Capítulo 36 -Mundo Ghuraki-

Laht sobrevuela el bosque, grazna y me transmite lo que ve. El plan va según planeamos, la avanzadilla Ghuraki persigue a la que creen una joven indefensa.

—Vagalat, es la hora —dice Bacrurus.

Me giro y por un instante observo el atuendo de mi hermano de guerra. Aunque para evitar el control de los Ghurakis se ha visto obligado a llevarlo desde la liberación de la capital de Lardia, aún de vez en cuando me extraño de verle el cuerpo envuelto con tiras de tela blanca con inscripciones en una lengua arcana.

—Hagámoslo —contesto, mirándole la parte del rostro que deja a la vista la capucha de la prenda roja que porta.

Asiente y salta al precipicio. Lo sigo y me lanzo al vacío.

—¡Nunca me cansaré de esto! —exclama, antes de virar el cuerpo y dirigirse hacia la izquierda.

«Yo tampoco» le respondo mentalmente mientras mantengo la trayectoria.

La velocidad de la caída aumenta, siento cómo el viento me golpea el cuerpo y cómo me tiembla la piel de la cara. Me gusta, esto me hace sentirme vivo.

Apunto con las palmas hacia la tierra, canalizo la energía del alma y me voy frenando. Cuando piso el suelo, me muevo rápido entre los árboles. Sin detenerme, me concentro y manifiesto a Jaushlet.

—Tenemos trabajo, pequeño.

Apoyo la mano en el lomo, cojo impulso y lo monto. Durante un par de segundos, el corcel relincha, se sostiene sobre las patas traseras y mueve las delanteras. Le acaricio la crin y empieza a trotar.

A la vez que nos desplazamos a gran velocidad, esquivando los troncos de los árboles, un pensamiento se apodera de mí:

«Los Ghurakis no saben que están justo donde queremos que estén».

Escucho el graznido de Laht, siento cómo posa las patas en el hombro y veo de reojo cómo hace movimientos rápidos con la cabeza.

—Fiel amigo, lo has hecho muy bien. —Le acaricio el pico.

Vuelve a graznar, se convierte en energía roja y se fusiona conmigo. Cuando el corcel me ha acercado lo suficiente, desmonto, doy una suave palmada en el cuello de Jaushlet y el caballo sagrado también se une a mí.

Elevo la cabeza y observo la luna llena roja; el astro refleja la luz del sol y a la vez la tiñe con el color que adquiere su superficie cada cierto tiempo. Contemplando el fuerte brillo recuerdo por qué estamos aquí. De algún modo, los Ghurakis están aprovechando la energía del cuerpo celeste para impedir nuestro avance.

Oculto entre las sombras, centro la mirada en el bosque y reemprendo la marcha con la noche cubriéndome los pasos.

Cuando llego al lado de Doscientas Vidas, me arrodillo junto a él y pregunto:

—¿Salieron los Ghurakis de las cercanías detrás de él?

—Todos menos los dos que custodian la entrada principal —me contesta, observando las débiles luces que producen las antorchas que portan los soldados enemigos.

—Todavía están lejos... —suelto un pensamiento en voz alta—. Esperaremos un poco más.

—No sé si él esperará tanto. —Sin mover la cabeza, sin apartar la mirada de las tropas Ghurakis, extiende el brazo hacia la derecha y señala al Primigenio.

Contemplo al ser de ojos de energía azul, me acerco y le pido:

—Asghentter, baja el arco. Todavía es pronto.

Me observa sin ningún sentimiento plasmado en la cara.

—Amigo, tu plan me gusta, pero tener que esperar hace que la oscuridad que se aproxima enturbie la paz de mi alma. —Se posa la mano en el pecho y la esfera azulada brilla dentro de él—. La paz del pueblo al que pertenezco.

El brillo azul es casi hipnótico.

—No te preocupes. —Lo miro a los ojos—. Esos monstruos morirán pronto.

Escucho pasos, me giro y veo a Dharta. La guerrera, mientras se aproxima, sentencia:

—De eso estoy segura, no dejaremos a ninguno con vida. —La sangre de un Ghuraki resbala por la hoja de su espada—. No se han dado cuenta de que les falta un soldado. —Sacude el arma y una lluvia de gotas cae al suelo—. Nos vio a Mukrah y a mí y empezó a correr hacia la fortaleza. Tuve que matarlo para que no diera la alarma.

