Al día siguiente de aquella mañana me desperté feliz por la simple razón de que mis padres volvían de aquel viaje de negocios.

Me levanté pronto y lo primero que hice fue el desayuno: tortitas con sirope de chocolate. Lo hice porque a mi padre le volvía loco las tortitas.

Cuando lo tuve preparado me fui a duchar y después a vestir para un día más de clases. Menos mal que era viernes y había de por medio un "largo fin de semana".

Al bajar las escaleras con la mochila colgando de mi hombro sentí un ruido en la puerta principal y la voz de mi madre regañando a mi padre por no tener las llaves a punto para abrir. Me reí al escuchar a mi madre regañar a mi padre por eso ya que mi padre era la persona más patosa del mundo, algo tuve que heredar, la genética es así.

Bajé corriendo el pequeño tramo de escaleras que me quedaban por bajar a abrí la puerta de golpe avalanzándome sobre mis padres haciendo que se calleran al césped.

- ¡Hola!- Los saludé muy contenta.

- Nosotros también nos alegramos de verte-. Dijeron a unísono mientras me correspondían el abrazo.

Nos levantamos y les ayudé a pasar todas las maletas y bolsas dentro de casa.

- Os he preparado el desayuno-. Dije entrando a la cocina.

- Dime que son...-. Interrumpí a mi padre.

- Tortitas con sirope de chocolate.

Cuando mi padre oyó aquello empezó a hacer como una especie de baile raro de...¿victoria? Me reí sin entender nada.

- Cariño, me debes diez dólares-. Le dijo mientras se acercaba a ella de forma seductora y vertía un beso en los labios de mi madre.

Los miré extrañada ya que no sabía que habían tramando a la vuelta de su viaje de negocios.

- Papá apostó diez dólares a que harías para desayunar tortitas con sirope de chocolate y yo negué sólo para llevarle la contraria-. Me explicaba mi madre entre risas.

- Sois un par de locos-. Dije entre risas.

- Sí, unos locos enamorados-. Añadió mi padre mientras cogía cogía a mi madre para darle un beso de película.

Sonreí complacida ya que a pesar de los años seguían amándose como el primer día.