Tristan: El Heredero.
Todas las acciones me llevan hasta este día, el día en que mi vida tendrá fin o viviré para ser el señor de las sombras. Me encuentro en una especie de calabozo a la espera que me llamen para ir a la arena de combate. Llegué hace una semana al lado oeste del reino oscuro con mi señora al palacio del Oeste, lugar donde vive el rey Robert Stonewell. Mi señora la instalan en la habitación más ostentosa de todo el castillo, y a mí junto a los siete aspirantes en una torre donde no escuchamos nada, no vemos a nadie. La verdad, no me molesta mi celda, está más limpia que mi propia habitación en el castillo del Este. Y así pretende mi padre que vuelva con él, no olvido nuestra confrontación en el castillo de Sol hace dos meses. Después de eso me quedé en los jardines dorados mientras transcurría el festín. En ese momento de soledad me había encontrado a Lina espantando con sus poderes a un joven pretendiente. Recuerdo que ella posee la habilidad de controlar el agua, pero esa vez lo hizo con tanta facilidad que era exquisito ver.
—¿Qué hizo ese pobre chico para desatar la ira de la futura reina de los mares? —cuestiono, ella pega un brinco y me mira molesta, pero se le suaviza el rostro.
—Ser un idiota —contesta con una petaca en la mano—. Al parecer todos los chicos nobles piensan que necesito un hombre para ser reina.
—Me encanta su fortaleza —me acerco—. Supongo que ya le habrá informado a su padre sobre dichos jóvenes irrespetuosos —ambos nos sentamos en el banco de mármol.
—Sí, pero al parecer esos idiotas tienen más bolas para desafiar al rey y no a sus familias.
—Una frase digna de inmortalizar —ella sonríe—. ¿Esa petaca qué tiene?
Ella mira alarmada a la pequeña botella alcohólica.
—Tienes que prometerme que no le dirás a mis padres —me amenaza.
—Jamás —le prometo.
—Es cerveza —ella me la entrega—. Mi hermano Taurus me la consiguió.
—Jamás he probado la cerveza —confieso.
—¿Estás bromeando conmigo? —ella me pregunta sonriente—. Eso ya va a cambiar, bebe un trago.
Ella me anima y le doy un trago largo, aunque me ahogo, es amarga y caliente.
—Te hace falta calle —me quita la petaca y le da un trago largo sin ahogarse, como si estuviera bebiendo agua.
—Ni que lo digas —me percato que solo estamos ella y yo—. Creo que mi hermana me hubiese enseñado a beber cerveza.
—Supongo que te refieres a Estrella —señala con la petaca.
—Sí, Luna diría que la cerveza es algo tan inferior para que ella lo consumiera.
—Sol también lo diría —ella se ríe —. ¿Crees que nuestros hermanos sean normales?
—No, en lo absoluto —contesto divertido.
Ella y yo hablamos toda la tarde hasta que terminó la celebración. Ella me preguntó por mi hermana Estrella, no supe que responderle; no he sabido nada de ella desde hace tres años. No sé dónde se encuentra, qué hace, cómo ha estado. Mi señora no me dice nada al respecto y yo tampoco insisto.
Me recuesto un poco incómodo en la cama a la espera de mi destino sangriento. En ese momento entra un guardia sombrío junto a una sacerdotisa que nunca he visto en mi vida.
—Levántate —me ordena la sacerdotisa, le obedezco. Ella me examina con sus poderes para asegurarse de que no posea algún hechizo que me dé ventaja en la contienda—. Está limpio, vamos.
Camino fuera de mi celda con la sacerdotisa de guía y los guardias como protectores. Caminamos por una red de túneles que conducen a unas catatumbas. Puedo escuchar el bullicio de las personas de la arena de combate. Subimos unas escaleras que dan a una especie de jaula donde veo a los demás aspirantes sentados.
—Siéntate —ordena la sacerdotisa, obedezco otra vez. Ella se retira y los demás siete aspirantes parecen estatuas, ninguno habla, ninguno se mueven. Todos tienen la vista al frente, hago lo mismo, ya que no quiero que me miren. Hasta ahora me doy cuenta que me aterra ser el centro de atención para una conversación o algo importante.
Un hombre sale a la arena y hace una reverencia en nuestra dirección, pero no la hace a nosotros sino al rey y a los dioses que están en su balcón a la espera del nuevo heredero del reino sombrío.
