Capítulo 34 -Un nuevo rostro

El día continúa, taciturno y divagante entre rayos que se tiñen de un dorado intenso, reflejado en los rincones más recónditos de la casa, hasta convertirse poco a poco, en unos tímidos destellos de un color rosáceo en su estado crepuscular más puro y somnoliento. El pensamiento de Nina se pierde entre ellos, luego de preguntarse una y otra vez si es oportuno denunciar aquellos mensajes amenazantes que recibió anoche y que provenían de un número que no tenía registrado. "¿La policía me hará caso si lo denuncio?", se cuestiona una y otra vez en su mente. El nivel de certeza respecto a esa interrogante, no equivale a la idea que tiene sobre sus convicciones vinculadas al cuadro, y a la medicación que acaba de abandonar por completo.

Finalmente, luego de idas y venidas interminables en su cabeza, decide llamar a la policía y explicar el caso:

—Novecientos once, ¿cuál es la emergencia?

—Hola... estoy recibiendo amenazas de un número desconocido, necesito que lo rastreen, por favor —Le explica Nina, con la dificultad que implican los nervios y la incapacidad física para hablar, producto de los cortes.

—¿La han llamado? ¿Se ha podido comunicar al menos?

—No, fueron mensajes, y estoy segura que está rondando por mi casa. Lo he visto en varias oportunidades y me quiere hacer daño. ¡Por favor, necesito que lo rastreen y me deje tranquila de una vez! —Le suplica.

—Bien, deme el número y manténgase en línea —Ante las instrucciones de la operadora, Nina accede a brindarles el número, y aguarda luchando con la impaciencia—, en diez minutos tendremos noticias.

Aquel rato parece convertirse en horas que se ciñen en sismos de ansiedad, de nervios por conocer de dónde provienen aquellos fatídicos mensajes que le han impedido conciliar el sueño en paz. La espera se vuelve eterna, y la impaciencia se acrecienta con la profundidad de su respiración, la cual es la única que irrumpe en el unísono reinante del silencio. Hasta que la voz a través del teléfono se vuelve a escuchar:

—Ya hemos rastreado el número, viene de muy cerca de donde usted está —Le afirma la operadora, advirtiendo que el peligro se encuentra más cerca de lo que imagina—, también hemos averiguado un poco más, y el número está registrado a nombre de Laura Varsi.

Aquella última afirmación la deja perpleja por completo, inmóvil y sin reacción en su cama, mirando a la nada misma, y a su vez, a todos lados. El peligro no solo está cerca, sino que tiene rostro, sus sospechas se confirman:

—¿Está segura? —Nina se niega a creer dicha información, en el fondo de su corazón, desea que todo sea una confusión.

—Completamente, usted está corriendo peligro. ¿Dónde está ahora?

—En... en mi cuarto... —responde aturdida.

—Le recomiendo que se encierre lo más que pueda, y si llegara a correr peligro de vida, llame de nuevo. Por ahora no hay unidades disponibles para enviar.

Sus sospechas cada vez se vuelven menos difusas y adquieren la claridad de una convicción. Ya no hay dudas, su madre en realidad es un monstruo, y ha estado confabulando todo este plan macabro a sus espaldas para hacerla pasar por demente ante todo el mundo. Pero, ¿cuál sería el objetivo de aquel abominable acto?

Haciendo hilvanes en su mente de una idea y otra, Nina llega a una conclusión última y certera: Laura está haciendo esto por venganza. Puesto que siempre ha sentido —además de no haber superado el dolor de perder a Michael—, que la culpa de su muerte recaía inconscientemente en ella. Los primeros meses a aquel infausto desenlace, Laura apenas podía mirarla a los ojos, y cuando lo hacía, era a través del odio y la amargura. Su relación poco a poco se fue reconstruyendo, hasta llegar al punto cúlmine en el que hoy están. Aquel que disipa la densa niebla alrededor de la verdad, y que revela la sincera intención de su madre: el acercamiento no ha sido una genuina motivación por protegerla, sino, por hundirla en el ocaso de la mente.

Nina ya no tiene dudas, ahora todo cobra un sentido lógico.

Cuando los rayos del atardecer se convierten en luces fantasmales provenientes del infinito, y las siluetas apenas se perciben como sombras difusas en las penumbras; Laura golpea la puerta, pero no con la intención de entrar:

—Nina, tengo que ir al hospital... —Le dice del otro lado, intentando contener la voz—, encontraron a tu padre casi moribundo y me llamaron. Por lo que me dijeron, está grave —Aquellas palabras desbordan por completo sus ganas de llorar—, así que debo pasar la noche allá seguramente. Por favor, no intentes ninguna estupidez, yo te creo bebé, creo todo lo que me has dicho y estoy acá para apoyarte —Nina permanece inmutable ante esos dichos—. Prometeme que no vas a hacer nada, necesito que esta noche la pases tranquila... prometémelo —Pasan los segundos, convirtiéndose en minutos, y no obtiene respuesta alguna—. ¡Nina, decime algo!

