15

A estas horas tan tempranas de la mañana, me encontraba sentado en la que se había convertido en mi butaca favorita, mis brazos, descansaban en los antebrazos de esta. La mirada la tenía fija en un mueble de madera, que dentro contenía una gran colección de tazas. La ventana que tenía a mi izquierda se encontraba abierta, y eso hacía que el viento que este día estaba haciendo, moviera mi pelo revoltoso, despeinándolo aún más de lo que ya estaba.

Este día amaneció con el cielo cerrado, las nubes estaban de un color gris oscuro, que avecinaba lluvia y tormenta, las hojas de los árboles se sacudían de un lado al otro. Alguien entro al cuarto, pero no le preste atención en lo absoluto. Aso por detrás mío y directamente fue a cerrar la ventana. Yo como siempre soy como todo el mundo y me encanta la negatividad y la palabra no, reclame al no sentir la brisa del viento.

—Deja la ventana abierta, Minka —sé que era ella por los pasos tan cautelosos que daba al andar.

—Te vas a resfriar, luego tendremos que cuidar del enfermo por su falta de inteligencia, genio —no me gustaba escuchar verdades como puños, pero ahí estaba ella para decírmelas, todas y cada una de ellas. Gruñí —aunque gruñas, seguiré teniendo la razón —hace una pausa corta para después seguir hablando — ¿Entones qué? ¿Abierta o cerrada?

—Cerrada —hable entre dientes, sin casi mover los labios —Antes de irte, quiero preguntarte algo...

Creo que me lee la mente, ya que me responde lo que quiero saber al instante en que dejo la frase a medio terminar.

—No, tus padres no se encuentran en un buen estado, los han llevado al hospital más caro de aquí de Detroit, Cibor no hace casi nada más que salir y entrar de la casa, y no es que de noticias de las que nos alegren los días, todavía no sabemos lo que les ha podido suceder. Tu madre sigue ida, mira siempre a un punto fijo, balbucea algunas incoherencias, y vuelve a quedarse callada. No sé quién habrá hecho esto, pero ellos no volverán a ser los mismos, y tu madre ha sido la peor perjudicada de los dos —con cada palabra que decía, me quedaba alucinado. A mis padres no les podido suceder esto, ello son los que me han criado desde que era un bebé. Todavía no he habado con nadie, ni he querido saber qué pasos con mis padres biológicos, y creo que no estoy preparado para saberlo, aún —. No te han prohibido ir a verlos Zarek, si tienes tantas ganas de saber de ellos, ten las agallas de visitarlos.

Ella sale del cuarto sin decir ninguna palabra más, y yo sigo en la misma posición en la que me encontrara, antes de que se adentrara en el cuartucho.

No tuve mucha tranquilidad, cuando la puerta se abrió por segunda vez, La persona se adentró dentro de la estancia pequeña, pero a la vez acogedora y se plantó delante de mí. Mi bisabuelo, Cibor Chlebek. Lo que faltaba era que me sermoneara.

—Vístete —dice serio. No me muevo, ni subo la mirada para mirarle. Seguro que está furioso —. ¿No me has oído chico? ¿Quieres que golpeé tu trasero como si fueras un niño pequeño desobediente? Si quieres lo hago —hace una pausa, dejando salir todo el aire que tenía acumulado en los pulmones —. ¡Mírame, maldita sea! No seas tan cobarde de agachar la mirada. Levántate de ese asiento, y ve a vestirte en este momento, no te lo repetiré de nuevo. ¡Ya! —agrego en cuanto vio que no le obedecía.

Desde que entro mi bisabuelo, agache mi mirada, y la deje en el suelo, aunque en estos momentos estaba viajando hasta la cara de Cibor, y paró cuando llegó a sus ojos.

—¿A dónde quieres que vaya? No me quiero mover de aquí.

—Vas a ir a ver a tus padres, quieras o no, no hay discusión, como que me llamo Cibor Chlebek, que iras, te comportaras, y dejaras de ser un grano en el culo para todos los que estamos en esta casa —trago saliva —no te echo de esta casa, porque realmente es tuya, pero ganas no me faltan.

Antes de que suelte alguna que otra verdad más, me levanto de mi lugar, y sin mirarle de nuevo, salgo casi corriendo del lugar. He aprendido que cuando su mal humor llega a su límite, es mejor huir, aunque yo sea el causante de ese enfado.

Llego a mi habitación rápidamente, por el camino no me encuentro a nadie, me pongo lo primero que encuentro en el armario, y me siento en mi cama para poder ponerme las zapatillas, me quedo ahí esperando a que vengan a por mí, aunque quizás ya me estén esperando abajo y los estoy haciendo esperar. Mis intenciones ahora mismo no son cabrear a nadie más.

Salgo de la habitación, no sin antes coger mi móvil, que se encontraba en la mesa, no tenía mucho de batería, pero creo que me iba a durar hasta que volviera de nuevo aquí. Salgo de mi habitación, y recorro el pasillo con rapidez. Y justo en este momento me había surgido una duda en mi mente, que empezaba a dar vueltas. ¿Dónde están o donde se esconden Julek, Dagmara, Eunika y Alenka? Tenía que averiguar sus paraderos. Aunque yo tengo la manía de decir mucho, pero hacer poco, ya que casi siempre se me olvida, que debía hacer.

