06 | EXTRAÑAR DUELE
JAYDEN
Extrañar a alguien era una mierda.
Extrañar a alguien que ya no estaba, era una puta mierda.
Cada día me levantaba de la cama extrañando a mi madre. Sentía una opresión en el pecho al recordar que ya no estaba viva. El retorcijón en el estómago era inevitable cada vez que pensaba en ella, lo cual era muy a menudo. Mi madre había sido parte de mi vida, era quien había curado mis heridas cuando papá me enseñó a manejar bicicleta y choqué contra un árbol. Había sido la que estaba a mi lado cuando tenía pesadillas en las noches. La que me consoló cuando papá falleció. Ambos nos consolamos mutuamente con las muertes de papá y Mía, fueron sucesos tan seguidos que rompió los pilares de la familia. Mamá se derrumbó.
A veces creía que la causa de su enfermedad fue el dolor.
Mamá murió sufriendo, sabiendo que me quedaría completamente solo.
Ahora que no tenía a nadie, mas que a mí mismo, venían esos días de dolor en los que extrañaba con locura a mi familia.
No solo extrañaba a mi madre, también a Mía y a papá. Era un constante dolor en el pecho saber que toda mi familia estaba muerta.
La única sensación de alivio que sentía, era con Clara.
Tal vez no nos llevábamos tan bien, pero era la única chica que me hacía sentir en paz cuando mi cabeza era un completo caos.
No siempre fue así, por supuesto. Cuando éramos niños, mientras crecíamos, siempre la veía como la fastidiosa mejor amiga de mi hermana. Siempre presente en casa para visitar a Mía, pero constantemente metiéndose en mi camino. Quería hacer todo lo que yo hacía, jugar con mis juguetes y seguirme a todos lados. Así que la empecé a odiar. La odiaba por querer ser como yo. Ella pensaba que podía ser mi amiga por el simple hecho de ser la mejor amiga de mi hermana, pero las cosas no eran como ella pensaba, así que dejé de tratarla bien para ser indiferente.
Me duró unos años.
Cuando Clara creció y se alejó de mí, al darse cuenta de que no iba a conseguir ni siquiera una amistad de mí, me di cuenta realmente de lo que me había perdido. Pero ya era demasiado tarde como para volver al pasado. Y no era de las personas que pedían perdón. Además, el odio y el resentimiento por perder a Mía y luego a papá crecieron en mi interior borrando todo rastro de mi humildad. Así que simplemente lo dejé pasar hasta que la oportunidad de acercarme a ella surgió cuando me dio la grandiosa idea de tener una novia falsa para escapar de las garras de mi exnovia.
Con la excusa de acercarme, le pedí que fingiera conmigo.
Y actuaba muy bien su papel. Demasiado bien.
Incluso cuando fingía que no la soportaba.
Mientras estacionaba mi moto en el espacio de siempre, en el estacionamiento del instituto, Dave se me acercó bajando de su auto y viniendo a mi lado.
—¿Problemas en el paraíso? —preguntó a modo de saludo.
Lo miré de reojo mientras caminábamos hacia las puertas de entrada.
—¿Por qué lo dices?
—Estás más molesto que de costumbre un lunes por la mañana.
Rodé los ojos.
Dave era mi mejor amigo desde que lo conocí en primer año, cuando su familia se mudó a Barrow y no tenía amigos. Fui su primer amigo, y a pesar de haber dejado el futbol americano, seguíamos siendo tan unidos como antes.
El único problema ahora era Clara.
Me fastidiaba que estuviera interesado en ella cuando era mi novia. Falsa, claro, pero mi novia al fin y al cabo. Nadie sabía que estábamos en una relación falsa, Dave no podía enterarse porque todo se iría a pique.
—Odio asistir a clases, lo sabes.
—Desde que estás de novio, he visto que ya no. —Se encogió de hombros, casualmente.
—No sé de qué hablas.
—Oh, vamos, hombre. —Entré al pasillo notando la gran cantidad de estudiantes que iban y venían, ya sea a sus casilleros o sus salones de clase. Caminé mientras algunos se apartaban de mi camino—. No creas que no me he dado cuenta de tu enamoramiento. —Me detuve en seco chocando contra una chica menuda y baja. Volteó el rostro poniéndose roja y de todos los colares al vernos a Dave y a mí. Mi mejor amigo le sonrió coquetamente mientras yo permanecía estoico. Me aparté sin unas disculpas y seguí caminando, tratando de ignorar al idiota de Dave. Era imposible. Me siguió—. Escúchame, mientras estabas con Lissa nunca fue así. Sé que lo de ustedes era puramente físico, sexual, pero con Clara es diferente. ¿Estás enamorado de ella, no?
