Capítulo 31-El primer Ghuraki-
Desde la grada, El Primigenio salta a la arena y se acerca caminando sin prisas. Haskhas, con la rabia poseyéndolo, va a interceptarlo.
Mientras el Ghuraki se aproxima al arquero, Mukrah, que se ha abierto paso luchando contra los seres de oscuridad, me toca el hombro.
—Vagalat, con cada segundo que pasa los senderos que conducen a futuros inciertos están siendo dirigidos a uno. —Eleva la mirada y observa el cielo negro—. A uno donde la lluvia será de fuego, el aire de cenizas y los océanos dejarán paso a mares de lava. El aliento de este mundo será ahogado, su espíritu quedará consumido y su cuerpo se verá reducido a un paraje lúgubre empapado con sangre.
Asiento.
—Es cierto, tenemos que acabar con Haskhas antes de que El Primer Ghuraki le posea el cuerpo. —Escucho el sonido de las piedras agrietándose—. ¿Qué sucede?
Cuando me giro, veo cómo los demonios que están sobre la arena se petrifican y se despedazan. La mayoría de rocas que emergieron del infierno debajo del infierno vuelven a ser tragadas por el Erghukran. Sin embargo, una se niega a regresar al lugar al que pertenece.
En esa inmensa piedra hay encadenados dos monstruos: un engendro amorfo de piel gris repleta de pliegues de grasa y un demonio de tez azul. Detengo la mirada en el ser de piel azulada. Es delgado, los ojos son completamente negros, tiene dientes blancos y dos pequeños cuernos del mismo color en las sienes.
—Ayuda —pide la criatura demoníaca de tez azul.
Extrañado, pregunto:
—¿Ayuda? ¿Eres capaz de pedirme ayuda, demonio?
—No soy un demonio, solo soy una pobre madre que quiere cuidar de su hijo fuera del Erghukran.
Tras un fogonazo de energía amarilla, que me obliga a cerrar un poco los párpados, el ser se muestra vestido con ropa de mujer, canta una nana y mece un muñeco que replica el tamaño y la forma de un bebé.
—¿Cómo lo has...? —Cuando me doy cuenta de que no me importa cómo ha conseguido transmutar el entorno que lo rodea y convertirlo en ropa, digo—: Esto es absurdo. —Antes de voltearme, por un segundo, le ojeo la cara sonriente.
—No vas a dejar aquí atado a un demonio ciego. —Echo la cabeza hacia atrás. Los ojos se le han tornado blanquecinos y golpea la arena con un bastón.
Suelto un bufido, estoy a punto de manifestar a Shaut y lanzarlo contra la frente de este molesto demonio. Aunque antes de que pueda hacerlo, Mukrah vocifera:
—¡Vagalat! ¡Mira!
Elevo la cabeza y veo cómo se crean agujeros en la densa niebla.
—¡¿Qué?! —exclamo cuando escucho el ruido que producen al caer del cielo unas bestias de ojos amarillos y cuerpos de energía negra.
Doscientas Vidas, a la vez que se aproxima sosteniendo por la melena la cabeza de un demonio, dice:
—Amigo, parece que esto no va a acabar nunca. Lo que sea que está manifestando a esas criaturas debe de haber destruido a los seres nacidos en el Erghukran.
Mukrah asiente y habla sin perder de vista el cielo:
—Un alma muy vieja se esconde tras esa niebla, un alma con un apetito capaz de devorar La Convergencia. —El iris azul se le ilumina durante un par de segundos—. Esta amenaza tiene tal poder que rivaliza con el de Abismo.
Mientras la lluvia de seres se intensifica, dirijo la mirada de Geberdeth a Mukrah y suelto:
—Preparaos. —Los seres que han caído de los agujeros rugen y uno de ellos se lanza contra mí—. ¿Dónde está Bacrurus?
La criatura de energía abre las fauces y le atravieso la boca con Dhagul.
—No sé... —contesta Doscientas Vidas a la vez que amputa las piernas de uno de los engendros.
Mukrah busca con la mirada al magnator, pero no lo encuentra.
—Ha desaparecido... —señala, mientras aplasta con las manos la cabeza de una bestia.
La lluvia de criaturas se convierte en una tormenta, por cada una que eliminamos caen dos más. Aunque intentamos evitarlo, en cuestión de segundos nos tienen rodeados.
—¡Tenemos que abrirnos paso, debemos llegar a Haskhas! —bramo.
Los fogonazos azules que provienen de un extremo de La Gladia nos muestran que El Primigenio está combatiendo contra el Ghuraki.
Mukrah se coloca delante de mí, se agacha un poco y pone las dos manos juntas.
—¿Preparado para surcar los cielos? —Afirmo con la cabeza—. Debes acabar lo que has empezado, haz que la sangre de ese monstruo libere a Ghoemew.