—Damas y caballeros —habla el maestro de ceremonias—. Bienvenidos a esta selección de herederos, donde descubriremos el futuro rey o reina de este maravilloso reino —los presentes aplauden—. Que los dioses siempre estén de su lado.
Las personas aplauden animadas ante el inevitable baño de sangre. El maestro de ceremonia llama a los dos primeros contendientes. El primer chico que sale se llama Edward Lancaster, él es fornido, posee el cuerpo de un guerrero con mirada amenazante. El segundo chico se llama Ethan Grey, no es tan fornido que Edward, pero si más que yo. Su aspecto es de una persona quisquillosa con los detalles; lo deja ver en su traje, que a pesar de que es de combate, pareciera que se lo diseñó un sastre y no un maestro de armas.
Ambos chicos entran en la arena de combate, feroces y listos para la contienda. El maestro de ceremonias les dice las reglas de la contienda; el tiempo que dure el combate es infinito hasta que haya muerto uno de los dos, se puede usar nuestros poderes en la contienda como también se puede usar espadas, dagas o cualquier otro tipo de arma. Yo no soy un buen espadachín, Amel me entrenó muy poco en el arte de las armas y tampoco es que me gustara practicar con ellas, sé lo básico como para sobrevivir a un ataque, pero no sé si eso me ayude a defenderme de los demás aspirantes. Los chicos empiezan a combatir ferozmente, el que parece sacado de una casa de modas es ágil ante la dureza del guerrero. Ambos utilizan espadas y sus poderes para defenderse del ataque del otro. Aprendo las debilidades de cada uno para poder usarlas a mi beneficio, sé que será una ardua tarea enfrentarme a estos chicos, sin embargo esto es lo que tengo que hacer para ser alguien en la vida y no un fracaso para mi familia. Sé que si aceptara el trato de mi padre, solo sería un conde, viviría en una pequeña casa y tendría que encargarme de las migajas que mi padre me lanzara. Y pese a eso, tendría que lidiar con la corte de mi padre que me creen como el maldito bastado que atacó a mi hermana. Mi señora me dejó en claro que a esto era lo único que me iba ayudar, que ser algo menos que un rey, que ni contara con su ayuda porque ella se iba a encargar de desaparecerme para no embarrar el buen nombre de la familia. Mi madre quería que fuera a estudiar a la ciudad escarlata para ser alguien, en una época atrás si me hubiese gustado estudiar, pero creo que no estoy al nivel adecuado para ingresar en tan prestigiosa ciudad.
El público está extasiado por el combate sin tregua de los dos participantes, ellos utilizan más las espadas que sus poderes a pesar de poseerlos. Los otros aspirantes están inmaculados a comparación de la gente de las gradas. El combate se expande por otros quince minutos más y Edward hiere de gravedad a Ethan, este a penas se sostiene, ya que tiene una gran herida en su torso, una clara hemorragia y Edward lo sabe y ataca sus piernas haciendo que pierda el equilibrio cayendo al suelo provocando su muerte por un corte en su garganta que le propina Edward. Se produce un silencio casi absoluto porque se escucha el sollozo de varios, supongo que del clan Grey. Dos hombres entran a la arena y levanta a Ethan Grey llevándoselo para darle una despedida decente a su cuerpo para que mi madre y el señor Seth se lo lleven al inframundo. El maestro de ceremonia declara la victoria a Edward Lancaster y empieza los gritos desproporcionado del clan Lancaster.
Edward entra victorioso al pequeño recinto que parece más a una jaula que otra cosa. Él se sienta pedante en su asiento y nadie habla de su victoria en la arena. El maestro de ceremonia da un breve homenaje a Ethan, pero de inmediato le da un cambio brusco a su tono de voz para llamar a la arena a Cecilia Cox y a Amara Fairchild. Las únicas dos mujeres entran en la arena de combate donde una compartirá el destino de Ethan Grey o vivirá para contarlo. Amara es de aspecto serio, pero hermoso con su cabellera negra y sedosa, sus ojos claros y penetrantes. Si en otra ocasión la hubiese conocido tal vez la hubiera llevado a cabalgar o a pasear por los jardines del castillo del Este. La verdad es que nunca he tenido la oportunidad de invitar a alguna chica a ningún lado, ni hablado con ellas; la única ha sido Lina y tampoco que lo he hecho bien. Siempre he sido tímido. Antes de mi encierro no tenía amigos como los tenía Luna o Estrella, en los bailes me escapaba porque me aterraba hablar con alguien, y las chicas tampoco que eran pacientes conmigo como para tolerar que no les hablara.
