Capítulo 41 - La casa de la degollada

Jefatura de policía

—Jefe, rastreamos el número de la tarjeta, y se encuentra en una casa abandonada, en barrio Prado —avisa Karen, sintiendo que están más cerca de revelar el misterio.

—En el casco antiguo de la ciudad... tenemos que ir ya —Le dice él mientras recarga su arma favorita, por las dudas—, ¿tenés la dirección exacta?

—Sí, señor. Se ubica entre la avenida Agraciada y la calle Pereyra.

—Perfecto, avisá a dos más de nuestro equipo, van a ir con nosotros.


Avenida Agraciada y Joaquín Pereyra

Anthony, Karen, y dos policías más llegan al lugar, ubicado en el antiquísimo y pintoresco barrio Prado. El cual, se caracteriza por tener grandes quintas del siglo XIX, edificadas entre arcoiris vegetales, grandes palmeras, y hectáreas terrenales llenas de historia, que simulan cual paraíso que merodea los castillos añejos, los cuales se niegan a arrodillarse ante el paso del tiempo, mostrando sus caras más bellas y emblemáticas. Empero, más allá de estos castillos de ensueños, se encuentra una casona que ha envejecido hasta la decrepitud absoluta, con sus vidrios resquebrajados simulando cuchillas afiladas a quien se atreva a meter sus narices por allí. Poco se puede ver de ella, puesto que los límites del infierno verde que se cuece alrededor de ella, están contenidos por una fortaleza llena de grafitis y afiches desgastados, los cuales, acentúan el abandono del sitio.

—¿Ésta no es la famosa casa de la degollada? —pregunta Anthony con incredulidad, al acceder más allá del muro, y abrirse paso por las enredaderas.

—Sí, jefe, yo no quiero entrar, perdón —confiesa uno de los policías, quedándose inmóvil al ver aquella casona destruida.

—¡Vamos, Marcos! ¿Qué le pasa? Es una leyenda urbana nada más, una pelotudez popular de Montevideo —Le dice Anthony, con un tono imperante en su voz.

—¡Pelotudez de la que hemos escuchado miles de denuncias! Los vecinos de acá a la vuelta llaman a la jefatura cercana reportando gritos en la noche, señor.

—¡¿Y?! Estos lugares suelen ser ocupados en la noche, con más razón deberíamos entrar a ver, antes que se haga de noche —Le insiste Anthony, obligando al desdichado policía a entrar a la propiedad, e investigar juntos el lugar—. Dicen que acá encontraron a una mujer momificada entre las paredes... —Les dice a sus subordinados, con la monotonía en la voz que siempre lo caracteriza, mientras caminan con sigilo por el paraje en ruinas—, y que por las noches se escuchan sus gritos de auxilio... algunos dicen que la han visto entre los huecos de las paredes. Tuvieron que cavar varias de ellas para encontrarla, por eso los agujeros enormes —Un escalofrío corre por dos de los policías, que parecen estremecerse con aquel relato, y el ambiente hipnótico del lugar—. ¡Cuidado Marcos, creo que la vi pasar en el hueco detrás de usted! —Le advierte con cara de pánico, haciendo brincar al agente del susto, quien mira con desespero hacia atrás, protagonizando la escena más hilarante para sus compañeros.

—¡No es gracioso! —protesta Marcos, mientras los demás se ríen de su incredulidad.

—¡Relájese, Marcos! Creo que vi mal, ya estoy viejo, ¿vio? Vamos a dar una ojeada y nos vamos —Le promete guiñándole el ojo y continuando al frente de la misión.

El tiempo transcurre taciturno, varado en el tiempo y espacio en el que aquella casona se quedó. El lugar parece ya no querer sostenerse por sí mismo, como si los brazos de aquella mansión se quisieran dar por vencidos, pero por alguna razón, obligaran a aquellas paredes —testigos de un infame crimen—, a atestiguar el deterioro lento y apabullante del vigor ante la conquista del olvido y la soledad. Ingredientes que, fusionados, apenas dejan admirar los vestigios de lo que alguna vez fue, una prestigiosa mansión de la alta sociedad del siglo XIX.

