☁️Epilogo☁️
Cuento la niña de papel, publicado por Park Jimin.
Había una vez, una niña que al nacer le fueron otorgados un par de brazos y manos de papel. Cuando quería tomar algo para jugar, no se lo permitían porque al ser tan frágil podía romperse.
Al paso de los años, la niña logró dar sus primeros pasos, pero su madre preocupada por su andar le prohibió correr o subir a la bicicleta. Y así aparecieron otro par de pies y piernas de papel. La niña ya no corría y tampoco era capaz de llevarse comida a la boca. Porque era tan frágil que podía romperse...
Un día la pequeña niña escuchó balbuceos de niños jugando provenientes de la ventana de su habitación, como pudo se arrastró para ver qué les ocasionaba tanta felicidad. Al ver al montón de niños juguetear en el parque frente a su hogar, anheló con todo su ser poder ir con ellos. Entonces decidió pedirle a su madre permiso para salir a jugar.
—Si sales vas a lastimarte, porque eres de papel. Mira, incluso tus orejas y tus ojos se están convirtiendo en papel —dijo su madre con preocupación.
Con tristeza, la niña se acercó a un espejo para comprobar que en efecto: sus ojos y orejas ya eran de papel. De esa manera dejó de ver televisión, no podía jugar con niños de su edad y entonces entristeció.
Cada noche lloraba en las cálidas sábanas de su cama porque era el único lugar en el que no podía lastimarse.
Con el paso del tiempo la niña creció convirtiéndose en una mujer adulta, y para ese tiempo cada parte de su cuerpo ya se había convertido en papel.
Ella con tristeza anhelaba ser una persona de carne y hueso, pero por desgracia no lo era.
—Por mi corazón fluye sangre, mi corazón tiene latidos. Eso significa que por lo menos una parte de mí tiene vida. ¿Verdad? —le preguntó a la nada.
Una mañana al levantarse, se metió a su bañera especial esperando a que su madre le ayudara a enjabonarse, porque recordemos que era de papel y al ser de papel debía tener mucho cuidado con el agua.
De otra manera podía romperse.
Luego de esa ducha la mujer de papel se dirigió a su alcoba, pero al entrar, el ruido de un par de pasos la sorprendieron. Era un hombre que aparentaba tener la misma edad que ella, él le pidió que no gritara para no alamar a su madre.
—He venido por la pelota de béisbol —dijo al mostrarle una pelota que acababa de caer en el balcón de la habitación.
—¡A... Aléjate de mí, o podría romperme! —gritó asustada quedando estática y lejos de él.
—¿Romperte? —cuestionó ladeando la cabeza—. ¿Por qué te romperías?
—Porque soy de papel...
Él sonrió mostrándole todos sus dientes, seguido de eso hizo algo que la sorprendió... Le arrojó la pelota directo al pecho, la mujer de papel la tomó entre sus manos evitando ser golpeada y amplió los ojos sorprendida de su fuerza.
—No eres de papel —dijo acercándose a ella—. ¿Quién te ha dicho semejante mentira?
—Tan solo mírame, soy de papel —insistió.
—Han pronosticado lluvia de esperanza para esta noche, si quieres comprobar que no eres de papel vendré a buscarte. Saldrás por la ventana y si no te deshaces, entonces eres de carne y hueso. Pero si te deshaces, entonces seguirás siendo de papel.
—¡Pero si salgo a mojarme bajo la lluvia voy a morir!
—Toda tu vida has estado encerrada en este lugar, lo sé por tu apariencia. Por eso creo que vale la pena el riesgo. —Él avanzó a la ventana—. Al aparecer las primeras gotas de lluvia, una escalera estará esperando por ti.
Después de decir eso saltó por la ventana con habilidad y ella se sorprendió porque nunca creyó que hacer eso fuera posible.
Durante todo el día pensó en la proposición de aquel hombre y al caer la noche se acostó en su cama esperando escuchar las gotas de lluvia caer que pronto aparecieron. En ese momento se armó de valor y tomó la decisión de averiguar si las palabras de aquel sujeto eran ciertas.
Temerosa, se acercó a la ventana observando la escalera de madera que guiaba directo a la verdad que le fue oculta durante años y directo al joven apuesto que conoció un día atrás.
