Capítulo 26 -Camino a La Gladia-
Junto a Bacrurus, Mukrah y Doscientas Vidas, camino los últimos pasos que nos conducen a la puerta principal de la ciudad. Hago un gesto y dos soldados accionan el mecanismo de apertura. La gruesa estructura de metal se eleva y queda a la vista la silueta de un sonriente Haskhas. El Ghuraki, sin moverse, con los brazos cruzados, se dirige a nosotros:
—Qué recepción, digna de un rey. Lástima que mi título sea superior al de un simple humano con corona. —Mueve los ojos de izquierda a derecha, lentamente, examinándonos—. También es una pena que vuestra presencia ensucie aún más este momento. —Bacrurus gruñe—. Brujo, veo que te han liberado. —Da unos pasos y lo mira de arriba a abajo—. ¿Estás disfrutando de la libertad? —Tras una breve pausa, añade paladeando las palabras—: Espero que sí, porque cuando esto acabe secaré tu cuerpo de energía y lo dejaré a merced de los corruptos. —La sonrisa se le dibuja con más intensidad—. Te lanzaré al pozo donde los retengo para que disfruten violándote durante semanas.
El magnator se va abalanzar sobre él, pero lo freno.
—Amigo. —Forcejea conmigo, quiere ir a por Haskhas—. Amigo, céntrate. —Me pongo delante y lo miro a los ojos—. Aquí no, este no es el lugar, acaba con él en La Gladia.
Bacrurus baja la vista y, aunque durante unos segundos parece que no podrá poner freno a la ira, al final se tranquiliza.
—Le machacaré los huesos —habla con la mirada clavada en Haskhas.
—Curioso —dice el Ghuraki mientras camina hacia nosotros—. ¿Se ha roto nuestro trato? —me pregunta, deteniéndose a un par de metros de mí.
—Ha cambiado tu contrincante, pero el resultado del combate será el mismo. Tus tripas acabarán esparcidas por La Gladia.
Aunque no llega a reírse, por el sonido que emite, parece que las palabras le resultan graciosas.
—Que optimismo que tenéis algunos humanos. —Camina delante de nosotros, de izquierda a derecha, mirándonos—. ¿Sois los cabecillas de la revuelta? —Antes de que podamos contestar, añade con tono despectivo—: Un viejo, un niareg, un brujo y un loco. Qué espectáculo.
Siento cómo una ráfaga de aire me golpea y cómo da la vuelta alrededor de mí. Durante unos segundos, el viento sigue moviéndose, envolviéndome.
Después de que la corriente se detenga, escucho:
—Hermano, los espías tenían razón. Ese, el que tiene la marca en el pecho, está impregnado con la energía de Abismo. —Cuando las palabras dejan de sonar, poco a poco, se hace visible una figura que se mantenía oculta a la vista.
Es una Ghuraki, muy delgada, que se cubre el cuerpo con un vestido casi transparente de seda. El pelo lo lleva recogido en una trenza que le llega hasta la cintura. Los finos labios acentúan unas facciones ya de por sí agresivas.
—Gracias, Shatt'sheeh —dice Haskhas—. Quizá saquemos algo de provecho de esta rebelión. —La sonrisa del Ghuraki muestra la profunda perversidad de su alma.
—Padre me espera —señala ella—, aunque si quieres puedo retrasar la partida. —Nos observa con desprecio.
—No hace falta, perderías un tiempo valioso, tu estancia aquí solo serviría para que te aburrieras viendo cómo acabo con estos esclavos. —La mira de reojo.
La Ghuraki sonríe.
—Está bien. —Se da la vuelta y camina hacia la puerta—. ¿Vas a dejar a las tropas fuera de la ciudad? —pregunta, sin detenerse.
—Sí. —Alza la mano y, a unas decenas de metros en el desierto, se hace visible un enorme ejército.
—¿Qué demonios? —murmura Doscientas Vidas.
Acentúo la visión y examino a los soldados de Haskhas. Portan máscaras con sonrisas esculpidas que dejan a la vista afilados colmillos. Entre las piezas de metal oscuro, que les cubren las distintas partes del cuerpo, se distingue el color negro de la piel. Los cabellos, sucios y desaliñados, les caen sobre las placas de los hombros fusionándose los colores opacos del pelo y de la aleación. Aunque la fisonomía es similar a la humana, distan mucho de ser personas.
