01 | LA TRAGEDIA
Odiaba los velorios.
Odiaba el olor a los arreglos florales que regalaban en el día del velorio. Odiaba el ambiente triste y desolador de un velorio. Pero sobre todo, odiaba el silencio sepulcral que reinaba en un velorio.
Aunque este era diferente.
El suave sonido de «Take my breath away», de la película Top Gun, sonaba por los altavoces de la casa a un volumen bajo.
Era la película favorita de Susan Foster, y dado que estábamos en su casa, era obvio que sonaría su canción favorita en el mundo.
Todos parecían dolidos, extrañados y muchos con aspecto cabizbajo mientras se saludaban frente a mí. Apreté el brazo de mamá mientras nos acercábamos a los familiares de Susan Foster para darles las condolencias de su muerte. Había sido una tragedia total su fallecimiento, el cáncer había acabado con ella. A mi madre le cayó como un balde de agua fría, saber que su mejor amiga de la universidad lidiaba con esa enfermedad puso su vida patas arriba.
En muy pocos meses el cáncer acabó con ella. De verla tan bien, tan llena de vida y sonriente, se fue convirtiendo poco a poco en una cáscara de lo que solía ser. Y todo terminó ayer, cuando dio su último aliento de vida.
La vida era demasiado fugaz. En un momento estabas, en el siguiente ya no más. Éramos efímeros, como una flor que se marchita cuando dejas de regarla, o cuando el sol le da directamente y la mata. Así éramos nosotros, como aquella planta que muere cuando la dejas de cuidar.
El entierro ya había sucedido hacía unas horas y ahora nos encontrábamos en la casa donde vivía la tía Susan junto a su hijo. Era una pena saber que ahora la casa estaría vacía, que sus plantas favoritas ya no serían ciudades con tanto esmero como ella lo hacía, la cocina estaría vacía en su ausencia y todos los retratos con su fotografía solo quedarían como recuerdo de lo que una vez fue.
Mi madre y la tía Susan se conocieron en la universidad y se hicieron amigas de inmediato al congeniar demasiado bien. Ambas se casaron y tuvieron su propia familia, pero también ambas perdieron a sus maridos y se quedaron con sus hijos. Mamá me tiene a mí y yo la tengo a ella, había sido así desde que era una niña pequeña, pero Jayden Foster ahora ya no tiene a nadie.
Su hermana se suicidó, su padre falleció, y ahora, su madre también. No entendía por qué le pasaba todo eso a él, pero era obvio que la vida lo estaba golpeando nuevamente con otra pérdida más.
Mientras lo veía de lejos, noté su rostro duro, marcado por el enojo. Su mandíbula estaba fuertemente apretada, no sabía si por rabia o por tratar de no romper a llorar allí, frente a todo el mundo.
A pesar de conocernos tantos años, no éramos cercanos. Yo era cercana a Mía, su hermana mayor, pero cuando ella murió dejé de venir a esta casa, y por lo tanto, dejé de frecuentarlo. Solo lo veía en la secundaria, pero nunca más crucé palabra con él.
Siempre parecía seguirme con la mirada cuando nos cruzábamos en el pasillo, pero jamás le di importancia. No soportaba a Jayden, era un total engreído con índoles de ser el mejor en todo, era arrogante y muy pomposo, se creía el mejor solo por haber sido nombrado el capitán del equipo de fútbol.
Pero lo entendía.
En aquel momento lo tenía todo. Dinero, una buena familia que lo quería, una novia a su altura y, por supuesto, fama en la secundaria. Todo se fue a pique cuando falleció su hermana Mía. Se alejó de todos, se encerró en una burbuja de odio y todo lo que una vez conquistó en la secundaria se fue a pique.
Sus notas bajaron, sus amigos se alejaron, su novia lo dejó y su familia se hundió en la depresión.
Recuerdo a mi mamá ir todos los días para sacar a Susan de la cama, porque estaba tan dolida que ni siquiera quería salir de su habitación. Fue una época demasiado difícil para todos. Susan perdió una hija, Jayden perdió una hermana, mi mamá perdió una sobrina y yo perdí a mi mejor amiga.