El maestro de ceremonias les repasa las mismas reglas de combate que les había dicho a Edward y a Ethan. Ellas asienten y se van a ambos extremos de la arena. Cecilia se ve feroz, da un poco de miedo con su cabello verde recogido en un perfecto moño y su traje de combate que le queda bastante bien. Amara se ve hermosa con su traje de combate. Quisiera que ella no estuviera aquí para poder verla de nuevo, solo pido que no me toque pelear con ella porque el hecho de matarla me haría flaquear y me hundiría una tristeza a la vez. El maestro da por iniciada la contienda y la diferencia de Edward y Ethan es que ellas se mueven por toda la arena con movimientos fluidos y sincronizados. El sonido de las espadas al chocar reina en toda la sala, no hay gritos, no hay aplausos, solo ellas dos batiéndose a muerte. Cecilia no tiene piedad con Amara, no pierde el tiempo y le corta la mano a Amara, ella grita descontrolada. Sin embargo no le da tiempo de tomar con su mano izquierda la espada porque Cecilia le clava su espada en su pecho. Amara cae al suelo desangrándose y muerta al mismo tiempo.
El clan Cox grita de emoción por la victoria de Cecilia. El clan Fairchild no emite ningún tipo de emoción solo baja los padres de Amara y se van con el cuerpo de su hija con los mismos hombres que se llevaron a Ethan. El maestro de ceremonias alza la mano de Cecilia en señal de haber ganado la segunda contienda. Cecilia entra con la misma petulancia de Edward a la pequeña jaula y se sienta al lado de él tomando cierta distancia.
El maestro de ceremonias llama a Sven Mayer y a mí. Estoy aterrado aunque seguiré el consejo de la señora Laila, fingir una seguridad que no poseo. Sven entra a la arena primero que yo, tengo encima todas las miradas aunque prefiero ignorarlas, es mejor así. Sven es un chico rubio de mirada penetrante y algo inquietante. El maestro de ceremonias o el señor Charles Blackburn nos acerca y nos dice:
—Las reglas son bastante simples —nos mira a los dos—. Pueden usar armas o sus poderes, es indiferente. El combate durara el tiempo que uno de los dos muera. Lo único que tienen prohibido es introducir sombras al cuerpo del otro. De resto, todo está permitido.
El señor Blackburn sale de la arena y nosotros nos vamos a una esquina. Prefiero usar mis poderes, es algo en el que me siento confiado. Al parecer Sven piensa lo mismo que yo porque libera a dos sombras que de inmediato salen a atacarme. Una de las cosas que adoro de mis poderes es poder manipular a mi antojo a la sombras. Detengo a las sombras en seco, lo bastante cerca de mi rostro ya a punto de aniquilarme. Muevo mi mano suavemente y las sombras se voltean y miro la cara de confusión de Sven.
—Mátenlo —les ordeno a las sombras. Estas obedecen y atacan ferozmente a Sven descuartizado su pobre e inquietante cuerpo. La verdad esto fue bastante sencillo. Detengo a las sombras y estas me miran aterrada, como si volvieran a su estado normal al darse cuenta que mataron a su propio amo.
El maestro entra a la arena y examina lo que queda del cuerpo de Sven Mayer. El señor Charles me mira estupefacto y se acerca a mí y levanta mi mano en señal de mi triunfo. Mi familia aplauden emocionados y los presentes aplauden con ellos. Me regreso a mi jaula con los demás, es la primera vez que me miran y no precisamente con cara de felicidad. Tal vez piensen que gané sin merecerlo, sin embargo. Como dice el señor Charles, todo está permitido. Los últimos en competir son Hans Pemberton e Iván Hamilton. Ambos chicos salen a la arena a combatir sin piedad, el señor Charles les dice las mismas reglas que a todos, los chicos se van a los extremos y empieza la pelea a muerte. Hans es bastante alto y hábil con su espada, mientras que Iván es bajo y bueno con su lanza. Los dos combaten ágiles y veloces, tal vez gane Hans. Pero me equivoco porque Iván le lanza su lanza en su estómago y le da tiempo de quitarle la espada a Hans para cortarle el cuello. El clan Hamilton se llena de gozo ante el triunfo de Iván. El clan Pemberton se desmorona y los padres de Hans se unen a los hombres de negro que llevan a su hijo.