Media sonrisa se me marca en la cara; el ver cómo la tierra se humedece hace que recuerde la cantidad de sangre que brotó del cuello de Haskhas y cómo esta empapó la arena de La Gladia. Sin apartarme del todo de esos pensamientos, me dirijo a Dharta:

—Espero que le hicieras sufrir. —La guerrera, sin ocultar el placer que siente por haber ejecutado a uno de esos monstruos, asiente con la cabeza.

Centro la atención en las amenazas y gritos que profieren los Ghurakis. Cada vez se oyen con más claridad, están muy cerca de nosotros.

—Tiene que salir bien... —susurro.

Dharta se pone a mi lado y observa cómo se vuelve más intensa la luz de las antorchas.

—Mukrah debe de estar ya con Bacrurus. —Envaina la espada.

Mis ojos, con movimientos rápidos, recorriendo las figuras que empiezan a ser visibles, bailan de un lado a otro.

—Lo conseguirán, pero tenemos que darles tiempo —después de contestar, veo correr delante de los Ghurakis al demonio azul vestido con ropas de mujer.

Doscientas Vidas besa las hojas de las hachas y asegura:

—Les daremos el tiempo que necesiten.

Vuelvo a mirar la luna teñida de rojo y pienso:

«Muy pronto acabaremos con el reino de terror de estos monstruos».

Bajo la cabeza, avanzo y digo:

—Preparaos.

No me hace falta usar mis habilidades para saber que el grupo que se aproxima está formando por una treintena de Ghurakis. Y tampoco para saber que no son una amenaza. Son débiles, no son rivales para nosotros.

Me fijo en el demonio azul y veo cómo lo envuelve un fogonazo. Cuando la luz desaparece ya no viste de mujer, corre con un atuendo de tela desgastada, montando un palo que acaba en una cabeza de caballo madera.

—Yo no he sido... —jadea—. ¡Yo no he robado las perlas de la reina! —Por la parte interior del pantalón van cayendo piedras preciosas.

Sonrío.

—Tranquilo, sabemos que no has robado nada. —Extiendo el brazo y manifiesto a Dhagul.

El demonio azul se para a mi lado, observa la espada de energía, se mesa la barbilla y comenta:

—Es un arma curiosa. Me recuerda sucesos lejanos... —Parpadea y me mira—. ¿Te conozco?

—Genmith, vamos, ven aquí —escucho cómo lo llama Dharta.

El demonio azul entrecierra los ojos y se acaricia la sien con el dedo.

—Una guerrera rubia... humana... ¿De qué me suenas? —Los ojos se le iluminan—. ¡Dharta! —Me mira—. ¡Vagalat! —Sonríe—. ¿Entonces tengo que vestirme con ropas de mujer y correr delante de la fortaleza? ¿No? —Apunto con Dhagul al grupo de Ghurakis que se acerca—. Oh... eso significa que ya he corrido delante de ellos... Umm... —Su mente vuelve a desconectarse, observa los árboles y añade—: Que bosque más precioso. —Un fogonazo lo envuelve y lo transporta al lado de un gran árbol—. Amigo, ¿eres nuevo por aquí? Es que no te había visto antes y llevo toda la vida con las raíces clavadas en esta tierra.

Lo miro de reojo, está dentro de un tronco hueco; el rostro sonriente queda a la vista por un agujero en la madera.

—Genmith... —susurro y me permito sonreír una última vez antes de enfrentarme a los Ghurakis.

Uno de los soldados que corren en la vanguardia, exclama:

—¡El humano de la espada de energía! —Se calla, acelera el paso y brama—: ¡Da igual cómo has llegado a estas tierras, lo que importa es que me darán una gran recompensa por tu cabeza! —Tira la antorcha al suelo y hace un movimiento para que los demás frenen la marcha—. Eres mío. —Desenvaina una espada.

Espero al último segundo y justo cuando lanza una estocada viro el cuerpo y le golpeo la hoja con la palma. El arma gira tan rápido que lo desequilibra, no tengo más que mover a Dhagul y ponerlo en la trayectoria de caída del Ghuraki para que la gravedad lo decapite.

Veo cómo rueda la cabeza y aseguro:

—No sois nada. Vuestra especie se debilita. —Me adelanto unos pasos.

—¡Mentira! —escupe uno, blandiendo una espada.

Escucho el silbido que produce una de las hachas de Doscientas Vidas. El arma impacta en el cráneo del Ghuraki, lo trocea, cambia la trayectoria sin detenerse y vuelve a manos de Geberdeth.

—Bendito regalo de Ghoemew —oigo decir a mi hermano.