La pérdida de Mía rompió tanto a Jayden que lo convirtió en un ser amargado, despreciable y que peleaba con todo el mundo. Se metía en peleas en el instituto y siempre tenía un castigo. La tía Susan apenas podía lidiar con su duelo y dejaba que Jayden hiciera lo suyo sin poder contenerlo. La pérdida de su esposo en ese entonces terminó por romperla. En ese momento mamá fue un pilar para su familia, trató de sacar a flote a esa familia, y aunque logró ayudar a la tía Susan, no pudo lograrlo con Jayden.
Se encerró tanto en sí mismo que se perdió por completo.
Cambió para mal.
Empezó a asistir a fiestas, a tatuarse todo el cuerpo, a emborracharse hasta perder la consciencia y drogarse juntándose con gente de mal vivir.
Mi mamá fue la que lo metió a un centro de rehabilitación por las vacaciones para tratar de ayudarlo. Y aunque lo logró, Jayden nunca lo agradeció. Seguía furioso, seguía con el rencor de haber perdido a su hermana y a su padre.
La amargura había carcomido su alma por completo.
Llegados a este punto, tenía miedo de que volviera a ocurrir lo mismo ahora que su madre ya no estaba con él.
—¿Clara? —La voz de mamá me sacó de mi ensoñación. Alisé mi vestido negro mientras la miraba interrogante—. Ve a acompañar a Jayden, hay estar con él en un momento como este.
Era lo menos que quería hacer.
Era pésima para consolar a alguien. Ya lo había intentado en el pasado cuando perdió a Mía así que sabía de lo que estaba hablando. Aunque no quería acercarme, debía hacerlo para mostrar mis respetos.
—Sí, vamos.
Habíamos pasado todo el tiempo con Jayden en el cementerio. Respetamos su silencio y no dijimos una sola palabra. Mamá lo abrazó pero él se alejó de su contacto. Incluso se retiró en el momento en que bajaron el cajón con el cuerpo de su madre para enterrarla. No quería ver aquello.
Y lo entendía.
Pero no me apetecía nada estar a su lado en este momento. Por la mirada perdida y el ceño fruncido me di cuenta de que prefería estar solo. Estaba sentado en un rincón de la casa, mirando a las personas acercarse a sus tíos, pero sin mover un solo músculo. Su familia presente no era muy pegada a él porque vivían lejos, habían venido aquí solo para el funeral de Susan y luego regresarían a su ciudad. Jayden quedaría solo nuevamente. Esperaba que mamá lo contuviera porque era la única familia que le quedaba en la ciudad.
—¿Quieres un poco de café? —Mamá le preguntó a Jayden ni bien se acercó. Era obvio que lo hacía para darme un momento a solas con él. Jayden levantó la mirada, sus ojos verdes la inspeccionaron por un largo rato. Su mandíbula estaba fuertemente apretada, no dijo nada en respuesta a mamá, aun así ella habló—. Les traeré un vaso, ya vuelvo.
Me hizo una seña al asiento vacío de Jayden y luego se retiró, y no en dirección a la cocina, donde se suponía que estaba el café.
Me senté torpemente en el asiento vacío al lado de él. Nuestros brazos se rozaron, se apartó de mi toque como si quemara mirando hacia otro lado y evitando mi presencia como si fuera la misma peste.
—Lo siento mucho, Jayden.
Volvió la mirada hacia mí.
No dijo nada.
Inspeccioné su rostro cincelado, el verde de sus ojos, la pequeña nariz y sus labios rellenos. Tenía la mandíbula afilada y los pómulos un poco altos, era un chico con el rostro casi perfecto. Muy guapo. A pesar de llevar todos esos tatuajes en su cuello y brazos, y quien más sabía dónde.
En la secundaria todo el mundo se moría por él, y ahora que estábamos en el instituto no era para menos. Aunque él nunca se volvió a fijar en otra chica. No sabía si era porque nunca superó a su exnovia Lissa o porque ya no estaba más interesado en querer entablar una relación con alguien debido a la muerte repentina de su hermana.
Porque a raíz de eso todo su mundo se vino abajo.
—No tienes por qué. —Fue la respuesta seca de él ante mis palabras—. Y tampoco tienes por qué estar aquí.
Traté de bajar la mirada ante sus fuertes palabras.
Jayden me odiaba.