Iván entra a la jaula y se sienta al lado de mí sin dirigirme la mirada o algo por el estilo. El maestro de ceremonia habla sobre lo acontecido y da por finalizada los combates de hoy. La misma sacerdotisa que me sacó de mi celda, aparece y dice:
—Tal vez ganaron hoy, pero aun no son nadie —ella se voltea y la seguimos en silencio hasta que cada uno vuelve a su celda. Primero se va Cecilia, luego Edward, le sigue Iván y por último yo—. Tienes poderes como para poner al universo a tus pies, no los uses con petulancia.
Ella se va dejándome solo en mi celda, tal vez sea poderoso, tal vez pueda ganar. Tengo que ganar. No puedo perder bajo ningún concepto, tengo que ser poderoso, tengo que ser un rey.
La noche transcurre tranquila, me traen la cena y no son sobras ni nada podrido. Me siento importante considerando que esté en un calabozo. La cena está riquísima, la carne, las verduras, todo. Al finalizar de cenar dejo el plato en la rendija de la puerta para que alguien se lo lleve como todas las noches. Este día fue bastante agitado y traumático. Pienso en todos esos chicos que creyeron que vivirían para ser reyes y reina, tal vez sea uno de ellos mañana o tal vez no. Sé que no quiero morir, sé que tengo que lograr esto porque es la única oportunidad de ser alguien en la vida.
Se me prohibió que Nila esté conmigo y la extraño mucho, odio no tenerla a mi lado, ya que ella es mi protectora de sueños. No logro dormir mucho sin ella y aun así transcurre la noche en esta celda completamente negra. La verdad no le temo, ya he estado en una y esa era peor que esta. En el momento que ya voy a conciliar el sueño escucho como abren la puerta, me levanto rápido y veo a mi señora dentro de la celda.
—Debes pelear por la corona, no que las sombras lo hagan por ti —me reprocha mi señora.
—El maestro de ceremonias dijo que era válido usar nuestros poderes —le contesto.
—Es válido si, pero no se ve para nada bien que los demás hagan el trabajo sucio por ti. Te ves débil y eso no le agrada a las sombras y mucho menos que su posible rey las controle como si fueran marionetas —exclama enojada.
—No soy bueno con las armas, es mejor que me desenvuelva en algo que si sea bueno —replico enojado.
—Lo único que te diré, es que pelees por la corona, que se vea en tu rostro que también eres un guerrero —ella se va de mi celda.
Ofendí a las sombras, no es mi culpa que pueda manipularlas. Si mi señora quiere un gran espectáculo, se lo daré, pero en mis propios términos. Vuelvo a la cama y esta vez si logro dormir.
Un sonido fuerte me levanta de la cama y tengo en la puerta esperándome una chica con una bandeja de comida, una espada y una daga. Ella lo deja todo en la esquina de la cama y se retira. Como rápido antes de que llegue la sacerdotisa y me lleve a la arena; el desayuno está delicioso como siempre. Dejo la charola en la esquina de la habitación y examino la espada que me entregó la chica, tiene el lema de la señora Laila grabado en la hoja.
El miedo es el mejor aliado de un rey.
Lindo. No quiero gobernar con miedo a mi gente, aunque sé que eso sería una tontería. La empuñadura es sencilla, pero elegante su diseño de plata y una roca negra de buen tamaño en el pomo. La daga es la misma que mi madre me dio en mi cumpleaños, el día que mi padre me encerró eso ya hace más de un año, dentro de una mes cumplo diecisiete años y la verdad no lo espero con ganas. Guardo la daga en mi bota izquierda y la espada me la ajusto con la correa a mi cadera.
La sacerdotisa llega haciendo una gran entrada y con una sola mirada me indica que la siga cosa que hago sin problemas. La sigo por los mismos pasillos de este limpio, pero tenebroso lugar. Los guardias están bien formados en sus posiciones como es de costumbre. La sacerdotisa me deja de nuevo en la jaula donde ya están Edward Lancaster, Cecilia Cox, Iván Hamilton y yo. Todos están como ayer, en silencio y en total dureza.