Me detuve frente a mi casillero, abriendo la puerta de metal con tanta fuerza que las bisagras chirriaron.
No podía negarme. No porque fuera cierto, sino porque la farsa de relación saldría a la luz, pero tampoco podía aceptarlo, porque no era verdad.
—¿Por qué estás hablando idioteces? —Saqué el libro de Matemáticas y lo estrellé en mi mochila. Lo miré mal, echando humo—. Solo las chicas hablan de sus sentimientos y esas mierdas, ¿por qué quieres hablar de eso conmigo?
Dave inclinó la barbilla, sopesando sus siguientes palabras.
—Porque tal vez quiero algo con Clara, avísame cuando termines con ella.
Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, lo perdí. En un momento estaba escuchándolo, al siguiente lo había agarrado de la camiseta y empujado contra los casilleros con tanta fuerza que la conmoción llamó la atención de los demás estudiantes, que giraron las cabezas hacia nosotros. El lugar estaba en completo silencio. Nada me importaba, solo el rostro de Dave frente a mí.
—Vuelves a insinuar algo así de Clara y la próxima vez mi puño estará en tu cara. —Lo zarandeé, volviéndolo a estampar en los casilleros. Su cabeza rebotó. Él tenía más masa muscular que yo, y entrenaba todos los días, bien podría empujarme con una simple sacudida, pero se quedó quieto tan impactado como los demás—. ¿Me oíste, idiota?
Soltó una leve risa.
—Era solo una broma. —Lo solté, tomando mi mochila del piso y colocándomela en el hombro. Cerré mi casillero con fuerza y me di la vuelta, sin querer encararlo más—. ¡Era una broma, hombre! No te vayas así. ¡Jay!
No le hice caso.
Lo dejé ahí mientras iba a mi primera clase del día.
No pude concentrarme durante las siguientes horas.
Las palabras de Dave resonaron en mi mente una y otra vez. Él era mi mejor amigo, pero habíamos hecho un pacto con los chicos del equipo de fútbol americano -del que yo formaba parte hace años, ya no- en donde podíamos estar con la ex chica de algún compañero si ella nos daba cabida.
Los códigos morales o de chicos no existía en aquel pacto.
Eso significaba que si Clara y yo terminábamos esta relación, cualquiera de ellos podría acercársele. Y dado el interés mutuo de ellos dos, podrían empezar algo. Mi mente no dejó de pensar en ellos dos juntos, atormentándome como si fuera una mala película de terror que se repetía una y otra vez en mi mente. La imagen de ellos dos juntos hacía que mis puños se apretaran y mi mandíbula se afilara. La furia que traía era tan grande que las ganas de golpear a Dave volvieron por un instante.
Pasé mis siguientes clases torturándome con la imagen de ellos dos juntos, solo porque mi cerebro no podía pensar en otra cosa que no fuera en mi mejor amigo junto a mi novia falsa.
Una puta mierda.
Cuando llegó la hora del almuerzo, me dirigí a la cafetería y tomé una bandeja de almuerzo.
Me dirigí a una mesa vacía pero a los pocos minutos apareció Dave.
—Jay, te estaba buscando. —Soltó un suspiro—. No te molestes conmigo por una broma estúpida de mi parte. Sé que te falté el respeto a ti y a tu novia, perdóname por favor.
Alcé la mirada.
—Lo que dijiste fue una mierda.
—Y lo lamento mucho.
Asentí.
—Más te vale.
Al darse cuenta de que mi expresión cambiaba a una menos enfadada, sonrió.
—No sirve que te sientes aquí solo cuando tenemos una mesa llena con los chicos del fútbol, ven a sentarte con nosotros. Tal vez ya no formes parte del equipo pero sigues siendo nuestro amigo.
Lo seguí, tomando mi bandeja conmigo.
Usualmente almorzaba con ellos, pero desde que estaba con Clara había decidido almorzar con ella y sus amigos, para que nuestra relación parezca más genuina y no falsa. Pero por ahora no la veía por ningún lado.
Me senté al lado de Dave, dejando un espacio vacío al otro lado.
Saqué mi celular, luego de saludar a todos, y escribí.
Yo:
¿Dónde estás?