Había un secreto que su hermana me prometió guardar y yo no podía decírselo. Cuando Mía murió encontraron un diario en su habitación, era un diario donde contaba su vida, ahí había escrito sobre su novio con el que se veía a escondidas de sus padres. Por supuesto yo lo sabía, sabía quién era, cómo se llamaba y dónde vivía, pero esas cosas ella nunca las escribió en su diario por temor a que alguien lo encontrara.
Cuando Jayden lo descubrió me preguntó si yo sabía sobre el novio, pero Mía me hizo jurarle que jamás le diría a nadie sobre Damien. Así que eso hacía, cuidaba su secreto aun cuando ya no estaba aquí para verme guardárselo.
Y por eso Jayden me odiaba. Creía que el exnovio de Mía tenía algo que ver con el suicidio de ella, y quería a toda costa buscarlo pero no tenía un nombre y por eso recurrió a mí. Se enfureció tanto cuando me negué a decírselo que recuerdo haberlo visto golpear la pared con tanta fuerza que sus nudillos tatuados se pusieron rojos y magullados.
Desde aquel entonces solo recibía frías miradas de Jayden.
No lo culpaba, pero tampoco me merecía su feo trato.
—Eres mi amigo, Jayden, claro que debo estar aquí contigo.
Se rio con sequedad, llamando la atención de algunas personas que estaban cerca a nosotros.
—¿Amigo? —repitió la palabra con burla—. Tú no sabes la definición de esa palabra.
Entrecerré mis ojos, dolida con su actitud.
—Piensa lo que quieras, pero estoy aquí por ti.
—Estás aquí acompañando a la tía Elain, no te equivoques.
Me crucé de brazos, dispuesta a hacerle hablar ahora que parecía querer hacerlo. Era la primera vez que cruzaba palabras conmigo luego de largos meses de silencio. La última vez que lo escuché decirme algo fue para avisarme que vendría a buscar a su madre y llevársela de mi casa luego de una noche de vinos con mi mamá.
De eso hacía ya seis meses.
En el instituto ni siquiera me dirigía la palabra, a pesar de llevar con él varias clases. Yo me mezclaba entre la gente, mientras él resaltaba por estar siempre solo y aislado, de vez en cuando se juntaba con su amigo Dave, pero prefería la soledad a la compañía.
Mamá apareció con dos vasos de café en envases de plástico. Inhalé el aroma mientras mamá se sentaba al otro lado de Jayden, sonriendo al tenderle un vaso a mí y luego a él, que rechazó negando con la cabeza.
—¿Han venido tus amigos? —preguntó ella tomando un sorbo de su café.
—Dave se tuvo que ir —respondió volviendo la vista a la puerta de entrada, donde varias personas se dirigían hacia aquí—. Lissa acaba de llegar.
Rodé los ojos.
Lissandra Tanner era la exnovia de Jayden y la reina abeja en el instituto. Todos la idolatraban, todos se morían por estar con ella. Su amiga, Sarah Stevenson caminaba a su lado. Ambas parecían siameses porque paraban juntas a todos lados.
Por primera vez vi una expresión de vida en el rostro de Jayden. Su frente lisa pasó a estar fruncida cuando Lissa se acercó. Esa pequeña arruga en su frente era una gran victoria.
—¡Hola, cariño! —Lissa se agachó y le dio un beso en la mejilla, chocando su cabello rubio contra mi rostro, el olor a durazno impregnó mis fosas nasales. Hice una mueca al sentir su perfume, parecía haberse rociado con el cien veces. Apestaba a durazno. Y el vestido apretado que llevaba parecía ser de fiesta y no apto para funerales. Se le subió unos centímetros por encima de sus muslos. Sarah me dio una mirada curiosa mientras Lissa no escondió su sorpresa de verme junto a Jayden—. ¿Me das permiso? Quiero sentarme junto a él.
Me puse de pie colocándome al lado de mi madre. Lissa se sentó en mi lugar.
—Lo sentimos mucho, Jay. —Lissa colocó una mano sobre el pantalón de vestir que Jayden usaba, peligrosamente cerca a su muslo. Él se estiró la corbata negra en el cuello y abrió un par de botones de su camisa blanca, levantándose las mangas hasta los codos.
—Gracias.
Por lo menos no solo era seco conmigo.
—Perdónanos por no estar aquí antes, se nos complicó el tiempo —añadió Sarah, aun de pie frente a ellos.