Sonrío, me acerco un poco más y pregunto a nuestros enemigos:

—¿Estáis preparados para dejar de existir?

Asustado, un Ghuraki ordena:

—¡Agruparos! ¡Somos más que ellos, podemos vencerlos!

—Sigue soñando —suelta Dharta mientras se aproxima.

Muevo la mano y calmo a mis compañeros. Necesitamos ganar tiempo, necesitamos que se muestre el amo de estas tierras. Si no lo hace no podremos completar nuestro plan.

—Sois débiles y cobardes. —Desmaterializo a Dhagul y continúo hablando—: Queríais matar a una joven indefensa para olvidar por un segundo que vuestros amos os han utilizado para mantener su poder. —Hago una pausa—. Sois escoria.

A través de sus ojos veo el profundo miedo que sienten. Los Ghurakis maldicen, amenazan, pero no se adelantan. Muevo ligeramente la mirada y observo un resplandor que se eleva hacia el firmamento. Bacrurus y Mukrah han llegado al objetivo.

«Tengo que hacer que el amo se muestre... o esta incursión habrá sido en vano».

Alzo la mano, Whutren se manifiesta junto a la manada, muevo un poco la cabeza y los animales sagrados rodean al grupo de Ghurakis.

A la vez que el aura carmesí me recubre el cuerpo, extiendo los brazos y bramo:

—¡Vamos! ¡Sal de tu escondite! ¡¿Vas a dejar que masacre a tus soldados?! ¡¿No tienes el valor de enfrentarte a mí?!

He llamado su atención, una mente poderosa toma contacto con la mía:

«Buscas provocarme para que actúe sin pensar. —Oigo su risa—. Aunque eres tú el que ha actuado de ese modo».

Afino el oído y escucho cómo resuena el roce de piezas metálicas. Desde las sombras, cubiertos con corazas negras, aparece un extraño grupo de Ghurakis. La carne oscura y agrietada de la caras, junto con los ojos del mismo color, me muestran que hace tiempo que las almas se les empezaron a consumir. Parecen más muertos que vivos.

«¿Creías que iba a dejar que destruyeras la fortaleza?».

Alzo el puño y ordeno a los demás:

—Agruparos.

Manifiesto a Dhagul, corro hacia los monstruos acorazados y le contesto al Ghuraki:

«He de confesar que sí que pensé que te mostrarías y podría destruirte a ti y a tu fortaleza».

Escucho la risa dentro de mi mente.

«No entiendo cómo We'ahthurg estaba convencido de que podrías flanquear la gran barrera».

«¿We'ahthurg? Supongo que te refieres al padre de Haskhas... Dile que disfrutaré cumpliendo la promesa que le hice».

Uno de los Ghurakis muertos se adelanta y con gran velocidad me lanza un puñetazo contra la cara. Me cubro con Dhagul, me volteo y le sacudo con los nudillos a la altura del riñón. Tras el impacto, el metal de la armadura se agrieta.

Mientras mi adversario está desorientado, poso la palma en el pecho y canalizo la energía del alma. Cuando esta toca la aleación, explota y lanza al Ghuraki contra un árbol.

—No pensarás divertirte tú solo —dice Dharta.

Observo al ser que acabo de vencer, aunque parece derrotado y roto, aunque tiene los huesos del cuerpo destrozados y la carne machacada, percibo que se regenera a gran velocidad.

—Atrás... —susurro.

—¿Qué? —pregunta la guerrera.

Me doy la vuelta y digo:

—Debéis salir de aquí. —Recorro con la mirada al Primigenio y a Doscientas Vidas—. Salid de aquí, ya.

El ruido que producen las corazas retumba por el bosque.

«Hiciste mal en venir a mis tierras, "libertador"».

La espada de uno de los Ghurakis me atraviesa el pecho y la sangre sale a chorros por la boca. La vista se me nubla, el cuerpo tiembla, pierdo el equilibrio, toso coágulos y noto cómo los párpados se tornan muy pesados.

Antes de perder el conocimiento, mientras percibo cómo decenas de estos seres están a punto de rodear a mis amigos, grito mentalmente:

«¡Iros! ¡Buscad a Bacrurus, a Mukrah, y salid de estas tierras! ¡Corred!».

Aunque la oscuridad se adueña de mí, aún me da tiempo de sentir cómo mis hermanos consiguen romper el cerco y retirarse.

A la vez que la mente se va apagando, con una sonrisa en la cara, me cercioro de que nadie puede escuchar un último pensamiento:

«Justo cómo pensé...».

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