En un acto de valentía, colocó ambos pies de papel en la orilla de la ventana, con pasos temblorosos descendió a tierra saliendo de su casa por primera vez, después de más de veinte años. Las gotas de lluvia eran pequeñas, ella sintió el agua penetrar su piel al mismo tiempo que el papel se desvanecía de poco en poco a medida que bajaba las escaleras. Sintió a su corazón regocijarse invadido por la alegría. ¡Aquél hombre, tenía razón!
—Te lo dije, no eres de papel. —Le tomó la mano por sorpresa arrastrándola al interior del parque que desde niña quiso asistir. La intensidad de la lluvia aumentó mientras ese par bailaba y jugueteaba como niños inocentes.
—¡Soy de carne y hueso! —gritó ella con euforia.
—¡Lo eres! —él la animó.
—Gracias, gracias... —de pronto lo abrazó.
—No agradezcas, ahora vive y deja de ser prisionera de ti misma. —Entre lágrimas asintió.
—¡Tengo que ir a casa, tengo que contarle a mi madre que no soy de papel!
Al decir eso corrió y corrió hasta llegar a la puerta de su casa.
TOC TOC, TOC TOC...
La puerta se abrió y la cara de sorpresa de su madre se tornó en una cara de enojo.
—¡¿Qué haces afuera?! —cuestionó al tomarla por las orejas y arrastrarla al interior de la casa.
—¡Au, au! —se quejó dolorida.
—No debiste salir de casa.
—Mamá, he salido y no soy de papel. Mira mis manos, mira mis pies, mira mis ojos... Siente mi corazón latir. No soy de papel —mostró una radiante sonrisa—: ¡Soy de carne y hueso!
—Te equivocas. Tú eres de papel y si sales de aquí vas a romperte.
Su madre mintió. Toda su vida le hizo creer a su hija que era de papel para que permaneciera encerrada. Aún así, ella no creyó en sus palabras porque instantes atrás comprobó que era de carne y hueso.
—No soy de papel —dijo con firmeza.
Al decir eso los pequeños pedazos de papel que todavía yacían en su piel, se resbalaron por completo. Su madre al verla convertirse en mujer de carne y hueso, gritó desesperada porque ya no podía mantener a su hija eternamente junto a ella. Entonces decidió obligarla a permanecer a su lado. Aun así no esperaba que aquel hombre que le mostró la belleza de la vida y la gran valentía que poseía, regresaría a casa para preguntarle su nombre, pues la mujer había flechado su corazón. Él llamó a la puerta con valentía, la mujer de carne y hueso le abrió agradeciendo por llegar justo a tiempo. Ambos se tomaron de las manos y juntos salieron del lugar que la mantuvo prisionera durante toda su vida. Mientras tanto, la madre que en realidad era una bruja malvada, se desvaneció en aquel instante porque la amargura y el odio consumieron su cuerpo cobrando la factura por tanto mal que hizo a criaturas inocentes. El par de enamorados viajaron por muchos lugares, disfrutaron del mar, de riachuelos, probaron sabores de todo tipo, jugaron toda clase de juegos, se amaron. Y tuvieron una familia que vivió feliz, feliz para siempre.
Fin.
Moraleja: Muchas veces escuchamos o leemos historias que incitan a obedecer a los padres y estoy totalmente de acuerdo con eso. Los padres son sagrados y siempre debemos mantener respeto y amor hacia ellos independientemente de sus acciones. Sin embargo muy pocas personas hablan del daño que causa la sobreprotección y las malas decisiones que tomamos a nuestros hijos. Los convierte en seres incapaces de disfrutar los placeres de la vida, incapaces de tomar decisiones, pierden la confianza en si mismos, y les hace creer que son débiles. Deja que tu hijo viva, que experimente cosas nuevas, andar descalzo no le hará daño. Recuerda que cuidar es amar, pero proteger en exceso los hace dependientes y al momento que llegue su turno para experimentar el mundo será cuando se den cuenta de que su propia familia los convirtió en papel. Entonces la maldad del mundo los hará garras y va a romperlos.
¿Estás criando a tu hijo para ser de carne y hueso, o lo estás convirtiendo en papel?
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