Capítulo 19 - Alarma encendida
El apoyo de su mejor amiga le da tranquilidad, la llena de motivación para afrontar toda esta cuestión. Al fin alguien cree en ella y está dispuesta a ayudarla. Pero por otro lado, siente que la persona que más debería creerle, en el fondo, no lo hace.
"¿Por qué mi madre me manda a un psicólogo?", analiza, buscando el trasfondo del motivo de recurrir a un especialista, y no a otro sujeto.
Nina piensa que los psicólogos son como los psiquiatras, que a ellos van los locos; las personas depresivas, aquellos que están mal de la cabeza y del alma.
"No creo que él me pueda ayudar... directamente me envía a un psiquiatra con un pastillero encima" reflexiona. En un segundo, como una estrella fugaz de sentimientos, su sosiego se ve azotado por la frustración y la amargura. Su frente se arruga, sus cejas se contraen, y sus pasos retumban en el suelo como el golpe furioso de una estampida. En definitiva, la visita a aquel profesional es una cuestión de compromiso para satisfacer la angustia de su madre. Nina no cree en realidad que él pueda ayudarla, pero intentará escuchar la teoría más realista que pueda tener este individuo sobre lo que le está aconteciendo.
"Bueno, llegó la hora... debe ser acá...", observa con detenimiento la numeración de la casa, y la dirección que tiene anotada en la agenda de su celular. En efecto, ese es el lugar, la casa se ubica justo pasando el barrio de los judíos. Toca repetidas veces la puerta de aquella vivienda que le causa un mal rollo al verla, tiene un tono gris; avejentado; opaco, como si estuviera con la pintura desgastada, y por si fuera poco, la entrada está custodiada por una altísima reja que simula más el acceso hacia una celda que a un hogar.
—Hola... ¿sí? —El terapeuta se acerca a la herrumbrada valla, y la observa con atención de pies a cabeza—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Hola... eh... soy Nina Varsi, hoy tenía cita a las seis con usted. —Le informa fingiendo la sonrisa, y repitiéndose en su mente una y otra vez la certeza absoluta de que será una pérdida de tiempo haber venido.
—¡Ah, sí! ¡Pasá! —La invita cordialmente extendiendo su brazo luego de sacar las llaves y permitirle el paso—. Te estaba esperando.
Una vez en el consultorio, Nina se sienta a orillas de la silla, y sus piernas comienzan a danzar de arriba hacia abajo producto de la ansiedad que le ocasiona el silencio en la sala. El hombre revuelve unas carpetas, escribe algunas cosas, ese sonido le causa éxtasis a ella, quien casi queda dormida por completo producto de los sonidos de las hojas y del bolígrafo escribiendo en ellas.
—Bien, Nina, acá tengo tu historia y la derivación que te hicieron... —Revisa las anotaciones, y continúa—, hablé con tu madre y más o menos me contó lo que te está sucediendo. Pero primero me voy a presentar para romper el hielo —sonríe con simpatía—. Me llamo Christian Fleischer, soy psicoanalista, y generalmente trabajo con adolescentes y adultos jóvenes. Nos vamos a ver una vez por semana y la idea de hoy es saber un poco de vos, por qué venís... quiero que me cuentes todo sobre lo que te está pasando.
—¿Qué quiere que le cuente? —interroga con indiferencia.
—Me dijo tu madre que te sentías perturbada por alguien que te estaba acosando.
—Bueno... —No sabe por dónde comenzar, ni qué decir, su mirada se pierde en el infinito—, eh... en mi casa tengo un cuadro que me está atormentando, y hay un tipo con ojos brillantes que me sigue a todos lados y no me deja en paz. Además, a veces, veo a mi hermano muerto, Michael.
—Decime una cosa Nina... ¿vivís sola?
—Sí... bueno, no. Ahora mi madre está viviendo conmigo, a raíz de todo esto. Igual, no sé por qué quiere saber eso, ¿qué tiene de relevante? —La tensión se nota en el ambiente, y en la rigidez de su cuerpo.
—Estoy intentando conocerte para trabajar contigo de la manera más correcta posible —argumenta Christian, ocasionando un silencio bastante incómodo entre los dos, ella es incapaz de verlo a los ojos, y eso le llama la atención—. Contame qué pasó con Michael.
—No sé... solo recuerdo que fue... un accidente, supongo, aunque siento que soy la culpable. —Christian le acerca unos pañuelos para que se seque las lágrimas que comienzan a brotar de sus entristecidos ojos.