Doscientas Vidas le corta la cabeza a una de las bestias que a punto ha estado de atacar al hombre de piedra, me mira y dice:
—Vamos, Vagalat, no te preocupes por nosotros.
Dudo, sé que no resistirán mucho tiempo... No debo dejarlos solos; no puedo.
Una esfera de energía blanca cae del cielo y pulveriza a una decena de estos seres. Sin que llegue a desaparecer el humo que producen los engendros al descomponerse, otra esfera desciende y abre una brecha en el círculo de monstruos que nos rodean. Al otro lado, sonriendo, veo a Bacrurus crujirse los nudillos.
—¿Querías divertiros sin mí? —Mira a los engendros—. Otra vez, acordaros de que no me gusta que me dejen fuera de las fiestas. —Agarra del cuello a uno de los seres—. Menos mal que esta solo acaba de empezar. —Corre, lo arrastra, se detiene a un par de metros de nosotros, lanza la criatura al suelo y le pisa la cabeza hasta aplastársela.
Sonrío.
—Te veo bien, hermano.
—Lo estoy. La única herida que no he podido curar es la del orgullo, pero las del cuerpo han sanado. —Los monstruos vuelven a cerrar el círculo a nuestro alrededor—. No soy útil contra Haskhas, el veneno que introdujo en mí me hace vulnerable. —Me mira a los ojos y sentencia—: Acaba con él en mi nombre. Rájale la garganta. —Una profunda sonrisa se le marca en la cara—. Cuando haya quemado el veneno que me recorre las venas, me vengaré matando a otros Ghurakis.
Asiento, dirijo la mirada hacia Mukrah, veo que hace un gesto con la cabeza y corro hacia él. El hombre de piedra me eleva y vuelo por encima de las criaturas.
Mientras surco el aire, dejo que la inercia me guíe. Cuando estoy sobrevolando a Haskhas y al Primigenio, abro la mano, canalizo la energía de mi espíritu en la palma, la detono y me freno.
—Te mataré —susurro, descendiendo, sintiendo el viento en la cara.
A la vez que caigo, el aura carmesí se manifiesta. En el momento que falta poco para que impacte contra el suelo, cierro los puños, canalizo la energía y ralentizo la caída.
Nada más pisar el cadáver triturado de Ghoemew, doy forma a Dhagul y corro hacia Haskhas. Aunque el Ghuraki está intentando golpear al Primigenio, el arquero es más rápido y esquiva los puñetazos.
—Eres muy ágil —señala nuestro enemigo—, pero no eres lo suficientemente poderoso para derrotarme.
Casi cuando estoy llegando a su altura, me preparo y ataco. El Ghuraki ni siquiera me mira, detiene la espada con la mano, la aprieta y destroza la hoja. Lanza el puño hacia el lado, me golpea la cara y salgo volando.
Lucho contra el impulso, intento frenarme, aunque no lo logro. Lo único que detiene el vuelo es la roca donde está aprisionado el demonio azul. Me incrusto en ella, suelto un gemido y tomo aire.
—Esto, amable señor, ¿sería un mal momento para pedirle que me libere?
Giro un poco la cabeza y veo cómo el extraño ser azulado sostiene un grueso libro con las páginas en blanco.
—Otra vez tú... —susurro, medio mareado.
Con la lengua, se moja el pulgar y pasa una página.
—En esta vida he aprendido dos cosas. —Lo miro a la cara, lleva unos anteojos con los que simula que lee—. Los libros enseñan mucho, pero se aprende más cuando el que se sostiene está en blanco. Eso significa que queda tiempo para llenarlo con vivencias. —Hace una pausa—. La otra, es que las mentes destrozadas guardan valiosos recuerdos. —En la mirada observo cómo se manifiesta cierta cordura—. Creo que ambos nos parecemos en eso. Ambos tenemos nuestras mentes rotas y los dos nos hemos olvidado el uno del otro. —Sonríe y ese atisbo de lucidez desaparece—. Señor, no va a dejar atado a este pobre demonio manco. —Esconde una mano dentro de la manga y simula un llanto.
«¿Nos conocemos? ¿Te conozco?».
Intento asimilar lo que acaba de suceder, aunque al ver cómo Haskhas consigue golpear al Primigenio olvido a este extraño demonio y me centro en el Ghuraki.
—¡Haskhas! —bramo, manifiesto de nuevo a Dhagul y corro.
Sin moverse, el ser de piel púrpura observa cómo El Primigenio tensa el arco de energía.
—¡En La Convergencia no hay lugar para la oscuridad! —exclama el habitante del mundo primigenio.
Cuando estoy a menos de una decena de metros de ellos, una gran flecha de luz azulada impacta contra Haskhas.
—Esfuerzo inútil —dice el Ghuraki sin que la saeta le haya hecho siquiera retroceder un paso.