—Si el señor se ha dignado a bajar —mi bisabuelo estaba en una esquina a los pies de las escaleras, con la mirada fija en mí.

—Ya estoy aquí, como me pediste, déjame ya tranquilo —si al final lo irritante que saco a la luz, lo provocan los demás con sus palabras. Bajo las escaleras restantes que me quedan por bajar y paso de largo a Cibor. La puerta de la entrada está abierta, y solamente debo cruzarla para salir. Rafal me esperaba ya con la puerta trasera abierta.

—Gracias —tampoco soy tan desagradecido, cuando me facilitan las cosas. Aunque en algunos casos, cuando lo hacen, doy la vuelta a las cosas.

Me acomodo bien en mi asiento y me pongo el cinturón, Rafal se queda unos minutos afuera conversando, seguramente con mi bisabuelo.

De nuevo iremos en muchos coches, parece que somos la realeza, espera...según Cibor si lo soy, pero yo no me veo como tal. Si soy un crio que todavía no sabe ni lo que quiere en la vida. ¿Cómo pretenden que sea rey?

Rafal, abre la puerta del conductor, para incorporarse al volante. Una vez ha arrancado el coche, saco mis auriculares, los enchufo a mi móvil y me pierdo en las letras de las canciones que se va reproduciendo. Rafal conduce en silencio, sin hablarme ni una sola vez desde que salimos de la casa. Apoyo mi cabeza en el frío cristal de la ventanilla, que casi la despego al momento.

Sin apartar la mirada de la carretera, Rafal me indica que estamos a punto de llegar al hospital. Me fijo en los edificios que hay frente a mis ojos, eran altos y costosos.

Rafal conduce hasta el edificio más grande que hay a los alrededores, llamado Hospital medical group. Este gran hospital contiene un parking subterráneo, Rafal maniobra para poder meterse en el parking, que contiene una empinada cuesta.

El muchacho poco a poco se quedará sin respaldo, sin nadie a su alrededor a quien pueda acudir. Sus padres van a morir lentamente en ese hospital, mientras él va perdido por la vida sin saber que diantres hacer, debe reaccionar si no quiere que mueran las personas que más ama. Las personas fallecidas, no vuelven a la vida.

Parpadeo un par de veces antes de volver en sí, estoy consciente que tengo los ojos rojos. Me doy cuenta que el coche está aparcado en uno de los aparcamientos, y Rafal esta con la puerta abierta de mi lado observándome.

—¿De nuevo? —pregunta, aunque lo que había preguntado sobraba —. No te ocurría hace semanas.

—No hay que tentar a la suerte, que ocurren estas cosas —mi voz salió más dura de lo que esperaba.

¿Les cuento lo que la voz me ha dicho? Y debo averiguar de quien es esa voz, ya que era una distinta a las voces que escuchaba constantemente.

Ver a mis padres en ese estado ha sido la cosa más desgarradora que me podido ver en toda mi vida. Me dan ganas de llorar como un bebé, encerrado entre las cuatro paredes de mi habitación. Y saber que esta mis manos su futuro me pone a un peor.

Tengo que sacar y sanar como sea a mis padres, no pueden estar entre esas frías paredes de hospital y para ello he reunido a todos en la biblioteca.

Yo estoy sentado detrás del escritorio, donde siempre se sentaba mi padre para charlar conmigo. Todos me observan fijamente en silencio, sin emitir ninguna palabra, a la espera de que empiece a decir algo.

Carraspeo antes de empezar a hablar.

—Cuando llegamos al hospital, otra vez volvió las voces, aunque esta vez solamente habló una, y no era la de Florián —mi mirada recae en Cibor cuando pronuncio el nombre de su hermano.

—¿Qué te decía esa voz? —se interesa por saber Witold.

—Me quedaré sin respaldo, y que mis padres van a morirse.

—Eso n puede ser —Cibor dice duramente. Yo no digo nada más.

—Debo hacer algo, pero en realidad, no sé ni por dónde empezar. ¿Alguien podría "guiarme"? Estoy demasiado perdido, y voy a ciegas, tropezándome con todo —digo sinceramente.

—Primeramente, lo que debes hacer es relajarte, así de impulsivo no vas a conseguir nada. Segundo, hay que averiguar de quien carajos es esa voz, nos urge saberlo. Si no es la de mi maldito hermano, de quien será. Y tercero y no menos importante...hay que ponernos manos a la obra —mi bisabuelo habla para todos los presentes en la biblioteca, sin excepción alguna.

Esto me estaba estresando, tantas cosas están pasando y yo no sé qué debo hacer, nunca hago las cosas bien, en realidad todo lo hago al revés.

Cibor sin mencionar nada nada más, se pone de mí poco a poco, creo que estos días su cuerpo ha deteriorado bastante y ha envejecido más veloz.