—¿Esta vez si usarás la espada, Godness? —pregunta jocoso Edward Lancaster.
—Sí, contigo —lo miro con una sonrisa hipócrita. Él gruñe.
El señor Charles Blackburn sale a la arena con otro tipo de energía, con más seriedad en su modo de actuar.
—Damas y caballeros, en vista de los acontecimientos de ayer, nuestros amados dioses y rey han cambiado las reglas de la contienda —las personas están un poco enojadas, pero el señor Charles los tranquiliza—. Esto es habitual en este tipo de contiendas. Los cuatro aspirantes se enfrentarán entre sí y el que quede vivo de los cuatro será el nuevo heredero de nuestro amado rey. Así que sin más que decir, traigan a los cuatro jóvenes a la arena.
La sacerdotisa nos levantan confundidos, esto lo cambia todo, ahora sí estoy jodido. Todos aquí estarán dispuestos a atacarme primero, de eso no hay duda. Tengo que ser más fuerte y listo que ellos. A cada uno de nosotros nos ponen en diferentes partes de la arena lo suficientemente lejos del otro.
—Las reglas son simples —habla el señor Charles—. No pueden ingresar sombras al cuerpo de nadie. Todas las armas están permitidas, sus poderes también están permitidos. Sólo uno puede quedar vivo, los demás se irán al inframundo ¿está claro? —él nos mira a todos, todos asentimos—. Que los dioses estén siempre de su lado.
Él sale de la arena lo más rápido posible. De inmediato suena una campana y Edward se dirige hacia mí y Cecilia hacia Iván. Saco mi espada rápido y freno el ataque de Edward, lo empujo lejos con mis poderes y corro hacia él aprovechando que esté en el suelo. Esquivo la pelea de Cecilia e Iván, llego a Edward que ya está de pie y sacando una gruesa manta negra de su mano transformándola en un látigo, corto el látigo con mi espada y yo libero materia oscura y la transformo en animales, y estas atacan a Edward. Él se encarga de los animales y yo de apuñalarlo por un costado, separo a los animales de él y nos enfrentamos con nuestras espadas a muerte. Él me hiere en una pierna, el dolor es inmenso, pero más fuerte es mi deseo de poder que le clavo mi espada en su hombro y este suelta la suya, aprovecho el momento de cortarle la cabeza. Lo miro un pequeño momento hasta que los gritos de la lucha de atrás me devuelven a la realidad, veo que Cecilia le clava su espada en el corazón de Iván. Ella empuja su cuerpo al suelo y me mira, yo aprieto mi mano en la espada y corro hacia ella. Ella corre hacia mí y se eleva por encima de mí, tiro la espada y con mis manos hago un látigo de materia y la sujeto estrellándola contra el suelo. Se logra liberar y con un movimiento de manos me empuja contra el muro más próximo, el dolor en la espalda se vuelve insoportable, intento levantarme, pero algo me impide moverme. Miro a Cecilia levantándose con la cara toda golpeada, ella se acerca cojeando y vuelve a empujar esta vez contra el suelo de la arena.
—¿Qué sucede Godness, no te puedes levantar? —ella alza la mano y mi cuerpo choca contra el duro suelo—. ¿Ya se acabó tu magia?
Ella se ríe y en eso saco mi daga de mi bota guardándola cerca de mi pecho. Me arrodillo y ella se acerca victoriosa hacia mí a una gran velocidad que no ve que saco mi daga y se la clavo en el estómago. Ella protesta, pero no le doy tiempo de reaccionar y le propinó múltiples puñaladas en su cuerpo, le acaricio su cabello verde musgo. La empujo lejos de mí y esta cae al suelo. Camino cojeando en busca de mi espada y la alzo en dirección hacia los dioses que me miran con una leve sonrisa en sus rostros. El maestro de ceremonias entra en la arena y me levanta la mano en señal de victoria. Las personas empiezan aplaudir confusos, pero se intensifica cuando el rey Robert Stonewell se levanta y aplaude con los dioses oscuros.
Salgo de la arena y la sacerdotisa que aún no sé su nombre me entrega una bebida el cual acepto, estoy un poco sediento. Su imagen se me hace borrosa y lo que antes era una imagen clara y precisa, ahora se transforma en borrosa y distorsionada. Caigo al suelo y mis ojos se van cerrando poco a poco quedándome solo en la oscuridad.
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