De Ryohei y Kyoko

Fue alrededor de la época en la que Ryohei comenzó a obsesionarse con el boxeo después de que uno de sus tíos le regalara un par de guantes rojos.

No tardó mucho tiempo en entrar a clases de boxeo y no temió enfrentar a los malos para proteger a los débiles con sus nuevas habilidades adquiridas. Era tan antural como respirar.

Kyoko se inquietó, alegando que era peligroso, pero no había forma de que su pequeña hermanita pudiera llegar a entender un deporte de hombres, razonó en silencio.

Fue cuando Kyoko entre lágrimas le gritó – ¡Es porque no lo entiendes!, ¡No eres el único al que pones en peligro! – antes de huír, que se dió cuenta de cuánto la preocupaba y la fuente de las mismas.

No eres al único al que pones en peligro. Ryohei sabía que Kyoko no se refería a sí misma, tan amable como es, sino a sus amigos y a los de la amiga de su hermana, Hana, pero también a la misma Kyoko.

Pero también Kyoko no entendía cómo no podía cruzarse de brazos y ver como golpean a un alumno indefenso sin hacer nada para detenerlo, así que con la intención de hacérselo saber, corrió detrás de ella, siguiendo el camino que debió de haber recorrido, pero como si las palabras de Kyoko fueran una maldición, los temores de ella se hicieron realidad.

– ¡No! – gritó ella con pánico – ¡Suéltame! – dijo forcejeando, gritando por un auxilio que nadie se atrevió a dar, no en lo profundo de un callejón al que la arrastraron.

– ¡Sueltenla! – gritó él lleno de ira, comenzando a combatir a los malhechores como había hecho hasta el momento, excepto que estos eran fuertes, más fuertes que él.

– Podemos divertirnos con ella, seguro que es linda – murmuró quien tenía sostenida a la chica, pasando sus dedos por el cuello de Kyoko, bajando por el cuello de la camisa, tirando de él para dejar más piel visible.

Ryohei se levantó una y otra vez, aunque fuera golpeado al suelo nuevamente, hasta que finalmente, lo sometieron entre tres de los hombres del grupo, sosteniendolo firmemente en el suelo, para ver el desafortunado destino que le deparaba a su hermana.

Vió importante como aflojaban el corbatín azul de la escuela a la que asistían, desabrochando los primeros botones de la blusa. Ella lloraba, pese a morderse la lengua frustrada y no dejar de forcejear en ningún momento, al grado que un segundo miembro tuvo que ayudar a sostenerla.

Y cuando parecía que lo inevitable iba a suceder, cuando incluso su blusa estaba completamente desabrochada, dejando ver una delgada camiseta interior de tirantes, llegó Sawada Tsunayoshi, como un héroe de ciencia ficción.

– Hasta ahí – ordenó imperioso, con ojos anaranjados demasiado resplandecientes para el oscuro callejón en el que se encontraban. Todos podían reconocer al castaño, quién era bastante popular en Namimori, aunque solo por rumores, más que ser una figura pública.

Después de eso, cuando se abalanzaron hacia Tsunayoshi y este los esquivó, golpeandolos con una barra de metal en puntos que los dejaban en el suelo, casi con una suerte increíble, pero era demasiada casualidad para ser suerte, era algo intuitivo, algo más allá de su comprensión.

Una figura rápida y ágil como un gato de deslizó al lado del castaño, como si siempre hubiera pertenecido a su lado – Por romper las reglas de Namimori, violar los derechos de sus ciudadanos y ser una molestia, los morderé hasta la muerte – dictó la sentencia el gobernante de Namimori, el gran Hibari Kyouya.

El resultado era obvio, pero de todos modos estaba aliviado, abrazando a su hermanita en cuanto tuvo la oportunidad de soltarse, disculpándose una y otra vez sin parar.

En ese momento no prestaron atención a las figuras que se alejaron discretamente por la oscuridad, dándoles su privacidad, pero al día siguiente, las estuvieron buscando específicamente.

...

– ¿Ese ese un chocolate de San Valentín? – dijo Hana sorprendida, señalando casualmente una pequeña caja con forma de corazón en la palma de la mano de la castaña.

Ella miró con cariño y pena la cajita, sonriendo con gratitud mientras pensaba en el receptor. – Sí, realmente le debo tanto... – murmuró ella, sus mejillas rojas aunque nunca negando sus sentimientos. – Realmente se lo debo a Tsuna-kun

– Es un hombre afortunado – comentó Hana, con una mirada analítica, aunque no persistente.

– De hecho - confirmó ella con un asentimiento entusiasta.  – Y también – dijo, sacando otra cajita aunque esta circular y púrpura, bastante diferente al claro honmei para Tsunayoshi – Para Hibari-san

– ¿Qué pasó? – preguntó ella, pero no era realmente una pregunta, porque sabía que lo que fuera qué pasó, era algo personal, algo que tenía a Kyoko en un estado tan asustado como para hacerse bola en una esquina, dejando de brillar pese a ser un pequeño solecito por naturaleza.

...

Sorprendente, Hibari-san aceptó el chocolate, aunque con un gesto desdeñoso que parecía indicar que había tomado algo similar a una hoja.

Kyoko no vió la figura que se acomodaba detrás de ella, dándole una mirada suplicante al temido prefecto de Namimori para que aceptara su gesto de bondad.

Tampoco miró cuando éste salió para darle una palmadita en la cabeza a dicho hombre y terminar con un húmero fracturado y una costilla magullada.

...

– Necesito un guardián – le dijo Tsunayoshi, sentado en los vestidores del club de boxeo, habiendo llegado justo cuando Ryohei terminaba de cambiarse.

– No sé de qué hablas ¡pero me apunto! – exclamó Ryohei -... ¡Al extremo!

Tsunayoshi sonrió, – Eres todo un sol, Sasagawa-san. Necesito que seas mi guardián del sol... – asintió con aprobación. – Entonces, te diré dónde, e iremos a Italia. Puedes traer a Kyoko-chan y Hana si quieres

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