Turquía.

(Nombre) estaba entusiasmada por emprender ese viaje junto a Antonio y sus hermanas por la inesperada invitación del turco a su país, quien les insistió a asistir al extravagante evento que realizaría en una importante fecha. Según el moreno, era para propiciar mejores relaciones con los demás pero eso a la señorita no le terminaba de encajar. Sin embargo, no podría permitirse desaprovechar esa interesante propuesta, como buena historiadora —en lo que se había convertido luego de años y años de estudio por mero gusto— le serviría para continuar escribiendo sus obras.

Empacó sus prendas más coloridas y llamativas acorde a la ocasión, dispuesta a cautivar cuando pisara ese lugar. Porque encontraba cierto gusto en robarse las miradas ajenas o uno que otro suspiro fortuito.

España le había advertido sobre la alegre y vigorosa personalidad del hombre, que podía tornarse un poco abrumadora, dato que no pasaba por alto. Él poseyó una intimidante fuerza y deseos de conquistar las porciones de tierra que pudiera, llevándose muchas vidas por su soberbia y avaricia, pagando el precio del poder con sangre. Acontecimientos que habían sucecido años atrás, por lo que debía ser dejado en el pasado. Así que hizo caso omiso a sus señalamientos, le permitiría comenzar de nuevo y exponer sus buenas intenciones, después de todo, no es como si fuese malvado ¿o sí?

La música invadía cada rincón de la inmensa estructura donde se llevaba a cabo dicha celebración; la comida, los artistas nacionales y las atracciones para los forasteros no podían faltar. Eso le atraía de una manera que no conseguía explicar, yacía maravillada con lo que veía y la cultura del varón. Tomó una copa que —según el camarero— contenía raki y un licor que era bastante delicioso, paseaba por los pasillos anchos y espaciosos admirando los cuadros, objetos exhibidos en vitrales y demás elementos que despertaban su ociosa curiosidad, que fue captada por el moreno que se hallaba, para su mala suerte, hipnotizado por su contoneo de caderas y la vibra tropical que ella irradiaba.

Tenía que ser honesto al aceptar que no le quitó el ojo de encima desde que les dio la bienvenida en su despacho de gobierno, impresionado por la esbeltez de su complexión y su carita de muñeca que le incitaba a acercarse. Estando en su territorio, no se contendría al coquetearle por más que fuese la niña del español, quien de seguro le amputaría las manos si le tocaba un solo pelo a su retoño. Decían por ahí que a Sadiq le gustaban los retos y las joyas exóticas, descripción que coincidía con la personalidad de la fémina. Estaría plenamente fascinado si ella accedía a ocupar un lugar entre sus almohadones de lino y seda, rememorando su tiempo de poder y autoridad, reclamando lo que deseara.

—Santo Dios, es idéntico al que vi en el catálogo del museo —habló (Nombre), extasiada por la simetría y belleza de la prenda que brillaba debajo de las lámparas.

—La mano de Fátima ha sido representada por muchos artistas, en lienzos, esculturas, murales y principalmente en joyería. Esa es, particularmente, mi preferida —contó el mayor, quien mantuvo su vista chocolate clavada en ella en todo momento—. Es un símbolo que significa protección, aunque el ojo del centro, suele atribuirse a los griegos.

—Sí, lo sé. He estudiado un poco de sus costumbres y aspectos culturales como pasatiempo —explicó la de baja estatura, sonriéndole a su anfitrión quien le regresaba el gesto.

—Vaya, no has dejado de sorprenderme en ningún instante. Se ve que eres una muchacha bastante inteligente —participó, colocándose a su lado y sus hombros se tocaron—, pensé que España decidía como impartir tu educación.

(Nombre) se rió, esto desconcertó un poco a Sadiq, quien ansiaba su respuesta ante dicha declaración. Vislumbró los relieves fieros en sus labios llenos, su mirada cargada de malicia y el estallido de colores que abarcaba sus orbes. Por lo que lograba percibir, esa mujer era una caja de sorpresas y empezaba a entender porque varios países estaban detrás de ella, babeando y rogando un poco de su atención.

