El Secreto de Quedlinburg

1 de enero de 2024

En el corazón del pueblo, me mudo con mi madre a la temida calle de las Desgracias, titulada así por los mismos habitantes por los sucesos ocurridos hace cien años. Aunque forma parte de la historia local, la verdad detrás de sus tragedias ha sido cuidadosamente omitida.

—Val, las cosas no se bajarán solas —grita mi madre, con la mitad de su cuerpo asomado por la puerta principal.

—¡Voy madre! —respondo, apresurándome a seguirla.

La inocencia que emana de mis ojos azulados y mi cabello castaño, fresco como el verano, atrae la atención de todos desde el primer momento. No solo por mi delicadeza, sino también por la carga que arrastro: vivir en una casa marcada por la desgracia.

Mi madre, Adelina, se ve obligada a mudarse a esta oscura vivienda, heredada por la familia tras la reciente muerte de mi padre, Conrad. Los misterios y rumores que rodean la casa la han convertido en una carga para nosotros, pues los problemas económicos han afectado a la familia Schmid, que antes disfrutaba de una situación más acomodada. Ahora, enfrentamos la aparente desgracia que este legado representa.

Como viuda y responsable de su única hija, mi madre debe renunciar a varias comodidades para asegurar un futuro para mí, una joven de dieciséis años que, cada vez que me mira, le recuerda a mi difunto padre. Yo, con mis ojos y personalidad que reflejan tanto a mi padre como a mi madre, he sido la causa de su amor años atrás.

La casa de mi familia es un refugio de elegancia y tradición. Al cruzar el umbral, soy recibida por un vestíbulo espacioso con suelos de granito liso que reflejan la luz natural que entra por las grandes ventanas de vidrio opaco. Las paredes están adornadas con paneles de madera oscura y tapices con intrincados diseños florales que añaden un aire de sofisticación.

A la derecha, el salón principal se extiende en un ambiente acogedor pero majestuoso. Los muebles de época, tapizados en terciopelo profundo, están dispuestos en torno a una gran chimenea de mármol. Los estantes de la biblioteca, llenos de libros encuadernados en cuero, añaden un toque de erudición al espacio.

La cocina, al fondo de la casa, tiene un encanto rústico con muebles de madera envejecida y un gran fogón de hierro fundido. Las ventanas pequeñas y redondeadas permiten que la luz del sol ilumine los azulejos blancos que decoran las paredes.

Mi dormitorio, en el segundo piso, es un santuario de tranquilidad. Las paredes están pintadas de un suave color azul celeste, y el suelo está cubierto por una alfombra mullida que amortigua cada paso. La cama, con un dosel de cortinas de seda, es el centro de la habitación. Las ventanas están adornadas con cortinas de encaje que filtran la luz de manera delicada, creando un ambiente sereno.

El cuarto de baño, anexo a mi habitación, tiene azulejos blancos en las paredes y una bañera sencilla con patas de metal. El lavabo es de cerámica, y el espejo, con un marco de madera oscura, refleja la luz de las lámparas, dando al espacio un toque de sencillez y calidez.

Cada rincón de la casa lleva la impronta de generaciones pasadas, una mezcla de confort y distinción que hace de este lugar más que un simple hogar: es el escenario de mis sueños.

—Madre, ¿por qué no me dijiste que esta casa pertenece a la familia? —pregunto. intrigada.

—No lo creí necesario, llevábamos una vida diferente —responde con nostalgia.

—Sí —afirmo, suspirando—. Pero ya no es así. Papá ya no está con nosotras. Además, tampoco me mencionaste que había un castillo.

—Quería que lo descubrieras sola, para que pensaras que este lugar es hermoso, además es donde trabajaré —responde mi madre, esperando mi aprobación y sorprendiéndome.

—Sí, es hermoso. ¿Feliz? —cuestiono alegre.

—Contigo a mi lado, siempre —menciono besando mi frente.

Con esta nota afectuosa, terminamos de desempacar y nos preparamos para que mi madre entre al palacio, donde trabaja como guía turística. Caminamos a través de la famosa plaza de mercado y llegamos al castillo que tanto me intriga. Ella vivió aquí años atrás con mi padre, ya que ambos son nativos de Quedlinburg, pero luego se mudaron a Nueva York en busca del famoso sueño americano.

—Madre, ¿puedo ir al museo más tarde? —pregunto saliendo del mercado.

—No creo que te dé tiempo. ¡Apenas veas el castillo de cerca, no querrás salir! —responde, encantada.

Frunzo los labios en desaprobación, me coloco los auriculares y comienzo a escuchar música para hacer el trayecto más corto. Al entrar, como mi madre me advirtió, quedo cautivada por su estructura.

