Alemania.
Uno, dos, tres tragos de cerveza y las luces de colores se mueven al compás de la música de ese lugar tan decadente, lúgubre y precario que abre sus puertas para recibir a las ratas callejeras de esa zona tan peligrosa pero por supuesto, eso al hombre rubio que se encuentra en la barra no le importa en absoluto, ni siquiera si el techo se cae a sus pies.
En primer lugar no era capaz de recordar como es que llegó a ese sitio, supuso que sus sentimientos lo cegaron de nuevo, dejándose arrastrar por la tristeza y la impotencia. Prefiere emborracharse a enfrentar la situación que lo espera en el umbral de lo que alguna vez llamó hogar. Despeinó su pulcro cabello rubio y observó la pantalla de su celular que le notificó los numerosos mensajes que ella le había enviado, la conoce desde hace décadas y sabe que es demasiado insistente como para olvidar lo que sucedió anteriormente, empacar sus maletas y tomar el próximo vuelo que la traslade a Italia donde reside su íntimo amigo Feliciano.
—Tal vez éste sea el momento de soltar esa carga que me está matando lentamente desde adentro —se dijo a sí mismo, viendo una foto donde salen ambos sonriendo y desbordando de felicidad.
(Nombre) es lo más preciado para Ludwig; similar a la joya más invaluable para un imperio, como la obra de un artista que plasmó con cada gota de su ser, las musas haciendo estragos en su imaginación y guardándola celoso, para que nadie pudiera admirar su belleza. Así considera a la joven de dieciocho años que escapó de su casa por huir a sus brazos y vivir de manera plena, sin reclamos ajenos ni preocupaciones innecesarias, ella que arriesgó todo por él y aún así había recurrido a ese lugar, desahogarse con ese método que no era para nada efectivo porque lo hacía recordar... Recordar la sangre inocente que mancha sus manos a pesar de los años transcurridos desde ese acontecimiento.
Y se sintió como una basura, un hombre sin honor el cual no merece nada. Perdió la cuenta de la cantidad de alcohol que ingirió hasta ese punto, le empezó a doler la cabeza y se quejó por lo bajo, pidiendo la cuenta para retirarse de ese mugriento lugar, sin embargo, un voz femenina lo sacó de sus pensamientos turbios que lo mantenían en una burbuja de cristal.
—¿Por qué tan solo, guapo? —susurró la mujer de aspecto llamativo y pecaminoso como un espíritu de lujuria del infierno.
Los orbes azules fríos se posaron en la desconocida que osó a interrumpir su conflicto interno y su ceño se frunció, desapareciendo todo rastro de la expresión angustiada para ser reemplazada por la imperturbable y seria que acostumbró llevar desde que era un crío. Alemania se caracteriza por ser conservador, estricto e impecable en todos los sentidos posibles, por lo que no le sorprendió las intenciones ocultas detrás de esa cara bonita y esa mirada que lo estaba incitando a cometer una falta grave hacia su amada.
Aclaró su garganta, dispuesto a responderle sin un gramo de amabilidad y así espantar a la extraña pero algo se le había adelantado —o mejor dicho, alguien— porque una figura menuda se acercó a él hablando con voz fuerte y clara, la cual desencadenó un conjunto de emociones que explotaron en el pecho de Ludwig.
—Querida, él no está solo. Así que pierdes tu tiempo.
El hombre volteó sorprendido por la presencia de la mujer de ojos gatunos, jamás pensó que podría encontrarlo ya que no solía frecuentar sitios como ese; los orbes le brillaban con superioridad y su mano sujetando su antebrazo en gesto posesivo, se enteró de ese lado dominante de la muchacha desde que se obsesionó con ella en la adolescencia, sabe de su capacidad para destruir a cualquier individuo con su filosa lengua que es especialista en soltar aguijones si es lo más indicado. (Nombre) posee dulce miel en sus labios, cuando la toca y la reclama como suya entre las sábanas de seda en la habitación que comparten pero también posee veneno letal, lo mejor de ambos mundos que solo él era dichoso en disfrutar.
Lo agarró de la mano, indicándole que la siguiera hasta cruzar el umbral de la puerta y caminar al estacionamiento para subirse a su vehículo. Seguían en un silencio sepulcral, conociéndola bien estaba completamente convencido de que lo regañaría como una madre que reprende a su hijo rebelde, por estarse comportando de manera inadecuada y optó por quedarse enmudecido, aguardando que ella diese el primer paso.
—Ludwig, tienes que dejar de recurrir a la bebida para olvidar porque como ves, eso no está funcionando y tampoco está aportando algo bueno a tu existencia —habló la latina, quien observaba de reojo a un sonrojado alemán que quizás se hallaba enajenado por el alcohol en su sistema—. No podemos vivir en el pasado, echarnos la culpa de los desastres y equivocaciones de nuestros líderes... somos el reflejo de una nación, somos inmortales y eso ya es mucho con lo que lidiar, no puedes enloquecer ahora después de todo lo fuerte que haz sido, que te fragmentaron y conseguiste volver a reconstruirte, siendo aún más poderoso.
En ese punto el hombre mayor se dedicó a admirar el perfil de su pareja que conduce por las oscuras calles, lo que le brindó paz y la certeza que sentiría en su interior cuando estuviera acurrucado en los pechos de la fémina, escuchando los latidos suaves y melodiosos de su corazón que tienen el mismo efecto que una canción de cuna, mientras ella le susurra palabras de consuelo, de amor que permanecen grabadas en lo más profundo de su ser y sirven de armas para atacar la tristeza que lo invade en circunstancias como esas. Peinaría sus hebras doradas, delineando sus cejas, pómulos, nariz y de último su boca que le encanta guardar para el final; porque lo besa con devoción, mordisqueando su labio inferior, dejándose guiar por el ritmo que imponde su húmeda lengua y la hace rendirse al fuego que emana de su anatomía.
—Gracias por ser mi confidente, por levantarme cuando caigo y estar conmigo sin importar qué —contestó Ludwig, sujetando la pequeña mano que descansa en la guantera del auto.
Ella le sonrió con amor, siendo capaz de distinguir los relieves y matices que adornan el alma del hombre que tanto ama, de manera desenfrenada y apasionada. Porque muchos dicen que Ludwig es frío como el hielo, cortante cual espada de doble filo pero en lo más recóndito de su ser se encuentra una figura vulnerable, amable y sutil que anhela ser querida, aceptada y valorada. (Nombre) siempre estuvo dispuesta a otorgarle confort, aliviar el dolor de su atormentada mente y que su calidez tropical lo haga sentir vivo cada vez que lo mire.
Suspiró de gusto cuando la sensación electrizante y seductora se hizo presente en la zona de su cuello donde el alemán regó unos cuantos besos calientes, transmitiéndole gustoso eso que la mujer compartía con él y se sintió sonrojada hasta las orejas cuando se percató de la mano traviesa del hombre acariciaba su muslo. Ahora debía concentrarse en el camino pero cuando llegaran a su departamento... ya eso sería otra historia.
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