Etapa 4 -El farol del diablo-

Las noches de luna llena finalmente terminaron. No vería a esa criatura por un tiempo pero eso no me preocupaba demasiado. ¿A qué se refería el crío con "el farol del diablo"? No conocía esa expresión ni lo que la misma representaba. 

Pensé en buscarlo por Internet, pero era una oportunidad perfecta para estrechar lazos con el resto de los empleados. Imagine que Alfonso, el mecánico, estaba familiarizado con dicha frase.

—Claro que sé lo que es, todo el mundo lo sabe —me dijo con una sonrisa burlona—. Es una forma de llamar a la Luz Mala. "El farol del diablo" se le llama al espíritu de un difunto que no alcanzó la paz y regresa para resolver sus conflictos. Por lo general, fueron personas despreciables en vida, corruptos y asesinos. Algunos aseguran que buscan venganza y otros que sólo desean que les enciendan una vela y eleven una oración para salvar sus almas. ¿Por qué lo pregunta?

—Por nada en particular, escuché la expresión y me resultó un tanto extraña.

—El nombre deriva de la luz que emiten las almas en pena. La luz blanca es inofensiva y muchos creen que te guían hacia un "Tapado"*. La luz roja es pura maldad, comentan, también, que son enviados del demonio con el objetivo de cosechar almas. Deberías tener cuidado, en todos los campos de la zona aseguran haber visto luces extrañas en los montes. 

 —Lo tendré —aseguré y solté una carcajada. 

Cabalgué durante toda la tarde, arreando vaca desde los confines del campo hacia la manga donde, al día siguiente, serían vacunadas por el veterinario del pueblo. 

Cayó la noche y me encontró, sólo, sobre la tierra arada. Me había apeado del caballo y me dirigía hacia la tranquera cuando una extraña luz se encendió en el monte. Recordé las palabras de Gabriel y me apresuré a regresar a la estancia. 

Un halo de luz roja se deslizó a través del terreno, iluminando los incipientes brotes de trigo. Una espectral figura se presentó frente a mí. Sus ojos eran negros y brillaban con un destello rojizo, su rostro estaba desfigurado por la descomposición dejando al descubierto una hilera de dientes quebrados y desparejos. Vestía un poncho agujereado por el paso del tiempo, un chiripá manchado de tierra y sangre y unas antiguas botas de potro. Un descolorido pañuelo se sujetaba de su descarnado cuello y sobre sus delgados cabellos blancos yacía un sombrero negro con un gran corte en su ala.

Los pájaros, que descansaban sobre el campo arado, parecían no notar su presencia. Sin embargo, todos giraron cuando oyeron los gritos de agonía de aquel terrible espectro.

El caballo bramó asustado pero logre controlarlo. No podía permitir que el pingo me dejara a merced de aquella aterradora figura.

*Tapado: tesoro.

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