Con cada pisada, los vidrios rotos sobre el suelo de terracota, parecen gritar de dolor, recordando lo que hace dos siglos atrás, se reflejó con impunidad entre sus cristales.

La gran casona, ahora mismo, se ha convertido en un laberinto de dos pisos envuelto en humedad y escombros, que, si no fuera por las clarabollas típicas de esa época, aquel sitio no conocería la definición de lo que es la claridad durante al menos doscientos años. Sin embargo, el hecho de que haya luz en su interior, no le quita lo tenebroso. Se nota que ha habido actividad allí, hay graffitis por todos lados, y entre cada escombro, cualquier clase de baratija podría encontrarse. Desde muñecas horrorosas, que ningún niño querría a un lado de su almohada, hasta ofrendas con animales muertos, en un estado de putrefacción absoluta. Y por supuesto, charcos de sangre que conducen a algún lugar escondido dentro de aquellos extensos pasillos de un blanco desolador. Uno de esos caminos, conducen a la habitación más grande del segundo piso, y allí, se encuentra pintado con puño de sangre entre las paredes: un símbolo. En el mismo, se puede ver un monolito siendo elevado por dos manos; en la punta del monolito, se encuentra una pirámide que toca la punta del iris de un ojo gigantezco que parece irradiar luz de sus pestañas. Sin dudas, es un símbolo ocultista.

—¿Qué es esto? —pregunta Anthony, mirando hacia las cuatro direcciones de aquella enorme sala, en la que se encuentran cuatro versiones de ese mismo símbolo—. ¿Fue dibujado con sangre?

—Mire esto, jefe —responde Karen, mientras recoge del suelo un celular gravemente dañado—. Debe ser el celular de ese tipo, el tal Eduardo.

—¡No lo toques! ¿No ven que todo esto es macumba? ¡Seguro eso esté embrujado y caímos en la trampa! —advierte Marcos exaltado, con unas ganas inmensas de huir despavorido de ese sitio—. ¡Se los dije! ¡Acá hacen magia negra!

—Marcos, ¿qué le pasa? ¡Deje de comportarse como un gurisito y sea profesional! —Le ordena Anthony en un tono imperante, ya no le resulta ni graciosa, ni tierna su actitud—. ¿Acaso cree que va a venir una bruja por la ventana a llevarnos? ¡No sea incoherente, por favor!

—Se nota que no saben nada de brujería, jefe... con todo respeto, ¿de qué cree que es ese símbolo? Es algo illuminati... qué sé yo. ¡Pero es algo malo!

—Estoy de su lado —Avisa el cuarto agente, quien se había mantenido al margen hasta ahora—. Tiene sentido lo que dice, jefe.

—¡Karen, estás maldita! ¿Lo entendés? Tenés que ir con una curandera a que te saque el mal —Le advierte Marcos, temiendo lo peor para su compañera.

—¡Bueno, ya córtenla! ¿Qué les pasa? Combaten chorros todos los días, ¿y le tienen miedo a un celular roto? ¿A un símbolo pelotudo que a mí se me podría ocurrir ahora mismo dibujarlo en la pared? —Les grita Anthony, buscando dotar de coherencia la situación—. Creí que había venido con dos de mis mejores hombres, no con un par de cagones.

—Señor, le voy a sacar una foto al símbolo, por las dudas. Todo nos sirve de pista para dar con el paradero de este tipo —Le avisa Karen, mientras saca su celular y apunta la cámara hacia la pared.

—Sí, no sé por qué vendría a esta casa... tal vez forme parte de algo raro, es cierto... —Reflexiona Anthony con más calma—. Creo que ya revisamos suficiente, tal vez sea mejor irnos que ya está anocheciendo y no quiero que mis mariquitas se caguen encima —Ordena, ocasionando una disimulada risa en Karen, pero que aun así, es percibida por sus compañeros, a quienes no les hace ninguna gracia.