Clara:
Buenas tardes. Yo estoy muy bien, ¿y tú, cómo estás? Mi día estuvo genial, excepto por Química, pero bueno, sobreviví a otro examen sorpresa. ¿Qué tal estuvo tu día, querido novio falso?
Yo:
Corta la mierda. ¿Dónde estás?
Clara:
Lejos de ti, por suerte.
Sonreí como un idiota frente al teléfono.
Amaba cuando Clara se defendía de mí, era lo que más me emocionaba.
Yo:
Trae tu trasero a la cafetería. Específicamente a la mesa donde están los futbolistas. Lissa está cerca y necesito protección.
Clara:
Voy corriendo.
Su sarcasmo me hizo reír.
Dave, a mi lado, me miró asombrado.
—¿Te..., te estás riendo? —preguntó tartamudeando.
Me encogí de hombros, como si no fuera nada.
—Solo leí un chiste, nada más.
Dave volvió la cabeza hacia su plato de comida, completamente anonadado con mi comportamiento. Era cierto que no reía, por lo menos no desde hacía años, mucho menos frente a mis amigos, pero Clara hacía que reír fuera demasiado fácil.
Tal vez mucho.
Tardó exactamente diez minutos en llegar. Y cuando lo hizo, no traía almuerzo. Al ver su sonrisa socarrona me di cuenta de que estaba retándome. Alcé una ceja mientras le señalaba el asiento a mi lado.
—Todos ustedes, esta es mi novia, Clara. —Puse un brazo alrededor de sus hombros y apartando su cabello castaño—. Princesa, estos son mis antiguos compañeros de futbol.
—Hola a todos. —Saludó ella con sus mejillas sonrojadas por la atención de más de diez chicos en ella.
Oliver, un chico alto y de cabello claro, se llevó una mano al pecho.
—Auch, Jay. Me dolieron tus palabras —exclamó—. ¿"Antiguos compañeros de fútbol"? Creí que éramos tus amigos.
—¡Somos sus amigos! —Tobías dijo mirándome—. ¿Verdad?
Rodé los ojos ante sus reacciones.
—No les hagas caso —murmuré hacia Clara quien sonreía incómodamente—. Todos ellos son unos idiotas.
Alzó las cejas.
—¿Más que tú?
Varios de ellos exclamaron.
—¡Uuuuuh!
—Te tiene fichado, Jay. —Fue todo lo que Dave dijo.
—Ya te conoce —murmuró Ethan divertido.
Empecé a tamborilear mis dedos en la mesa, el almuerzo olvidado porque estaba Clara para distraerme. Por suerte al ver mi mirada desinteresada, los demás volvieron a lo suyo y minutos después todos reanudaron sus conversaciones.
Me fijé en Clara.
—¿Y tu almuerzo?
—Lo terminé antes de venir aquí. No creí que tomaría mucho tiempo. —Miró detrás de mí, supuse a Dave, pero luego su mirada escaneó la cafetería. Se acercó a mi rostro, susurrando—. No veo a Lissa, ¿estás seguro de que está por aquí?
Como si fuera invocada, la vi caminar desde su asiento más allá en dirección nuestra. Sus piernas largas estaban expuestas porque usaba un vestido largo de verano a rayas, junto a unas sandalias de poco tacón que la hacían ver más alta de lo que ya era. Su mejor amiga Sarah caminaba a su lado, con una falda corta y un top que mostraba su cintura. Ambas altas, elegantes y para nada sutiles con su vestimenta.
Todo lo contrario a Clara. Quien vestía unos vaqueros pegados, una camiseta raída de alguna banda y unas converse negras. Simple, para nada llamativa y muy sencilla.
Me gustaba mucho más su estilo que el de cualquiera, pero preferiría cortarme una mano a decirlo en voz alta.
—Ahí viene —susurré muy bajito, justo en su oído.
Por fuera, la gente pensaría que estaba diciéndole cosas sucias al oído, por la forma en cómo tenía el rostro sonrojado. Pero la realidad era otra.
—¿Qué hago? —siseó alertada.
—Ven aquí. —La empujé sobre mi regazo, sentándola de lado sobre mis piernas.
La mesa entera prorrumpió en silbidos y otros gritos grotescos del equipo de fútbol, todos centrándose en nosotros logrando que las mejillas de Clara se pusieran más coloradas. Todo su rostro estaba rojo. Internamente, sonreí ampliamente ante aquello, pero por fuera les hice un gesto de silencio hacia los entrometidos.
