Capítulo 52 -La oscuridad que nos alimenta-
Virando el cuerpo, con un golpe lateral, el Conderium lanza una de las cuchillas en dirección a mi costado. Bloqueo con Dhagul, poso la espada sobre su antebrazo y le obligo a que lo baje; busco desequilibrarlo.
Aun viéndose forzado a inclinar un poco el cuerpo, pisa con fuerza, evita seguir el impulso y dirige el filo de la otra cuchilla contra un cuadriceps. A la vez que ladea ligeramente la cabeza, una leve sonrisa se le dibuja en la cara.
Intento desviar el arma con la mano, pero, al tener medio cuerpo descubierto, no alcanzo a empujar la hoja. La cuchilla de energía negra penetra en la carne, me desgarra la piel, los músculos y el hueso.
Aprieto los dientes, cierro los párpados e inspiro por la nariz. Mientras media sonrisa se me marca en la cara, suelto el aire despacio y abro los ojos. Poso la palma sobre los pinchos que salen de la pieza frontal de la armadura del Conderium, concentro la energía del alma en ellos y explotan. El ser oscuro suelta un rugido, vuela unos metros, cae y rueda varias veces por el suelo.
Al mismo tiempo que observo cómo se pone de pie, siento cómo se me cura la herida de la pierna. Estando en paz conmigo mismo, percibiendo cómo el fuerte resplandor que produce Dhagul ilumina parte de la sala, camino hacia él y digo:
—He descuidado la guardia. —Me detengo a un par de metros del ser oscuro—. No volverá a pasar.
El Conderium sonríe y contesta:
—Eso espero. Me ha decepcionado el poder herirte con tanta facilidad.
Devuelvo la sonrisa, elevo el brazo y le apunto con la palma. El ser oscuro se queda inmóvil, ni siquiera mueve ningún músculo de la cara.
—Esta sala es demasiado pequeña. —Desplazo ligeramente el brazo hacia la izquierda—. Luchemos en un lugar donde podamos manifestar todo nuestro poder.
Gira un poco la cabeza, ojea el portal que he creado detrás de él y centra la visión en mí.
—Me parece bien. —Se da la vuelta e ironiza—: Sería una lástima que este edificio se derrumbara sobre tus aliados. —Aunque no le veo la cara, sé que está disfrutando, sé que le gusta combatir contra mí.
Mientras caminamos hacia el pórtico, escucho la voz de La Cazadora:
—Vagalat, iré contigo.
Me detengo un segundo, echó la cabeza hacia atrás y digo:
—En este combate debo luchar solo.
Gracias a los sentidos aumentados, oigo el leve sonido que produce la Ghuraki al apretar con fuerza la empuñadura de la espada. Le incomoda no poder combatir junto a mí contra un ser tan poderoso.
El Conderium, desde el otro lado del portal, sobre una gran porción de terreno volcánico rodeado de ríos de lava, me apremia:
—A diferencia de ti, tengo cosas importantes que hacer. —Se cruza de brazos—. Date prisa.
Con media sonrisa marcada en la cara, acelero el paso, cruzo el pórtico y oigo el estruendo de los volcanes escupiendo fuego. Nada más pisar este desierto de suelo negro siento el intenso calor del aire hirviendo; este páramo envuelto por humeantes ríos rojos está ardiendo.
Doy un salto y dirijo los nudillos contra la cara del Conderium. El ser oscuro espera al último momento antes de ladear el cuerpo, bloquea el golpe, aleja el puño del rostro y manifiesta una de las cuchillas. Eleva el filo y lo dirige contra mi estómago.
Poco antes del impacto, recubro la mano con la energía carmesí, cojo la hoja y, sin soltarla, cayendo y pisando con fuerza el terreno volcánico, tiro con fuerza hacia abajo y lo obligo a inclinarse.
—Tu armadura es solo una protección inservible. —Lanzo la rodilla contra la parte de la coraza que le cubre el abdomen y noto cómo el golpe agrieta el metal—. Y tú eres alguien que pronto será olvidado. —Suelto la hoja, poso la palma en su cara y la cargo de energía—. Formas parte de algo que no tardará en dejar de existir.