El castillo se revela en toda su majestuosidad y bañado por la luz del sol, con sus torres esbeltas que parecen acariciar el cielo azul. Las piedras claras de sus muros brillan, adornadas por enredaderas llenas de flores que le aportan un aire fresco y vivaz. Las ventanas, amplias y relucientes, parecen invitar a mirar dentro, mostrando cortinas coloridas que se mueven suavemente con la brisa.

Al entrar, una cálida bienvenida me envuelve. El aire huele a flores frescas y un leve toque de velas aromáticas. Mis pasos se hacen eco en el suelo de piedra pulida, mientras el sonido suave de risas y conversaciones alegres resuenan en los pasillos. Las paredes, decoradas con tapices vibrantes y coloridos, parecen narrar historias de antiguas celebraciones y días felices. Las vigas de madera emiten un crujido ligero, armonizando con la vitalidad del lugar.

—Toma. ­—Me entrega un folleto—. Esto te ayudará a entender mejor el lugar. Puedes explorar todo lo que quieras, pero no bajes al sótano; está prohibido por la administración. Nos encontraremos para cenar, ¿de acuerdo?

—¡De acuerdo! —respondo, mientras me adentro en los vastos pasillos.

A medida que avanzo, leo el folleto que me dio mi madre, sumergiéndome en un mundo encantado. Sin embargo, a medida que me adentro, el ambiente se vuelve cada vez más frío y tenso. Mi reproductor empieza a sonar "Can't Help Falling In Love", creando un contraste inquietante con el frío repentino. Siguiendo la música, no me doy cuenta de que me estoy perdiendo hasta que llego al lugar que mi madre me prohibió: el sótano.

Atraída por un impulso irresistible, me acerco a la puerta, que se abre sola con un chirrido inquietante. Mi teléfono empieza a fallar, y frunciendo el ceño ante lo extraño de la situación, me quito los auriculares.

La habitación se ilumina de repente, revelando un espacio que parece un antiguo cuarto con una cama en el centro, rodeada de cajas y cuadros cubiertos. Un escalofrío me recorre mientras me adentro en el cuarto, especialmente cuando mi teléfono deja de funcionar.

—¡Demonios! —murmuro, frustrada.

Mi teléfono emite un ruido ensordecedor. Desesperada, desconecto los auriculares y lo guardo en la parte trasera de mi pantalón, intentando mantener la calma. Me dispongo a recorrer el lugar, destapando varios cuadros que muestran retratos de la realeza alemana.

Siempre he sido curiosa, al grado de que a veces puedo pasar por alto el misterio latente solo por saber qué sucede. Ese refrán que dice "la curiosidad mató al gato" me cae muy bien; de hecho, me gusta responder: "Pero murió sabiendo". Por eso, cuando me enfrento a lo desconocido, mi deseo de descubrir siempre supera cualquier temor.

De repente el frío se intensifica, haciéndome temblar. Mientras intento mover un cuadro para adentrarme más en la habitación, me corto con un fragmento de vidrio, manchando el objeto con mi sangre.

—¿No te dijeron que no entraras al sótano? —pregunta una voz grave detrás de mí, haciéndome gritar y caer sobre la cama cercana.

—¿Y no te enseñaron a no asustar a los demás? —menciono mirando a mi alrededor en busca del dueño de la voz.

Atónita, me levanto, intentando ver algo, pero me es imposible dado que de la nada se fue la luz. La habitación parece vacía y la voz se ha desvanecido. En mi búsqueda por poder ver algo o alguien, me levanto de la cama y camino como puedo a la salida, pero mi mirada se detiene en un cuadro: una pareja joven en una pintura aristocrática. El hombre sostiene una lupa y una vara roja, elegantemente vestido con un traje negro, camisa blanca, corbata y pañuelo rojo. La dama, con un vestido rojo y perlas, muestra una mirada serena. A pesar de la seriedad de sus expresiones, la imagen irradia un amor palpable.

Un escalofrío me recorre al notar el sorprendente parecido con la joven del cuadro. Susurros parecen resonar a mi espalda. Al girarme, descubro a un joven con ojos oscuros y cabello castaño detrás de mí. El susto me hace gritar y acurrucarme contra la pared.

—¿Por qué te escondes así? ¿Acaso está loco? —pregunto irritada.

—No es grata mi presencia, Vermissen —dice el joven, haciendo una ligera inclinación—. Y respecto a tu otra pregunta, para algunos sí estoy loco, pero depende de cómo me quieras ver.

Su tono de voz tan serena me sorprende. Me pregunto si realmente vive aquí.

