Capítulo 43 -El largo camino de la penitencia-
Recorro el entorno con la mirada, las gradas de La Gladia están llenas de sombras con ojos rojos que corean:
—¡Muerte! ¡Muerte! ¡Muerte!
Sin entender nada, observando a esas extrañas criaturas, suelto:
—¿Qué demonios?
De repente, la tierra tiembla y tengo que pisar fuerte para no perder el equilibrio. En algunos puntos, la arena se agrieta y de las fisuras emergen chorros de vapor negro que se elevan hacia el firmamento.
Escucho truenos, alzo la cabeza, el cielo está cubierto por unas nubes rojizas. Un relámpago azulado impacta contra La Gladia y me obliga a cubrirme los ojos con el antebrazo. Una vez que el fulgor se apaga, siento cómo la piel se empapa y veo cómo miles de cálidas gotas rojas descienden del cielo.
Extiendo la palma y esta se tiñe con el color de la sangre.
—¿Qué...? —susurro.
La lluvia se intensifica durante un par de minutos. En ese lapso de tiempo, soy golpeado por una intranquilidad que, aunque surge de mi interior, no sé a qué es debida.
Miro los charcos rojos que se crean con rapidez sobre la arena y pienso:
«Tanta sangre de inocentes derramada; tanto dolor inflingido; tantas vidas segadas... —Aprieto los puños—. He de poner freno a las matanzas. He de acabar con las especies oscuras».
Después de que impacten tres rayos en la estructura de La Gladia, la lluvia cesa, las nubes desaparecen y un gran sol rojo se muestra en lo alto del firmamento.
Mirándolo fijamente, recubriendo los ojos con el aura carmesí para que no sean dañados, prometo:
—No descansaré hasta traer la paz. Recordaré mi pasado, canalizaré el silencio y destruiré Abismo. —Oigo unas palmadas detrás de mí, me giro y pregunto con cierta sorpresa—: ¿Haskhas?
El Ghuraki sonríe y dice:
—¿No te alegras de verme?
Lo escruto con la mirada y contesto:
—Eres una ilusión, un reflejo de mis recuerdos. —Señalo las gradas—. Al igual que La Gladia. —Lo miro a los ojos y sentencio—: Sois fantasmas del pasado.
Se mesa la barbilla sonriente.
—Puedes tener razón o puede que en este lugar aún exista.
—Vagalat, jamás podrás librarte de nosotros. —Giro la cabeza y veo a Essh'karish acariciándose el vientre—. Quizá esta vez podamos revolcarnos hasta dejar las sábanas empapadas en sudor.
Alterno la mirada entre los dos.
—No sois reales.
Las sombras de las gradas corean de nuevo:
—¡Muerte! ¡Muerte! ¡Muerte!
«No podéis ser reales» pienso, preparándome para despedazarlos y devolverlos al olvido.
—No tan rápido, patético humano.
No me da tiempo de darme la vuelta y esquivar el golpe, el Primer Ghuraki, con la apariencia que tenía cuando lo vi en el mundo oscuro, me lanza la rodilla contra la columna y me obliga a gritar.
—Maldito —mascullo.
—Únete a nosotros. Sé uno con las sombras —dice Haskhas, sonriendo.
Los cuerpos de los Ghurakis adquieren un tono oscuro.
—Vagalat, gocemos del placer eterno —tras hablar, Essh'karish se lame el dedo.
—Humano, no tienes alternativa —suelta el primero de su especie.
—No... —susurro—. No —digo con más fuerza—. ¡No! —bramo—. Sois una ilusión. Una parte del pasado que quiere atormentarme. —Manifiesto el aura carmesí, extiendo los brazos hacia el cielo, grito y llamas rojizas envuelven a los Ghurakis.
Canalizo más poder, intensifico el fuego y pronuncio poseído por el deseo de enterrar definitivamente esta parte del pasado:
—Extinguíos.
A causa de las llamas de energía, los cuerpos se deshacen como si estuvieran compuestos por cera. Los engendros sueltan chillidos agónicos mientras la carne se les derrite. Después de unos segundos, lo único que queda de los Ghurakis es un líquido negruzco que se extiende por una pequeña porción de la arena.
