Capítulo 31 - Una familia fragmentada

Las palabras no alcanzan para explicar el horror que Laura presenció horas atrás. No consigue comprender del todo por qué su hija hace todas estas cosas, y qué explicación hay ante aquellas conductas. Se pregunta a sí misma qué fue lo que la llevó a mutilarse la boca con el salvajismo bestial capaz de desfigurarle aún más su delicado rostro. Verla allí, postrada en su camilla, de nuevo en aquel hospital que tantas veces han visitado, y con la mirada perdida en cualquier lugar allende este plano, estruja su corazón hasta exprimir la última gota de esperanza en que Nina esté bien, en que se recupere de todo este mal que ella misma se está causando. Permanecer mucho tiempo con ella se le hace una lucha contra algo sobrehumano que siempre la termina venciendo, cuando no puede evitar las lágrimas al ver a su hija en aquel estado por completo deplorable. Obligándola a salir cada tanto a llorar por los pasillos del sanatorio, buscando redención incluso en la pequeña capilla que se encuentra cerca de la sala de operaciones en la que Nina yace descansando luego de que, horas atrás, fuera intervenida quirúrgicamente en un intento de recuperar su apariencia anterior a su propia masacre.

Horas más tarde, luego de que el sol sublimara al cielo alcanzando el punto máximo de su esplendor, y comenzara a descender adormecido hacia el ocaso; un psiquiatra atiende a Nina, quien se muestra reacia a colaborar con el hombre, interviniendo en pocas y vagas palabras, acompañadas por una actitud amarga al contacto visual.

—Dígame, señora —Le dice el psiquiatra estando a solas con Laura—, ¿habían consultado con anterioridad a un profesional de la salud mental?

—Sí, ella fue a psicólogo un par de veces, pero no le gustó y decidió acudir a otros métodos con los que no estoy de acuerdo —Le advierte preocupada.

—¿Cómo cuáles?

—Fue con una vidente... y toma más en cuenta la opinión de una amiga que para mí no es muy de fiar. Prácticamente lo que diga ella es palabra santa.

—Entiendo... yo la voy a derivar a un comité donde la van a evaluar unos psiquiatras y psicólogos, y desde ahí le mandarán un tratamiento —Escribe con velocidad llenando el historial clínico de Nina mientras habla—, yo me arriesgaría a decir que ella presenta signos de Esquizofrenia. Usted por lo que me contó, parece que delira con demonios y un cuadro que se modifica por sí solo. Eso último solo lo vi en Dorian Grey, pero esto ya es otro nivel de delirio.

—Sí, lo sé, ya no sé qué hacer con todo esto. Ha intentado suicidarse más de una vez, y ahora hizo esta atrocidad... —señala Laura entre lágrimas que se asoman con timidez entre sus ojos—, a mí me angustia mucho, ¿sabe? El no saber cómo ayudarla. Sé que está muy mal y no puedo dejarla ni un minuto sola porque es un peligro para sí misma.

—Sí, yo entiendo todo eso señora. Le voy a mandar un pase urgente al comité, y allí van a deliberar lo mejor para ella. Se podría solicitar incluso una internación, para la seguridad de ella y la de usted también. Debe ser fuerte y estar preparada ante cualquier cosa.

Aquellas palabras retumban en su cabeza, le duele ver a su hija en esas condiciones. Llegar al punto de internación, es muy fuerte, una chica tan joven; tan bonita; y con un futuro tan brillante por delante, terminar así, es muy duro. Pero será lo mejor para todos. Los sollozos se escurren por su piel cuando los sentimientos de culpabilidad azotan sin piedad a su mente. Laura supone que ella desató esa crisis en su hija, cuando colgó aquel bendito cuadro en la pared y prácticamente la obligó a contemplarlo directo a los ojos. Aunque, el hecho de que el cuadro haya vuelto sano y salvo, es algo que aun así llama demasiado su atención. Ella, de forma contundente, sigue creyendo que todo se trata de un plan siniestro que ha confabulado Carol contra Nina, puesto que es la única que sabe que su hija está algo desequilibrada y muy afectada por la presencia siquiera del cuadro en la casa.