—Y ese cuadro... y aquel hombre de ojos brillantes, ¿quieren hacerte daño? —La observa con atención, notando su mirada un poco desorientada y su ojo golpeado.
—Sí, el cuadro se mueve, desaparece... yo estoy en él, y mi cara va cambiando junto a ese retrato. Es muy raro, y sé que va a pensar que estoy loca, ¡pero yo lo veo! —afirma alterada, y con sus manos temblando—. Y también a ese tipo que se esconde entre las sombras, nunca le vi la cara... esa cosa no es humana.
—¿Ellos tienen algo que ver con el estado de tu ojo izquierdo?
—Sí... ¿supongo? —Se pregunta confundida, sabe que no está convenciendo para nada al psicólogo, y el mal humor se apodera de ella—. ¡Bueno, no sé! ¡Qué sé yo! Me dieron una paliza y después se vio reflejada en el cuadro, no me pregunte cómo.
—¿Quién te pegó?
—Una chica de donde estudio, no tiene importancia —responde con altivez.
—¿Qué estudiás?
—Bellas artes. Pero dejé por todo este tema.
—¿Ahí tenés amistades? ¿Les has contado sobre esto?
—Sí, Carol es mi mejor amiga, y la única que lo sabe, me apoya. Ella sabe que no estoy loca.
—¿Y tu madre?
—No sé, si ella quiso que venga a hablar contigo, ahí está la respuesta, ¿no? —protesta con superioridad mientras lo mira de forma tajante.
—Contame sobre tu padre.
—¿Qué quiere saber? A ver, veamos... es un tipo que no está muy presente, hace mucho que no sé nada de él. Siempre tuvo problemas con el alcohol y mi madre casi ni lo menciona, supongo que las cosas deben estar mal entre ellos.
—¿Y cómo te sentís con esa indiferencia de tu padre?
—Me da igual, así como esta conversación —Se levanta rápidamente de la silla y continúa—, discúlpeme, pero creo que no vamos a llegar a ningún lado. Me parece que usted no podrá ayudarme en esto más que indagar en cuestiones personales y hacerme miles de preguntas que no aportan nada. Si no le molesta, me voy.
—¡Nina! ¿Qué explicación le encontrás a todo esto que te pasa? —Ese planteo la detiene por un momento, la motiva a reflexionar, pero su única respuesta es negar con la cabeza, mirando en dirección al terapeuta—. ¿No sabés?
—No.
—¿Querés que nos veamos la próxima semana? Creo que podría ayudarte mucho.
—Tal vez —Le retira la mirada y se va angustiada, lo único que está consiguiendo, es que la vean como una desquiciada, y eso le duele.
Ya llegando la noche, Nina llega a su casa dando un portazo y llamando la atención de su madre, quien preocupada se acerca a su hija y le pregunta cómo le fue.
—Bien, ¿no te sonó la alarma hoy cuando volviste de hacer las compras? —Rápidamente cambia de tema, para evitar entrar en detalles.
—No, estaba desactivada.
—¡¿Qué?! —Gira con velocidad su cabeza hacia el aparato, y en efecto ve la luz roja en señal de apagado, dejándola sorprendida y asustada al mismo tiempo—. ¡Pero yo la dejé prendida!
—¿Estás segura? Capaz no colocaste bien los números y no quedó activada —Laura intenta darle una explicación lógica al asunto, pero Nina sigue negando todo y afirmando que sí la activó antes de salir al psicólogo—. Está bien Nina, andá a descansar que yo activo la alarma de nuevo.
"Por supuesto que no estoy loca, alguien entró a la casa cuando nadie estaba, habrá sido ese maldito demonio, ¡se los voy a demostrar!", confirma, llena de impotencia, aprieta sus puños con fuerza hasta que las uñas de rosado se tiñen del blanco de un mármol, y se clavan como agujas en la piel. Al llegar a su habitación, la sangre se le congela del pánico ante lo que presencia. Sus ojos comienzan a ver estrellas, sus manos temblequean como si un terremoto sacudiera sus sentidos, sus piernas se derriten en el suelo con cada paso hasta sentir que de rodillas cae en él, y mirando con detenimiento hacia su cama, contempla lo que está posado sobre ella. El cuadro maldito, junto a una nota.
"Dos, siete, ocho, seis, seis... no solo la belleza destaca en ti, sino también la incredulidad.", Nina queda perpleja, con un nudo en la garganta, y por completo paralizada al leer esto, puesto que esos números son la contraseña de la alarma, y solo ella y su madre se la saben.
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