Respiro con fuerza por la nariz, observo las burbujas que se generan en la superficie de los charcos, escucho los abucheos de las sombras y bramo:
—¡Desapareced! —Relámpagos rojos centellean alrededor del aura carmesí—. ¡Voy a derruir este lugar para siempre! —Elevo el puño y miles de rayos caen del cielo e impactan sobre la construcción—. ¡He dicho que desaparezcáis! —Golpeo la arena, incrusto los nudillos en el suelo y una fuerte onda de sonido sacude la estructura de La Gladia.
Chillo, la energía del aura se intensifica, choca contra la tierra y estalla. La explosión de luz engulle las sombras, destroza las gradas y fuerza a las entidades oscuras, que hasta hace poco coreaban, a soltar gritos de dolor.
Aunque no lo veo, cuando no quedan más que escombros, escucho cómo alguien pronuncia complacido:
—Posees un poder increíble.
Me doy la vuelta, busco a quien ha hablado, pero lo único diviso son las ruinas humeantes de La Gladia.
—Muéstrate —ordeno, moviendo los ojos de un lado a otro.
—Será un placer.
A unos pocos metros se manifiesta una figura con un ropaje ancho de tela negra. Apenas puedo verle la barbilla, una capucha le tapa las facciones. Alzo la mano, muevo los dedos y una corriente de aire le retira la prenda que le oculta la cara.
—Me lo imaginaba —digo—. ¿Quién más podría estar aquí encerrado conmigo?
Sonríe, se quita el ropaje y deja al descubierto la armadura negra que le cubre el cuerpo.
—Yo. —Me señala—. Tú.
—Nosotros —afirmo, acercándome a él.
—Nosotros —repite complacido—. ¿Estás preparado para descubrir aquello que temes?
Miro a los ojos de mi yo oscuro y contesto:
—El único camino para salir de aquí, la única forma de vencer a las especies oscuras y destruir Abismo, es aceptar que tú y yo somos uno.
Una pérfida sonrisa se le marca en la cara.
—Adentrémonos entonces en los recuerdos corruptos de La Memoria de La Creación. —Extiende el brazo y me indica el camino a una torre de ladrillos negros que acaba de erigirse de la nada—. Tus demonios te esperan —añade, mientras desaparece convertido en niebla.
Camino hacia la construcción y le corrijo:
—El pasado me espera.
Cuando me acerco al portón de madera podrida que cierra el paso al interior de la torre, escucho varias voces con tonos melódicos:
—Entra y descubre aquello que eres.
Otra añade:
—Eres un ser imperfecto, acepta tu naturaleza.
Y una última concluye:
—¿Qué importa lo que hicieras? El futuro se determina por lo que harás.
Acompañado por un fuerte chirrido, el portón se abre lentamente.
—Adelante —las tres voces dan énfasis a la palabra.
Me adentro en el interior de la torre y me sorprendo al cruzar la entrada. Me esperaba encontrarme con una gran estancia, en cambio, me hallo con una gruta descomunal.
Con un acto reflejo, me doy la vuelta. El portón ya no está, en su lugar hay una gruesa pared formada por inmensas rocas. Respiro con calma, me sereno, vuelvo a mirar hacia delante y empiezo a andar por un camino construido con un extraño metal de color anaranjado. Mientras camino siento el calor que desprenden los dos grandes ríos de lava que fluyen a los lados del sendero.
Sin detenerme, me fijo en las estalactitas gigantes que me apuntan amenazantes y en la densa niebla grisácea que envuelve el techo donde nacen.
—Conozco este lugar... —Centro la mirada en las cataratas de lava que caen al vacío delante de mí—. Es el hogar de los dioses caídos.
De repente, escucho a mi espalda:
—Malditas deidades. ¡Dadme el poder! Quiero destruir a ese engreído.
Me giro, veo a mi yo del pasado ataviado con la armadura negra y casi al instante noto cómo camina a través de mí. Me atraviesa como si estuviera formado por aire.
Lo sigo con la mirada; cuando llega a la altura del precipicio, por encima de él, se forman unas caras gigantes con el humo que emerge de la lava que cae al vacío. Los rostros son repugnantes... diabólicos.