Su testarudez lo lleva a no hacer lo que debe hacer, que es ir a donde él vive, se está enfermando y no puedo permitir eso, aunque diga que yo lo necesite más que su propia salud.

Y aunque le diga una y mil veces que su salud la tiene que poner, ante todo, él no atiende a razones, luego me dicen a mí que soy terco, él es tres veces más terco que yo.

Mi bisabuelo sale de la biblioteca con ayuda de su bastón y de Filip. Todos y cada uno de los presentes mantenemos la mirada fija en Cibor, hasta que la puerta se cierra detrás de ellos dos.

Ahora que la puerta se ha cerrado, las miradas vuelven a centrarse en mí, y lo único que se hacer es tragar saliva porque ahora viene la pregunta del millón.

—¿Qué tienes en mente Zarek? —Miloslaw espera atentamente mi respuesta.

—No tengo ni la menor idea — pego un grito —. Estoy perdido en este mundo, voy sin rumbo, tengo que tomar un roll que ni siquiera sé cuál es, me pedís mucho, y yo solo doy lo justo y ni con esas es suficiente. No tengo información necesaria para poder seguir adelante y hacer las cosas bien. Y sin la base, todo se va al garete.

Ellos no tienen la culpa que la información que requiero no me la hayan dado, y ahora por mis propios medios deba descubrir todo, aunque para ello deba arriesgar algo mi vida.

—Pues manos a la obra, si no empezamos, al final todo se ira a la mierda y todos acabaremos bajo tierra antes de tiempo —las palabras de Lech me hacen reaccionar.

—¿Y por dónde empezamos? —es una pregunta algo tonta, pero quiero saber la respuesta de ello, y la estaba esperando con ansias.

—Esto va a ser un camino bastante largo por recorrer, pero necesitamos el libro viejo que posee el sabio...

—Mi bisabuelo. ¿Dónde guarda ese libro? Debemos ir a por él, hay que darnos prisa —me levanto inmediatamente de la silla. Antes de que de otro paso más, Gawel me detiene con lo que dice.

—Chico tranquilízate, todos estamos intranquilos, pero hay que pensar las cosas antes de actuar, no ir a lo loco, como en estos momentos estás haciendo tú. Esto te lo digo por tu bien, tienes a tus guardaespaldas a tu disposición, iremos contigo a donde vayas y no te dejaremos solo, pero tampoco pretendas que te dejaremos hacer una estupidez.

¿Siempre tengo que hacer las cosas mal? Hasta ahora ningún guardaespaldas me había echado la bronca por alguna necedad que podía cometer. Aunque si debo decir algo es, que está en todo su derecho a hacerlo, aparte de que lleva toda la razón.

—Siéntate, respira hondo y deja tu mente en blanco, no pienses —hago lo que me pide Gawel.

En cuanto me siento en la silla, la puerta de la biblioteca es abierta y por ella entra Filip con una cara de preocupación.

—¿Qué ocurre? ¿Le pasa algo a Cibor?

—Se encuentra muy cansado, eso es todo —sé que hay algo más que no nos cuenta, pero no le voy a presionar para que hable.

—Hay que contactar con Alenka, Julek, Dagmara y Eunika, ellos vendrán con nosotros también —no es una pregunta, es una afirmación.

—¿Ellos dónde están? Porque en la mansión no se encuentran —por las caras de todos los presentes, saben dónde están.

—Se hospedan todos en la casa de Julek o piso, como le quieras llamar.

—¿Y porque siempre soy el último en enterarme? —todos se encogen de hombros sin saber que contestarme.

Normal que siempre viva en la ignorancia, si nunca cuentan conmigo para contarme las cosas.

Mis últimas palabras dichas, son ignoradas por todos y siguen con lo que estaban diciendo.

—Hay que ir a hacer las maletas, saldremos en poco más de media hora — ¿Quién le ha dicho a Lech qué dice se tiene que hacer? Ellos se levantan yendo a la puerta.

—¡Alto ahí! Todos quietos, y volved a sentaros —acatan mis palabras y hacen lo propio.

—¿Desde cuantos tus palabras tienen que ser las que debemos seguir al pie de la letra? —mis palabras van dirigidas especialmente a Lech —. No te confundas Lech, serás mi guardaespaldas y todo lo que quieras, pero aquí tú no eres el que manda, ni siquiera yo. Todos debemos decidir lo que vamos a hacer, no solo tú. ¿Has entendido? —Lech asiente algo cohibido.

—No ha hecho nada malo Zarek, no le hables de esa forma. Ahora haz lo que te decimos, no olvides que el tiempo es oro —me dice Filip —. Así que levántate de esa silla y ve hacer la maleta, partimos en poco más de una hora como ha dicho Lech, no quiero escuchar ninguna palabra más de parte tuya, respetos guardan respetos, chico. Y tú no lo haces, si quieres que hagamos lo que quieres, primero debes de dejar de pensar que comportándote como lo haces, no vas a conseguir nada de eso.

Con la cabeza gacha y bajo la atenta mirada de todos, salgo de la biblioteca. 


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