Capítulo 1: El nuevo empleo.

🍂 Y qué, si mi karma es tu boca prohibida. Y qué, si hasta el alma por ti vendería. 

 🍂  Y qué, si mi cielo se llena de espinas. Si probarte es un acto suicida. 

🍂 Yo prefiero morir a tu lado a vivir sin ti. Y qué, si es veneno lo que hay en tus besos.

🍂 Y qué, si mi amor para ti es solo un juego. 

°Axel Fernando.


Capítulo 1: El nuevo empleo.

Abrí la ventana para sentir la suave brisa de verano. Aquel lugar parecía asfixiante, las paredes caqui oscuro y el parqué renegrido recubrían la oficina. Solo una única ventana enmarcada por una metálica capa espesa que dividía el vidrio en dos partes dejaba ingresar al viento. Olía a rosas y vainillas frescas, el aromatizante que ponían las muchachas de limpieza era muy agradable y discernía el ahogo que provocaba estar dentro de esas cuatro paredes. Mientras acomodaba mis cosas sobre el escritorio, notaba como a pesar de las excusas de mi padre ese lugar me encantaba, porque era mi primer empleo formal y me habían elegido a pesar de ser la más joven de los entrevistados.

Dejé una libreta llena de post-it dentro de un cajón, apoyé mis brazos sobre la madrera del escritorio para comenzar a leer los papeles que debía entregar a mi jefe dentro de dos horas. Recordaba con precisión las palabras de mi padre al contarle que había obtenido el puesto en la entrevista: ─No puedo creer que hayas pasado tantos años en la universidad para trabajar de secretaria de un tipo. Tú deberías ser su jefa, no al revés─. Bueno, mi padre cuando quería se comportaba de manera tosca, pero lo quería más que a mi vida. Con un resaltador en la mano comencé a marcar las partes relevantes de las copias. De cierto modo, mi padre tenía razón; había obtenido el promedio más alto de mi promoción, la universidad a la que asistí era la mejor de la región y solo pocos lograba ingresar, ni que decir de recibirse. Pero no podía pedir mucho con veintitrés años recién cumplidos y una titulación en trámite, para mí esa oportunidad era demasiado y me aferraría a ella con todas mis fuerzas.

Alrededor de las nueve de la mañana, la gente comenzó a moverse en serio. A menudo veía pasar empleados llenos de papeles por delante de mi oficina. Para mi suerte, no podía estar tranquila ni sola en casi ningún momento. Era agradable tener una oficina para mí misma, pero lamentablemente estaba conectada a la espaciosa oficina de mi jefe, yo era su secretaria después de todo y seguro que tenerme cerca era lo ideal. Y eso al comienzo fue un problema. Mi trabajo consistía mayormente en acordar las citas de mi superior, atender el teléfono y organizar los papeles que él debía atender, sin embargo, como dije, mi oficina siempre tenía más gente de lo normal. Algunos empleados buscaban al jefe, otros tenían citas con él, y el gran promedio venía a dejarme más papeles para revisar. Era algo a lo que debía acostumbrarme si deseaba quedarme en aquel puesto.

Junté un cumulo de papeles, todos y cada uno de los archivos con sus respectivas anotaciones y adjunto el documento original, además le agregué los contactos directos de cada uno de los clientes de la empresa. Todo eso con la intención de ser lo más eficiente posible y, también, para que no tener inconvenientes por banalidades. Los tacones repiqueteaban sobre el parqué mientras iba en dirección del umbral de la puerta. Era la primera vez que entraba en la oficina de mi jefe, golpee con los nudillos aceptando la dificultad que me ocasionaba tener tantos papeles sobre mis antebrazos. Abrí la puerta de un empujón, respirando encima caminé hasta ponerme delante de su escritorio. Esa oficina era digna de un dueño empresarial; a diferencia del resto, esta poseía un vidriado oscuro que cubría toda la pared ubicada a espaldas del escritorio de madera, el parqué era de un tono menos que el resto del edificio dejando una notoria diferencia entre lo claro y lo oscuro a pesar de ser ambos negros. Ahí estaba él, sentado sobre la mullida silla reclinable con una pierna cruzada sobre la otra dejando un triángulo perfecto con sus extremidades, con una mano acariciaba su mentón y con la otra sujetaba un block de documentos impresos. Sus cejas se fundían endureciendo su expresión, aún estaba lejos de su persona, pero podía percibir el reflejo del sol chocando en su mirada. Ásperos, dominantes, pero con un brillo atrayente, sus ojos verdes levantaron la vista de los archivos para repasarme de arriba abajo. Sonrió torcido observándome con cautela mientras yo apoyaba los papeles sobre la mesa. Tragué grueso evitando mirarle. Al instante me marché de nuevo a mi despacho. Ese hombre parecía intenso y hasta asustaba un poco, pero supuse que mi visión de él era trascolada por los nervios del primer día y el miedo al fracaso.

