Nyo!Belarus.

(Nombre) reía por las suaves caricias que Iván le proporcionaba mientras estaba sentada en su regazo, el mayor lucía enternecido por la dulzura que irradiaba la menor con sus mejillas coloradas y el gloss rosa sabor sandía que hacía resaltar sus labios gruesos. La brisa fresca de la mañana removía sus cabellos, el aroma a flores inundaba la acogedora atmósfera que los envolvía,  atrapados en prometedores roces que los refugiaban de la complicada situación externa. Ella peinó las hebras casi albinas del ruso que le contaba historias de su pasado, todas las que le pedía sin mencionar las escenas de violencia que manchaban sus manos con sangre inocente y le arrullaba con su tranquila respiración en canción de cuna. Por lo que, no transcurrió muchos minutos para que terminase recostándose en el duro pecho masculino cubierto por una delgada camisa blanca, sonriendo dichosa por sentirse plena a su lado.

Rusia creyó que se quedaría dormido por el efecto que tenía la de raíces latinas sobre él, quien se encontraba embelesado con su revoloteo seductor de pestañas y carcajadas adorables que lo transportaban a otra dimensión donde no existía algún agente que les hiciera daño. Sintió paz, un sentimiento que escasamente había experimentado, así que cuidaría a su muñeca como si fuese del más frágil cristal para que nadie pudiese romperla en miles de fragmentos esparcidos por el suelo...

Sin saber que una presencia ajena los observaba a la distancia, con sus orbes inyectados en obsesión y sombra. Aguardaba con inmensa paciencia el momento justo para encestar un ataque que lo derrotara, reduciendo sus fuerzas a nada ante la pérdida de la dulce joven.

Nikolai no se increpó, mantenía su posición vigilante y analítica desde la ventana del segundo piso de la mansión. Imaginándose como sería acabar con Braginsky, colocando su pie sobre el cadáver del varón, tomando lo que le correspondía y reclamando un amor que no era suyo, pero que deseaba con añoranza. En sus orbes azules, profundos como el océano se vislumbró la inexistente cordura y enfermiza obsesión que poseía respecto al tesoro de su hermano. Anhelaba hacerla suya; inhibirse, desatar esas corrientes de agua que son la ávida muestra de su amor por la de intrépidos luceros.

Afianzó su agarre al objeto punzante, el filo del cuchillo brillando bajo la única bombilla de la habitación donde solía encerrarse para mantener sus crisis agresivas e inesperadas a raya y la temperatura disminuyó notablemente, aunque fuera así no lo diferenciaba demasiado ya que estaba acostumbrado y le gustaba hundirse en la frialdad... Quizás por eso es que le fascinaba la cautivadora fémina, similar a un ninfa que jugueteaba con su cabello y le coqueteaba para luego camuflarse en el espeso bosque.

Nuestra protagonista caminaba por los numerosos pasillos que tenía esa estructura; apreciando las pinturas colgadas en las paredes por costosos marcos, bailando con una melodía que tarareaba tan nefelibata empedernida como siempre, cerrando los ojos imaginando que era una princesa y ese era su majestuoso reino. Soñar no le costaba nada, más bien eran pocas las veces donde se permitía ese lujo porque estaba ataviada de obligaciones fastidiosas y suspirando de manera taciturna al querer estar en el papel de una persona más interesante que ella.

La falda del vestido celeste se mecía al compás de la canción que entonaba su imaginación, sus zapatillas facilitándole la tarea y su cabello suelto le daba una imagen inocente, vulnerable y etérea que podía maravillar al más áspero de los hombres. Y era el caso del bielorruso que admiraba la figura menuda de la joven vagar por los pasajes estrechos de su hogar, pensando en que sería maravilloso tenerla en sus brazos y besarle con premura en medio del rosal que fue sembrado exclusivamente para su disfrute.

—Oh, Nikolai, eres tú. Me había asustado al tener esa incómoda sensación de ser observada —dijo (Nombre) sonriéndole al rubio platino que le miraba embobado, sin saber que contestar y tuvo que espabilar.

—No me avisaste que vendrías a visitarnos por un mes —reprochó sin abandonar la suavidad que únicamente con ella utilizaba, sin querer herirla por lo duro que podía llegar a ser si se lo proponía.

—Es que fue de improvisto, ya verás que Iván siempre dice que debo notificarle con semanas de anticipación —explicó, haciendo ademanes con las manos y acercándose hacia al alto muchacho, quien saboreó la amargura de oír el nombre de su enemigo—, pero preparé una sorpresa y aquí estoy.

—Así que... has venido por él —remarcó, su calmada faz siendo sustituida por una tétrica máscara. El aura se le oscureció cuando tomó en cuenta la declaración de la muchacha, sus instintos posesivos queriendo salir a flote.

Ella negó, palpando el desasosiego que desprendía el varón y se sintió mal por haberle dicho tal cosa que podía ser malinterpretado. Su intuición femenina le susurraba en determinadas ocasiones que el de luceros azules estaba enamorado hasta la médula, deseando ser el receptor de sus caricias y que las sonrisas que profesaba estuvieran dirigidas hacia él, siendo el poseedor de su corazón que ya había sido robado por alguien más... alguien que tiene mucho más poder, pero eso era algo que no  expresaría en voz alta. Lo abrazó, intentando envolver su fornido —y delgado— cuerpo con sus brazos mientras lo vislumbraba minuciosa, los músculos del mayor tensos por la acalorada cercanía que traía pintada en sus finas facciones su característica expresiones bellas y acarameladas como los postres de su tierra.

—Sabes que tú también eres importante para mí, Nikolai —aseguró con su timbre meloso y aterciopelado que produjo los latidos desbocados de su acompañante, siendo música para sus oídos.

Todo perfectamente equilibrado como debe ser, según la astuta y calculadora fémina que tiene a ambos hombres pendiendo de un hilo atado a sus largos dedos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top