Jefatura de Policía

—Karen, pasame la foto a mi celular y andate que es tu hora de salida —Le ordena Anthony, mientras acomoda las cosas en su escritorio.

—Pero jefe, quiero ayudar con la investigación.

—Estás haciendo mucho, Karen. Andá a tu casa que ya es de noche, yo me voy a quedar investigando un poco más y mañana te aviso las novedades.

—Está bien, pero mañana a primera hora estoy acá —advierte Karen—. ¿Sabe? Yo también opino igual que Marcos, esos símbolos en las paredes no fueron hechos con pintura, jefe. Mínimo utilizaron animales muertos... y si los vecinos reportaron gritos durante las noches, puede ser que se hayan cometido crímenes horrendos.

—Puede ser, Karen. Voy a averiguar bien —Le responde con la mirada fija en el monitor, como si apenas tomara en cuenta aquella hipótesis—. Por cierto... ¿también vas a ir a santiguarte a una curandera? —pregunta con sarcasmo.

—Puede ser, jefe. Es como el chaleco antibalas que siempre llevamos, siempre hay que estar prevenidos —Le responde con un guiño, recogiendo el guante y devolviéndole el sarcasmo.

Al fin, entrada en la profunda oscuridad de la noche, obtiene la tranquilidad que tanto anhelaba. Tomando como referencia la imagen que Karen capturó con su celular, encuentra referencias a un grupo que se ha instalado en el país en los años noventa. Las menciones son algo escasas, y muchas de ellas, provienen de foros y sitios meramente informales que datan de principios de la década del 2000, siendo su vigencia ya expirada. Algunos temas de discusión los mencionan como una secta que tiene núcleos en distintas partes del mundo, otros los relacionan con los Illuminati, y personas que ostentan el poder con gran impunidad. Poco se sabe de este grupo, mas que su origen. Dicen que su fundadora fue Delphine Lalaurie, que al huir a Francia, fundó este culto obteniendo seguidores que deseaban elevar su alma a la eternidad. Ella decía poseer los secretos del control de almas, y prometía la elevación del espíritu hacia la eternidad a quien se uniera al grupo. El cual, desde su fundación en el siglo XIX, se hace llamar Grupo Alma, siendo incluso su simbología y nombre los que remiten con claridad al ocultismo y a lo esotérico. Para Anthony, esta información es insuficiente, y puede que resulte poco creíble, por lo que decide acceder a archivos confidenciales que solo alguien de alto rango en el cuerpo de Policía, podría hacerse en sus manos. En el amplio directorio de archivos, figura una carpeta que, a pesar de ser jefe a cargo de la Jefatura, se le ha sido impedida ver, puesto que allí se encuentran los casos más mórbidos y secretos sin resolver, y que, de salir a la luz, causarían conmoción y pánico no solo en las fuerzas de la ley y el orden, sino en toda la sociedad. Por lo que mantenerlos en el rincón más confidencial, es lo más apropiado. Empero, Anthony tiene una leve noción de lo que aquel directorio secreto esconde, desde operaciones secretas, escándalos políticos que de salir a la luz, acabarían con la reputación hasta del mismísimo presidente de la nación; como también, los casos más mórbidos que la policía no ha podido resolver, y ha seguido durante tanto tiempo. Allí también se esconden, todos aquellos cultos y organizaciones mafiosas que tienen una influencia política tal, que la policía decide hacer caso omiso. Acceder a esos archivos, le puede costar su puesto, y quién sabe qué otras cosas más, empero, su intuición le dice que allí puede estar clasificado este grupo.