—¿Con qué derecho te atreves a exigirnos algo, Aegmur? —el dios caído que habla pronuncia la última palabra con mucho más desprecio que el resto.
—¿Acaso importa mi condición? —Mi yo del pasado manifiesta un aura negra alrededor del cuerpo—. He absorbido durante mucho tiempo la oscuridad de Abismo. —Aprieta el puño con tanta fuerza que el guante de cuero negro que porta está a punto de romperse—. Dadme lo que quiero. No me obliguéis a pedirlo dos veces.
Mientras una penetrante risa emerge de las profundidades, una bruma roja da forma a un ser de piel pálida que centra las cuencas vacías en mi yo oscuro.
—¿Cómo te atreves a venir aquí? —La criatura, que flota sobre el vacío, se aproxima a él—. ¿Cómo tienes la osadía de amenazarnos? —Pasa la lengua verdosa por los afilados dientes ennegrecidos—. ¿No tuviste bastante la última vez?
Mi yo del pasado duda, parece no saber a qué se refiere.
—¿La última vez...? —Durante un par de segundos reina el silencio—. ¿Qué quieres dec...? —Se calla, niega con la cabeza, lo señala y espeta—: Tratas de confundirme. —Se le marca media sonrisa en la cara—. Supremo Caído, eres una sombra de lo que fuiste y por eso tienes que recurrir a trucos. —Ríe—. ¿No te duele recordar cómo unieron fuerzas Ghoemew y Él para acabar contigo? —Mira a los otros gigantes—. ¿No queréis vengaros de lo que os hizo el señor de Abismo? —Hace una pausa y poseído por el ansia de poder pronuncia dando énfasis a cada sílaba—: Dadme la fuerza que me falta y acabaré con Él. Dadme lo que os pido y volveréis a tener un sitio en Abismo.
Escucho los murmullos ininteligibles de los dioses caídos, hablan entre ellos. Todos menos el Supremo Caído que, en silencio, se pasa las afiladas uñas por la piel de la cara.
—Hablas de venganza —dice el ser tras apartar la mano del rostro—, pero ni siquiera eres consciente de que esta no puede ser llevada a cabo. Has servido en la corte de Él y aun así desconoces su poder. —Se planta delante de mi yo del pasado, abre la boca y produce un sonido con el que fuerza las cuerdas vocales—. Nada escapa de Abismo, nada puede destruirlo y nadie puede derrotar a su dueño. —Mueve los dedos deformes—. El único poder que podría cambiar las leyes cósmicas abandonó este lugar hace mucho. —Se pasa la lengua por los dientes—. Fuimos dejados a nuestra suerte y no tardamos en caer en las garras de la corrupción. —Lo señala con el dedo—. Lo que hace especial a Él es que ya fue creado corrompido. Incluso nosotros, los que dimos forma a seres enfermizamente siniestros, nacimos con algunos sentimientos puros. —Suelta con fuerza el aire por la nariz sin cartílago—. Lo que existe, tarde o temprano, está condenado a ser una mera extensión de Abismo.
La rabia posee a mi yo oscuro.
—Cobarde, no intentes manipularme —replica.
El rostro del Supremo Caído se torna colérico.
—La última vez que pisaste esta tumba te advertí que no regresaras. —Le clava las uñas en el rostro—. Te dije que si lo hacías no volvería a ser tan benévolo, que no me conformaría con moldear tu personalidad. —Hace una breve pausa—. Que te condenaría al olvido. —Mientras le hunde los dedos en la cabeza, mi yo oscuro grita con la cara desencajada—. Saborea la locura; la falta de esperanza; el vacío. Tu mente será triturada y los fragmentos jamás volverán a unirse. —Retira las manos y lo deja caer al precipicio—. Disfruta de tu estancia en el reino de las tinieblas.
Corro hacia el borde y veo cómo mi yo oscuro se pierde en las profundidades. Mientras los rostros de los dioses caídos se descomponen, a la vez que el Supremo Caído desaparece, un mar de dudas invade mi mente.
