Entonces un día...
Los ojos del narrador se abren por primera vez, ¿En donde estará? Mira a su alrededor, no solo hay oscuridad ¿Cómo llegó ahí? Es como si hubiera despertado de un sueño eterno ¿Dónde estaba antes de aparecer? No tiene memoria.
De forma casi automática baja la mirada, queriendo ver sus manos, es inútil, no hay ni un gramo de luz en ese lugar.
¿Será que en realidad no puede ver? ¿Entonces cómo sabe que tiene que ver algo? ¿Que es ese algo?
Mira de izquierda a derecha, un frío viento lo golpea de pronto, ¿De dónde viene? Enfoca su vista hacia donde cree que provino el viento. Nada.
O quizá sí, ¿ese destello de luz celeste siempre estuvo ahí? Se mueve, y se hace cada vez más grande conforme parece acercarse.
Un pequeño ente se visualiza frente al narrador después de unos segundos. Sonríe.
El narrador lo observa curioso, el ente no habla pero produce un suave sonido melódico al ritmo de sus movimientos, se pasea por todo el lugar.
Un evento extraordinario está a punto de suceder.
Por fin el pequeño ente se detiene, da vueltas en su eje llamando al narrador.
No sabe porque, pero se acerca, quizá encuentre la explicación ante lo que está sucediendo, quizá también encuentre la explicación a su existencia.
El ente deja de girar en cuanto el narrador se acerca lo suficiente y con una sonrisa extiende una de sus pequeñas extremidades hacia él, el narrador hace lo mismo y se tocan.
Una luz resplandeciente nace de ellos y enseguida todo el lugar se ilumina.
El narrador cierra los ojos ante la cegadora luz y cuando los abre por segunda vez puede visualizar todo con claridad.
Su propio aspecto, lleva una túnica que pareciera contener una constelación de estrellas, sus garras filosas, sus plumas suaves y delicadas.
Es un búho, uno muy grande, o al menos se parece bastante a uno, el ente se acerca al narrador una vez más y esta vez le quita una de sus plumas.
El narrador observa mejor el lugar en el que se encuentra, frente a él un enorme escenario, y en la tarima un libro, ¿Debería tomarlo?
—Traelo. —Ordena, su voz grave resuena con profundidad, el ente obedece.
En breve el libro está en sus manos, el narrador observa la portada, la forma de una luna menguante plateada.
Al abrirlo algo mágico aparece ante él, en el escenario un círculo brillante se forma, colores vibrantes, el ente se coloca junto al narrador observando con curiosidad.
Sin embargo de vuelta la vista en el libro se da cuenta de que no tiene contenido alguno, hojas en blanco y eso es todo.
El narrador entonces lo entiende, o cree entenderlo, mira a su pequeño compañero a su lado y con un gesto le ordena que se acerque al círculo.
—Dame vida —Ordena el narrador y el ente con la pluma comienza a dibujar en el círculo.
Cuando termina se aleja un poco y del círculo sale una figura igual al ente.
El falso ente mira con curiosidad a sus creadores, mira sus diminutos brazos y no sabe que hacer. El narrador niega con la cabeza inconforme.
El ente original lo vuelve a intentar, esta vez creando una figura pequeña, gris, con tonos opacos que apenas resalta, el narrador no está satisfecho.
Otras figuras salen del círculo, algunos mejores que otros, más grandes, más coloridos, pero ninguno termina siendo lo suficientemente bueno.
Cansado, el ente observa la propia figura del narrador y se le ocurre una idea. Está vez dibuja con más detalle, más inspirado, todas las criaturas observan expectantes.
Una figura majestuosa sale del círculo, resplandeciente, con delicadas plumas vistiéndolo.
Sus alas se extienden en par, una figura casi angelical.
El narrador sonríe por primera vez, satisfecho, hermosa creación, perfecta criatura naciente en el mundo.
Las otras criaturas se observan entre ellas, nada destacable en su imagen. Solo son un error antes de llegar a la perfección.
El ente regresa feliz junto al narrador, quien sigue admirando a la obra perfecta, al protagonista de su creación.
Qué palabra más adecuada: Protagonista.
Criatura que nace para resaltar sobre lo demás, para tomar su lugar en el mundo, que pasa por encima de las otras creaciones.
Scriptoris es nombrado a la creación perfecta, el primer nombre que da el narrador a una creación.
Ese fue el comienzo de la creación, el comienzo de una historia que nunca tendría fin en el mundo de la ficción.
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