—Sí, este es mi hogar... Siempre lo ha sido.

Su respuesta me aterra. ¿Cómo supo lo que pensaba? ¿Quién es él? ¿Y por qué se parece tanto al joven del cuadro? Tratando de ignorar a mi mente pregunto algo trivial:

—¿No prefieres irte de esta...?

No puedo terminar la frase porque la habitación se ilumina nuevamente. Esta vez dejando ver que todo está ordenado, lo que me asusta. Intento correr hacia la puerta, pero ésta se sella.

—No debiste bajar. Solo por esta vez te dejaré ir, Val. Pero si vuelves, convertiré este lugar en tu destino. —El joven misterioso me agarra de los brazos, aterrándome con su repentina cercanía—. No lo dudaré ni un segundo, mi amor.

Me empuja lejos, atravesando la puerta como si esta no existiera. Mi corazón late con fuerza, amenazando con salirse de mi pecho. Un cuarto con vida propia, un hombre misterioso y apuesto que asegura haber vivido allí siempre... pero, ¿cuánto es "siempre"? Y lo más inquietante, él se parece al joven del cuadro, y yo a la joven que le acompañaba.

Han pasado varios días, pero todavía siento los estragos de aquella tarde en el sótano del castillo. Me he vuelto más callada, distante, lo cual no es común en mí.

—¿Qué tienes, hija? llevas días extraña —me pregunta mamá, con el rostro claramente preocupado.

—Nada, solo son tareas —respondo.

Miento porque no quiero que me vea como una paranoica. Creo que si niego lo sucedido, es como si nunca hubiera pasado. Hoy no tengo clases puesto que es fin de semana, así que debo acompañar a mamá de nuevo al castillo, ese lugar misterioso, frío y aterrador.

—Supongo que revisarás el castillo nuevamente, ¿no? —me dice cuando caminamos de camino al mismo.

—Sí, es demasiado hermoso para no hacerlo —le contesto, tratando de cortar conversación y no pensar en nada.

Pero la verdad es que solo con la idea de regresar me aterra y ahora con estar allí, me siento paralizada. Sin embargo, no pienso admitirlo. No soy de las que muestran miedo. Papá siempre me enseñó a ser fuerte y valiente.

El castillo se alza ante mí como una sombra colosal en medio de la neblina, sus torres góticas parecen arañar el cielo encapotado. La piedra oscura de sus muros está cubierta de musgo, dándole un aspecto de piel envejecida, como si el edificio respirara con vida propia. Las ventanas, enrejadas y angostas, parecen ojos que observan en silencio, ocultando secretos tras sus cortinas rasgadas por el tiempo.

Al cruzar el umbral, un frío glacial me envuelve, como si el castillo hubiera absorbido siglos de penumbra y desolación. El aire está impregnado de un olor a humedad y moho, mezclado con un rastro tenue de cera de velas antiguas. Mis pasos resuenan sobre el suelo de piedra, eco que se propaga en los pasillos vacíos, amplificando mi soledad. Las paredes, adornadas con tapices descoloridos y polvorientos, parecen susurrar historias olvidadas, mientras las maderas de las vigas crujen como si respondieran a mis movimientos.

Me sorprende no haber notado esto la primera vez. Tanto que no sé si es mi imaginación alterando la realidad por lo que pasó, o si simplemente no quise verlo la última vez. A simple vista, nadie podría negar la belleza de este lugar, pero yo solo siento escalofríos. La sensación de que alguien, o algo, me observa desde las paredes se hace cada vez más intensa. A medida que avanzo, el eco de mis pasos apresurados se convierte en un latido ensordecedor. Miro a mi alrededor, pero no veo más que sombras.

Respiro hondo y subo las escaleras, buscando distraerme en los amplios corredores hasta llegar al tercer piso. Un pasillo largo, repleto de puertas, se extiende ante mí. Mis manos rozan las paredes frías y rugosas, sintiendo la aspereza de las piedras y el polvo acumulado. Es como si el castillo mismo respirara, guardando con celo su oscuridad y sus misterios.

Con la respiración acelerada, trato de escapar de la sensación abrumadora de angustia que los susurros me provocan. Entro en una habitación iluminada por varias ventanas. El alivio de la luz solar me da un momento de calma.

—¡Perfecto! —pienso.

Pero mi alivio se desvanece cuando lo veo. De pie, en una de las esquinas, está ese joven misterioso.

—Te dije que no volvieras —dice con voz baja.

Mi cuerpo tiembla, pero trato de mantener la compostura.

—Pensé que hablabas del sótano —respondo, intentando sonar valiente.