«No entiendo... ¿Cuántas veces he estado aquí? ¿Ese ser moldeó mi personalidad? ¿Serví en la corte de Él? —Suspiro y me tranquilizo—. Tantas dudas... Cuanto más descubro del pasado más me doy cuenta de que las sombras alrededor de este son casi infinitas...»
Oigo un ruido, me giro y veo a un ser envuelto por una luz blanquecina que golpea el camino con un bastón de metal. Antes de que pueda preguntarle algo, las paredes de la cueva se agrietan y desaparecen en cuestión de segundos.
Poco a poco, a mi alrededor va cobrando forma un bosque de grandes árboles. Cuando termina de formarse, oigo el graznido de Laht, alzo la cabeza y lo veo volando sobre las copas.
—¿Amigo...? —susurro, antes de ir tras de él—. ¡Espera!
Después de recorrer una decena de metros, me encuentro con un espectáculo dantesco; hay gran cantidad de extrañas criaturas clavadas a los troncos. Examino con la mirada las armas que los atraviesan y me quedo pensativo.
«Son muy familiares».
Vuelvo a escuchar graznar a Laht, dejo atrás los pensamientos, acelero la marcha y no tardo en llegar a una aldea.
—No puede ser —suelto sorprendido al ver la escena que está ocurriendo en el centro del poblado.
Laht, envuelto por un aura de corrupción negra, grazna desde el techo de una choza.
—¿Qué hace ella aquí? —pregunta mi yo oscuro, señalando a una mujer que solloza e implora piedad arrodillada en el suelo.
—Vagalat, Vagalat. —Jiatrhán alza las garras y entona—: Los pequeños caminaron durante eones. Mientras llovía, nevaba y caía fuego del cielo, ellos lloraban dando sus llantos forma a dulces canciones. —Se aproxima a la víctima que solloza y mueve la lengua amarilla en el aire—. Uno de ellos, cortó la cabeza del más débil. Al ver la sangre gorgotear, alzó los brazos al cielo y pronunció satisfecho: "Bebed." —Con la garra, le marca la cara a la mujer—. Mas el resto, viendo reflejada la maldad que querían esconder, se abalanzaron y a bocados arrancaron la carne de los huesos del que les ofreció apagar su sed. —Golpea las puntas de las zarpas las unas contra las otras—. No se dieron cuenta de que el lugar los había poseído, de que sus pasos los habían guiado hacia sus deseos reprimidos. —Sonríe—. Pero no rechazaron lo prohibido. —La coge de la melena y la tira para atrás—. Nada permanece intacto.
Mi yo oscuro observa cómo los ojos de la víctima se tornan negros.
—Eso no explica qué hace una humana en este lugar.
Jiatrhán suelta el pelo, camina hacia él y dice:
—¿Qué importa? Debemos cerrar la brecha y para hacerlo hay que sacrificar a todos los seres que habitan esta aldea. —Sonríe—. Vagalat, Vagalat, después de esto, tu dueño estará complacido y te ofrecerá lo que quieras. —Menea las garras—. ¿No deseas alcanzar aquello que anhelas? —Señala a la mujer y añade sin ocultar la satisfacción que siente—: Si es así, incrústala en un árbol. —Lo mira a los ojos—. Da el último paso y libérate de las ataduras de tu antigua vida.
Los graznidos de Laht resuenan por el poblado durante unos segundos.
—Es necesario... —susurra mi yo oscuro—. Lo es —afirma, acercándose a la mujer—. Debe morir. —La coge del cuello, la eleva y le clava a Dhagul en el estómago.
La sangre negra escapa de la boca.
—Bravo. —Jiatrhán aplaude—. Un magnífico espectáculo.
Mi yo oscuro coge una extraña arma, lleva a la mujer hasta un árbol y la incrusta en el tronco. Mientras la vida se le escapa del cuerpo, la que ha sido herida de muerte pronuncia:
—Te maldigo. —Tose sangre negra—. Mi especie, nacida en el vacío infinito, seguirá procreándose y apoderándose de las criaturas que existen en vuestra patética creación.