Dave nos miraba fijamente, con una ceja alzada y la mirada puesta en Clara más que en mí. Coloqué una mano casualmente sobre su rodilla y no la quité de ahí mientras empecé a comer con la mano derecha. La izquierda estaba puesta sobre ella.
Estaba muy seguro de que Rose Miller, la cotilla número uno de Trinity Hall, estaba documentando esto.
Lissa se acercó, con la mirada encendida mientras notaba a Clara sobre mí. Ella sabía perfectamente que yo odiaba las muestra públicas de afecto, durante nuestra relación estuve muy lejos de mostrarle cariño que no fuera dentro del dormitorio. Odiaba las muestras de cariños y toda acción que demandara público.
Ahora lo estaba haciendo todo con Clara y a ella obviamente aquello le enfurecía.
—Hola, chicos. —Saludó a los jugadores de fútbol, luego volteó a verme—. Hola, Jayden.
Algunos chicos se quedaron mirándola embobados. Apostaba que más de uno había ido tras de ella luego de nuestra ruptura. Era guapa, inteligente y muy astuta. Tenía una larga fila de pretendientes, y no es por ser presumido, pero ella solo estaba interesada en mí.
—Hola. —Fue todo mi saludo, luego enterré mi cabeza en el cuello de Clara. Ella se quedó quieta, paraliza por la intrusión. Aproveché para inhalar, sonriendo ante su aroma a vainilla y coco, una combinación exquisita que me provocó una nubla de placer mientras continuaba con mi rostro en su cuello. Estaba tan cerca de su piel que con un solo movimiento podría besar aquella zona que me pedía a gritos que la besara, pero no quería incomodarla más. Así que solo me quedé en aquella posición mientras su aroma inundaba todo mi cuerpo.
Por un momento me olvidé de Lissa.
Clara se removió en mi regazo.
Mi exnovia se aclaró la garganta, obviamente molesta.
—¿Podemos hablar un momento a solas, Jay?
Su expresión era de enfado. Su cabello rubio estaba suelto y caía por sus costados en ondas muy bien formadas. Sabía que se arreglaba antes de venir al instituto, como si fuera un concurso de belleza. Todo su rostro estaba maquillado y no tenía ni una sola arruga en el vestido.
La miré, esperando poner una expresión aburrida en el rostro.
—¿No ves que ahora estoy ocupado con mi chica? —pregunté en voz baja, para no llamar la atención de los chicos. Lissandra alzó ambas cejas, sabiendo que empezaba a impacientarse. Enfoqué mi vista en Clara, quien parecía una estatua, tratando de ser invisible—. ¿Qué dices cariño, debo hablar con mi exnovia? ¿Me das permiso?
Ella me miró como si me hubiera vuelto loco.
—Claro que s... —Se quedó muda cuando subí mi mano por su pierna, hasta casi llegar a la unión entre su muslo y su entrepierna. Sus ojos marrones se abrieron con sorpresa, le hice una seña de negación que ella tardó en entender puesto que mi mano seguía en aquella peligrosa posición—. N-no —tartamudeó—. No creo que debas hablar con ella.
Lissa la miró tan mal que, si sus ojos fueran láser, Clara estaría fulminada.
Pero no se dirigió a ella, sino a mí.
—¿Desde cuándo estás dominado por una chica?
—Desde que estoy con ella. —Sonreí, mostrándole la sonrisa más feliz del mundo—. ¿Qué puedo decir? Soy su esclavo. Le pertenezco.
Vi los ojos azules de Lissa rodar hacia atrás, con fuerza.
—Cuando dejes de ser un completo idiota, búscame.
Y con eso se alejó. Sarah me lanzó una mirada condescendiente antes de seguir a su amiga. Tan pronto como estuvieron lejos, Clara saltó a su asiento a mi lado, viéndose roja de pies a cabeza. Se metió un mechón de cabello detrás de la oreja y miró a cualquier lugar menos a mí.
—Lissa se está poniendo muy insistente —murmuró en voz baja—. ¿No crees que..., que esté... ya sabes, embarazada?
Negué.
Ya había pensado aquello y no era posible.
—Ambos fuimos muy cuidadosos con eso. —Me encogí de hombros—. Ella tomó sus precauciones y yo las mías. No tiene nada que ver con eso, ella siempre ha sido astuta, pero no mentirosa. Lissa quiere volver conmigo. Ya ocurrió en el pasado, cuando rompimos y a los días me rogó para volver. Está sucediendo de nuevo.
