Capítulo 18 -Muerte-

Doscientas Vidas se ha quedado dando instrucciones a los guerreros. Debemos prepararnos, cuando luche con Haskhas lo demás tienen que neutralizar a los soldados enemigos. No sé el número que vendrá con el Ghuraki, pero da igual, aunque sea un gran ejército haremos que esta ciudad se convierta en su tumba.

Mientras Geberdeth prepara todo, me dirijo a la celda de los magnatores. Desciendo por unas escaleras que parecen no tener fin y camino por un pasillo iluminado con antorchas. A la vez que veo las llamas jugar con las sombras, pienso en el dolor por el que han tenido que pasar estos hombres que son capaces de canalizar el flujo de la energía de la vida y la muerte.

Medito sobre el destino que han sufrido y las habilidades que poseen. Sé que pueden llegar ser muy poderosos, por eso, y porque no sé el estado en el que se hallan sus mentes, he dado la orden de que nadie baje a esta zona de La Gladia.

Manifiesto a Dhagul, troceo los barrotes de la puerta, entro en la celda y contemplo los grilletes, las cadenas, las máscaras de metal... El hedor es insoportable, los han mantenido prisioneros en condiciones infrahumanas.

—Lo siento... —murmuro, a la vez que recorro el lugar.

La mayoría son esqueletos que apenas poseen pellejo sobre los huesos. Algunos, los más afortunados, tienen una apariencia más saludable. Y uno, por extraño que parezca, no ha perdido un ápice de vitalidad.

Me acerco a él y lo observo. Las extremidades están tensadas a causa de las cadenas y la cabeza se halla echada hacia atrás, obligada a estar en esa posición por culpa de unos filamentos de metal que se funden con la máscara que le esconde los rasgos.

Cierro los ojos y maldigo. Odio a los Ghurakis y a sus colaboradores. Deben pagar por esto.

—Te liberaré —digo, mientras abro los párpados y dirijo la hoja de la espada contra las cadenas que aprisionan a este magnator.

Después de que las trocee, cae a peso muerto contra el suelo; es tan fornido que el impacto retumba. Desmaterializo a Dhagul, me arrodillo y lo zarandeo sin conseguir que reaccione. Cuando me voy a dar por vencido, escucho:

—Ghuraki...

Apenas es audible, pero ese susurro expresa el odio que siente por los que le hicieron esto.

—Tranquilo, se acabó.

—¿Se acabó? —pregunta, mientras hunde los dedos en el suelo de piedra y agrieta la roca.

Miro las cadenas que lo mantenían colgado y me doy cuenta de un detalle que antes, al estar hundido en la tristeza, no vi. En los eslabones hay grabadas palabras en una lengua extraña, mágica. Supongo que con ellas neutralizaban el poder de este hombre.

—Sí, se acabó. Ahora tú y los demás magnatores sois libres. —Me levanto—. Ayúdame a quitarles las cadenas.

Me doy la vuelta y escucho una risa enajenada.

—¿Estás jugando conmigo, Ghuraki?

Siento la presión de sus brazos en el cuello.

—Suéltame —llegó a pronunciar antes de que termine de apretar y de que me silencie la voz.

—Jamás. Los de tu especie deben morir.

A la vez que el aura carmesí se manifiesta, le lanzo el codo contra el costado. Aprieta los dientes y aguanta el dolor. Aunque es muy fuerte, dudo que tenga más fuerza que yo. Sujeto el brazo que utiliza para ahogarme, dirijo la energía espiritual a las manos y creo pequeñas explosiones que le debilitan los músculos.

Me deja libre la garganta, inspiro por la nariz y, sin apartarme de él, me volteo y le doy unos cuantos puñetazos en los abdominales. Tras unos segundos, consigo que suelte el aire y que se tambalee un poco.

—No es personal —digo, antes de golpearle en el pecho con todas mis fuerzas.

Sale volando, choca contra un muro y se hunde un poco en la roca. Al ver cómo la cabeza se inclina, destenso los músculos y me siento aliviado. Debo ser cuidadoso, no sé cuán poderoso es, pero seguro que aparte de la fuerza sobrehumana tiene más habilidades.

Siento haber tenido que neutralizarlo, aunque no podía arriesgarme a que escapara y matara a inocentes en la ciudad. Al menos ahora estará un buen rato inconsciente.

Tranquilizo la respiración y, sin perderlo de vista, pienso:

«¿Qué es lo que te hicieron esos monstruos para que tu mente quedara tan dañada?».

Muevo la cabeza de izquierda a derecha un par de veces, examino con la mirada a los demás magnatores y me digo:

«No puedo arriesgarme a liberaros, que salgáis de aquí y matéis inocentes. De momento, no puedo. Cuando derrote a Haskhas volveré y os liberaré», con pesar me doy la vuelta y empiezo a caminar.

Necesito salir unos minutos de esta celda, necesito aliviar un poco el peso que siento antes de volver a encadenar al magnator que me acaba de atacar. Nunca es agradable devolver a un hombre a la esclavitud.

—¡Ghuraki! —lo escucho gritar... ¡¿Cómo puede estar consciente?!—. ¡Ghuraki, muere!

Me golpea en la espalda y caigo contra el suelo. Apenas me da tiempo de cubrirme la cara con el antebrazo y evitar que el cráneo absorba el impacto. Aunque eso no me libra de que me dé vueltas la cabeza.