—Está bien.

—Bueno... voy a ver si puedo llamarte desde el hospital, ¿tá? Cuidate bebé...

Laura divaga por la casa, cuestionándose si dejar aquel celular escondido entre pequeños retratos y jarrones, o, por el contrario, llevárselo y estar en contacto todo el tiempo con su hija. Aunque, siendo honesta consigo misma, llega a la conclusión de que Nina —con ese estado de perpetua defensiva en la que está—, quizá ni le atienda las llamadas, o si le pasa algo, siquiera le diga qué ocurre. A tal grado llegó el abismo de desconfianza que las separa, que considera más oportuno dejar aquel teléfono móvil con la cámara encendida, grabando cada minúsculo momento, por si alguna situación extraña, llegase a ocurrir. Es el ángulo justo para captar algún movimiento inusual.

Las horas transitan en silencio y oscuridad, apenas se perciben las sombras mediante el halo de luz que proviene de la pantalla del celular e impacta radiante en el rostro de Nina. De vez en cuando, aparta su mirada del móvil para percatarse que todo esté en orden dentro de su habitación, tratando de adaptar su visión de nuevo a la negrura de la noche. Puesto que siempre genera miedo e incertidumbre la incapacidad de ver con claridad a tu alrededor, cuando algo o alguien está nublando tu visión de las cosas. Y en este caso, no solo el brillo nubla su mirada, sino, los mensajes cada vez más cómplices con Edu, aquel tipo extraño que la maravilló con su encanto: tal vez, ambos son más iguales de lo que piensa, y eso la atrae a él.

Los leves destellos de felicidad que revelan sus desfigurados labios, son abruptamente interrumpidos cuando siente unos pasos ligeros y furiosos, que parecen acercarse a ella. Un escalofrío aterrador le hiela la sangre al pensar que alguien está en su habitación. Pero al parecer, no es así. Un aproximado minuto después de un letárgico silencio, Nina percibe otra vez aquellos pasos, solo que ya no son ligeros, ya no parece un correteo, sino, una caminata suave y perturbadora. No proviene de su cuarto: sino, desde el enorme ático que está encima de su dormitorio. El miedo se hace tangible con cada paso. A pesar que el móvil vibre furioso entre sus dedos, Nina es incapaz de apartar su mirada atormentada —que se empaña con temerosas lágrimas, asomándose para evitar el contacto con el horror— del techo, dirigiéndose hacia la profundidad de lo desconocido, con cautela y, con un pánico tan grande que hace temblar las piernas hasta ya no sentirlas.

El ático se encuentra justo en el corredor contiguo a su habitación. Solo bastaría tirar de la cuerda y bajar la escalera, para ascender hacia la oscuridad absoluta y quedar vulnerable ante el peligro que amenaza entre las sombras. Es un hecho que, si se va a enfrentar a ese algo o alguien, lo debe hacer armada de algún modo. Es así, que decide protegerse con aquel mismo puñal con el cual amenazó a su madre horas atrás. A medida que se va acercando a la escalera del ático, múltiples teorías se asoman por su mente: ¿y si su madre dejó entrar a alguien más a la casa? ¿Y si es ella la que está allá arriba? ¿Qué hace allí, y con qué propósito?

Aunque el temor le oprima el pecho, y la respiración no pueda seguir su curso normal, subiendo las escaleras, encontrará las respuestas a aquellas interrogantes. Armada tan solo de un cuchillo y de la luz de su teléfono móvil, asciende con sigilo, acercándose con el corazón en la boca hacia la inmensidad de las tinieblas, aquellas que esconden el pasado de su difunto hermano. Una vez allí, asomando la cabeza en el interior del lugar, comienza a alumbrar con la luz flash de su celular, lentamente, y procurando observar cada detalle de aquel sitio ahogado en humedad, polvo, y cajas. Allí no hay más que baratijas; objetos envueltos en interminables velos blancos; pertenencias ya añejas de Michael, que su madre procuró guardar casi bajo llave en aquel lugar; y una quietud tan opresiva, tan detenida en el tiempo, que incluso las minúsculas partículas de polvo en el aire, causan revuelo suficiente para despertar al mismo diablo. A pesar de observar con detenimiento cada rincón del lugar, no percibe la presencia de nadie. Pero aun así, tampoco se anima a poner sus pies dentro, manteniéndose al margen entre las escaleras.

