como pichón perdido, me impactaban los precios más que nada, pero una que otra cosita me llamaba la atención. Mis dedos se deslizaban por la tela impermeable de los bañadores, llevaba singular atención a las triquinis que se adherían a los maniquíes, mis pensamientos divagaban entre la idea de pasearme por la paya porteña exhibiendo mi cuerpo con orgullo y sin ninguna máscara, y la cara de preocupación de Chris cuando le conté que iba a estar de vacaciones con el hombre que me ponía apodos infantiles y absurdos. ¿Qué tanto estaba metiendo la pata en el barro?
─ ¿Te gusta esa?
─Oh, sí. Es bonita, Señor.
─Pues necesitas probártela, Cariño ─dijo. Me besó la mejilla y le señaló la prenda a la vendedora, quien, minutos más tarde, me facilitaría la prenda. ─. Tenemos que ir practicando en público. ─susurró en mi oído.
El Señor Bordán me empujó al probador junto al traje de baño. Yo no quería probarme nada, lo que menos necesitaba en esos momentos es una preocupación extra, no deseaba darle riendas sueltas a la imaginación de mi jefe, demasiado tenía con estar obsesionado con Victoria, el solo imaginar que en su mente podía discernirse el deseo por dos mujeres similares que, a sus ojos, eran dos personas, pero que, en realidad, era ambas yo, me revolvía el estómago.
Demasiado que digerir con poco almuerzo en la tripa.
─ ¡Alma! ¿Estás confeccionando nuevamente el bañador? ─Escuché desde el cambiador. La voz de Bordán se escuchaba poco animada y con ánimos de irse a la cama. En realidad, no tenía idea si solo él se comportaba así, considerando que debía comprarle un guardarropa de verano nuevo a su falsa esposa, o si todos los hombres se aburrían de manera tan degradante ante la idea de salir de compras.
Apoyé las manos en mis glúteos. Me gustaba esa maya; en el aspecto visual, era muy armónica, se ceñía como un guante a mis pechos y mi cadera parecía más redondeada, además, el rojo vibrante de la tela resaltaba lo pálido de mis piernas y mi abdomen. Pero no quería salir del probador. No con mi jefe afuera, sentado en los sillones, esperando con pocas ansias mi salida. No con ese señor a la espera, aquel que se había estudiado de forma inconsciente la anatomía femenina a través del cuerpo de muñeca de Victoria. De ninguna manera.
─ Si no sales pronto, entraré yo mismo a sacarte.
Apreté la cortina, haciéndola un junco con mi puño. Tomé una bocanada de aire antes de deslizar ese trozo pesado de tela que nos dividía. Tenía los ojos apretados en una mueca de desesperación y defensa, por lo que no pude ver la expresión exacta que realizó el Señor Bordán cuando me vio, pero sí sé que estaba callado, ruido no emitía.
─ ¿S- Señor? ¿Diga algo? ─dije, aún apretando los ojos. ─Me pone nerviosa, por favor hable.
Ante la intermitente ansiedad que me estaba provocando, abrí los ojos. En el rostro de mi jefe brillaba la hipnosis, sus ojos poseían un destello particular que hizo que la sangre se me acumulará en las mejillas. Su cara de embobado me provocó tal ternura que me tapé rápido con la cortina del probador y me quedé, sonrojada, mirándole desde ahí.
─Creo que te gusta ─dijo, aclarándose la garganta ─. Llevaré ese y dos más; uno en tono negro y el otro... en blanco.
Se levantó del sofá y lento se me acercó, tomó la cortina, obligándome a soltarla y quedar expuesta ante su mirada. El corazón me latía en la garganta, por instinto, mordí mi labio inferior y entorné los parpados.
─Fingir será mucho más sencillo de lo que pensé.
Holis, cómo han estado, pequeños engendros lectores?
Noticias: Tal vez me demore en subir el próximo capítulo, comienzo a estudiar para rendir los exámenes de mi carrera, eso ocupará el 90% de mi tiempo. Espero que me tengan paciencia.
*Aquí puedes dejarme una consulta de cualquier tipo, vinculada a la historia, claro.
*Aquí puedes decirme lo que crees que ocurrirá en el viajecito.
Besos. XOXO
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