Estaba concentrada en pegar etiquetas amarillas alrededor del computador, cuando un golpe estrepitoso contra el escritorio me hizo saltar de mi silla. Quité la vista de los papelitos para contemplar el pilar de papeles que había delante de mí.

─ Los revisas antes de las seis. ─Juro que podía sentir como sus ojos penetraban mi cuerpo. ─Quiero que les agregues todas esas pegatinas, pero sin ser tan infantil.

─ De acuerdo, Señor Bordán.

─ Por cierto, no hagas que me arrepienta de mi elección. ─La comisura izquierda de su boca se alzó en un gesto de aprobación.

Todavía no comprendo por qué me causó mucha satisfacción escuchar esa simple oración salida de sus labios. Supongo que sentía que podía irme de maravilla en ese empleo y así podría demostrarle a mi padre de una vez por todas que sí sé hacer buenas elecciones.

El señor Bordán se marchó con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón de vestir. Lo observé hasta que se perdió por el pasillo que llevaba al resto de las oficinas. Poseía un aura jovial que daba a imaginar que tal vez no poseía más de veintiocho años, aunque bien sabía yo que para llegar a su puesto con tan poca edad significa solamente dos cosas; heredó la empresa, o simplemente aparentaba menos edad de la que tenía. Aun así, me negaba a pensar que aquel hombre tuviese una edad aproximada a la de mis padres, sin embargo, era una vil verdad que el Señor Bordán al menos poseía diez años más que yo, una edad similar a la de mi hermano (o un tío), supongo. Tal vez esa idea descomunal se formuló en mi mente por el mero hecho de haber quedado fascinada con las facciones de su rostro y su atractiva pulcra imagen.

Miré el reloj del ordenador. ¡Dios, que tarde era! La hora del almuerzo estaba justo por terminar y yo todavía no bajaba a la cafetería. 

Al mirar el reloj en mi muñeca, pude percibir un escalofrío, pues no me quedaba tiempo. En menos de cinco minutos el periodo del almuerzo terminaba y yo aún con la tripa vacía. Contemplé los fideos con tuco, el humito de vapor tentaba a mis papilas gustativas. Pero no podía escoger eso. Iba a optar por la salida más fácil si quería almorzar y conservar mi empleo; comer dentro de mi oficina. Aun así, tomé una ensalada caprese, sí lo sé, yo quería unos fideos con tuco, pero ¿se imaginan un plato con salsa junto a una pila de papeles? Buena idea no es. Así que tomé un bold de plástico descartable con dicha ensalada en su interior, también agarré un paquete de trocitos de crotones para agregarle algo crujiente a mi ensalada.

Los nervios que se escurrían de mi cuerpo como agua helada de una ducha, es preciso decir que estaba un tanto dramática, pero es comprensible debido a la inexperiencia que poseía; antes, cuando estudiaba, mi único empleo legal fue en una confitería, llenaba tazas de café y colocaba medialunas en un plato, las reglas de aquel lugar no se comparan con las de aquí, reglas que aún no terminaba de aprenderme. Tampoco conocía demasiado a mi jefe. El terror de ser una incompetente se apoderaba de mí cada cinco minutos, obligándome a intentar ser perfecta en lo que hacía.

Las puertas del elevador se abrieron dejándome cabida libre para ir a mi despacho. A paso apresurado ingresé, apoyé mi trasero en la silla y solté todo el aire que estaba conteniendo en mis pulmones, mi jefe aún no había vuelto de almorzar. Me relajé contemplando al cielo raso. Abrí el bold de plástico, vertí sobre la ensalada los saches de sal, aceite de oliva y vinagre blanco, luego de mezclar bien, incorporé los trocitos de crotones. Sabía delicioso, el queso, la albaca y el tomate son una excelente combinación, más si tienes una tremenda hambre y poco tiempo. Decidí ir adelantando algo de papeleo, por lo que me predispuse a tomar un documento e ir leyéndolo mientras comía.

Este documento seguro cabrearía a cualquiera. Era increíble la cantidad de personas que solicitaban un préstamo aún antes de ser clientes permanentes de la empresa. Lo peor era que esas personas, una vez otorgado el crédito, desaparecían de la faz de la tierra, sí, se embargaban los inmuebles y lo que fuese necesario para cubrir el monto del dinero solicitado, aunque eso no quitaba la pérdida de tiempo, de mí tiempo. Esa era una de las cosas que debía comprender, ¿cómo una empresa de agua saborisada era también una empresa de préstamos? Entendía a la perfección que algunos clientes abrían sus propias sucursales para vender los productos ofrecidos por la empresa y que para lograr eso pedían un préstamo o un acuerdo de comisión por ventas, sin embargo, me seguía pareciendo ridículo que existiera gente que solo solicitaba un préstamo fantasma y esperaba que la empresa se lo otorgara.

