De Takeshi
Takeshi no es una persona demasiado inteligente, pero si mucho más de lo que sus compañeros y 'amigos' le dan crédito. Sólo eligió no mostrarlo.
¿Quién querría ser inteligente cuando sólo te utilizarán para hacer los trabajos ajenos y después se alejarán de ti porque es para lo único que te quieren? Takeshi no, por lo menos.
Así que eligió ser bueno en otra cosa, actuando despistado y despreocupado sobre sus deberes escolares hasta que en verdad se quedó atrás en la escuela, hasta que los números dejaron de tener sentido para él y tuvo que seguir mostrando esa sonrisa para evitar mostrar lo frustrado que estaba. No lo mostró, porque en cuanto lo mostrará toda falsa tranquilidad que lo acunó desaparecería.
Esa otra cosa era el béisbol. Comenzó con un partido que vió en televisión, maravillado por el sonido resonante de los aplausos de los espectadores por un perfecto home run, tan maravilloso y triunfal, que decidió, tenía que ser para él.
Pero una vez más las cosas se repitieron, aunque ahora con el béisbol, y sus 'amigos' no parecían preocupados de ninguna manera por él que estuviera relacionada con su desempeño en el 'juego'.
Los juegos se suponía que eran divertidos, todos querían jugar, los juegos hacían amigos, los unían de una manera que ninguna otra actividad podría, así que Takeshi lo llamó un juego. Aunque se lastimara y tuviera que esforzarse mucho más que cualquier otro, aunque en vez de disfrutar de las heridas porque pudieron divertirse juntos, tuvo que soportar para ver a otros sonreír sin que mirarán en su dirección.
Era injusto, pero mientras no lo mostrara, seguiría siendo parte de ello, seguiría teniendo un lugar al cual pertenecer y en el cual podría reír, por más falso que sea.
Takeshi admiraba a Tsunayoshi. Ni siquiera iban en el mismo salón, pero desde la primaria, podía ver que algo era diferente con él, ya sea la forma en que podía ayudar tan desinteresadamente a los demás, o la forma en que podía actuar con una fortaleza y valor inquebrantables.
Nunca antes había visto a una persona tener los ojos de un color tan llamativo como los anaranjados de Tsunayoshi, pero quizás no se trataba del color, sino de los sentimientos que transmitía, porque con una sola mirada podías sentirte expuesto, como si pudiera saber todo de ti, pero a la vez era cálido, como si aún sabiendo todo eso, te aceptara y reconfortara.
Ese tipo de persona era él, y Takeshi quería ser su amigo, pero simplemente no podía sacar el valor necesario para hablarle, porque no quería que una persona como esa lo rechazara o lo trata mal.
– ¿Qué estás haciendo, herbívoro? – habló una voz por encima de él, genuinamente curiosa pero dominante, cómo aquél que tiene poder, y aún así despreocupado, como un rey hablándole a un plebeyo. Sonaba así, y aún así no sé sintió ofendido, quizás porque parecía una cualidad inherente a la voz.
Alzó la mirada para encontrarse con un par de impresionantes ojos púrpuras, tan brillantes como un zafiro reflejado por la luz del sol.
– Recojo las cosas del club de béisbol, Hibari-senpai – respondió fácilmente. Había escuchado hablar de una persona que se refería a otros de la manera en que está voz lo hizo, y ese era Hibari Kyouya, el presidente del comité disciplinario, un joven justo con reglas rígidas y prodigiosas habilidades.
Takeshi escuchó que gracias a él la delincuencia en Namimori había desaparecido, y viendolo a los ojos, podría creerlo. Podría creer que colgó la luna si se lo decía mirándolo a los ojos.
– En las reglas dice que el equipo perdedor debe recojer las cosas – replicó con facilidad, inclinándose en la rama del árbol en la que descansaba como un gato perezoso.
– Por mi culpa perdieron – confesó con una sonrisa, una máscara falsa que todos parecían creer, algunas veces, incluso pensaba que su padre no podía ver la diferencia – Es lo único en lo que soy bueno y no pude hacerlo bien – comentó con tristeza
– Creo que lo entiendo – respondió el azabache, saltando de la rama para aterrizar con gracia a su lado, con la chaqueta fluyendo dramáticamente – Hay unos herbívoros que necesitan disciplina – concluyó con una sonrisa depredadora, incluso podía ver un aura que desprendía de él, pero de alguna manera parecía neutralizarse –Y tú, Yamamoto Takeshi, eres un carnívoro que le gusta jugar con hienas, tan tramposas y débiles como pueden llegar a ser
Hibari-senpai tiene a penas un año más que él, pero con solo once años, parece ser todo un líder, no humilde, sino del tipo que sabe que hay adversarios más fuertes, del tipo que no se conforma con sólo ser el mejor del lugar, sino el que apunta alto, el que ve más allá.
Takeshi creyó que no había un par de ojos tan impresionantes como los de Tsunayoshi, pero los de Hibari-senpai eran tan maravillosos como los de él. No eran iguales, de hecho, eran como el día y la noche, pero había una autoridad en ellos que no podía desobedecer, como si estuvieran en mundos totalmente distintos.
Y aún así, sentía que no era intocable, de alguna manera, era como si hubiera algo dentro de él que le impulsara a estar a su lado, a su altura. Tan imposible como parece.
Antes de que Hibari-senpai se fuera, se dió la vuelta, mirándolo fijamente con unas esposas girando perezosamente alrededor de su dedo índice.
– Deja de ocultarte... Puedo sentir tus instintos asesinos desde que nos encontramos – dijo lentamente, con una voz cautivadora, tan tentadora. Era como un demonio que intenta corromperte, o la voz una sirena seductora.
No sabía qué era lo que podía ver Hibari-senpai en él, porque cada vez que lo miraba, podía sentir sus ojos buscando algo dentro de él, algo que le causaba una inmensa satisfacción hasta el grado de hacerle sonreír con esa sonrisa depredadora.
Pero cree que lo entendía, de alguna manera, porque cada vez que veía es sonrisa, se sentía como si algo se liberara de las cadenas que lo apresan, algo dentro de él que intentaba sincronizarse con el extraño juego que el presidente del comité disciplinario ponía sobre la mesa.
Nunca se dió cuenta de que reflejó la sonrisa del otro, o que igualó su aura inconscientemente, aunque solo se tratara de una fracción del poder del otro.
De alguna manera, Hibari-senpai resquebrajó su máscara, haciendo que el rostro detrás de ella se asomara con hermosos ojos azules, maravillosas joyas de un juguetón embaucador.
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