Rusia.
Iván yacía sentado frente a su escritorio revisando algunos documentos, mientras que las continúas e irritantes quejas de los mandatarios reinaban en su oficina. Sus pensamientos estaban dirigidos hacia otra parte, quizás su cuerpo recorriendo el campos de girasoles que parecía no acabar, pero el sonido que emitían los dientes apretados de esos hombres lo arrastraban a la realidad, evaporando toda nube de fantasía.
Sus iris amatistas por primera vez se enfocaron en el mayor, lleno de cólera y las venas marcadas en su cuello en señal de extrema furia. Sin embargo, esto era de poca relevancia en comparación a los otros problemas que se tenían en sus tierras.
—¡Es inaceptable que Nicolás ande revolcándose con una ramera en vez de ejercer su cargo! —bramó iracundo, dando un golpe en la superficie de manera y esto hizo que el rubio platinado arquera una ceja por su osadía.
—En ningún momento he visto que ha descuidado sus obligaciones —habló la representación de Rusia, con su faz inmutable y escalofriante—, el hecho de que le sea infiel a su esposa no es de nuestra incumbencia. Caso cerrado.
El silencio se propagó por la lúgubre habitación, los orbes impresionados por la renuente decisión de Braginsky, regresó su atención al trabajo pendiente y los despachó, con un desinteresado movimiento de manos. Estos no pudieron rechistar de nuevo, sabían de lo que es capaz ese misterioso personaje y lo meticuloso que es cuando debe borrar del mapa a quien lo molestara más de la cuenta... ellos no querían ser parte de esa larga lista que permanecía escondida, así que llegaron al acuerdo de eliminar la amenaza con sus propias manos.
No comprendía lo testarudo del comportamiento de los funcionarios, que se empeñaban en atrapar a la supuesta mujer que mantenía una relación secreta con el zar. Amenazas, intentos para hundirla en su propia carrera, marginalidad y otra serie de cartas que usaron para sacarla del juego de una vez por todas, no obstante, eso no servía en ninguno de los casos; ellos se veían a escondidas, se profesaban el más puro amor e inclusive él estuvo tentado a escapar, sin importarle que luego lo buscarían para condenarlo por traición a su patria.
El hombre de alta estatura conocía al derecho y al revés los sucesos, sin necesidad de recurrir a los soplones. Por lo que no había cosa que éste no supiera, sus ojos estaban en cada rincón y cada esquina, supervisando los pasos que daban sus peones para estar seguro de que nada se saliera de control. Por algo era considerado el más calculador y vil de los países.
Su curiosidad le ganó, yendo a ver una presentación de la susodicha bailarina que con maestría y pulcritud elaboraba su danza, atrayendo hasta las miradas más crudas del teatro. En el lugar más lujoso se encontraba Nicolás II embelesado por la belleza que irradiaba el arte de su amada, a su lado su esposa expresaba una faz fastidiada por los aplausos que le dedicaban a la gran artista. Ahí, la confusión se percibió en su inmutable rostro porque aquella fémina era tan simple e insípida, que no le hallaba ni una pizca de gracia en su alabada imagen.
No había nada que lo motivara a caer rendido ante sus pies, apartando el hecho de su evidente talento ella no poseía nada más que destacara de entre la multitud. Pero como siempre, Iván nunca era capaz de entender a los tontos mortales. Así que, dejando un girasol marchito en el camerino de la castaña junto a una nota escrita con una legible y adornada caligrafía, abandonó el sitio ornamentado.
La fría nación salió de su letargo, cerrando el antiguo volumen entre sus finos y largos dedos. Topándose con la actualidad, recordando que posterior a ese hecho Rasputín condujo al bélico y despiadado asesinato de la familia real, dando paso a Lenin quien usurpó el gobierno de Rusia.
—¿Iván? —susurró (Nombre), ingresando a la cálida estancia en comparación a su gélido hogar al otro lado del mundo—. ¿Estás bien?
Posó su vista violácea sobre la tetera humeante y al juego de porcelana digno de una princesa, que él mismo le había obsequiado por ser uno de sus caprichos. Para su muñequita lo que fuese, aunque esto incluyera la cabeza de sus enemigos en bandeja de plata. Ella lo percibió turbado, aún en medio de su inmutable faz, acariciando su nuca y su mejilla sonrosada por el calor que caracterizaba su país.
—¿Cómo conseguiste esto? —interrogó, la duda pintada en sus delicados rasgos y vio como la camisa desabotonada revelaba los tatuajes que ocultaba detrás de sus ropas blancas.
Tragó saliva, siendo descubierta por su travesura y mordió su labio, sus orbes brillosos por las lágrimas que deseaban salir para manipular a su pareja, quien la escuadriñaba esperando una respuesta, exactamente la verdad.
-Lo robé de tu biblioteca la última vez que te visité, es que se veía tan interesante y sabes que me fascina leer sobre tu historia, lo siento mucho, sé que estuve mal y...
Un beso calló su regodeo, la fémina estrujó su falda tableada rosada con sus dedos, cediendo al suave y amoroso toque del europeo quien movía sus labios con delicadeza, teniendo cuidado de no romperla. Profundizó el contacto, hundiendo su lengua en la cavidad bucal de la contraria, haciendo que soltara jadeos involuntarios y su sonrojo le causó ternura de sobremanera.
—Para la próxima, solo pídemelo y te lo daré, soy tan complaciente contigo como tú lo eres conmigo —animó el platinado, acariciando el cuello tostado de (Nombre) quien estaba agitada por la repentina muestra de afecto-. Ahora, solo aprovechemos el tiempo y se una conmigo~
Por eso la protegía con sumo recelo, nadie podría arrebatarle a su hermosa muñeca de la más costosa porcelana y quien se atreviera a hacerlo vería los ojos de la muerte, llevándoselo más pronto que tarde. Así como él se hizo cargo de destruir los que se interponían en su camino, lo volvería hacer, todo por ella.
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