—Hablaba del castillo. Este es mi castillo —dice mientras se acerca.

El miedo me oprime el pecho, siento que no puedo respirar y me lleno de angustia y desesperación.

—¡No sé quién eres, déjame en paz! —grito, intentando correr hacia la puerta.

Mis piernas no responden, es como si estuvieran pegadas al suelo. Las lágrimas comienzan a deslizarse por mi rostro. Él se acerca, y, al verme llorar, su expresión cambia. Me toma del rostro y me besa con una intensidad que me paraliza. Un deseo contenido por años. Me separo de él de inmediato, el terror en mi mirada es evidente.

—No sé quién eres ni me interesa saberlo, pero no te vuelvas a acercar —le digo con la voz temblorosa y el corazón desbocado, reuniendo valor desde lo más profundo de mi ser.

—No te preocupes, ya recordarás. Te lo advertí, sí volvías, no dudaría.

Y así como apareció, desaparece en un parpadeo. Si no fuera porque todavía siento el calor de su mano en mi rostro, podría jurar que todo fue un sueño.

—Chal, querido, deja ya esos papeles, ven, tomemos un poco de té —le dije, con una mirada traviesa, intentando sacarlo de su interminable trabajo.

Él sonrió, levantándose de su escritorio. Siempre lograba convencerlo, y me encantaba saber que tenía ese poder sobre él. Nos dirigimos a la terraza, y noté cómo me observaba con admiración, lo cual me hacía sentir especial.

—Falta poco para la boda. ¿No estás emocionado? —pregunté mientras tomaba un sorbo de mi bebida.

—Ciertamente, ese es un asunto de mujeres y no lo comprendo. Lo mío son los negocios —respondió sin titubear, sin una pizca de remordimiento. Todos sabían que mi querido Chal, como Conde, tenía una pasión indiscutible por sus negocios.

Sentí un leve pinchazo de frustración, así que le contesté con cierto reproche, mirándolo sobre mi hombro:

—Espero que los dejes de lado cuando viva aquí contigo.

Él mantuvo su calma habitual y replicó:

—Y yo espero que no lo esperes. Recuerda que el rey confía en mí, y defraudarlo sería un grave error, mi querida Val.

Despierto agitada y confundida, empapada en sudor frío, con un torrente de preguntas en mi mente: ¿Quién es esa mujer? ¿Por qué parecía ser yo? ¿Por qué ese tal Chal se parece al hombre del castillo? Y, sobre todo, ¿por qué sueño esto? Cuatro preguntas sin respuestas claras.

Me levanto de la cama, mis sábanas empapadas de sudor, y tomo un vaso de agua de la mesita de noche. Me dirijo al baño, donde el frío del suelo de madera y el aire fresco de la mañana contrastan con el calor de mi piel. Al ver la nieve en el piso, me detengo en seco, mi mente rechaza la visión, y cierro los ojos con fuerza, rogando que sea producto de mi imaginación.

Al abrir los ojos, me encuentro con mi reflejo en el espejo. La mujer que veo allí es la misma del retrato en el sótano, la misma de mi sueño. Sorprendida, dejo caer el vaso, el sonido del cristal rompiéndose es un eco lejano en mi mente. Bajo la mirada, esperando ver nieve, pero el suelo está seco. Al levantarla de nuevo, me doy cuenta de que solo soy yo misma en el espejo.

La habitación en la que me encuentro es pequeña, con paredes de un azul pálido que se desvanecen en la penumbra de la mañana. Los muebles son sencillos, un armario de madera oscura y una cómoda con cajones desgastados por el tiempo. La luz que entra por la ventana es tenue, apenas suficiente para iluminar el rincón donde me encuentro, creando sombras inquietantes en las esquinas.

Retrocedo, nerviosa, pensando que me estoy volviendo loca por ver cosas que no existen. La similitud con la mujer de mi sueño me atormenta. ¿Por qué nos parecemos tanto?

Después de cuatro días sin dormir bien, con ojeras prominentes y un cansancio que pesa en cada movimiento, mis sueños se vuelven cada vez más perturbadores. Ir a la escuela se siente agotador, y el sueño diurno es implacable. No entiendo por qué me está pasando todo esto. Debe ser culpa de ese hombre del castillo. Quizás si lo busco, obtendré las respuestas que necesito.

Dispuesta a buscar una solución, espero impacientemente a que caiga la noche. Después de cenar e irme a "dormir", me escabullo por la ventana de mi cuarto, no sin antes tomar las llaves del castillo del bolso de mi madre. Las calles de Quedlinburg están desiertas y envueltas en un silencio inquietante mientras avanzo hacia la entrada trasera del castillo. Abro la puerta con cuidado y entro con sigilo, ya que pasé el día investigando la seguridad del lugar.