Se burló.
—Estás siendo un engreído.
—Tal vez, pero solo digo la verdad.
Bufó.
—Mi trabajo aquí ha terminado. —Se puso de pie. No quería que se fuera, me gustaba su compañía más que la de cualquiera. Se estaba convirtiendo en mi persona favorita. Su cabello castaño se balanceó cuando lo colocó tras su hombro—. Suerte con Lissa, la vas a necesitar. Si me necesitas, búscame, sabes dónde encontrarme.
—No dudaré en hacerlo. —Le guiñé un ojo, bromeando, viendo como robada los ojos y se alejaba, balanceando su cabello al compás de sus pasos. Noté a mi lado izquierdo que Dave la miraba fijamente—. ¿Qué hay de ti? —pregunté prestándole toda mi atención—. Te vi con Rose antes de entrar a la cafetería. ¿Pasa algo entre ustedes dos?
Sabía a la perfección que nada sucedía entre ellos. A Dave parecía gustarle, pero a Rose no, así que no había futuro en ellos. Pero no iba a desperdiciar la oportunidad de recordarle que tenía a otras chicas, solo para que no pusiera sus ojos en la mía.
Su sonrisa se hizo grande mientras me miraba, quitando sus ojos de Clara.
—Nah, no pasa nada entre nosotros. —Se encogió de hombros—. Jamás podría estar detrás de una cotilla como ella. Ya sabes cómo es, siempre acercándose a los demás para esparcir rumores de cada persona como si no tuviera vida. Paso de ella.
—Es lo mejor —comenté con una mueca en el rostro—. Supongo que ahora estás viendo a quién perseguir.
Una sonrisa engreída le cruzó el rostro.
—En eso estoy. —No quería saber, y al mismo tiempo, sí—. Hay alguien que me interesa mucho, pero esa chica tiene puesto los ojos en otro. No me preocupo mucho por eso, sé que tarde o temprano caerá por mí.
Me tensé.
—Suerte con eso.
Le di un sorbo a mi bebida viéndolo sonreír.
Después de aquellas palabras cambiamos a un tema más aburrido, las clases. Suerte que sucedió aquello, porque mi curiosidad era tan grande que estaba a un pelo de preguntarle a qué chica se refería, pero si él no iba a decírmelo, y yo no iba a preguntar. Hablar de chicas con los tus amigos era lo normal, pero tenía cierta corazonada y no iba a hablar de Clara con él.
Nunca.
☾ ☾ ☾
Me coloqué mi chaqueta de cuero antes de rociarme loción corporal y mirarme al espejo una última vez, acomodando mi cabello como me gustaba. Desordenado, como si acabara de revolvérmelo con las manos. Una vez listo, salí de la habitación de invitados, que ahora era mía, y caminé hacia la salida.
En la casa no había nadie.
O eso supuse, hasta que me crucé con Clara en la sala.
Se le veía muy graciosa con ropa de casa y sus gafas para leer. Vestía una camiseta demasiada ancha para ella, junto a unos shorts pequeños mostrando sus piernas bronceadas por el sol. Su cabello estaba anudado en un moño en lo alto de su cabeza, y algunos mechones castaños se habían salido, colgándoles en el rostro. Tenía sus gafas de montura negra sobre el puente de su nariz, enmarcando sus facciones. Estaba preciosa, pero eso era algo que nunca admitiría en voz alta.
Estaba cómodamente leyendo sobre el sofá, con su Kindle en la mano. Por sus mejillas sonrojadas, supuse que era algo superexplícito, como a ella le gustaban sus historias de amor.
Pasé por su lado sin decir nada, pero haciendo sonar mis pisadas con fuerza, para llamar su atención. Cuando estaba por abrir la puerta, su voz me atrajo, logrando mi cometido.
—¿Te vas? —preguntó.
Me di la vuelta, adoptando una expresión desinteresada mientras la observaba con detalle. Aquellas gafas le asentaban de maravilla, podría parecer una andrajosa ahora mismo, pero nunca la había visto más hermosa que ahora.
—Sí —respondí con sequedad—. Regreso en un rato.
Se mordió el labio inferior, colocando su Kindle a un costado de ella. Sus pies descalzos mostraron sus uñas pintadas de un tono celeste pastel. Traté de no recorrer su cuerpo entero con mi mirada, pero se me estaba haciendo imposible. Había un magnetismo en ella que siempre que la miraba, quería bajar mi rostro y recorrer todo su cuerpo con mis ojos.