Más bien dicen, que cuando todo parece tan estático, tan tranquilo, es cuando el peligro más acecha. Para Nina, todo estaba medianamente resuelto. Tal vez lo imaginó y allí no hay nadie, puesto que en ocasiones, nuestra mente es, nuestra peor enemiga. Empero, solo basta el sonido de una piedra cayendo en un rincón alejado del ático, para que el silencio se vea perturbado y el escalofrío le erice la piel, apuntando por inercia hacia el lugar de donde provino dicho ruido. Las teorías vuelven de nuevo a resonar en su mente, mientras que, temblando, y con el puñal sujeto con dureza, solo consigue musitar con dificultad: ¡Mamá, decime que sos vos... por favor!

De inmediato a dichas palabras, siente un leve aire frío en su cuello, que le penetra con salvajismo, paralizando hasta a su propio corazón. Las lágrimas se desbordan, temiendo mirar hacia atrás y encontrarse frente a frente con el horror más abominable. Su única reacción es atacar con el puñal hacia aquello que esté detrás, sin mirar bien hacia qué dirección. Pero apenas consigue hacerle algún rasguño a quien sea que se encuentre allí, acto seguido, sin alcanzar siquiera a abrir los ojos. Recibe un golpe brusco en la cabeza y cae al suelo, golpéandose con furia ante el mármol. El dolor casi no la deja respirar, al punto máximo de soltar el puñal y ceder inmóvil ante la inconsciencia. Tan solo pasan destellos de segundos, en los que observa fijamente hacia el ático, entre la reinante oscuridad de toda la casa, que amenaza con aprovecharse de su vulnerabilidad. Desde aquel lugar nadie se asoma, el corazón siente salírsele por la boca, hasta que al fin, sucumbe en el desmayo.

No recuerda cuándo, ni cómo, ni por qué despierta en otro sitio distinto al último del que tiene memoria. Aún la noche oprime, haciendo temblar al más tenaz de los sentidos cuando comprende que ha sido separado de la mismísima razón.

Nina mira a su alrededor percatándose de que se encuentra atada de pies y manos, por unas cuerdas duras que raspan la piel. Alguien la arrastró allí donde está: debajo de su propia cama, en su oscura habitación. Las cuerdas de sus manos se encuentran sujetas al barandaje de la cama, impidiéndole escapar ni darse la vuelta. Su vista se encuentra enfrentada al ventanal del telón lúgubre y fantasmal, en el que se refleja de forma difusa, la silueta oscura y macabra de aquel ser. Aquella criatura oscura que la viene acechando durante tanto tiempo, y que la tiene amarrada por completo. Podría aprovecharse ya mismo de su vulnerabilidad absoluta, pero se mantiene estática frente a la ventana, sin hacer siquiera un minúsculo movimiento. Nina tampoco. Solo se mantiene alerta, con los ojos y el corazón en la boca. Enfocados en esa figura, aguardando el más mínimo movimiento. Después de un par de agonizantes minutos, aquella sombra infernal desaparece bruscamente. La desesperación acelera el ritmo de sus latidos. Observa hacia todos los rincones, y hacia la puerta de su habitación —cual yace abierta—, aguardando a la más aterradora aparición. Intenta desatarse de las cuerdas, pero es en vano. Agudizando los oídos, siente unos pasos ligeros que cada vez se hacen más perceptibles. Siquiera su respiración se atreve a asomarse, escondiéndose en sus pulmones al intuir lo que va a suceder.

Una persona con aspecto de vagabundo en su ropa, entra a la habitación. Nina grita pidiendo socorro, desbordada en lágrimas, y con el corazón queriendo huirle del pecho. No alcanza a ver su rostro, cuando aquella persona está justo a un centímetro de distancia de su cama. Apenas logra divisar sus zapatos dañados y hediondos. El olor a putrefacción se apodera del lugar, aquel aroma a abandono tal vez sea el mismo resultado de la maldad.

Casi sin tiempo alguno de reacción, aquella figura la sujeta de sus cabellos, dejándola inmóvil a una indefensa Nina que implora por su vida. Acto seguido, comienza a sentir el suave tacto de un pincel que se pasea por su rostro. Al principio le causa cosquillas, luego incertidumbre. Pero pocos segundos después, se da cuenta de la intención de aquella macabra herramienta. El pincel comienza a borrar sus ojos, luego su nariz, y finalmente, su boca. La cual es la última en luchar ante el encantamiento del pincel, tratando de gritar, hasta que el hueco se cierra, y el sonido se hunde en el vacío. Todo su rostro fue borrado, de una manera inenarrable, inexplicable, y aun así, nadie puede ayudarla.