"He sido una pésima madre", piensa cuestionando su accionar, tal vez si no hubiese colgado aquel cuadro en la pared de una sala de la que es inevitable escapar con la mirada, Nina no estaría descompensada como lo está ahora, ida entre sus pensamientos más oscuros. Tal vez, si no hubiera perdido la paciencia, y hubiese acompañado más a su hija en todo este tormento, más allá de tratarla como una demente; habría evitado tal acto de crueldad contra su rostro, y los intentos fallidos de autoeliminación. Tantas cosas podrían haber sucedido, que preguntarse el tal vez de las cosas, abre un abanico casi infinito de posibilidades, cuáles de todas más eclécticas entre ellas. Lo único que resta ahora, es apoyar a Nina en sus momentos más difíciles, y velar por su bienestar absoluto.

Luego de una semana de internación y cuidados; de atención psicológica y de acudir al comité de psiquiatras, quienes notaron signos de Esquizofrenia en una Nina que sigue sin tener la menor intención en colaborar con todos los especialistas que desean ayudarla; la misma es internada contra su voluntad en un centro de salud mental. Los forcejeos frenéticos e intentos desesperados de convencer a alguien de que no está loca, resultan en vano cuando un ejército de funcionarios —todos de blanco uniforme—, la sujetan intentando contener su euforia. Semejante acto de invasión e infame privación de su cuerpo, más que tranquilizarla, solo consiguen desesperarla al grado de ver a su madre, y pronunciar las siguientes palabras: ¡Todo es tu culpa! ¡¿Por qué me estás haciendo esto?! ¡Soy tu hija, ¿es que no me reconocés?! ¡La única loca sos vos, te juro que te vas a arrepentir de lo que me estás haciendo! ¡Psicópata!

Esos últimos dichos, y la mirada encendida en furia de su hija, que la atraviesa como un puñal a través de todos sus sentidos; la hunden en una espiral de lágrimas que duelen al caer por sus mejillas, que hacen arder los ojos hasta quemarlos. Y descienden de forma inevitable hacia un abismo de desánimo y melancolía infinita, sintiendo que revive las heridas del pasado, aquellas que creyó haber superado, y que ahora reviven ahogando su existencia en penurias. Aquellos lamentos, no solo se remontan a la muerte de Michael, ni tampoco terminan con aquel acontecimiento fatal. Ella sabe que su vida está siendo una sucesión de tragedias que se remontan a una que ocurrió hace exactamente veintidós años. Que ironía es la propia vida, cuando se le da la gana, te hace creer que la tienes en sus manos, que eres felíz, que posees la familia y los amigos perfectos. Y cuando lo pretende, sin que te des apenas cuenta; te lo quita todo de cuajo. Es solo cuestión de ver más allá de nuestras propias narices, para darnos cuenta, que así como lo tenemos todo, también se nos puede arrebatar: de forma rápida y sin tapujos, o lenta y tortuosamente. Un día estás arriba, y al siguiente, estás abajo. Hoy estamos, y mañana no sabremos. Esa es la sensación que Laura siente hoy en día, se encuentra en una soledad caótica y vertiginosa, ella es la única que queda de su amada familia, únicamente ella, abrazada a un par de almohadas: una perteneciente a su difunto Michael; y otra más perfumada con un aroma de cerezos, perteneciente a su amada Nina. En estos momentos, es la única forma de sentirlos cerca: llorando sobre sus cojines.

Uno de aquellos días de eternos lamentos, y de suspiros que vienen y van; el amargo silencio y quietud del hogar se ve interrumpido por la insistencia del timbre. Laura no tiene más opción que dirigirse a la puerta arrastrando sus pies como si luchara por levantarse y continuar:

—Hola Laura... hace como dos semanas que no sé nada de Nina —Le explica Carol, preocupada ante la mirada perdida de aquella mujer, la cual delata que las cosas no andan nada bien—, le escribo al celular y no me responde. ¿Pasó algo? ¿Cómo está ella?

—Andate Carol... no estoy de humor para atenderte —Le pide con una voz taciturna que se pierde introyectándose en sí misma.

—¿Qué está pasando? —insiste.

—¡Nina está internada en un centro de salud mental! —Tales bramidos perturban a Carol, quien se queda sin respuesta ante lo que acaba de confesar—. Listo, ya lo sabés. Ahora dejame tranquila por favor.

—¿En cuál centro está? Necesito verla, ¿intentó hacer algo para que la internaran? No entiendo nada —Persiste Carol, obstinada y encarcelada en un vacío que se apodera de sí.

—No te voy a decir... no vas a seguir envenenándole la cabeza a mi hija.