Mientras camino por el pasillo oscuro y resonante, mi mente se debate entre dirigirme al tercer piso, donde lo vi la última vez, o al sótano. Sin embargo, un carraspeo repentino rompe el silencio, alertando mis miedos. Me giro, y allí está él, parado a unos metros de mí, con la misma expresión seria y enigmática de siempre.

—Demoraste más de lo que pensé —dice, avanzando hacia mí. Pero al ver que retrocedo, se detiene.

—Solo vine para entender qué está pasando —respondo, mi voz temblando—. ¿Quién eres? ¿Por qué sueño con estas cosas?

—Entonces todavía no recuerdas todo —dice, metiéndose las manos en los bolsillos mientras me observa con intensidad.

—¿Recordar? ¿Yo tengo que recordar? —niego, alejándome más—. Venir aquí fue un error.

—Pronto lo harás, aunque no quieras. Lo recordarás todo, Mein Liebling —me dice antes de desaparecer entre las sombras con una rapidez que me deja paralizada.

Confundida y asustada, salgo del castillo y regreso a casa, tratando de mantener la calma. Al llegar, me tumbo en la cama, incapaz de dejar de mirar el techo. Cada sombra en la habitación parece moverse, y el silencio nocturno es abrumador. Me agito inquieta, el cansancio me vence poco a poco. Cierro los ojos, pero en lugar de encontrar descanso, me encuentro inmersa en un torbellino de pesadillas... o al menos eso creo.

—Señorita, es imperativo que nos marchemos, el señor ya ha enviado a buscarte —menciona la dama de llaves con voz urgente.

—No puedo. Si salimos, corremos el riesgo de ser heridas. ¿No ves cómo están todos fuera de control? Realmente temo lo que puedan hacernos —confieso, mi voz temblando con desesperación.

—De igual manera, mi niña, creo que debemos prepararnos para lo peor.

Agobiadas y temblando de miedo, intentamos recoger nuestras pertenencias, pero en ese instante, varias figuras armadas irrumpen en la habitación con una intención claramente malévola: "matarlas".

Nos sacan al frío invernal entre golpes y empujones, acusándonos de brujería. A pesar de ser una época en la que la creencia en tales cosas ya comenzaba a desmoronarse, los sajones no se preocupaban por los hechos. Su odio, alimentado por los enemigos de la corona, se manifiesta con una crueldad despiadada. Nos despojan de nuestros vestidos, dejándonos en ropa interior y arrodilladas en el suelo helado, sollozando y suplicando por piedad.

Siento el viento cortante que me envuelve, como un puñal helado que se clava en mi piel. Mis dientes castañetean sin cesar, y las lágrimas que caen por mi rostro se congelan antes de tocar el suelo. El aire, saturado con el aroma del miedo y la desesperación, es casi irrespirable. La vista se nubla con el grisáceo humo de la leña que arde en la hoguera, y el sonido de los gritos y lamentos se mezcla con el crujido del hielo bajo nuestros pies descalzos.

Mi ama de llaves es atada y colgada en la parte trasera del patio, suspendida de una de las ramas del viejo árbol del jardín. La visión de su cuerpo balanceándose en el aire, mientras el viento mueve la cuerda, es desgarradora. Sus ojos reflejan un terror tan profundo que apenas puedo soportarlo.

En mi caso, la condena es aún más atroz. Me llevan hacia la hoguera, donde las llamas ya empiezan a danzar con un brillo infernal. Mientras el calor se eleva, siento cómo mi piel comienza a abrasarse. El fuego, tan implacable y voraz, se acerca cada vez más. Mis gritos se pierden en el ruido de las llamas y el clamor de la multitud que observa con cruel satisfacción.

Con cada segundo, el dolor se vuelve más insoportable, y mi mente tambalea entre la consciencia y la locura. En ese último instante, mi voz se levanta en un susurro que desafía el crepitar de las llamas. Con un fervor desesperado, clamo en mi corazón:

"Juro, desde lo más profundo de mi agonía, que mi espíritu no será extinguido con estas llamas. Prometo regresar, reencarnar y reclamar el poder que me ha sido usurpado. Mi venganza será tan implacable como el fuego que me consume. No descansaré hasta que aquellos que me han destruido paguen por su traición. En el momento oportuno, tomaré mi revancha con la furia de una tormenta, y mi justicia será tan implacable como el destino que me ha sido impuesto."