No me pregunten por qué, era así y punto.
—El toque de queda es en una hora, no lo olvides.
—Yo no tengo toque de queda —me burlé, casi riéndome.
Sus cejas se estrecharon.
—Mi mamá...
—Es tu mamá —terminé por ella—. No la mía. Yo vuelvo cuando se me dé la gana.
No sabía por qué estaba siendo cortante con ella.
Bueno, sí lo sabía.
Me gustaba verla pelear conmigo, era algo que no podía evitar. Me gustaba su reacción, la manera en cómo apretaba los puños y cómo sus ojos marrones se oscurecían cuando discutía conmigo. Su pequeña nariz se fruncía y sus mejillas se sonrojaban, era demasiado excitante verla de aquella manera.
Me volvía loco. Y amaba esa locura.
En ese momento tenía la nariz arrugada y las mejillas seguían rojas, si es posible, se pusieron aun más con mi respuesta.
Se cruzó de brazos, desafiante, mientras levantaba la barbilla.
—Espera a que le diga lo que has dicho, no te querrá aquí más.
—¿Qué? —Esbocé una sonrisa—. ¿Serás una bocona, princesa?
—Cuando se trata de tus malos modales, sí.
—¿Mis malos modales? —repetí con gracia—. Tú eres la de los malos modales. Me quieres imponer un toque de queda que es solo para ti, no para mí. Yo soy el invitado aquí.
—Eres un idiota —refunfuñó—. El toque de queda es para todos, no solo para mí. A todo esto, ¿se puede saber a dónde vas?
—¿Ahora también controlarás a dónde voy?
Entrecerró los ojos.
—¿Irás a ver a tu exnovia?
Dejé escapar una pequeña risa, divertido con ella.
Se había delatado solita.
—¿Por qué? —Me acerqué a Clara, portando una sonrisa demasiado acomedida—. ¿Estás celosa, princesa?
Rodó los ojos.
—Sí, claro. Estoy tan celosa de que te vayas a ver con tu exnovia. —Cogió su Kindle y empujó sus gafas por el puente de su nariz—. Puedes hacer lo que quieras, a mí no me importa.
Se apresuró a desbloquear la pantalla de su Kindle e hizo como si estuviera leyendo, pero noté que no era así. Sus ojos no se deslizaban como si estuviera leyendo, estaba con los ojos fijamente puestos en un punto de la pantalla y no los movía.
Me apiadé de ella.
—No iré a ver a Lissa —aclaré. Vi como si pecho volvía a moverse, respirando con tranquilidad. Su ceño fruncido se disolvió—. Iré a ensayar con la banda. ¿Ves que al final sí estabas celosa?
Levantó la cabeza mientras me tiraba un cojín.
—Eres un idiota. —Lo atrapé antes que golpeara mi rostro. Tenía buena puntería, le concedería eso.
Le tiré el cojín de vuelta. Y mostré una expresión inocente.
—¿Qué? —La señalé—. Simplemente leí tu expresión corporal. Estabas demasiado tensa cuando asumiste que iría a ver a Lissa. En cambio cuando lo negué, te relajaste. Tu ceño dejó de estar fruncido, tus manos dejaron de estar en puños, tu respiración se ralentizó... y tu pecho se movió con lentitud.
—De-deja de mirarme —tartamudeó soltando su Kindle con rapidez y abrazándose a ella misma. La miré sin reparos, ella se cubrió con la manta—. ¡Ya basta, Jayden!
—¿Qué? ¿Tienes miedo de que note que tus pezones se han erizado? —Alcé una ceja con mi sonrisa socarrona—. Sé que cada vez que peleas conmigo sucede, no tienes de qué preocuparte. Tu secreto está a salvo conmigo, princesa.
—Ugh, eres insufrible. —Lo era, pero ella mucho más. No dejó de taparse con la manta mientras tomaba otro cojín del mueble y me lo aventaba, esta vez dejé que me golpeara el pecho, me lo merecía—. Ya vete. Y dale mis saludos a los chicos.
Me reí.
—Adiós, princesa. No me esperes levantada.
Me fui cerrando la puerta a mis espaldas.
Tomé el casco de mi motocicleta y me lo coloqué, luego me senté y manejé los quince minutos hasta la cripta. El lugar donde ensayábamos Sickblast desde que la banda se había formado. Era un galpón cerca a la casa de Ivor donde ensayábamos todas las semanas. El lugar estaba alejado de la civilización, tal como lo era Déjà vu, lo cual era una ventaja al momento de ensayar porque no nos preocupábamos de la música sonando fuerte. No había vecinos en un radio de cinco kilómetros, lo cual era perfecto para nosotros.
