Capítulo 11: ¿Bromas? Ojalá.

Capítulo 11: ¿Bromas? Ojalá.

─ ¿No estás bromeando?

─ Desearía hacerlo, amiga. ─dije, dejé soltar un gran suspiro y pasé una mano por mi frente.

─Yo en tu lugar estaría saltando en una pata. Unas vacaciones todo pago, en un lugar afrodisiaco. Vaya, que suerte. ─Antonio sorbió su batido de fresas, ignorando la situación.

Tanto Tina como yo le miramos incrédulas. No podía estar hablando en serio, o ¿sí?, la verdad es que con Antonio nunca se sabía si lo decía en broma o no, ese chico poseía más estados de ánimos que un arcoíris posee colores; podía mostrarse todo fornido y serio, y de pronto, andaba babeando por mi primo como un gatito en celo.

─ ¿Por qué me miran de esa forma? ─Claro que se dio cuenta de que le estábamos clavando cuchillos con los ojos. ─Me están dando miedo.

─Es que a veces sí que eres bruto. Te lo pongo de esta forma: Nuestra amiga está sufriendo mucho con la situación; estamos hablando de que se irá de vacaciones con ese hombre, con su jefe-barra-Grinch sin sentimientos que dice que Alma es torpe e inútil. Aunque en ocasiones sí lo eres. ─Eso último lo susurró, pero, de igual manera, le escuché:

─ ¡Tina! ¡Eres horrible! ¡Vosotros dos sois horribles como amigos!

─Un momento, Vic. A mí no me hables con tu lenguaje "fifí" ─Le miré torciendo el gesto ─, usando prefijos como vosotros. Estás en Argentina, en una cafetería mediocre, con tus amigos pobretones.

─Lo siento, es la costumbre... Un momento, no me llames Vic fuera del local, es la regla. ─Apunté a Antonio con un dedo. Justo en ese momento, la puerta de la cafetería se abrió y un tintineo me distrajo.

Eso debía ser un gran chiste. Por el bien de toda la humanidad no podía ser verdad.

Sin embargo, lo era.

Mi boca calló al suelo y mis ojos se abrieron bastante, tenía más o menos la expresión literaria que de niña nunca pude interpretar literalmente, bueno hasta ahora jamás había podido poner los ojos como plato.

─Oye, Alma, ¿acaso viste un fantasma?

─Vic, digo, Alma, ¿te sientes mal? Tina, creo que le cayó pesado el licuado de durazno.

─No, no creo. A eso no le ve las calorías, lo que es un logro, así que no.

─ ¿Y eso que tiene que ver?

─Qué sé yo, pero no come azúcar desde ayer, tal vez le afectó al cerebro.

─Es probable.

Mientras tanto, yo seguía en shock, escuchando de fondo la conversación de mis amigos, mirando frente a mis ojos un escenario nefasto.

Ahí estaba él; un traje enfundaba su cuerpo cerniéndose de manera espectacular, sus ojos brillaban como siempre y sobre sus hombros cargaba la chaqueta de una dama. ¡Sí! ¡De una Mujer! ¡Una Mujer que le acompañaba! Ella colocó de manera descarada su brazo sobre el de mi jefe, apoyó su cabeza en su hombro cubierto por lana azul marino. Yo estaba congelada y sin poder decir nada, pero entre ellos, la atmosfera de tornaba cálida.

─ ¿Qué miras, linda?

Solo pude levantar a medias mi dedo en dirección de la mesa ubicada en un rincón, en donde la pareja feliz acababa de sentarse.

─Oye, Tina. O me acabo de perder de algo o el batido le mezcló los sesos.

─Espérate un momentito ─dijo Tina, luego se dio la vuelta y contempló al rincón─. No me digas que... ¡ese es tu jefe!

─Shh, calla, chica. Que te va a oír.

─ ¡Por Dios! ─Antonio comenzó a aventarse dramático con su mano─ Si está churrísimo. Te quejas de llena.

─ ¿Pueden bajar la voz? Díganme qué haré si él me ve. Mejor nos vamos.

─No, señorita. Nadie se marcha de aquí. Aún me queda medio licuado y una medialuna, son como ochocientos pesos sin comer. Así que vuelve a sentarte y deja tu bolso quieto.

Nerviosa, agarré un panfleto que había en la mesa y me cubrí con él el rostro, al estilo película antigua de James Bonds. Seguramente era el mismísimo karma que me empezaba a devorar de a poco. Pero había algo que no comprendía, y que, en definitiva, era lo que me estaba carcomiendo la cabeza: Cuál era el motivo por el cual el Señor Bordán me había solicitado de forma meticulosa que sea su falsa prometida en la cena que organizaba su madre por su cumpleaños, si estaba más que claro que él, de hecho, tenía otras opciones, unas que no necesitaban ensayar ni hacer el ridículo noche tras noche; yo era un pato criollo, ellas; cisnes.

En esa ocasión también me perturbó la posibilidad de que el Señor Bordán haya, de alguna forma, descubierto mis raíces aristocráticas. Lo cual era demencial y casi imposible. Él no podía saber que yo era hija de mi padre, no, no debía. El pánico se comenzó a apoderar de mi psiquis. Era una teoría absurda, pero con uno por ciento de posibilidades de ocurrir. Yo era carne muerta si eso se descubría. Aunque claro, el nombre de Alma Muñoz no aparecía en los registros genealógicos de mi familia, el derecho a pertenecer a esa línea sanguínea se me había destituido hace mucho tiempo y no pude objetar. Obvio que no he cortado del todo la comunicación con mi padre, a pesar de tener casi nulo contacto con él y con mi hermano. Yo soy la vergüenza de la familia, algo así como la oveja negra o el ganado desviado del corral, esa parte de la estructura que, en vez de estar cumpliendo su parte, va y tiene grandes sueños, unos que están fuera de su alcance y que jamás podrá alcanzar.

Mi mirada había cambiado; ya no reflejaban ese sentimiento de estar anonadada por el momento, sino que la tristeza se fundió en mis cuencas oscuras y se quedó allí hasta que por fin Tina acabó su merienda, y los tres salimos de la cafetería en un silencio sepulcral, yo, más que nada, con la cabeza agachada, contemplándome los zapatos truchos, tragando grueso, sintiéndome objeto inútil por primera vez en mucho tiempo, llevaba un pequeño dolor en el pecho como si hubiese presenciado una traición indirecta hacia mí.

Solo me quedaba confiar en que el Señor Bordán sabía lo que hacía, y que pronto saldría de esa telaraña y desaparecería... otra vez.

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