Finalmente, mi conciencia se desvanece, arrastrada por el calor que consume todo a su paso, y la oscuridad me envuelve, dejando atrás el mundo que conocía.

Primero eran solo salidas de pareja y momentos de afecto, pero ahora se han convertido en pesadillas horribles de muerte y terror. Así es como me desperté hace unos momentos, gritando y mirando mi cuerpo tembloroso, con la desagradable sensación de estar quemada viva. Entonces, al mirar el espejo frente a mi cama, veo mi reflejo completamente quemado. Aterrorizada, grito aún más y cierro los ojos con fuerza.

En ese momento, mi madre entra rápidamente, preocupada por mis gritos. Intento tranquilizarla diciendo que solo fue un mal sueño y que estoy bien. Ella parece relajarse al verme acostarme de nuevo, confiando en mis palabras.

—Anoche la pasaste muy mal, no deberías ir a clases hoy —dice mi madre al verme llegar a la cocina con mi uniforme.

Si tan solo supiera que lo que menos quiero es estar sola.

—Estoy bien, puedo ir sin ningún problema —respondo, evadiéndola.

—No. Quiero que te quedes y descanses —sentencia, sería—. Desde que llegamos estás rara. Sé que te cuesta aceptar el cambio, pero no está bien que te encierres así.

—No estoy evadiendo nada —respondo cortante.

—Tu padre murió hace un año en un accidente de tránsito, Valentina. Es hora de que aceptes eso —dice totalmente fría y sin sentimientos.

¿Aceptar? Solo ella puede aceptar eso, pero yo no.

—Ese es el verdadero problema, madre. —La miro molesta—. Nos mudamos de ciudad y quieres aparentar que mi padre nunca existió. Pero yo pido privacidad para mí y tú solo piensas en ti. Si quiero estar sola, es precisamente para no verte —grito, levantándome enojada.

Salgo de la casa rápidamente a pesar de sus intentos de detenerme. Sin saber muy bien adónde ir, dado que no tengo amistades aquí, solo camino sin rumbo.

A medida que las horas pasan y la tarde empieza a caer, vago por las calles con la esperanza de que mi madre no esté en casa cuando regrese. Sin embargo, mi plan se ve interrumpido cuando, a unas cuadras del castillo, me encuentro con ese hombre misterioso. Solo verlo acelera mi respiración y me paraliza en el lugar.

Su sonrisa de medio lado aumenta mi angustia, como si conociera algún secreto oscuro que me involucra. La calle en la que me encuentro parece un callejón sin salida, un laberinto interminable que se vuelve cada vez más sofocante. El aire se espesa, y una sensación de mareo me invade, hasta que el mundo a mi alrededor se torna negro y borroso.

Cuando despierto, me encuentro en mi cuarto, tapada con la sábana. Siento una extraña confusión y sé qué ha pasado. Me levanto solo para darme cuenta de que ya es de noche. Salgo de mi habitación y noto que todas las luces están apagadas; parece como si nada de lo que ocurrió está mañana hubiera sucedido. ¿O de verdad no pasó?

Confundida, niego con la cabeza y regreso a mi cuarto. Me doy cuenta de que la ventana está abierta, pero no recuerdo haberla abierto ni mucho menos que estuviera así. Extrañada, la cierro.

—De verdad me estoy volviendo loca —digo para mí misma.

—No lo estás —responde una voz detrás de mí. Antes de que pueda gritar, me tapa la boca, silenciándome—. Haz silencio y te explicaré todo.

Asiento, asustada, esperando que se aleje. Al girar, veo al hombre de mis pesadillas sentado tranquilamente sobre mi cama.

—Hace años vivía en el castillo...

—Lo sé. Sé quién eres y quién es Valda —lo interrumpo pegandome a la ventana. Tengo miedo de que él—. Pero no entiendo, ¿por qué me parezco a ella?

—Eres su reencarnación —responde, como si fuera lo más obvio del mundo—. Ella tenía una hermana menor que vivía lejos. Llegar a este lugar despertó la maldición que lanzamos al morir. La gota de sangre en el espejo desató tus recuerdos. —Se levanta y se acerca mientras me mira fijamente—. Y ahora se acabará lo que comenzamos.


28 de enero de 2024

Valda Beck

Convencí a Adelina para que notificara a la directiva sobre una reunión en el castillo, a la que asistirán todos los habitantes. Lo que ella no sabe son las verdaderas intenciones que hay detrás de todo esto.

La invitación es para una fiesta de disfraces en honor a la trágica muerte del respetado Conde Gottschalk Jost y su prometida Valda Beck. Según los registros, ambos fallecen en un accidente causado por una explosión durante la Primera Guerra Mundial, mientras paseaban cerca de un asentamiento.