─ ¡No ensucie los documentos, señorita! ─dijo un tanto molesto, el Señor Bordán.

─ Eso no va a ocurrir, Señor.

─ Termine de comer y retome su trabajo. Si veo manchas de aceite en los documentos originales usted tendrá que transcribirlos uno por uno. ─dijo inclinándose hacia mí.

Yo lo contemplaba desde mi asiento sintiéndome pequeña, con un trozo de albaca colgando de mis labios y con el tenedor alzado en señal que había quedado a medio camino de mi almuerzo.

─ Deme eso. ─dijo, imponente, arrebatándome los papeles de la mano. ─Avíseme cuando termine de comer su comida para conejos.

─ Es una ensalada... ─murmuré muy bajito.

Comí en silencio el resto de mi ensalada. Luego acomodé los papeles que ya había revisado, no era una pila tan alta como la de esta mañana, sin embargo, el jefe me había pedido que le avisará cuando terminase de almorzar y no iba a entrar a su despacho con las manos vacías.

Golpee la puerta. Él no contestó, todos modos ingresé. Un silencio sepulcral invadía el cuarto, de pronto el repiqueteo de mis tacones, hicieron que me ponga nerviosa. Esos zapatos eran demasiados ruidosos. Dejé los papeles delante de su persona, evitando hacer contacto visual, aunque sus ojos me observaban pacientes, lo sabía porque podía sentirlo. Podía sentir como su mirada me desaprobaba, no solo a mi apariencia, sino todo el combo completo.

─ ¿Terminaste de comer?

─ Sí, Señor ─dije jugando con mis dedos─. Le traje los documentos que acompañan al que usted se llevó.

Él agarró los papeles que se había llevado hace un momento de mi pequeña oficina y los metió dentro de la trituradora de papeles. Abrí grandes los ojos ahogando un grito. Esos eran documentos originales, no poseía copia alguna de esos archivos, y por más que iban a ser rechazados, tenían que pasar por el escáner antes de ser destruidos. El chirrido de la maquina se acoplaba a mis intentos por no protestar.

─ Vas a hacer un informe sobre el documento. Tenía una mancha de aceite.

Solo pude mover la cabeza en señal de aprobación.

─ No me mires así. Tú fuiste quien comió junto a los papeles.

Volví a mover la cabeza, parecía uno de esos muñequitos cabezones que se colocan sobre la guantera de los autos.

─ Espero que tengas buena memoria. Quiero el informe dentro de una hora.

Me marché sabiendo que él me seguía con los ojos y posiblemente con una sonrisa en el rostro. ¿Cómo diablos iba a hacer un informe de algo que no había terminado de leer?

Busqué una copia entre todos los papeles disponibles a mi disposición. Revisé la bandeja de entrada del e-mail registrado en la computadora, pero no había rastros de aquella solicitud de préstamo. ¿Qué iba a hacer? Estaba perdiendo la cabeza y el tiempo. Estaba sentada en el suelo de la oficina, rodeada de papeles, con lo ojos llenos de lágrimas, deseando correr lo más lejos posible. Mi papá tenía razón, no debí aceptar el empleo.

─ ¿Estás bien? –Levanté la vista encontrándome con un chico de estatura mediana y cabellos negros. Él me tendió la mano para ayudarme a levantar. ─ ¿Primer día?

─ Supongo. ─respondí y me puse a acomodar el desastre que había provocado. ─ ¿Necesitas algo?

─ Venía a entregarte un par de papeles. Pero veo que estas ocupada.

─ No, tranquilo. Puedes darme los archivos. ─Estiré la mano para agarrar dicho objeto, pero él me tendió la suya y estrechó la mía.

─ Soy Gonzalo.

─ Alma. ─dije, y sorbí a causa de las lágrimas.

─ ¡Les pago para trabajar, no para hacer amigos!

El Señor Bordán apareció desde el marco de la puerta, cruzado de brazos, con la espalda bien erguida y un ceño fruncido. Caminó lentamente hasta situarse junto a nosotros, bajé la mirada al suelo observando mis zapatos, Gonzalo fingía rascarse la nuca ignorando también los ojos acusadores de nuestro jefe. Tenerlo tan cerca era temerario, aquel hombre me sacaba fácil una cabeza y media, ni hablar de lo menuda que me veía a su lado. Era como observar a un tigre y un gatito mojado, yo era el gato empapado, por las dudas.

─ Si ya no tienes nada que hacer, te me largas a trabajar. ─dijo entre dientes el Señor Bordán. Gonzalo acotó sus órdenes sin protestas.

─ Y tú─ Di un respingo al saber que se refería a mí. Él dio un repaso a mi oficina fundiendo a un más sus cejas─. Te me vas a mi oficina, debo hablar contigo. ¡Pero ya!


Hola, mis engendros. Uf, hace una eternidad que no actualizaba esta historia, bueno, aquí no debemos nada a nadie así que comenzaré a actualizar de a poco.

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