La explosión que produce la manifestación de mi alma empuja al Conderium. Aunque el siervo de Él intenta mantenerse de pie, tropieza y cae de espaldas contra el suelo.
Entrelazo los dedos de las manos y lanzo con fuerza un golpe contra el rostro del ser oscuro. Este eleva la mano, crea una barrera y detiene el ataque.
—Vagalat, Vagalat. —Mueve el brazo y una fuerza invisible me obliga a retroceder. Piso fuerte, pero lo único que consigo es desgastar las suelas mientras me deslizo—. Siempre fuiste muy impetuoso. —Se levanta, pasa la palma sobre la parte agrietada de la armadura y las fisuras desaparecen—. Y también eras alguien con mucho poder. —Hace una breve pausa—. Sin embargo, hoy me has decepcionado. Incluso con este repentino aumento de tu fuerza eres mucho más débil que el Vagalat que conocí.
Muevo un poco la mano y paralizo la energía invisible que me empuja.
—Hablas de debilidad cuando te estoy superando.
Mantiene la mirada fija en mis ojos. No parpadea, solo sonríe.
—Tanto potencial desperdiciado —pronuncia despacio.
Aunque siento que la oscuridad pronto eclipsará la paz que irradia la pequeña parte de mi ser que me conecta con el silencio, espero antes de atacar. Sé que será difícil, aun así, debo intentar sonsacarle información sin que se dé cuenta.
—¿Desperdiciado? He luchado por los que no podían defenderse. ¿Acaso crees que sería mejor ser como tú? —La mirada, por un instante, me trasmite decepción—. ¿Ser solo un siervo sin importancia?
—¿Un siervo sin importancia? ¿Eso crees que soy? —Menea la cabeza—. Y pensar que he sido el único al que le has dado lástima. Siempre he creído que alguien te obligó a traicionarnos. —La cara se mantiene inexpresiva—. Los demás te odian... —Guarda silencio unos segundos—. Tienes suerte de que el que nos dio forma me mandara a mí a este mundo.
—¿Suerte? —Me adelanto un paso y me pongo en guardia—. ¿Por qué? ¿Porque eres incapaz de vencerme?
Los ojos le brillan con un intenso negro y el cuerpo se le recubre con un aura del mismo color.
—Hoy volverás a aprender algo muy importante. —El fulgor se intensifica—. La fortaleza de un Conderium bebe de la misma fuente que dio forma a Él. —Un humo negro sale del aura y desciende hacia el suelo—. Por eso, es difícil rozar un límite. El poder de un Conderium es casi ilimitado. —Extiende los brazos hacia los lados y una bruma oscura recubre el terreno volcánico—. Mientras haya oscuridad, seremos invencibles.
Miro a mi alrededor y veo cómo se crea un bosque de árboles formados por llamas, humo y cenizas.
—¿Que demonios? —suelto, extrañado.
El ser oscuro corre hacia mí, me golpea en el estómago y me corrige mientras caigo un poco hacia delante:
—Demonios, no. Conderiums. —Me sacude en la cara con el reverso del puño. La cabeza se me ladea y escupo sangre y saliva—. Pudiste gobernar uno de los más importantes ejércitos de Él. —Me golpea en el hombro y me fractura la clavícula—. Con el tiempo, podrías haber llegado a ser un Hetgrhuort. —Me da un cabezazo en el tabique—. Podrías haber sido el más poderoso de nosotros. —Lanza el codo contra la mandíbula y los pinchos me atraviesan la mejilla—. Habrías sido el mejor soldado de Él. —Manifiesta las cuchillas, me las clava en el pecho y empuja hasta que las puntas salen por la espalda—. Pero decidiste traicionarnos. —Mientras me eleva, la cabeza me cae hacia delante—. Estúpido. —Me da una patada frontal y vuelo un par de metros.
