El niño
I
Tres de la madrugada, de Octubre treinta y uno,
última campanada y el reloj se detuvo.
De un salto despertó, miró hacia la ventana,
por la bruna explanada niebla espesa flotaba.
Observó el cementerio, la loza relucía
bajo el disco lunar de faz menos umbría.
Sin poder evitarlo sus pies dieron arranco
al paisaje exterior por el sendero blanco.
Caminó adormecida en sigilo solemne,
sumida en un sopor tenebroso y perenne.
Desde su lecho tibio a una tumba sin marca,
la condujo la voz arcana de la parca.
Junto a la mustia lápida revuelto el orbe estaba,
desde entrañas de barro un ánima volaba.
Al pie de un viejo abeto trémula fulguraba,
la mano de aquel niño que insistente llamaba.
"¿Quién eres?" Preguntó. El silencio imperaba.
Pero en sus ojos huecos un ruego resonaba:
"¡Sígueme, por favor!" Triste le suplicaba...
II
Otro camino lánguido abríase ante sus ojos,
conducía la senda a bosques penumbrosos.
Sin poder evitarlo siguió a aquella figura
entre vetustos árboles de lóbrega espesura.
En el aire reinaba un aroma dulzón:
yertas flores y plantas en descomposición.
Y al fin de la arboleda, en un recodo aciago,
borboteaba y gemía un lastimero lago.
Entonces lo sintió: su gélido contacto.
Su corazón se heló de puro horror y espanto.
"¡Ven, vamos a nadar!" Solicitó el infante.
"Por supuesto que sí". Le respondió al instante.
¡¿Había enloquecido?! ¿Perdido la razón?
No entendía el porqué de su absurda actuación.
Risueño fue su rostro cuando tomó su mano
y en lento caminar la condujo al pantano.
Melancólicos juncos rasgaron su vestuario
mientras se sumergía en fango milenario.
En cada respirar se hundía en "El Acuoso",
un último exhalar y al eterno reposo...
III
Entonces "despertó" en el limbo podrido,
emociones brotaron de un recuerdo perdido.
"Miedo", "desasosiego", "desesperanza" y "pena".
También "dolor" y "luto" por un hijo que anhela.
¡Después de tanto tiempo lo había recuperado!
¡Esa execrable ciénaga se lo había quitado!
Rindiose de rodillas para tomar sus restos
del tálamo de barro, su descanso funesto,
y sujetó en sus brazos, de su cuerpo sus huesos,
que en breve se quebraron como ramales viejos.
Sollozó una vez más por lo que había pasado,
aunque feliz estaba por haberlo encontrado.
Lo condujo en silencio hacia el sagrado suelo,
a la tumba sin marca, su pasaje hacia el cielo.
Le confortaba el hecho de que podría enterrarlo
después que el vil destino le impidiera criarlo.
IV
"¡Duerme pequeño mío!" Recitó al acostarlo
en postrero reposo donde debía soltarlo.
"¡Yo te ruego Señor que bendigas su alma,
que ilumines su sueño con tu luz y tu calma!"
Se dispuso a marchar después de la alabanza,
pero una fuerza cósmica la atravesó cual lanza
y la arrastró al sepulcro donde el niño aguardaba.
Dijo: "¿aún no lo recuerdas?" ¡Juraste que me amabas
y que estaríamos juntos al despuntar el alba!
Sus dichos eran ciertos, al fin lo recordaba:
en su frágil garganta su mano sujetaba
mientras la fosa oscura feroz lo devoraba.
"¡Perdóname Señor por mi horrible pecado!"
"Ese niño era engendro de Satán encarnado."
Para lavar sus culpas debió de asesinarlo
y con su vida misma el precio habría saldado.
Pero esa noche atroz los demonios aullaron
y la ruin maldición nigromantes lanzaron:
"Su muerte olvidarás durante todo un año,
en sombras vivirás sin saber qué ha pasado
y en víspera de Halloween el mal resucitado
te arrastrará al infierno junto al «Gran Condenado»
para seguir el ciclo que tú misma has creado."
Inútil fue luchar, la batalla ha ganado:
el «Lascivo Súcubo» su vientre ha fecundado.
Mañana al despertar el cielo sangrará: ¡el mal fue inoculado!
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