Cuando llegué, estacioné mi moto a un costado del auto de Ivor y golpeé la puerta.
Jess me abrió.
—Llegas tarde. —Fue su saludo.
Me dejó pasar.
Su cabello rosado estaba anudado en un moño bajo, pero como era tan corto algunos mechones estaban esparcidos alrededor de su rostro. Tenía un labial rojo en los labios haciéndolos ver más llenos, y llevaba ropa de colores, lo usual en ella. Me miró, su expresión era severa mientras me acercaba para saludar a Ivor y Az.
—Lo siento, no volverá a pasar. —Alcé las manos.
—No te preocupes, Jay —dijo Az sonriéndome alegre—. Estábamos conversando un poco sobre nuestra última presentación. Ivor tiene una lista larga de equivocaciones, hay que corregirlas en la siguiente tocada.
Me senté en el largo sofá donde estaba Ivor, con una hoja en la mano y la otra en el porro que estaba fumando. Me lo tendió ni bien me senté.
Para mí era normal fumar marihuana antes del ensayo, usualmente necesitaba un par de caladas para relajarme y dejar que la música fluyera, pero esta vez negué, para la sorpresa de todos.
Ivor alzó una ceja, aun con el porro en la mano tendida hacia mí.
—Quita esa mierda de mi vista.
—Pero si te encanta —dijo él.
—Esta noche, no.
No estaba seguro de por qué, pero ya estaba relajado, y me vendría bien tocar la batería sin ninguna mierda. Así que la rechacé por segunda vez y le quité el papel a Ivor de la otra mano antes de que asintiera, mirando a los demás. Noté que Jess me miraba fijamente, pero traté de hacer como si no tuviera importancia.
Luego de varios comentarios sobre lo que Ivor había escrito en la hoja para corregirnos, logramos ensayar. Fueron dos horas brutales en donde sudé y boté todo lo malo sacudiendo mis manos sobre la batería, dejando que la única fluyera y hablara por mí. Los demás también dieron todo de ellos antes de que Ivor diera por finalizado el ensayo.
Me puse de pie, sintiendo las gotas de sudor caer por mi cuello y espalda. Me había quitado la chaqueta de cuero y la había arrojado en el sofá antes de sentarme delante de mi batería. Ahora podía sentir el aire caliente del galpón como si fueran agujas calientes. Jess abrió la puerta para dejar pasar el aire frío de la noche.
Se acercó a mí mientras Ivor se sentaba en el sofá, suspirando y limpiándose el sudor del rostro con una toalla. Az estaba apagando los equipos de sonido, los dos ajenos a Jess y yo.
—Hoy has estado más energético que nunca —comentó como si nada, acomodando su cabello hasta soltarlo. Sus ojos marrones tan parecidos a los de Clara, pero tan diferentes en cuestión de lectura. Podía leer a Clara a la perfección, Jess era más difícil. No dejaba que cualquier persona la leyera, era mucho más cerrada, y sin embargo, le gustaba chismorrear sobre otros—. ¿Será porque no has probado el porro?
Me reí, Jess no era nada sutil.
—Tal vez sea eso. —Me encogí de hombros.
—O tal vez sea esta chica castaña de ojos marrones que te tiene cautivado desde hace tiempo. —La miré mal, ella alzó las manos—. Solo digo. ¿Vive contigo, no? Qué casualidad que desde que vivas con ella ya no te drogas.
Rodé los ojos, como si no tuviera importancia.
Mi corazón se aceleró mientras que mis manos se pusieron sudorosas.
—Solo quise parar por un par de días. —Arqueé mis cejas—. Además lo haces ver como si fuera un drogadicto. Solo fumo cuando se me antoja y esta vez no se me ha antojado. ¿Algo más que quieras añadir, mamá Jess?
—Sí, que estoy orgullosa de ti. —Besó mi mejilla como si fuera una hermana mayor—. Tienes que decirle «no» más seguido a Ivor.
—Querrás decir a las drogas que me da Ivor.
Golpeó mi brazo.
—Ya me vas entendiendo. —Sonrió, volviendo a ser la misma Jess alegre de siempre—. ¿Quieres venir a cenar? Los chicos y yo iremos a un nuevo restaurante de pizzas y pastas. ¿Te apuntas?