El único sentido que se potencia, es el tacto. Con el cual, percibe que sus manos y pies fueron liberados de los amarres. Se toca el rostro, y allí no hay nada más que una capa dura de piel. Apenas siente unos pasos que parecen ir alejándose en la oscuridad, pero que detienen su andar para advertirle: Has de darte prisa para buscar tu nuevo rostro, Nina. O tu cuerpo no aguantará la falta de aire. Su voz es asquerosa, la de un hombre burlón y despojado de toda humanidad. Parece ronca, desfigurada... hay algo que anda muy mal. Pero sus palabras son ciertas. Si no encuentra rápido la forma de recuperar su rostro, morirá por la falta de aire.

Nina no entiende nada, su cabeza da vueltas. Quiere llorar, pero no puede, no tiene rostro, y para ella, es como no tener nada. Lo único que puede ayudarla, son el tacto, y los oídos, quienes serán su guía ante esta pesadilla. Debe encontrar a este asqueroso hombre, pero no lo encuentra. Siente sus pasos ligeros por todas partes. Extiende sus temblorosas manos hacia todas las direcciones posibles, pero no lo alcanza. De vez en cuando algunos correteos se aproximan a ella, causándole un escalofrío mortal ante la sensación de peligro. Esa asquerosa persona está jugando con ella, sabe que no puede ver, ni oler, ni gritar. No puede seguir siquiera su rastro a través del asqueroso hedor que emitía minutos antes. Las risas malévolas escondidas en las penumbras, vienen y van hacia todos lados. Alguien vigila todos sus pasos, y festeja que posee el control absoluto de la situación. Nina, desesperada, consigue reconocer con sus manos un cuchillo que yace recostado sobre la mesada de la cocina, el cual extiende apuntando de un lado a otro, y agudizando con crudeza sus oídos. Aquel juego macabro la agobia a tal punto que ya no resiste la tentación por arrancarse la piel hasta conseguir un nuevo rostro. Hasta conseguir respirar y ver a su alrededor de nuevo. Sus uñas comienzan a taladrar la piel, penetrándola como cuchillas afiladas que desgarran todo a su paso, y lo arrastran hacia la gravedad. El dolor es insoportable, y los gritos que sin poder salir, se ahogan sin compasión en él. Pero debe quitarse aquella capa de piel, así cueste el sufrimiento de su vida. Nina choca con todo a su paso, desatando el caos en su propio hogar. Con sus manos ensangrentadas, y su piel herida en gravedad, extiende sus manos, dejando charcos de sangre en el suelo, entre las paredes, y en una pintura que alcanza a tocar, generándole un escalofrío letal al hacerlo. Apenas le quedan fuerzas para seguir en pie.

—Cualquier esfuerzo va a ser en vano, tenés que buscar tu verdadero rostro, y está acá dentro, en algún rincón —Le contesta aquella voz lúgubre escondida entre las sombras.

Dejando un camino de sangre en su andar, y con sus piernas y manos casi en un estado de parálisis, Nina sigue las instrucciones de aquel despreciable ser. Sin poder ver, solo le queda extender sus manos y jugar a aquel juego popular de la búsqueda del tesoro, en una versión siniestra y dantesca.

—Frío... muy frío... —Le musita entre risas aquella voz que no se atreve a traspasar el umbral de la oscuridad, pero que observa con detalle cada paso que da—, andá hacia tu izquierda, eso... vas bien, tibio... caliente. No, detente... —Le ordena a una Nina que no hace más que seguir su repulsiva voz—, extendé tu mano, eso es... ¿lo sentís verdad? Es tu habitación. Entrá ahí, tranquila, que tenemos toda la noche... la zorra de tu madre no vendrá por vos.

Esa afirmación la inquieta hasta el punto de ya no resistir de pie. Se siente un títere, un despojo de lo que alguna vez fue humano. ¿Qué será ese rostro del que habla? Las energías se le agotan, su cuerpo casi sin fuerzas, comienza a arrastrarse por el suelo. Necesita aire, precisa respirar.

—Seguí arrastrándote, dale... ya estás cerca —afirma aquella voz tétrica.

Cuando al fin alcanza las suaves sábanas de su cama —las cuales toma con fuerza y las hace caer al suelo—, percibe que algo más cae entre sus manos. Es una máscara. "¿Éste va a ser mi nuevo rostro? ¿Es esta cosa de la que habla?" piensa Nina, aturdida y sin saber qué hacer. Aquel disfraz no estaba allí antes. Por lo que decide colocárselo, y cuando lo hace, mágicamente vuelve a ver todo a su alrededor, y a oler el aroma hediondo, que se aleja entre la oscuridad, así como sus fuerzas por levantarse. El dolor es inmenso, el daño es irreparable, y el cuerpo ya no resiste, sucumbiendo de nuevo a la inconsciencia.

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