Jiatrhán se acerca y dice con tono melódico:
—Puede que los que abristeis los párpados para daros cuenta de que no podíais ver intentéis apoderaros constantemente de lo que no os pertenece. —Disfrutando de ello, el ser peludo le introduce las garras en los ojos y se complace cuando chilla—. Aunque al mismo tiempo, los que nacimos bajo la oscuridad de este lado del vacío no permitiremos que nadie nos arrebate nuestros dominios. —Ríe y conjura—: Eshotir Gheut Fhuirom. —Los cuerpos de los que han sido incrustados en los árboles brillan con un amarillo intenso—. Hger Husto Ujhajs.
Envuelto en un fulgor intenso, lo que hay en el bosque, a excepción de Laht, Jiatrhán y mi yo oscuro, se descompone en pequeños fragmentos triangulares que se elevan y desaparecen en la negrura del firmamento.
—Espero que sea suficiente para sellar la brecha —dice la representación de mi pasado.
El ser peludo se relame y pronuncia entonando:
—Inocentes, arrodillados, caminaron dejando un reguero de sangre. Los dioses lloraron, los demonios se ahorcaron y los muertos sonrieron y pecaron. —Pasa la lengua por los colmillos.
—¿Podrías alguna vez contestar con un si o un no? Me ponen enfermos tus palabras crípticas.
—Vagalat, Vagalat, lástima que no quieras abandonar Abismo. Yo y mis hermanos te echaremos de menos. —Se da la vuelta y empieza a caminar—. Sí, funcionará. Ya puedes decírselo a Él. La Familia ha cumplido su parte del trato —tras pronunciar la última palabra, Jiatrhán se introduce en un portal y desaparece.
Después de que Laht vuele hasta su hombro, mi yo oscuro medita unos segundos y promete:
—Pronto acabaré con Él y luego iré a por vosotros. No dejaré vivo a ninguno de los miembros de La Familia. —Abre el puño y sonríe. En la palma tiene uno de los fragmentos en los que se descompuso el bosque.
El recuerdo se detiene y escucho desde todas partes:
—¿Estás listo? ¿Aceptas lo que eres?
En otro tiempo, estas imágenes tan confusas, estos sucesos que parecen mostrarme que una vez fui un monstruo, habrían conseguido hacerme sufrir y me hubieran impedido perdonarme...
No hay nada que desee más que poner fin a la carnicería que sufren los inocentes en los mundos de La Convergencia. Y para poder lograrlo, he de aceptarme. Tal como fui; tal como soy.
—Fui lo que fui y seré lo que haga a partir de ahora. —Miro a mi alrededor y pronuncio con fuerza—: Acepto mi pasado.
El entorno se transforma en una sala en la que hay varios seres esqueléticos encadenados a unos tronos verduzcos.
—Bienvenido al jurado de Los Guardianes de la Penitencia, hijo del silencio —me dice uno los seres.
Intento moverme, pero los músculos no responden.
—Bienvenido —repiten los demás.
El que ha hablado primero se levanta y dice mientras las cadenas chocan las unas contra las otras:
—Ahógate en tu culpa. —Me señala y grita—: ¡Sufre en tu oscuridad!
Siento cómo miles de manos me arañan la piel; escucho los gritos de las almas en pena que escupen la rabia contra mí; huelo el hedor de los cuerpos sin vida; y veo a una infinidad de niños ahorcados.
Sin poderlo resistir, las lágrimas escapan de los ojos, caigo de rodillas y chillo. Los fragmentos del pasado que he visto mientras me movía por La Memoria de La Creación se repiten una y otra vez en mi mente.
Aprieto los puños, cierro los párpados y digo con la voz temblorosa:
—Sé que es muy probable que fuera un monstruo... Lo sé y lo acepto. —Los músculos de la cara me tiemblan.
El ser da una palmada, desencadena el fin de las miles de sensaciones y declara:
—La penitencia es un largo camino. Ten paciencia al recorrerlo.
Antes de que me dé tiempo a parpadear, la sala y los seres desaparecen. Me seco las mejillas, tranquilizo la respiración, recorro con la mirada lo que me rodea y observo las humeantes ruinas de La Gladia.
—La penitencia es un largo camino —repito, sintiendo cómo me inunda el poder del silencio.
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