Su vestido verde oliva acentuaba a la perfección los lugares indicados de su anatomía, el calzado creaba la ilusión de que sus piernas eran largas y torneadas, mientras que su rostro fino coronaba la exuberante belleza. El turco la asemejó con una esmeralda empotrada en el más refinado oro, despertando viejas costumbres del pasado y dándole paso a un nuevo capricho.

—Es un concepto bastante precario, deja muchísimo que desear... —bramó con aspereza, su semblante tornándose flemático de repente—. Siempre me he ocupado en avanzar, superar a los demás, sin detenerme a considerar que son más viejos que yo, Sadiq.

—¿Viejos? Eso hiere nuestro orgullo —dijo siguiéndole el juego, incluyéndose en ese grupo que ella había mencionado.

—Es como se lo expreso —aclaró con firmeza, pasándose una mano por los bucles de su cabello—, no le daré la ventaja a nadie de pasar por encima de mí. Primero los veré doblegados.

—Eres una mujer con ambiciones, eso me intriga.

Él analizó sus palabras mordaces, que salieron salpicando un poco de veneno que le hizo sonreír ladino. Consideró que la extranjera poseía una belleza sublime y una laguna de misterios que le encantaría descubrir, dando pasos lentos y discretos para que nadie se enterara de lo que surgiera entre los dos. Esa extraña sensación electrizante que chispeó en su interior se le hizo adictiva.

Posteriormente de su conversación, la adrenalina imperaba en la atmósfera, propiciando los encuentros íntimos y esto solamente añadía más emoción a los protagonistas. (Nombre) había escuchado parafrasear a su padre que la fruta prohibida es la más dulce y exquisita de todas, por eso no evitaba pensar en ello cuando tuvo al castaño entre sus delgadas piernas.

Una unión secreta que saldría a la luz, donde lo más probable es que Antonio le reprochara por estrechar lazos con Sadiq y la probabilidad de que se enojara, sin dirigirle la palabra hasta que desistiera de su absurda decisión, pero no le otorgaba relevancia a esas alternativas que conseguían abatirla. Estaba segura de lo que haría, era bastante mayorcita como para que supiera lo que era malo y bueno.

El ojo turco que descansaba en su clavícula resplandecía más azul que nunca por la iluminación de la habitación y eso cautivó al hombre, quien yacía embelesado por el contraste de sus pieles. Las figuras cubiertas por una capa de sudor deseosas de juntarse más para apaciguar el calor, allí se hallaba su nueva obsesión y lo supo cuando se percató de la pasión disfrazada de inocencia que se mantenía centelleante en el pecho de la fémina.

Se encargó de llenarla de costosos regalos y dejó escapar un gruñido cuando sintió que apretaba su femineidad entorno a su miembro. El cabello lo traía desordenado, era un completo caos de lujuria con su espalda apoyada en el muro, sus piernas enrolladas en la cintura de Sadiq mientras que buscaba soporte en el cuello ajeno, las embestidas erráticas y arrebatándole chillidos agudos, creyendo que desfallecería en cualquier instante.

—Que ruidos más obscenos haces, mujer —le dijo su amante al oído, lamiendo el vértice de su oreja y viendo como temblaba por la intensidad de la penetración—. ¿Qué diría España al ver a su dulce y linda niña siendo jodida por un hombre como yo? Comprándole lo más caro, adornándola con piedras preciosas y arruinando sus elegantes ropas con mi toque.

Porque sí, había indagado en las profundidades de su intimidad y se percató de que se encontraba escondido un fetiche que ambos les gustaba sin reconocerlo. Turquía le hablaba con lasciva y ella se derritía en medio del acto sexual, entregándose en cuerpo y alma sin discusiones. Le mordió el cuello para luego besarlo y aliviar el ardor placentero en la zona, él siguió con la faena, su virilidad entrando y saliendo de su resbaladizo centro.

—Eres un bastardo —escupió con la voz entrecortada, sintiéndose a escasos minutos de colapsar por la forma en que Sadiq la reclamaba suya.

—Cuida esas palabras si no quieres otra sesión con mi cinturón —contestó apretando sus dientes, el orgasmo formándose en su vientre bajo y sus labios secos por la agitación.

Así es como el hombre robó el más preciado tesoro de Antonio enfrente de sus narices, bajo la cortina de una diminuta y bonita mentira.

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