Capítulo 58 -Un mes antes-
Han pasado un par de horas desde que hemos tomado la fortaleza, desde que Bacrurus quedó inconsciente a causa de la extracción de La Esencia de Los Siervos. Dos horas en las que, aun estando cansado, no he podido dormir.
Estar en este lugar, que hasta hace poco era ocupado por Ghurakis, me recuerda que no hemos ganado, que hay muchos inocentes que están sufriendo el terror de los seres de piel púrpura.
Inspiro, aparto esos pensamientos de la mente y me acerco a la ventana. Desde ella, contemplo el cielo lleno de estrellas y pienso en la guerra que se está librando en los mundos que orbitan esos soles.
—Adalt —susurro, posando la palma en el cristal.
Giro un poco la cabeza y centro la mirada en la luna roja. Desde que descubrí el inmenso poder que se esconde en el interior del satélite no he dejado de preguntarme cuál es la fuente de esa fuerza.
Aunque no se dice quiénes fueron los que las crearon y tampoco la razón por las que fueron creadas, Mukrah me ha dicho que en las leyendas de su pueblo se mencionaba que hay muchas lunas rojas diseminadas por La Convergencia.
Contemplo el titileo casi hipnótico que produce el satélite y pregunto:
—¿Quién os creó? ¿Por qué lo hizo? —Con suavidad, desplazo los dedos por el vidrio y acarició el reflejo con una tenue sensación de conexión con la luna—. ¿Qué papel desempeñáis en el equilibrio?
Durante casi un minuto, observo el cuerpo celeste con la mente en blanco. Después, a paso lento, me aparto de la ventana, camino hacia la cama y me siento en ella. Recorro la habitación con la mirada y, sintiendo la impregnación de los antiguos ocupantes del lugar, dejo que los pensamientos fluyan:
«Tengo ganas de que llegue un nuevo día. Tengo ganas de continuar la guerra con los Ghurakis. Ahora que el muro ha caído no podrán aguantar las cargas de nuestros ejércitos. Por fin les haremos pagar».
Aun sabiendo que me será imposible dormir, estoy a punto de tumbarme y forzarme a intentarlo. Sin embargo, tras pensarlo un par de veces, prefiero retrasar el momento; necesito tranquilizar la marea de pensamientos que me sacude la mente.
Mientras camino hacia la puerta, antes de salir al pasillo, pienso:
«Ha sido un día duro, me despejaré un poco dando un paseo antes de obligarme a descansar».
Poso la mano en la fría pared de este corredor y me dejo llevar. Ando sin rumbo, acompañado solo por las llamas de las antorchas que iluminan el interior de la fortaleza.
A la vez que camino, me viene a la mente el rostro sonriente de Dheasthe. Al mismo tiempo que pienso en lo peligroso que es, en la gran amenaza que representa, aprieto los puños y no puedo evitar culpabilizarme por haber caído en la trampa. Me usó para que lo liberara y eso me duele.
—Te mataré —escupo un pensamiento cargado de rabia—. Aunque sea lo último que haga, juro que te arrancaré la garganta con las manos.
Intento calmarme. Al ver que no lo consigo, cierro los párpados y, al mismo tiempo que respiro lentamente por la nariz, busco paz en las palabras que pronunció Mukrah; recuerdo cómo mi hermano me tranquilizo diciendo que todos confían en mí.
—Gracias por saber siempre qué decir —susurro, abriendo los ojos, contagiado con la paz que anida dentro del hombre de piedra—. Hermano, eres el mejor de nosotros —confieso, antes de seguir caminando con una sonrisa dibujada en la cara.
Dheasthe ha cambiado todo, con su aparición, con la posibilidad de que libere a Los Asfiuhs, ha convertido a We'ahthurg en la menor de las amenazas. No podemos dejar que el padre de Haskhas siga matando humanos, pero debemos hacer algo para evitar la resurrección de esos dioses oscuros.
—Ojalá supiera qué podemos hacer —suelto, casi contestándome.
Apenas se ha apagado el tenue eco de las palabras, siento cómo una corriente de aire me golpea la espalda y veo cómo avanza apagando algunas antorchas delante de mí. Al percibir que una sombra difusa aparece a unos tres metros, entrecierro los ojos, manifiesto a Dhagul y pregunto poniéndome en guardia:
—¿Quién eres? —Aunque sigo sosteniendo con fuerza a Dhagul y estoy listo para atacar, no sé por qué noto algo que me tranquiliza.
La silueta, que va tomando forma, se posa el dedo a la altura de lo que debería ser la boca y avanza a paso lento. Tras andar un poco, el contorno de la cara de la sombra deja de estar difuminado. Cuando se detiene, las facciones acaban recreando el rostro de Bacrurus.
Parpadeo para asegurarme de que no me traiciona la vista y suelto:
—Hermano... —Al instante, eleva el dedo índice y lo posa en los labios; quiere que me calle.