Jess amaba ir a nuevos restaurantes a probar cosas nuevas.
Solo por esta vez, pasé.
—Tengo que volver a casa.
Sus ojos brillaron.
—Con Clara.
—Te manda saludos, por cierto.
—Dale mis saludos de vuelta. —Bajó la cabeza, murmurando—. Bésala por mí.
Arrugué el ceño, notando la mirada iluminada en ella.
—¿Estás..., te gusta...?
—¿Qué? —Se encogió de hombros—. Está buena, y sabes que me gustan las chicas buenas con cuerpos espectaculares. Hacen que la experiencia sea mejor. —Movió las cejas de arriba abajo—. Ya sabes el dicho, cara de ángel, cuerpo de p...
Tapé sus labios con mis manos.
—Estoy seguro de que te has inventado ese dicho. —Rodé los ojos, quitando mi mano de su boca—. Y no hables así de ella.
Sus mejillas se colorearon de rojo.
—Vale. —Me empujó hacia el sofá, donde reposaban mis llaves de la moto y mi chaqueta de cuero—. Ahora vete a casa, saluda a Clara por mí y duerme bien, que mañana tienes clases.
—Sí, señora. —Besé su mejilla despidiéndome de ella. Luego sacudí mi mano hacia Ivor y Az, tomando mis cosas y saliendo de la cripta.
El lugar se llamaba así por ser un lugar grande, alejado de la civilización y muy conveniente para hacer música. Encendí la moto, luego de ponerme la chaqueta y el casco, y salí rápido de ahí para regresar a casa. A estas horas el tráfico de la calle era mínimo, por lo que llegué mucho más rápido de lo que vine, haciendo el recorrido normal de quince minutos a diez.
Para cuando llegué a la casa, noté por afuera que la mayoría de luces estaban apagadas, pero solo había una lámpara encendida. Guardé mi casco dentro de la cajuela de la moto y guardé mis llaves en el pantalón. Abrí la puerta de la casa y entré, frunciendo el ceño al ver la quietud de la casa.
Era más de medianoche, así que supuse que Clara y tía Elaine ya estaban dormidas. Pasé por la sala y me acerqué a la lámpara para apagar la luz, pero noté un bulto en el sofá.
El bulto era Clara.
Y estaba profundamente dormida.
Me quedé mirándola anonadado.
Su rostro estaba relajado, sus párpados cerrados. Su moño se había salido y ahora todo su cabello estaba suelto alrededor de ella enmarcando su rostro. Tenía una mano bajo su cabeza y la otra agarraba su Kindle. La manta le llegaba hasta el pecho, mostrando su camiseta de antes. Parecía no haberse movido de aquí desde que me fui hacía más de dos horas.
Me agaché hasta su altura y la cargué, pegándola a mi cuerpo. Su cabeza cayó contra mi hombro, un suspiro salió de ella. Se removió un poco en mis brazos mientras la llevaba a su dormitorio. Pareció abrir los ojos y cerrarlos en un estado de completa quietud, como si fuera consciente de a su alrededor pero estuviera demasiado cansada como para notarlo.
—¿Jayden? —susurró adormecida.
—¿Mmm? —susurré de vuelta sin querer despertarla.
Tenerla en mis brazos se sentía demasiado bien, como si perteneciera a mí.
—¿Qué tal la banda?
Sonreí a pesar de que ella no me veía.
—Perfecto. —Abrí su puerta y empujé, pasando y agachándome para dejarla sobre su cama, pero ella apretó su agarre en mi cuello, parecía no querer dejarme ir.
—Mmhmm. Estuve esperándote pero me quedé dormida. ¿Sigo dormida?
—Sí, princesa.
Dijo algo ininteligible por lo bajo que no pude entender. La dejé sobre su cama y me erguí, viéndola acurrucarse en su almohada. Tomé su manta y la coloqué sobre su cuerpo para abrigarla, a pesar de que hacía calor, o tal vez era yo.
Me agaché, y no sé qué me poseyó para besarle la frente. Sus ojos revolotearon ante el contacto, hizo un sonido de completa satisfacción con su garganta y luego se dio la vuelta, murmurando algo en voz baja.
Me reí al verla así, tan tranquila. Tan en paz.
Me fui a mi habitación aquella noche y por primera vez en días pude dormir toda la noche. Sin pastillas, sin drogas, sin nada.
Ya no pensé en mi dolor ni en mi sufrimiento.
Solo pensé en ella. En Clara.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top