Francia.
Gritos. Eso era lo que atormentaba su mente que pedía auxilio en exclamaciones ahogadas, el panorama desolado y en ruinas hacía que se sintiera más turbada por los susurros de agonía que escuchaba detrás de ella, lo que alguna vez conoció se redujo a inhóspitos y depavorables fragmentos, su alma yacía bañada de sangre y alcohol para desinfectar sus heridas hechas en batalla, cuando aún conservaba la esperanza de percibir las rendijas de la ventana que podría conducirla a la libertad. Su rostro se contorcionó en una mueca de dolor que no sobrepasó los jadeos de tortura y la sensación punzante le alborotaba la calma, exterminando cada rastro y desatando su miedo delante; colosales bestias que se alzaban hambrientas por su sempiterna devastación, sus pupilas negras y los colmillos filosos a punto de lanzarse hacia su presa.
Se sintió morir, cuando la tristeza zarandeó su ser y las lágrimas escurrían libremente por su faz, para ese instante era imposible vislumbrar un atisbo de la mujer empoderada que es. Los ojos estaban hinchados y sus iris cristalizados por la pena que consumía su perturbada existencia; su cabello enmarañado por haberlo estirado con desespero, la piel de sus brazos rojiza por los arañazos incontrolables que se había proporcionado queriendo arrancarse la dermis y que sus músculos por fin recibieran la brisa fresca de la mañana. Pensó que sus retinas carecían de chispa, mientras pasaba sus delgados dedos por las páginas del álbum de fotos y se transportaba a esa época donde su gente sufrió, donde el líquido carmesí manchó su espada y la sombra negra de la guerra marchitó su tierra, por meses no hubo cultivos, ni nada que producir por lo afectados que se vieron los campos donde se retiraban cuerpos inertes, de aquellos que sencillamente eran campesinos, herreros, sastres o cualquier otra profesión, no todos eran militares y eso le pesó.
Su garganta era de cristal cuando rugió en pie de guerra, los gritos desgarraron y causaron grietas que no han podido sanar. Muchas víctimas pagaron el alto precio de la independencia, por eso es que recordaba con melancolía esos oscuros tiempos y lo sola que se encontraba, pero ya no más. Su ceño fruncido se relajó al inhalar hondo, descartando el familiar aroma a muerte y opresión, siendo reemplazado por el perfume masculino que le produjo una cosquilla en el pecho.
Sus uñas sucias por los restos de sangre seca se enterraron en la superficie blanda del sofá, asfixiada por la marea alta de sentimientos que arremeten contra su corazón y generan un desequilibrio de tal magnitud que le cuesta superar, aún veía en sueños las expresiones resignadas de las personas que eran aplastadas por un yugo despiadado y eso le perseguía, la cruz que le tocó llevar no era ligera ni mucho menos fácil de cargar. Por eso necesitaba descansar, enajenar su apesumbrada y taciturna conciencia del vocerío incesante de las pobres almas en desgracia.
-¿Otra vez llorando, mon amour? -dijo el francés, haciéndola despegarse de ese martirio y suspirando por la compasiva mirada que le profesaba.
-Es que no puedo dormir sin tener esas pesadillas -se excusó, lanzándose a su encuentro y ocultando su fisionomía en el hombro del mayor-, es como si todavía estuviesen ardiendo en llamas y... yo no puedo hacer nada más que intentar quitarme las cadenas.
Francis la consoló en la ataraxia de su pequeña vivienda, adquirida exclusivamente para escaparse de la realidad, refugiarse en los cálidos y acaramelados brazos de su amada, dándose esa vida de soñador empedernido y enamorado de la que había sido privado en muchos años. Porque creía que el destino le jugaba en contra, arrebatándole lo que más adoraba pero ahí se hallaba junto a la mujer que le reanimó el corazón de una sonrisa, que lo enredó en sus gráciles movimientos de inocencia. Era inverosímil la forma en la que despierta su alegría, desechando sus previas decepciones y corriendo el riesgo una vez más, no le permitiría escabullirse ya que su fe en el amor se apagaría.
Su elegante camisa celeste se vio humedecida por las perlas saladas y los sorbos de nariz que ella gesticuló, un poco más aliviada por la atrapante fragancia que desprende el de cabellos rubios. Observándola así le hacía acordar en los años de oro de España, cuando aún era una colonia que luchaba por ser la favorita del trigueño y eso le producía una ternura perenne, una niña indefensa y llena de aspiraciones que apuntan demasiado arriba. Quizás esa era una de las numerosas razones por la cual se fascinaba por (Nombre).
-Debes estar creyendo que soy una tonta, frágil y débil como los demás -sollozó en la curva de su cuello, estrujando la tela debajo de sus dedos-, por eso es que no me toman en cuenta y me desplazan lo más que pueden, piensan que no soy suficiente... ¡Por eso es que Antonio se olvidó de mí!
El de iris celestes y acendrados la arrulló con una canción que le gustaba, era una de esas que entonaban en una película de princesas adaptadas por Disney, dicha melodía etérea le endulzaría el alma que estaba ebria de amargura. Su nariz captó el olor a jazmines que poseía su cabello rebelde en ese que enreda sus manos y lo peina con delicadeza, lleno de paciencia.
-Sabes que eso no es cierto -recalcó, suavizando su espalda descubierta por la abertura del vestido de encaje-. Tienes ideales dignos de alabar y seguir, una convicción centelleante en tus ojos que desborda astucia e inteligencia, más allá de ser una cara bonita y un cuerpo envidiable, poses un corazón indomable y apasionado que arrebata lo suyo con decisión, que defiende su tierra así sea que deba usar uñas y dientes.
-No estoy segura de que sea así -expresó la fémina, sus pestañas mojadas y su nariz roja por el llanto previo.
-Estás equivocada al alegar que no eres suficiente, cuando realmente eres más de lo que yo esperé -reiteró, acunando las mejillas entre sus manos-. Déjame decirte qué, muy contadas han sido las mujeres que conocí con ese mismo valor que reside llameante en tu espíritu y aún así me doy el lujo de decir en voz alta que nunca he encontrado a alguien como tú.
Su facciones pasaron de estar abatidas a ruborizadas y abochornadas por la vehemencia latente en las ardientes palabras que musitó Francia, era como si se le grabaran cual tatuaje en las entrañas impidiéndole huir a pesar del miedo que la asaltaba. Estaba enterada de la historia incongruente sobre el país del amor, quien sumergido en un dolor eterno no volvería a sentir aquello. Sin embargo, sus radiantes luceros le demostraban lo contrario, teniendo la certeza de que si la ama y es mucho más de lo que puede exteriorizar con palabras o acciones, sencillamente inefable.
-Podemos amar y ser correspondidos en esta ambivalente eternidad que nos tocó llevar -expuso, convenciendo del peso de su argumento y rozó esos labios rojos que aguardaban el contacto.
-Eres como mi caballero de reluciente armadura -bromeó la joven, mordiéndole la boca en un atrevido acto.
-No, más bien soy un humilde campesino que está cautivado por el arrebol de tus rasgos, por la bonhomía en tu corazón y la candidez de tu alma -y así, compartió su más oculto secreto, dejándola estupefacta y enamorada hasta las vértebras.
Mi historia favorita hasta el momento.
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