Esta noticia indigna profundamente a nuestras almas. No solo nos arrebatan la vida de manera injusta, sino que también ocultan la verdad. Esta traición solo fortalece nuestro deseo de venganza. Aunque no somos los culpables directos, sí somos sus descendientes y juramos justicia.

Los habitantes se preparan para el evento, ajenos al oscuro destino que les aguarda. Mi amante y yo nos vestimos con elegancia en rojo y negro, como un siniestro homenaje a la muerte. Mientras la gente empieza a llegar, sin imaginar el horror que les espera, el ambiente se vuelve cada vez más tenso.

El reloj se acerca a la medianoche, y la ansiedad me consume. Llamo a Adelina, pidiéndole que me acompañe para mostrarle algo muy importante.

—¿A dónde me llevas? —pregunta ella, su voz llena de confusión y un leve temblor al notar que vamos hacia el sótano. Al no obtener respuesta la veo avanzar hacia mí, con su preocupación creciendo—. Valentina, ¡te estoy hablando!

Al notar el cambio en mi expresión, se detiene en seco, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y miedo.

—Yo no soy Valentina —murmuro, mientras la tomo fuertemente del brazo y la arrastro hasta la habitación donde Valentina derramó su sangre, despertándonos. Cierro la puerta con llave—. Tú te quedarás aquí. Eres inocente.

—¿Quién eres tú? ¿Dónde está mi hija? —su voz se llena de desesperación mientras golpea la puerta, intentando abrirla—. ¡Déjame salir!

—Soy Valda Beck —respondo con frialdad, mi voz resonando con una amenaza apenas disimulada—. Ya sabes el resto. Nos mataron y deben pagar. No te preocupes, Valentina está bien. Solo necesito que permanezcas aquí, segura, mientras se cumple nuestra justicia.

Con determinación, me dirijo al gran salón. Los invitados, inconscientes de la pesadilla que se desata, continúan bailando y bebiendo alegremente. Mientras yo permanezco en el sótano, mi amante Chal se asegura de cerrar todas las salidas del castillo, dejando solo las grandes puertas del salón abiertas para mi entrada. Al llegar, él no tarda en cerrar también esas puertas, asegurando que nadie pueda escapar.

La atmósfera se torna densa con la inminente sensación de una tragedia por venir. La medianoche se acerca, y con ella, el comienzo del tormento que he planeado con meticulosa precisión.

Cuando el reloj marca las 12:00 a.m., Chal y yo nos colocamos en el pie de la escalera, llamando la atención de los presentes con nuestro asombroso parecido con los antiguos habitantes.

—Hoy es un gran día, pues hace ciento nueve años sus antepasados decidieron acabar injustamente con dos personas de este hermoso lugar y, para colmo, mienten sobre los hechos —anuncio con voz firme.

—No solo nos acusan falsamente, sino que también me sacaron de mi hogar, me humillaron y me quemaron viva, mientras a él lo ahorcan —añado con furia contenida—. Ahora, como juramos, es su turno de pagar.

Con esas palabras, las luces del lugar se apagan, sumiendo a todos en la oscuridad. La misma en la que fuimos obligados a estar. El pánico se desata mientras los invitados intentan encontrar una salida, solo para descubrir que están atrapados.

De acuerdo con nuestro plan, las mujeres son quemadas vivas en una gran hoguera en medio del salón. Todo comienza con un estremecedor silencio que envuelve el salón mientras los invitados, atónitos, observan en un estado de inquietante calma. En un momento, de la nada, las llamas surgen con un rugido voraz. Chal, mi amante, ha encendido la hoguera con un gesto calculado. Los troncos y la madera, que antes se escondían bajo una capa de decoraciones festivas, empiezan a crepitar y arder en llamas altas y despiadadas.

El gran salón de baile, que antes brillaba con luces festivas y adornos opulentos, ahora se transforma en un escenario macabro. Las elegantes cortinas de terciopelo rojo que adornaban las paredes están ahora enredadas en el humo denso que asciende desde la hoguera central. Las lámparas de cristal, que solían lanzar destellos dorados sobre los invitados, ahora parecen sombras espectrales en la penumbra de la noche.

Las llamas de la hoguera, alimentadas por un líquido inflamable escondido previamente, danzan con furia, proyectando sombras grotescas en los frescos del techo y en los tapices descoloridos. El suelo de mármol, antes reluciente y pulido, está cubierto de cenizas y restos de la fiesta. Los gritos de dolor y desesperación llenan el aire, reverberando en las paredes y acentuando la atmósfera infernal que se ha apoderado del lugar. Cada grito es un eco desgarrador que calma mi desdichado corazón, mientras la furia de las llamas se refleja en mis ojos y el calor intenso envuelve el ambiente, convirtiendo la escena en un espectáculo terrorífico e inolvidable.