—No puede ser... —susurro sin dejar de correr.
Haskhas eleva la mano y una lluvia de rayos rojos impactan contra El Primigenio. Antes de quedar inconsciente, el arquero suelta un alarido.
—Inferiores —la voz que sale de los labios de Haskhas ha cambiado.
—¡Maldito! —grito, antes de coger impulso, saltar y lanzar la hoja de Dhagul contra la cabeza del Ghuraki.
La espada se parte cuando alcanza el cráneo. Haskhas se mueve con gran velocidad, se gira, me coge del cuello y me golpea con el puño en la cara.
—Te dije que me entretendría contigo. —Los ojos se han convertido en líquido negro, la posesión se ha completado—. Y voy a empezar ahora. —Me suelta y me da un cabezazo.
Caigo al suelo aturdido, mareado, agotado, falto de aire. Intento levantarme, pero El Primer Ghuraki me da un puntapié en el estómago.
—Maldito monstruo —mascullo.
Ríe y me sacude con la pierna en la cara. El golpe me gira el cuerpo y quedo tumbado boca arriba. Suelto un quejido y noto cómo desde una herida en la frente la sangre me empapa la piel del rostro.
—Serás el primer humano que...
—Maestro —es la voz de Essh'karish—, por fin has venido a ayudarnos.
—¿Ayudaros? —pregunta, sin ocultar el desprecio que siente por ella—. ¿Desde cuándo un Ghuraki necesita ayuda? Somos un pueblo poderoso, orgulloso. Te veo y me da asco ser tu creador. Eres débil.
—Maestro... —susurra y se inclina.
—Siento la esencia de mis descendientes atrapada en este mundo. —Camina hacia ella—. Os habéis vueltos inútiles, habéis perdido vuestros antiguos poderes.
Aunque estoy aturdido, aprovecho para arrodillarme y tomar aire.
—Maestro, fuimos condenados por un delito que cometió El Cazador.
Los ojos del Primer Ghuraki brillan, las palabras de Essh'karish le inquietan.
—¿Qué delito cometió El Cazador?
—Liberó El Alma Negra —indica, elevando un poco la mirada.
—¿El Alma Negra...? —Se calla unos segundos, se acaricia la barbilla y asegura—: Es imposible que un Ghuraki liberara El Alma Negra. Ni siquiera El Cazador, mi primer hijo, pudo haberlo hecho. —Observa a Essh'karish—. Aunque eso ahora da igual. Lo único que me importa es que os habéis vuelto débiles. —La Ghuraki tiembla—. Sin embargo, seré magnánimo y os perdonaré. —Las facciones se le vuelven aún más rígidas—. Levanta.
Después de obedecer, Essh'karish dice:
—Gracias.
El Primer Ghuraki sonríe y mueve la mano para que se acerque. Una vez está enfrente de él, con un movimiento rápido, la coge del cuello y la levanta unos centímetros.
—Os perdonaré, devorando vuestras almas.
Mientras El Primer Ghuraki abre la boca, el terror se refleja en los ojos de Essh'karish.
—Maestro —la palabra apenas es entendible.
—Cállate, maldita inferior. —Tras hablar, empieza a absorber el alma de la Ghuraki.
Essh'karish grita, la piel se le agrieta, la carne se transforma en energía púrpura y las córneas se le parten como si fuesen de vidrio. Me alegro al ver cómo El Primer Ghuraki le devora el espíritu y siento placer al ser testigo del sufrimiento. Aunque eso no evita que me hubiera encantado ser el verdugo.
—Deliciosa —dice, cuando tan solo queda un esqueleto como muestra de que alguna vez Essh'karish existió.
Se gira, me mira y sonríe.
Me levanto, manifiesto a Dhagul y, aun con el cuerpo temblándome, me preparo para atacar.
—¡Vagalat! —brama Bacrurus, antes de golpear al Primer Ghuraki en la cara y obligarle a girarla ligeramente—. ¡Hagámosle sangrar!
—Estúpido —suelta el ser que ocupa el cuerpo de Haskhas—. ¿Te crees más poderoso que yo?
Mukrah corre y cuando está a punto de llegar al lado del nuestro enemigo se tira a la arena, resbala por ella y lo golpea con los pies en los talones. El Primer Ghuraki grita —más de rabia que de dolor—, se gira y prepara el puño para sacudir al hombre de piedra. Aunque antes de poder lanzar el golpe tiene que frenar un hacha que le ha arrojado Doscientas Vidas.
—Malditos insectos, no voy a rebajarme a luchar con la fuerza física cuando puedo destruiros con un chasquido de dedos.
—Eso es de cobardes —suelto, acercándome a él.