—No importa.
Todos nos sumimos en un incómodo silencio.
—¿Mañana irás al instituto? Es el primer día de clases luego del semestre que acaba de pasar y sería bueno verte por allá...
—Eso ya lo veremos —dijo mi mamá metiéndose en la conversación—. Por ahora veremos si está en condiciones, el director le ha dado unos días de luto y él podrá tomárselo con calma.
—Allí estaré. —Jayden habló con decisión mirando a mi madre y luego a Lissa, confirmando el hecho de que asistirá a pesar de tener unos días para él.
—¿Estás seguro, hijo? —preguntó mi madre, nerviosa, jugueteando con su pulsera de plata.
—Sí.
—Si así lo deseas... Estaba pensando algo. —Volvió a hablar mi mamá, bajo la atenta mirada de Lissa, Sarah y mía. Jayden miraba hacia el suelo, sin ánimos de levantar la mirada, a pesar de que mi madre lo miraba solo a él—. Quédate a dormir esta noche a nuestra casa, ¿qué te parece?
Creí que se negaría, porque sabía que no quería pasar tiempo conmigo, pero me sorprendió cuando aceptó, asintiendo hacia mi madre.
—Sí, eso estaría bien. —Luego se puso de pie haciendo que la mano de Lissandra cayera a un costado. Se acomodó la camisa y no miró nadie al volver a hablar—. Iré a traer mis cosas, quiero salir de aquí cuanto antes.
Se fue en dirección al segundo piso, alejándose a grandes zancadas. Sus piernas largas moviéndose con rapidez. Lissa suspiró mientras lo veía partir, fue un suspiro que me llenó de dudas. ¿Acaso seguía colada por él? Parecía estarlo con tan solo una mirada, había anhelo en sus ojos marrones.
Jayden podía ser insufrible y odioso, pero era guapísimo. Muchas chicas en el instituto se morían por estar con él, pero él las rechazaba a todas y cada una de ellas, incluso a Lissa, con quien antes había tenido una relación.
Mamá me lanzó un codazo.
—Ve a ayudarlo.
Abrí la boca para protestar pero Lissa escuchó y sonrió.
—Yo iré.
Se puso de pie en aquellos tacones altos y dejó a su amiga Sarah incómodamente de pie mientras corría escalones arriba por donde Jayden había subido. Apostaba que conocía su habitación a la perfección. Habían sido novios por varios años, apostaba que conocía toda la casa.
Traté de no mostrar molestia hacia mi mamá cuando me lanzó una mirada de reprimenda. En todos los años que pasaron ella y la tía Susan querían que Jayden y yo fuésemos amigos, nunca pudieron intentar juntarnos del modo que ellas querían. Las cercanas éramos Mía y yo a pesar de que ella me llevaba dos años de diferencia, éramos las mejores amigas y siempre estábamos juntas en todo.
Su muerte fue un gran shock para mí. Y su pérdida me había cambiado, aunque no tanto como a su hermano.
La música aún sonaba por los altavoces de la casa, sumiendo el silencio y llenando la estancia de los suaves acordes de la canción que ahora sonaba. «Heaven in your eyes». Era obvio que mi madre era la encargada de la música, la playlist la había escogido del celular de la tía Susan.
—¿Nos iremos ahora? —pregunté en tono bajo dirigiéndome a mamá. Ella estaba distraída, mirando las escaleras en busca de la presencia de Jayden.
Apostaba a que Lissa intentaría a toda costa recuperarlo, más aún ahora en donde él estaba en un estado demasiado vulnerable.
—En un rato, en cuanto Jayden vuelva. —Miró a su alrededor, inspeccionando a las personas de pie conversando entre ellos mientras nosotras éramos las únicas sentadas, apartadas de los demás. Su vista volvió a la mía—. Mañana hay clases, cariño, tienes que irte a dormir temprano.
Eran las ocho de la noche, no estaba ni cerca a ser tarde.
Sarah, la amiga de Lissa que esperaba a nuestro lado, soltó un carcajada mientras miraba su móvil. Se dio cuenta de que se había reído en voz alta por lo que levantó la mirada, con nerviosismo.
—Aún no es tarde.
En ese momento vi a Lissa aparecer por el rellano de la escalera, bajando las escaleras con furia, pisoteando en cada escalón hasta llegar donde su amiga.