—No soy tu enemigo... ¡No soy un maldito Ghuraki! —Duda y aprovecho para levantarme y encararlo—. Mírame la cara, mira el color de la piel. —Lágrimas de rabia, tanto por el estado de este magnator como porque por culpa de los Ghurakis tendré que matarlo, brotan de los ojos y me recorren las mejillas—. ¡Mírame! ¡No soy un monstruo! —bramo, a la vez que manifiesto a Dhagul—. No quiero hacerte daño. —Aprieto con fuerza la empuñadura del arma.

La risa lo posee.

—¿Crees que una espada, aunque sea de energía, puede dañarme? —Se cruje los nudillos, mueve los dedos animándome a que ataque y suelta—: Ven aquí, maldito Ghuraki.

No quiero matarlo, pero no tengo otra opción, este hombre es muy poderoso y si llegara a la ciudad, con lo trastornado que está, seguro que confundiría a la gente con Ghurakis.

—Lo siento... —murmuro, intensifico el brillo del aura y corro hacia él.

El magnator cruza los brazos y ríe. Cuando la espada está a punto de alcanzarlo, con gran velocidad da una palmada. Aunque no logre ver bien lo que lo recubre, siento que lo protege una barrera. La hoja de Dhagul se detiene en el aire, a unos centímetros de la máscara que le oculta la cara.

—¿De verdad creías que Bacrurus se iba a dejar vencer de nuevo por ti, Haskhas? No voy a permitir que sigas drenándome. —Suelta un grito de cólera—. ¡Jamás!

Una fuerza invisible me echa hacia atrás. Aun pisando fuerte no logro frenarme.

«Maldita sea, este magnator es muy poderoso...».

Estiro el brazo y concentro la energía espiritual en la mano.

—¡Basta! —grito y detengo lo que me empuja.

—Bonito truco, Ghuraki. —No me da tiempo de reaccionar, me golpea en el estómago antes de que pueda cubrirme.

Salgo disparado contra una pared y me incrusto en ella.

«Es muy poderoso, no sé si podré vencerlo... pero no caeré sin luchar».

Chillo y parte de la roca que me aprisiona se pulveriza. Mis ojos brillan y las manos se recubren con llamas de color carmesí. Frunzo el ceño, lo señalo y sentencio:

—No voy a permitir que tu locura escape de aquí.

—No me das miedo, Ghuraki. Has cometido un error liberándome entre los míos. —Aprieta los puños y los cuerpos de los magnatores encadenados brillan—. Te voy a arrancar los brazos para que en la otra vida no seas capaz de volver a hacer daño a nadie. —La luz que recubre a sus compañeros se proyecta sobre él.

«Es muy poderoso...» pienso, preparándome para defenderme del ataque.

El magnator corre e intenta aplastarme la cabeza. Le intercepto las manos y las llamas carmesíes que recubren las mías le queman la piel.

—¿Piensas que un poco de fuego podrá herirme? —Ríe.

—Debo frenarte... —mascullo.

—No puedes.

Noto cómo una corriente de aire cálido choca contra mí, giro un poco la cabeza y veo que ha creado un portal al desierto. Antes de que pueda volver a mirarlo, me sacude con la rodilla en la barriga y caigo hacia delante. Mientras ríe, me golpea en la cara y atravieso el pórtico volando.

Después de rodar varias veces, cuando me detengo, siento el calor asfixiante de la arena quemándome la piel. Me levanto, limpio la sangre de los labios y veo cómo, sumido en una gran felicidad, el magnator cruza el portal sin prisas. En la realidad distorsionada en la que se encuentra, el culpable de su cautiverio está pagando.

Mientras el pórtico se cierra, susurro:

—Silencio... —Quiero volver a murmurar la palabra, pero el magnator se mueve con rapidez y me da un cabezazo en la frente.

Me tambaleo y escucho:

—Muere monstruo. —Me coge por la coronilla y lanza el puño contra la cara; una y otra vez.

Los dientes se rompen, el cráneo se fractura, el tabique se trocea. Apenas puedo mantener los ojos abiertos. La sangre quiere salir por la boca, pero los nudillos, que impactan sin parar, no dejan que escape por ella.

Los brazos me tiemblan y los músculos de las piernas sufren espasmos. El cuerpo está al límite y la vista se me nubla. Intento defenderme, aunque apenas puedo mover ligeramente los dedos de las manos.

Suelta unas cuantas carcajadas, termina de romperme la mandíbula, emite un sonido de satisfacción y me golpea en la nuez.

—¡Muere, maldito Ghuraki! —brama, antes darme un cabezazo en la frente y partírmela.

Mientras caigo al suelo, siento cómo los músculos no responden. Al comprobar que ni siquiera los párpados quieren obedecerme, me doy cuenta de que el organismo se ha colapsado.

Empiezo a perder la visión y también los demás sentidos. Aunque antes de que la negrura se apodere de mí, escucho:

—Padre, madre, he matado a uno de la familia real. Ahora, mientras voy a por más de estos monstruos púrpuras, podéis descansar con un poco más de paz.

Cuando las palabras se alejan, oigo el graznido de Laht y después caigo en un profundo sueño... El sueño que precede a la muerte.

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