—¿Cobardes? —Se mira la mano—. Aunque todavía no está todo mi poder acumulado en este cuerpo, con la pequeña porción que ya fluye por él sería capaz de acabar con vosotros en un combate físico. Pero ¿para qué voy a hacerlo? —Mueve las manos y cadenas púrpuras nos aprisionan—. No voy a perder el tiempo con inferiore...
Un relámpago de luz azul lo calla; El Primigenio ha recobrado la consciencia.
—No hay lugar para la oscuridad —dice el arquero, preparándose para volver a lanzar otro rayo de luz.
—Ni siquiera tú, el hijo de una poderosa especie, puede frenarme. —El Primer Ghuraki adelanta la mano y detiene la flecha de luz.
«El Primigenio no es rival para él, ninguno lo somos... Aunque juntos podemos tener una oportunidad de alcanzar la victoria. Necesitamos una distracción para liberarnos».
Miro al demonio de piel azul, está disfrazado de costurera. Mientras escucho cómo silba y veo cómo teje, pienso:
«Aunque es de locos, ese ser es nuestra única esperanza».
Aprovecho que El Primer Ghuraki canaliza casi todo su poder en frenar el relámpago para forcejear y sacar un brazo de las cadenas. Manifiesto a Shaut, lo lanzo y consigo liberar a ese extraño demonio.
Al segundo, noto de nuevo cómo los eslabones me aprietan el cuerpo con fuerza. El Primer Ghuraki, con una lluvia de rayos rojos, ha conseguido vencer al Primigenio. Aturdido, el arquero no puede evitar ser encadenado.
—Nada os salvará de sufrir una muerte lenta y agónica. —Mueve la mano y llueven más bestias del cielo—. Disfrutaré viendo cómo mis siervos os destrozan. —Ríe.
Cuando las criaturas se están acercando a nosotros se escucha otra risa. Extrañado, el Primer Ghuraki gira la cabeza y se sorprende al ver al demonio de piel azul sentado en una silla de hierro, comiendo uvas de un cuenco.
—Tranquilo, por mí no detengas la ejecución, hace mucho que no veo una y me gustaría contemplarla mientras saboreo estas delicias. —Se pone una uva en los labios y los aprieta.
—¿Qué eres? ¿Quién eres? —pregunta el Ghuraki.
—Ah, que estás sordo, espera. —La silla se transforma en una pequeña construcción de madera y el demonio se sube en ella—. Un segundo.
Echa la mano a la espalda y cuando esta vuelve a ser visible sostiene un gran cuerno de guerra. Sonríe y lo hace sonar. El ruido atronador que produce intranquiliza a los siervos del Ghuraki. Estos, tras unos segundos, chillan y se echan las manos a la cabeza.
—¡¿Qué estás haciendo?! —brama el ser que ocupa el cuerpo de Haskhas.
El demonio tira el cuerno al suelo y un fogonazo le recubre el cuerpo. Cuando la luz se desvanece, el ser sostiene un pincel y observa un cuadro que flota en el aire.
—Me has preguntado qué estoy haciendo. —Se acaricia la barbilla—. Pues estoy retratando un gran momento. Mira. —Gira el cuadro y se ve dibujado con garabatos al Ghuraki con una espada con el color de Dhagul clavada en el cuello—. El momento de tu muerte.
El Primer Ghuraki levanta la mano y le lanza una esfera de energía. El demonio desaparece en medio de un fogonazo de luz y aparece detrás del cuerpo de Haskhas.
—No sé si no te has dado cuenta —dice el ser azul—, pero tus cadenas se están resquebrajando y tu poder mágico estará un tanto indispuesto durante unos minutos. Aparte, tus siervos no se podrán mover en un rato. —El Primer Ghuraki echa el codo hacia atrás para golpearlo, aunque el demonio se teletransporta a cierta distancia y vuelve a sentarse en una silla de hierro a comer uvas—. Oh, ¿desde cuando está el cielo negro? —pregunta, observando atónito la niebla como si no se acordará de lo que acaba de pasar.
El primero en soltarse es Bacrurus; el magnator se cruje los nudillos, me mira y pregunta sonriente:
—¿Preparado para hacerlo sangrar?
Tenso los músculos, rompo los eslabones, manifiesto a Dhagul y contesto:
—Lo estoy deseando.
El resto de mis amigos también se libera y juntos nos aproximamos al Primer Ghuraki. El que ocupa el cuerpo de Haskhas, a la vez que mira cómo el ser de piel azulada juega con mariposas de colores, suelta:
—Sucio demonio. —Nos observa y aprieta los puños—. Da igual, de todos modos no tenéis ninguna posibilidad. Conoceréis mi ira. Os arrancaré la vida estrangulándoos.
Aunque tengo el cuerpo dolorido, la certeza de que podemos ganar este combate cobra fuerza y eso consigue que, con media sonrisa en la cara, diga:
—Primero acabaremos contigo, después con tu especie.
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