Por un instante, me conecto con su mente y siento un fuerte pensamiento. Percibo cómo se repiten las órdenes que le dio Él:
«No lo mates todavía. Me será de utilidad en un futuro no muy lejano».
Cuando caigo al suelo, aunque toso y escupo coágulos de sangre, apenas siento dolor. Sonrío, me levanto y lo miro.
—¿Eso es todo lo que sabes hacer?
Aprieta los dientes.
—Veo que aún necesitas sangrar más.
Corre hacia mí, se aproxima rápido, pero, antes de que pueda volver a clavarme las cuchillas, elevo la mano y le apunto con la palma.
—Tienes razón en que es difícil conocer el límite de tu poder y que no soy capaz de ver si puedes incrementarlo. —Mientras el aura carmesí que me recubre el cuerpo se torna blanca, a la vez que me sano, una profunda sonrisa se me marca en la cara—. Aunque tú tampoco has sido capaz de ver que combatía moderando la fuerza.
Un haz de luz blanquecina lo golpea, le destroza las cuchillas y le quiebra la armadura. El Conderium gruñe y se cubre los ojos con el antebrazo para evitar que lo ciegue el fulgor.
Me abalanzo sobre él, le doy una combinación de puñetazos el estómago y voy subiendo hasta acabar golpeándole el pecho. Cuando escucho la respiración ahogada, cuando le veo la expresión de agotamiento, le sacudo en la barbilla y lo tumbo.
Antes de que pueda siquiera pestañear, manifiesto a Dhagul, me arrodillo y le pongo el filo en el cuello.
—Debería matar... —Me callo al contemplar cómo se desvanece convirtiéndose en una niebla negra.
Miles de ojos rojos toman forma en los rincones oscuros del bosque de llamas.
—Sigues sin comprender nada, Vagalat —la voz del Conderium suena detrás de mí—. Solo me hace falta desear más poder para obtenerlo. En cambio tú estás limitado.
—Sí que lo está. —Oigo una profunda risa y veo que quien ha hablado es una figura femenina que se aproxima caminando desde los árboles.
La Conderium porta una armadura color ceniza que le estiliza las curvas del cuerpo. La melena negra la lleva recogida en una trenza que le cae por la espalda y que baila mientras camina. Los ojos le brillan con un intenso azul oscuro. En una mejilla, descendiendo desde el párpado inferior, tiene una mancha roja que casi le toca los labios; esta contrasta con el color oscuro de la piel.
—El humano de los recuerdos rotos —suelta, sin ocultar la gracia que le produce.
Miro a uno, miro a la otra y pregunto:
—¿Y tú quién eres? ¿La Conderium que morirá ahorcada con sus intestinos?
Ríe.
—Vagalat, siempre tan gracioso. —Se detiene delante de mí y me inspecciona con la mirada—. No entiendo por qué siempre te fascinó la humanidad. Y mucho menos entiendo por qué acabaste simulando que eras uno de ellos. —Con las puntas de los dedos, lentamente, se acaricia la mejilla—. El amante de los humanos —acaba diciendo tras unos segundos.
—Mejor amar a la humanidad que no ser una furcia de Abismo.
Extiende el índice sobre los labios.
—Chsss... —Baja la mano y sonríe—. Dejemos el pasado, lo importante es que has vuelto, que estás aquí. Déjame que te dé la bienvenida. —Estira los dedos y de las puntas le nacen unas afiladas cuchillas de energía de color ceniza—. Bienvenido, amante de la humanidad. —La cara le cambia y refleja ira.
Con un movimiento que no puedo esquivar, me hunde las cuchillas en el estómago. Sin embargo, para su sorpresa, aun forzándome a escupir sangre, no consigue siquiera que me tiemble un músculo.
En este momento, aunque queda poco para que pierda parte de mi poder, aún soy lo suficientemente fuerte como para no ser vencido por estos Conderiums... O al menos eso pienso.
—Déjame que te muestre la alegría que me produce el que me hayas dado la bienvenida. —Le agarro la muñeca y aprieto hasta que grita.