—¡Vagalat! —brama Artrakrak desde lo alto de la muralla—. ¡Hay miles! ¡La ciudad está rodeada!
Elevo el brazo y grito:
—¡Laht!
Una explosión de luz azul precede a la aparición del cuervo sagrado. Mientras se eleva, Haskhas me mira con inexpresión. Su hermana, que ya se encuentra fuera de los muros, se detiene al escuchar el ruido que produce la materialización de Laht.
Aumento los sentidos y escucho cómo susurra:
—¿Un animal sagrado? ¿Aquí? ¿En este mundo olvidado? Interesante...
Después de murmurar reemprende la marcha. A través de los ojos de Laht contemplo cómo sonríe satisfecha.
—Interesante tu truco —suelta Haskhas con indiferencia.
Lo observo y pienso:
«No sabe que Laht es un animal sagrado, pero su hermana sí... Es extraño».
Veo cómo el vestido de seda de Shatt'sheeh se transforma en una armadura gris. La Ghuraki se monta en un gran caballo negro, uno que en vez de piel tiene escamas de metal. Me fijo en los ojos del animal y observo cómo están compuestos de fuego rojo; desde ellos, pequeñas llamas explotan al chocar contra el aire. A la vez que media sonrisa se marca en la cara de Shatt'sheeh, el corcel empieza a trotar.
—Es un animal sagrado... —murmuro, sin saber por qué digo eso.
—Balbuceas sobre mi hermana —dice Haskhas—. Me parece que sientes una afinidad especial por las hembras de mi especie. Primero Essh'karish, ahora Shatt'sheeh. ¿Seguro que no quieres rendirte y ofrecerte como esclavo personal de una Ghuraki? —Me inspecciona con la mirada—. Será una autentica lástima si no aceptas, ya que tendré que dañar mucho a un espécimen sano. —Se voltea y da unos pasos—. Aunque en el fondo da igual. Sea como sea, tendré que sacarte algunos músculos para poderte extraer la energía Abismal que impregna tu carne. Aceptes o no rendirte, tu cuerpo quedará tullido y tú acabarás comiendo estiércol y calmando tu sed en las letrinas.
Mukrah, que hasta este momento se había mantenido en silencio, dice:
—El tiempo dado por el reloj cósmico, aquel que nació con la ceniza de la primera estrella y con el susurro de la primera voz, está marcando la hora en la que las almas Ghurakis se convertirán en polvo. No hay paraje más allá de esta vida para recoger vuestros espíritus. —Haskhas por primera vez muestra algo más que indiferencia—. En vuestra arrogancia, pensándoos invencibles, no os importó arrojar vuestro secreto al foso del conocimiento. Creíais que nunca nadie sería capaz de extinguir la vida de uno de vuestra especie. —Aunque la respiración del Ghuraki no deja de ser calmada se acelera levemente—. Os equivocasteis, vuestras creencias estaban envueltas en una nube de vapor negro creada por vuestra arrogancia. —Me pone la mano en el hombro—. Aquí, ahora, hay alguien capaz de enviar a vuestra especie al lugar del que nunca tuvo que salir, a las negras aguas de la ausencia, al paraje donde el tiempo muere y los dioses agonizan. —Me mira a los ojos y asiente—. Vagalat ha demostrado que su fuerza es más que suficiente para matar a un Ghuraki.
»Pudo haber ejecutado a Essh'karish. —Señala a Bacrurus—. Y no dudo que él, con el poder que anida en su interior, no sea capaz de aplastar los huesos de tu cráneo hasta convertirlos en fragmentos ensangrentados. —Mukrah camina y se pone delante del Ghuraki, casi cara a cara—. ¿Qué buscabais al crear Los Círculos de Sangre? ¿Por qué saqueabais el Erghukran? —Haskhas no contesta—. No hace falta que respondas, tus ojos no pueden esconder la verdad que quieres ocultar en lo más profundo de tu memoria. Queríais hallar un modo de prolongar vuestra existencia. —Hace una pausa—. Sois como la mayoría de seres, teméis la muerte; pero vosotros sentís pánico no por miedo a lo desconocido, sino porque conocéis el destino que os aguarda.
»Teméis que tras extinguirse la vida en vuestros cuerpos no hallareis más que extinción. —Mukrah acerca más la cara a la del Ghuraki—. Aunque lo que más daño os produce, es ser conocedores de que cuando desaparezcáis os convertiréis en un mal recuerdo que olvidaremos con facilidad.