—¡No le quiero envenenar nada, Laura! —Le grita Carol en un intento eufórico de hacerla entrar en razón a aquella mujer que parece más terca y desquiciada que la propia Nina—. Solo estoy intentando ayudarla, desde el lugar que puedo.

—Vos no podés nada... —Le explica Laura con una sonrisa cínica—, solo has empeorado todo. Dejala en paz, y a mí también.

Un portazo estremecedor culmina con aquella conversación, quedando Carol con la palabra en la boca, y miles de dudas dando vueltas en su cabeza. La noticia de la internación no tarda en llegar a la facultad, cuando decide contárselo a su reducido grupo de amistades, quienes la perciben en otro plano al nivel del pensamiento:

—Che, amor —Le sonríe consternado Jonathan—, ¿qué pasa? No has dicho ni una palabra... estamos hablando del cumpleaños de Bárbara.

—Sí, decidí atrasarlo porque quiero hacer una fiesta más linda, más organizada, quiero que todos la pasen bien —argumenta la sensual morena.

—Perdónenme... mi cabeza está en otro lado ahora mismo.

—Ya nos dimos cuenta bebé, ¿qué pasa? —Le señala su novio.

—A Nina la internaron en un psiquiátrico, su madre no me quiso decir ni dónde ni por qué —Les explica Carol angustiada, ante el abrazo cariñoso de Jonathan, quien busca contenerla, sin saber siquiera la culpa que ella también siente en ese momento.

—Bueno, todos sabíamos que ella estaba desequilibrada, ¿no? Digo... no me sorprende —argumenta Bárbara alzando los brazos con una frialdad impune.

—¡Bárbara! —Katherine le llama la atención por su desubicación. Y es que, a pesar de ser muy buenas amigas, no está de acuerdo en todo lo que hace, y se considera más sensata que ella.

—¿Qué? Es cierto, ¿no? —Bárbara los mira a todos buscando su complicidad—, Nina intentó matarte Carol, ya desde ese momento sabíamos que algo andaba mal en ella.

—¡Ay, callate Bárbara! —Le dice Carol mirándola con furia y ardor en los ojos—. Ella era mi mejor amiga, y sé que eso no lo hizo necesariamente queriendo. ¿Qué pasaría si a Katherine le ocurre lo mismo? ¿Le darías una puñalada por la espalda o intentarías contenerla?

Un silencio abrumador se hace presente entre la mesa en la que los cuatro se encuentran, cada uno sin saber qué decir, hasta que Jonathan rompe el hielo de nuevo:

—Bueno amor, creo que la respuesta la tenés ahí mismo. Nina debió ser internada desde el momento en que te agredió —argumenta su novio con cierto recelo de aquella chica—, ella es un peligro estando suelta.

—Cierto, no neguemos lo que es evidente —Bárbara echa más leña al fuego, despertando aún más la rabia de Carol, quien se contiene para no responderle, porque si lo hiciera, iría a parar al mismo sitio que Nina.

—Y vos Katherine, ¿qué opinás? —Le pregunta Carol, buscando al menos una minúscula aprobación de alguien que piense como ella.

—Me da mucha pena la situación de Nina, ella siempre me ha caído muy bien —argumenta la chica intentando poner un paño de neutralidad a la situación, mientras se acomoda sus anteojos evitando tomar contacto con la angustia de Carol—, pero sí es cierto que necesita estar internada.

—Nosotros no odiamos a Nina, mi amor —Le explica Jonathan secando sus lágrimas—, solo creemos que no está bien mentalmente y tiene que ser tratada. Si sos su amiga, vas a querer su bienestar, y eso es lo que ella precisa en este momento.

Por más duras que suenen esas palabras para Carol, por más que resuenen una y otra vez en su cabeza, y la estrujan en una laguna de interminables emociones; es posible que en este preciso instante, aquella internación sea lo que Nina esté necesitando. Empero, es imposible no preocuparse sobre las condiciones en las que se encuentra; cómo la están tratando. En aquellos sitios de condiciones edilicias que dejan mucho que desear, tienen la mala fama de tratar a las personas como despojos nauseabundos de la sociedad. Aquellos sujetos que nadie quiere volverse a encontrar: por pena, por miedo, o porque resultan un estorbo. ¿Acaso Nina entraría en alguna de esas categorías? Da pavor tan solo imaginar lo que puedan llegar a hacerle, o lo que pueda estar sintiendo. Lo que sí es cierto, es que tal vez, sea eso lo que precisa para terminar con su mal. 

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