—Vámonos, Sarah. —Había molestia reflejada en su rostro, tenía el ceño fruncido, los ojos llenos de ira y las manos fuertemente apretadas a cada lado de su cuerpo. Parecía a punto de estallar.
—Pero...
—¡Vamos!
Salió airosa de allí, con Sarah pisándole los talones mientras guardaba el móvil en su bolso de mano. Ambas se fueron tan rápido como vinieron, mientras que mamá y yo nos quedábamos mirando el lugar por donde salieron.
—Ya estoy listo.
La voz de Jayden inundó nuestros oídos.
Volteamos la cabeza para verlo a un par de metros de nosotras, con una mochila al hombro y cambiado de ropa. Ya no llevaba la ropa que usaba para el funeral y el entierro, aquella camisa blanca abotonada hasta el cuello y el pantalón de vestir negro que parecía ser hecho a su medida junto a unos brillantes zapatos de vestir del mismo color. Ahora utilizaba una camiseta negra que marcaba sus brazos definido por haber sido jugador de fútbol americano por varios años en la secundaria, y unos pantalones vaqueros un poco anchos combinados con unas botas negras de combate.
En los dedos de las manos usaba sus anillos como siempre, y en su ceja derecha el piercing que se había sacado solo para el funeral.
—Sí, claro, Jay —murmuró mamá poniéndose de pie y acomodándose la cartera en el hombro—. Vámonos, mi auto está afuera.
—Iré en mi moto.
—No creo que eso sea prudente. —Mamá parecía contrariada. Pero por la mirada que le lanzó Jayden soltó un suspiro, aceptando—. Está bien, pero ve con cuidado.
Él pareció no escucharla porque no dijo nada, se fue sin más de la casa, sin despedirse de nadie. Tenía de nuevo aquella mirada vacía, la misma que una vez tuvo cuando recién había perdido a Mía.
Mamá soltó un suspiro, se alejó de mí para despedirse de los familiares de Jayden y yo me quedé torpemente detrás de ella, haciendo lo mismo para luego salir juntas de allí hacia la calle. Nuestra casa estaba a cinco minutos en auto, en moto apostaba que menos. Y dado que ya no se veía ninguna en la acera, significaba que Jayden había partido en dirección a nuestra casa.
Podía entender que Jayden necesitase un escape de todo esto, pero, ¿por qué tenía que ser en nuestra casa?
Nos tomó poco tiempo llegar allá. La moto de Jayden ya estaba estacionada en la acera. Él estaba apoyado en ella, fumándose un cigarrillo mientras nosotras nos bajábamos del auto.
Mamá lo miró con desaprobación.
Por lo menos no era un porro de marihuana.
Hacía tiempo que había dejado los vicios, pero el cigarro era lo único que no podía dejar. Ya había sido amonestado muchas veces por andar fumando en el instituto. Tía Susan estaba harta de que eso ocurriese casi cada semana, ahora que ya no estaba, nadie podría intentar detenerlo.
Mi madre ciertamente no, aunque lo intentase.
Ambas nos bajamos del auto y caminamos hacia la casa, ninguna volteó para saber si Jayden nos seguía. Abrimos la puerta y el olor a lavanda inundó mis fosas nasales, era el olor predilecto de mamá y siempre rodeaba un poco de ambientador en la sala para que toda la casa oliera así.
Cuando Jayden entró tras de nosotras, el olor a cigarrillo se sumó a la mezcla uniéndose a la lavanda, dejando un extraño olor dulzón en el aire.
Mamá frunció el ceño, pero sabiamente no dijo nada.
—Clara te enseñará tu habitación por esta noche, Jay.
Quería matarla.
Solté un suspiro y asentí, como si no estuviera siendo obligada a llevarlo al dormitorio de invitados.
Lo llevé por el pasillo hacia la habitación de al fondo y entré, notando que la estancia estaba acomodada, como si mamá hubiera pensado con antelación traerlo aquí. La cama estaba perfectamente tendida y las sábanas sin ninguna arruga, había un par de almohadas sobre el colchón y aquí también había rociado un poco de aroma a lavanda.
Jayden frunció el ceño ante el olor pero no dijo nada.
Dejó su mochila sobre la mesa de escritorio y se tiró a la cama, rebotando en ella.