Los ojos de Haskhas se iluminan. Con gran rapidez, golpea la cara de Mukrah con el reverso de la mano. El hombre de piedra sale volando y no choca contra la muralla porque Bacrurus lanza un conjuro.
Observo a mi hermano desplomándose en el suelo; los músculos de la cara me tiemblan; la respiración se acelera y el corazón me golpea el pecho.
—¡Maldito! —grito, manifestando a Dhagul.
—Interesante —dice Haskhas, sin mover más músculos que los necesarios para pronunciar la palabra.
Aprieto la empuñadura de la espada con fuerza y, cuando me dispongo a atacar, escucho la voz de Mukrah:
—Vagalat, no. —Giro la cabeza para verlo—. Los cielos, los soles, las nubes, las montañas, los lagos, la vida. Todo eso pronto le será privado por siempre. Dentro de poco la energía que da forma al alma de este Ghuraki dejará de hallarse entre lo que existe y caerá en la noche que no conoce día. —Se toca el labio y se limpia un pequeño hilillo de sangre blanquecina—. No dejes que te ofusquen los sentimientos, estoy bien. —Mira la avenida que conduce a La Gladia—. Hagamos que la espada del dolor de los caídos caiga sobre ese corazón podrido.
Mukrah mira a Bacrurus, el magnator asiente y ambos empiezan a caminar hacia La Gladia. Doscientas Vidas, que blande las hachas desde que el hombre de piedra se aproximó a Haskhas, mira al Ghuraki, escupe en el suelo y espeta:
—Está noche me emborracharé usando tu cráneo como jarra.
Más calmado, recordando que mi poder se halla en el silencio y que el silencio se perturba con la rabia, desmaterializo a Dhagul y con un ligero movimiento de cabeza indico a Geberdeth que vaya hacia La Gladia.
—¿Y tú? —me pregunta.
—Quiero hablar con el Ghuraki.
Doscientas Vidas observa a Haskhas, duda, aunque al final dice:
—De acuerdo, te espero en la arena. —Hace una pausa—. Pero no tardes, tengo ganas de ver cómo Bacrurus le arranca la columna a ese bastardo. —Vuelve a escupir al suelo y se va maldiciendo.
Haskhas, me mira, observa a sus tropas y pregunta:
—¿Qué es lo que quieres hablar conmigo?
—Podemos compartir información antes de que comience la batalla. —Soy pragmático, me encantaría arrancarle los ojos y aplastarlos, pero este ser puede revelarme muchas cosas.
—¿Qué podría interesarme de ti?
—El que tengas tanta urgencia por obtener energía de Abismo indica que no tienes mucho acceso a ella. ¿Me equivoco? —El silencio habla por él—. Yo he combatido en el mundo oscuro, el que orbita las fronteras de Abismo. He luchado contra muchas especies abismales y he estudiado los secretos de El Pozo sin Fondo.
El interés se le refleja en la cara.
—Y, a cambio, ¿qué quieres saber?
—Más de tu especie. Si no provenís de Abismo, ¿cuál es vuestro origen?
—Entiendo... —Los ojos se le iluminan y aunque no escucho los pensamientos sé que les está dando órdenes a sus tropas—. Podría esperar a derrotar al brujo, a tus amigos y a ti para sacarte esa información mientras te torturo. Aunque será interesante conocer más de un inferior antes de ver cómo sufre cuando aplaste a sus amigos. —Una siniestra sonrisa se le dibuja en la cara—. Después de acabar con el brujo, al primero al que estrangularé será al niareg.
«Silencio...» escucho cómo una voz lejana susurra dentro de mi mente.
—Silencio —murmuro
—¿Otra vez balbuceando? Me parece que deposité demasiadas expectativas en que serías un buen entretenimiento. Y en vez de eso me encuentro con un pobre ilusionista loco.
Lo miro, elevo el brazo, Laht se fusiona conmigo y pregunto:
—Entonces, ¿hablamos? —Afirma ligeramente con la cabeza—. Vayamos a un lugar más cómodo. Uno donde podamos mantener una conversación con tranquilidad. —Empiezo a andar y él me sigue.
Sin siquiera mirarnos, en silencio, nos dirigimos a uno de los aposentos de La Gladia que estaba reservado para Los Altos Señores.
Mientras andamos, aunque el Ghuraki no los oye, escucho cómo resuenan por el aire decenas de susurros que dicen:
—Vagalat, el hijo del silencio.
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