Perplejo, sin entender nada, me pregunto por qué actúa de este modo. ¿Por qué quiere que guarde silencio?
«Blinda tu mente» escucho su voz repitiéndose varias veces.
Asiento ligeramente, cierro los párpados y creo murallas alrededor de mi consciencia. Cuando abro los ojos, me hallo junto a Bacrurus en una proyección conjunta; estamos en una gran sala de paredes doradas.
—¿Qué pasa, hermano?
El magnator eleva la mano, me indica que aguarde, toca una pared y, cuando se asegura de que nadie nos puede escuchar, dice:
—Los Asfiuhs han venido a mí.
—¿Qué? —Agacho la cabeza y me quedo pensativo un segundo—. ¿Te han hablado? —Centro la mirada en él—. ¿Qué te han dicho?
—Quieren reclutarme. —Hace una breve pausa—. Les interesas mucho y buscan doblegarte. Y, para lograrlo, ¿qué mejor forma de enfrentarte a uno de tus hermanos de armas?
—¿Quieren que luchemos?
—Quieren algo más que eso. —Se cruza de brazos—. Me lo querían ocultar, pero accedí a parte de sus pensamientos. —Escupe al suelo—. Esos engendros quieren subyugarme, obligarme a que luche contigo y manipularme para que me deje vencer. —Me mira a los ojos—. Quieren que me mates.
Aprieto los puños de forma inconsciente.
—Malditos.
—Lo son. Buscan aprovecharse de lo que pasó antes. Me han repetido varias veces que tu traición merece ser pagada con sangre, que no se puede perdonar a alguien como tú, a alguien que prefiere a una Ghuraki a un hermano.
Al recordar lo que sucedió hace un par de horas, digo:
—Bacrurus, lo sien...
—Vamos, Vagalat —me interrumpe—. Esos vómitos que escupía contra ti eran fruto del veneno que me consumía. —Ladea la cabeza—. Reconozco que no me fío de la Ghuraki; aún no. Pero confío en ti. —Mientras me mira, media sonrisa se le marca en la cara—. Jamás dudaría de tu buen juicio. Además, si tú y Mukrah confiáis en ella, ¿quién soy yo para oponerme a darle una oportunidad?
Sonrío, este sí que es el Bacrurus que conozco.
—Gracias, hermano.
Se acerca y me coge del hombro
—Gasta tus energías en otra cosa que no sea agradecerme lo que hago porque debo hacerlo. —Se da unos golpecitos en la sien con el dedo índice y corazón—. Vamos a pensar en la forma de destruir a esos dioses engreídos desde dentro. —La sonrisa se le profundiza en la cara—. Vamos a destrozarlos. Y a su seguidor, a ese tal Dheasthe, lo vamos a machacar.
Se me escapa una pequeña risa.
—Van a desear no haberse atrevido a intentar manipularnos.
Bacrurus asiente y dice:
—Estoy deseando golpearlos.
—Lo haremos, aunque tenemos que contar con alguien más por si falla nuestro plan.
Se separa de mí y pregunta:
—¿Asghentter y Mukrah?
—Sí. —Me quedo un instante pensando—. Me encantaría poder contar con Geberdeth, Dharta y Genmith, pero a Los Asfiuhs les sería fácil adentrarse en sus mentes.
—Cierto. —Me mira a los ojos—. Estás pensando en alguien más, ¿en quién?
—La Cazadora.
Durante unos segundos, parece como si las facciones se le congelaran.
—¿La Ghuraki...? —Hace una breve pausa—. Qué demonios. —Da una palmada—. Contemos con ella.
—Perfecto.
—Debes encargarte tú de contarles el plan. Hazlo una vez me haya ido. Una vez nos hayamos dado algunos golpes. Mientras Los Asfiuhs estén concentrados en lavarme la mente, no os prestarán atención y será más seguro explicarles todo.
—De acuerdo. Esta noche pensamos en detalles y mañana, cuando empecemos a interpretar, sin que nadie pueda escuchar nuestros pensamientos, nos damos las instrucciones.
Los muros dorados se empiezan a ennegrecer y se escucha como si millones de afiladas uñas arañaran las paredes.
—La corrupción... —Mueve los ojos de un lado a otro—. Los Asfiuhs. Debemos salir de aquí y volver a nuestros cuerpos.
—Sí. —Antes de que Bacrurus acabe con la proyección, digo—: Cuídate mucho, hermano. Esos seres son peligrosos.
Ríe.
—¿Más peligrosos que el que consiguió matar al mítico Vagalat, al autentico hijo del silencio?
Sonrío e insisto:
—Ve con cuidado.
Me devuelve la sonrisa.
—No te preocupes. Me cuidaré. —Eleva la mano y se prepara para romper el conjuro—. Tú también cuídate, hermano.
La proyección se desvanece y me encuentro de nuevo en mi cuerpo. Como si no hubiera pasado nada, observo el pasillo, sigo caminando e interpreto un papel. Uno que tendré que interpretar durante un tiempo.
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