—¿Sigues aquí? —preguntó mientras estiraba los brazos tatuados detrás de la espalda, acomodándose sobre la cama tendida. Las sábanas estaban nuevamente arrugadas gracias a su gran peso.
—Ya me voy.
Rodé los ojos saliendo de allí y dando un portazo a la puerta.
Mamá venía por el pasillo, al mirarme salir refunfuñando negó con la cabeza, me hizo una seña y entró a su habitación, la primera puerta del pasillo, cerrando la puerta a sus espaldas cuando entré delante de ella.
—Sabes que Jay está pasando por un mal momento, debes ser más paciente con él, cariño.
—Yo soy paciente.
—No, no lo eres. Y lo puedo entender, Jay es un chico un poco problemático...
—¿Un poco? —pregunté con ironía.
—Pero en el fondo sigue siendo ese chico vulnerable que una vez fue —continuó como si nada. Sí, muy en el fondo—. Así que no seas tan dura con él, ¿está bien? Trata de entenderle, acaba de perder a su madre. Ya no tiene a su papá, ni a Mía. No le queda nadie más que nosotras, ¿lo entiendes, cielo?
—Sí.
—Está bien. Ahora ve a dormir.
Besé su mejilla como despedida y salí de allí para ir a la habitación contigua, la mía. Entré y me apoyé en la puerta, preguntándome qué tan paciente podría ser con Jayden Foster luego de todos los desplantes, malas miradas y palabras frías que me había dedicado a lo largo de los años.
Me coloqué mi ropa para dormir y me la pasé en el móvil, hablando con Cloe, mi mejor amiga. Le conté todo acerca de hoy, desde la mañana hasta la tarde, hasta que poco a poco mis ojos comenzaron a cerrarse por lo que decidí que ya era hora de dormir.
Mañana era el primer día de instituto luego de las vacaciones y era necesario que tuviera mis ocho horas para dormir, si no no podría ser una persona normal por la mañana.
Desperté sobresaltada cuando sentí que caía en la oscuridad.
Mis ojos se abrieron y parpadearon tratando de acostumbrarse a la oscuridad.
Mi corazón latía desbocadamente, sentía como si quisiera salirse de mi pecho en cualquier momento y tenía la boca seca, no podía tragar nada.
Me puse de pie y me coloqué mis pantuflas para salir hacia la cocina.
Caminé por el pasillo hasta entrar a la cocina, era un lugar abierto y podía ver la sala y el comedor. No prendí ninguna luz por miedo a que despertase a mi mamá, me dejé guiar por la luz que provenía del exterior y que entraba por las ventanas de la sala.
Tomé un vaso del estante y me serví agua de la jarra de vidrio.
—¿Qué haces aquí?
La pregunta de alguien más casi me hizo gritar.
Solté una maldición cuando salpiqué agua en la encimera por el exabrupto de hace un segundo. Cuando alcé la mirada, Jayden estaba con el ceño fruncido, mirándome confundido. No tenía idea de qué hora era, pero debía ser más de las diez de la noche.
No había dormido tanto.
—¿Qué haces tú aquí? —siseé mirándolo mal—. Se supone que tienes que estar dormido. Mañana hay clases.
Se encogió de hombros.
—Voy a una fiesta.
—¿Tú qué?
—Voy a una fiesta —repitió con el mismo tono de voz seco.
—Tú no vas a ningún lugar —susurré molesta. Me crucé de brazos, tratando de que mis pechos no se notaran debido a que estaba sin sostén debajo de mi camiseta holgada. Alcé un dedo, como si fuera una madre apuntando a su hijo mientras lo reprende—. Mañana hay clases y tenemos que levantarnos a primera hora.
—Solo iré un rato.
—Claro que no. ¿Estás loco?
Rodó los ojos.
—Es solo una fiesta.
—Donde habrá licor y terminarás borracho, así que no, no vas.
—¿Quién eres tú, mi madre?
—Soy la hija de tu tía, así que pórtate bien.
Entrecerró sus ojos, molesto conmigo.
Ya estaba cambiado, listo para la fiesta. Vestía una camiseta gris con pantalones oscuros y sus usuales botas de combate negras, ya algo desgastadas por el uso. Las tenía desde hace años. Algunos collares plateados estaban en su cuello, haciendo juego con el piercing de su ceja. Tenía el cabello un poco largo y ligeramente mojado, en su mano llevaba las llaves de su moto.