Siento cómo retumba el suelo con las pisadas que da el Conderium de la armadura de pinchos. Viene corriendo hacia mí, quiere ayudar a su hermana. Echo la mano hacia atrás y lanzo un haz de energía blanca que lo tumba.
—Nunca podrás vencernos, siempre seremos más poderoso que tú —escupe ella.
—Cuando la oscuridad no sea más que un mal recuerdo, vosotros no existiréis ni en las leyendas. Me encargare de borrar vuestros nombres de la Historia. —Le suelto la muñeca y la cojo del cuello—. No voy a dejar ni rastro de Abismo. —Mi aura se intensifica, pierde el tono blanco, pero el rojo brilla con mucha fuerza.
Escucho unos aplausos, giro un poco el cuello y veo a un ser con una gruesa armadura roja.
—Vagalat, un placer encontrarte aquí.
Tengo que parpadear mientras escucho las palabras; la visión se me torna borrosa. Gracias a un cúmulo de recuerdos que me golpea la mente entiendo mejor dónde estoy.
—El alma común... —Cargo la armadura de la Conderium con energía, hago que explote y la lanzo hacia el bosque de llamas y humo.
Despreocupado por su hermana, el ser de la armadura roja asiente y sonríe.
—El alma común de los Conderiums —repite, mientras mira al de la coraza de pinchos—. ¿Por qué lo has traído aquí? Podías haberlo vencido sin manifestar nuestra representación.
—Lo sé —contesta—. Aunque quería ver si su vínculo se restablecía y volvía a ser uno con nosotros.
—Entiendo... —Inspira lentamente por la nariz—. Sé que deseas que vuelva a ser parte de Abismo, pero has de aceptar que nunca pasará eso. Ahora es tan solo una presa a la que hay que cazar y descuartizar.
Mientras los observo, las palabras que pronuncian resuenan con fuerza dentro de mí y desbloquean pequeñas porciones del pasado. Me veo arrodillado delante del trono de Él. Me veo sirviendo como el general de uno de sus ejércitos... Pero lo que más me inquieta es que me veo invadiendo una tierra poblada por seres oscuros que no servían a Él.
—¿El pueblo oscuro? —se me escapa un pensamiento en voz alta.
Los Conderiums me miran y el de la armadura roja me pregunta:
—¿Por qué nombras al pueblo oscuro?
Siento que el poder empieza a decrecer, la paz retorna poco a poco a lo más profundo de mi ser y la oscuridad la reemplaza. Aunque antes de dejar de ser lo suficientemente poderoso, respondo:
—Preocúpate por mí, no por lo que nombre, porque la próxima vez que nos veamos ten por seguro que os destruiré a todos.
Alzo las manos a la altura de la cabeza y aprieto los puños. Un fuerte viento sopla y apaga una gran porción del bosque. El aura carmesí, por un instante, vuelve a ser blanca.
Antes de que la energía se extienda y explote alejándome de este lugar, me da tiempo de ver la cara de los Conderiums. Ambos desean matarme.
El aura estalla e inunda con luz el entorno. Después de varios segundos, cuando el brillo que me rodea se va apagando, veo que estoy de nuevo en el mundo Ghuraki, sobre el terreno volcánico.
—Lo conseguí... —logro susurrar.
Aunque quiero crear un portal que me conduzca junto a La Cazadora, me es imposible. Estoy muy débil y me tambaleo. Al final dejo de luchar contra el cansancio y caigo al suelo con la intención de recuperar un poco de fuerza tras un breve descanso. Sin embargo, apenas he tocado la piedra volcánica, escucho el ruido que produce un pórtico y oigo a alguien que dice:
—Vagalat.
Quien ha salido del portal, me coge del tobillo y me arrastra hacia el otro lado. Aunque lucho por no perder la consciencia, tengo la visión muy borrosa y no logro ver quién me está sacando de aquí.
Cuando cruzo el pórtico, escucho ovaciones y oigo varias voces repitiendo al unísono:
—Ya es nuestro.
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