Una vez que las mujeres mueren y el fuego consume sus cuerpos, la venganza que hemos ejecutado empieza a sellar nuestras almas. El calor y el humo empiezan a disiparse lentamente, y la intensidad del sufrimiento se convierte en una sensación que se apodera de mí, pero también nos brinda una inquietante calma.

Nuestras almas, atrapadas en la venganza y la rabia, encuentran una paz creciente a medida que los gritos se desvanecen y el fuego se apaga. Cada uno de los hombres, con sus cuellos adornados por las sogas, espera el final con una desesperación palpable. Chal y yo nos movemos con determinación fría. Les arrojamos desde las ventanas del segundo piso, uno a uno, en una danza de justicia que adorna el castillo con cuerpos colgantes.

Mientras caen, los cuerpos se balancean lentamente, golpeando los muros del castillo con un sonido sordo y perturbador debido a los fuertes vientos. La vista de los cuerpos colgando desde las ventanas se transforma en un desfile macabro de venganza cumplida. Cada uno de ellos se desploma violentamente contra el suelo, sus cuerpos inertes chocan con fuerza, creando un sonido seco y desgarrador. A medida que caen, se esparcen en un grotesco arreglo, mezclándose con las sombras y el humo persistente del fuego.

La escena se torna en una pesadilla visual de cuerpos esparcidos y fragancia nauseabunda de carne quemada. Las primeras luces del alba revelan un panorama grotesco.

Al amanecer, cuando los primeros rayos de luz comienzan a despejar la oscuridad de la noche, el castillo se revela en su completa desolación. El nuevo día emerge como un símbolo de renovación y liberación. Las sombras de la venganza, que habían oscurecido nuestro mundo durante tanto tiempo, se disipan lentamente.

Con la luz dorada del sol bañando el escenario macabro que hemos creado, siento un profundo alivio. La calidez de los rayos del sol acaricia mi piel, como una promesa de que finalmente estamos libres de la pesada carga que llevamos. La sangre y el humo de la noche anterior comienzan a desvanecerse en el aire fresco de la mañana, llevando consigo el eco de los gritos y el lamento de la venganza cumplida.

El pasado oscuro queda atrás, y el futuro, aunque incierto, se abre ante nosotros como un lienzo en blanco, listo para ser escrito con nuevas historias de redención y paz. La venganza, que había sido nuestro motor y nuestra condena, se disuelve. Permitiéndonos, por fin, hallar un respiro en la calma que sigue al caos.

Nos miramos y sonreímos como dos perfectos cómplices llenos de esperanza.

—Después de tantos años separados, te sigues viendo igual de hermosa que la primera vez —me dice, sus ojos reflejando una adoración que me conmueve profundamente.

—La única esperanza en medio de tanta agonía era poder volver a verte algún día —le respondo, sintiendo una mezcla de alivio y felicidad que casi me ahoga.

—Ya no tendremos que esperar más. Es hora de estar juntos —me dice, y sus labios encuentran los míos en un beso lleno de promesas y ternura.

Para nosotros, estar separados había sido como atravesar un desierto sin agua o avanzar en una batalla sin municiones. La muerte nos había castigado, y la reencarnación era nuestra forma de elegir un nuevo camino.

Durante todos esos años, él había permanecido atrapado entre las paredes de su propio castillo, deseando haber llegado antes para cumplir su deber de protegerme. El tiempo pasaba, y el reencuentro que tanto anhelábamos se ha hecho realidad.

Ahora, mientras nos abrazamos y disfrutamos de nuestra unión, un nuevo capítulo comienza ante nosotros. El futuro se abre con posibilidades y promesas, y aunque el pasado ha sido tormentoso, el horizonte parece lleno de esperanza y nuevas oportunidades. Con el dolor y la separación finalmente detrás de nosotros, estamos listos para enfrentar lo que venga, juntos y renovados.

Aclaración: El castillo mencionado en la historia se llama Castillo de Quedlinburg, ubicado en la ciudad de Quedlinburg, en Alemania. Esta ciudad se encuentra a orillas del río Bode, en el estado federado de Sajonia-Anhalt.

Glosario:

Los sajónes: Se les dice así a los habitantes de Sajonia- Anhalt, es uno de los 16 estados federales de Alemania. 

 Vermissen Palabra alemana que significa, señorita.

Mein Liebling: Palabra alemana que significa, cariño.

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