Sin más miramientos, después de atravesar las múltiples contraseñas de seguridad, que un antiguo amigo militar de alto cargo le había conferido en una de esas charlas extensas sobre los secretos que los gobiernos mundiales le esconden a la humanidad, se da paso entre ese laberinto siniestro de enigmas sin resolver; de secretos tapados con el sol; de aquello existente más allá del umbral de lo brillante manifiesto. Que se esmera con su claridad, en proteger lo confidencial de la sociedad. Sabe que se juega muchas cosas con esto, pero ya no importa, siempre tuvo curiosidad en investigar esta zona, y la oportunidad es idónea para ello. Luego de una exhaustiva búsqueda, llena de rincones que preferiría no haber visto, y de verdades que no quisiera haberse enterado, encuentra una información que antiguamente estaba cifrada, mas el Estado logró hacerse posesión de ella, y la mantuvo en secreto por muchos años. Allí se relata con detalle algunas investigaciones que se han hecho al Grupo Alma, que, desde su llegada desde Francia, han adquirido un amplio poder en las esferas de la sociedad uruguaya. Se estima que muchos millonarios de poder se unieron a dicho culto, mucha gente que sabía demasiado, les proporcionó información valiosa para poner en jaque incluso al mismísimo Estado. Los noventa fue una época de caos y paranoia política en el país debido a esto. Se creía que era un nuevo movimiento político, como el MLN, pero el Grupo Alma sabía demasiado, y de todo el mundo. Testigos relataban que quien se uniera a ellos, mantenía a salvo sus secretos, mas quien osara en desafiarlos, debería enfrentar el escarmiento público más desagradable de sus vidas. Muchas personas importantes se rehusaron a unirse a esta organización, empero, hubieron suicidios colectivos, y el nivel de paranoia alcanzó niveles tan extremos, que siquiera en la época dictatorial se vivió una crisis interna de tal magnitud. El Estado debía resolver dicho problema de forma urgente, antes que la situación se fuera de las manos, y decidieron aliarse al Grupo Alma. Su poder se incrementó casi a la par que el que dispone el Estado, el gobierno estaba atado de pies y manos, pero esa era la única manera de frenar la ola de extorsiones que estaban cobrando la vida de muchas personas y la estabilidad política del país. El documento donde se investigaba el rastro de esta organización, fue cifrado para que nadie más supiera de la existencia de esta realidad escondida del país, puesto que quienes decidieron investigarlos, de manera inevitable han muerto de las formas más atroces. Lo único que se supo, es que dicho grupo comenzó su sede en la Casa de la Degollada, como un culto clandestino, que luego creció a tal punto de no dejar rastro. Al principio tenían un correo, al cual, quien quisiera unirse voluntariamente y, acceder a sus charlas —las cuales simulaban ser conferencias sobre elevación espiritual—, podía registrarse. Al final de uno de los archivos, se explicita que fue cifrado, y debe mantenerse así puesto que, quien pudiera estar leyéndolo, tal vez, correría un riesgo de vida, como todos aquellos que decidieron dar con el Grupo Alma.

—Esto es un absurdo impresionante... —musitó Anthony, aunque su mano hacía temblar al mouse—, ¿cómo un grupo puede tener tanto poder? ¿Más que el Estado?

Aunque el artículo cifrado es algo antiguo, Anthony decide escribir al correo que se detalla en él, y solicita unirse al culto, manteniéndose así, escéptico de teorías conspiranoicas. Grande es su sorpresa, cuando la respuesta es recibida de inmediato: en el e-mail, le piden algunos datos, los cuales, Anthony proporciona al azar, no va a revelar su identidad así como así. Para redactar el motivo que lo lleva a unirse al culto, lo piensa veinte veces antes de enviárselos. Si quiere investigarlos de cerca, debe ser sumamente sigiloso. Lo que les envía, es lo siguiente:

Soy un gran admirador de Madame Lalaurie. Me intriga saber si a través de un cuadro puedo inmortalizar mi alma, quiero hacerlo, necesito experimentar lo que es la inmortalidad. Quiero controlar mi propia existencia y elevarla más allá de los límites terrenales y témporo-espaciales conocidos.

Poco rato después de enviarles su petición, después de observar a su alrededor —y de no poder evitar sentir una sensación de mal rollo que le causa prurito en todo su cuerpo—, el grupo le manda una respuesta, aceptando su solicitud, y enviándole el paso a seguir para su admisión al selecto culto. Una especie de asamblea para iniciales, en una dirección indicada, a una hora precisa en la que debe estar allí.

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