—¿Y qué harás? ¿Chivarte?
—No me provoques.
—No eres capaz.
Abrí la boca al oírlo.
—¡Mam...! —Al instante se acercó a mí y me tapó la boca acallando mi grito. Sus ojos verdes saltaron sorprendidos.
Era la primera reacción que obtenía de él que no fuera molestia o desinterés.
—Joder, eres tan molesta —susurró—. ¿Qué tengo que hacer para que me dejes ir sin más?
—Primero soltarme. —Empujé su mano fuera de mi boca sintiendo de inmediato la pérdida de la calidez en mi rostro—. Y segundo, nada. No dejaré que vayas.
Se mantuvo callado, inspeccionándome de pies a cabeza. Podía ver las ruedas de su mente girar y girar mientras pensaba en algo para salirse con la suya.
Levantó un dedo, asintiendo complacido.
Parecía haber encontrado algo en su mente maestra.
—Puedes venir conmigo —murmuró con voz plana, como si estuviera invitándome a comer basura—. Irá Dave Jordan, mi mejor amigo.
Internamente apreté las manos de furia.
¿Cómo es que él sabía sobre mi pequeño enamoramiento hacia Dave?
—No me importa.
Alzó una ceja, casi sonriendo. Pero Jayden nunca sonreía. Nunca. Era solo una pequeña mueca con las comisuras de sus labios un poco alzados.
—¿Cómo no te va a importar que el chico de tus sueños vaya a esta fiesta? —Metió las manos en sus bolsillos—. ¿Qué mas da una fiesta a esta hora? Solo iremos por un par de horas, luego volveremos a casa sanos y salvos, y la tía Elain nunca sabrá que nos fuimos. ¿Qué dices?
—Digo que estás loco.
—Te puedo ayudar con Dave. —Eso llamó mi atención. No sé qué gesto habré hecho porque Jayden asintió, acercándose otro paso a mí—. Dave es mi mejor amigo, así que sé todo sobre él. Sé qué tipo de mujer le gusta y cómo acercarte a él. Los podré ayudar, así que... ¿qué dices ahora?
Me lo pensé.
Mucho.
Estaba tentada a decir que sí.
Dave Jordan era mi amor platónico desde los quince años, cuando me ayudó a ponerme de pie y a cargar mis libros cuando me caí al suelo por una zancadilla de Lissandra Tanner y que la mayoría de chicos solo se burló. En cambio él, con ojos preocupados, se agachó y me ayudó a ponerme de pie, luego recogió todos los libros regados en el suelo, y antes de irse me guiñó el ojo. Solo recuerdo que en ese momento mi corazón casi se salió de mi pecho.
Había estado tan contenta que no recuerdo cuando mis amigos llegaron para preguntarme cómo estaba y por el moretón que tenía en la rodilla ese día.
—Bien. —Solté el aire que contenía.
Jayden asintió, como si acabara de acceder a tatuarnos algo en el trasero.
—Ven conmigo.
—Espera, tengo que cambiarme. No te vayas de aquí, vuelvo en cinco minutos.
Corrí de puntillas hasta mi habitación y adentro me quité la ropa. Me puse unos jeans pegados al cuerpo, una blusa un poco escotada negra y unas botas altas sin tacón. Me perfumé el cuello y el escote, y luego me coloqué un poco de rímel en las pestañas y labial rosado en los labios. No me alcanzó tiempo para más.
Volví al comedor pero me di con la sorpresa que Jayden ya no estaba.
Maldije su nombre cien veces.
—¿A qué estás esperando? —Su voz sonó suave y lejana, volteé jadeando al verlo bajo el marco de la puerta principal, con el casco de su moto bajo el brazo.
Me hizo una seña para seguirlo y no tuve más remedio que hacerlo, cerrando la puerta muy despacio a mis espaldas y sujetando la llave dentro del bolsillo de mi pantalón. Había decidido ponerme eso y no una falda como quería, porque iba a montarme en la moto y no quería accidentes en la carretera.
—¿Dónde es la fiesta?
Volteó, deteniéndose en los escalones del porche.
—En casa de Lissa.
Joder.
Ya era demasiado tarde para arrepentirme.
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