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Al tener la mayoría de edad decidí irme a estudiar a la ciudad que nunca duerme, Nueva York. Concretamente al Bronx. Me dijeron que ese barrio era el más conflictivo de Nueva York. Puse los ojos en blanco cuando mi amiga Tania me lo dijo.

- ¿Qué pasa? ¿No me crees?

- Sí, pero estamos en el 2017, ya no me sorprende nada y no creo que lo siga siendo-. Respondí a sus preguntas.

- No digas que no te lo avisé-. Me advirtió mientras nos abrazábamos en el aeropuerto.

Una señorita por los megáfonos del aeropuerto anunciaba que ya se podía embarcar en el avión. Con un beso en la mejilla y otro abrazo más, me despedí de Tania que se estaba despidiendo de mí con lágrimas en los ojos.

Vivía en Londres. Sabía que Nueva York pillaba muy lejos de Londres pero quería empezar de cero y ese viaje a la universidad iba a ser el primer cambio en mi nueva etapa. Me dije a mí misma que nadie, absolutamente nadie, me iba a arruinar esta nueva etapa. Todo lo que necesitaba era dejar todo atrás, mi pasado oscuro como la noche, atrás.

Estaba nerviosa. Sentía que estaba huyendo pero no era así, era todo lo contrario. No estaba huyendo de nada, solo comenzar de nuevo en un nuevo país, en una nueva ciudad, donde nadie conociera mi nombre, donde nadie supiera de mi oscuro pasado.

Después de un buen rato luchando contra el sueño que amenazaba con llegar hacia mis ojos, caí en los brazos de Morfeo. No sabía decir cuanto tiempo había estado dormida, todo lo que sabía era que una tierna anciana que se sentaba a mi lado tuvo la bondad de despertarme cuando aterrizábamos en Nueva York. Con una sonrisa le agradecí el amable gento que tuvo por su parte.

Bajé del avión y me dirigí hacia la máquina negra para coger mi maleta. Una vez la tuve en mi posesión, me saqué un papel del bolsillo donde estaba apuntado la dirección del que iba a ser mi piso durante el curso. Me dijeron que estaba deshabitado, lo que corría a mi favor, por eso lo cogí.

Con el pulgar de mi mano derecha paré a un taxi. Sin mediar palabra le di el papel donde tenía apuntada la dirección y se puso en marcha una vez que el taxista lo leyó. En el trayecto, envié un mensaje a mis caseros donde les decía que en quince o veinte minutos estaría en la puerta del piso. Cuando lo envié, miraba por la ventana para contemplar la ciudad donde estaría viviendo por mucho tiempo. Muchos edificios altos, mucha gente paseando con prisa de un extremo al otro de la ciudad, muchos coches, muchos pitidos, tal y como salen en las películas ambientadas en Nueva York.

Cuando llegamos a la puerta del piso, el taxista paró y me miró para pagarle lo que había costado el trayecto. Pero un hombre de unos cincuenta años golpeó la ventana, el taxista bajó ésta y aquel señor le pagó. El mismo señor que me ayudó a bajar mi maleta del maletero del taxi.

- Muchas gracias, pero no tenía que hacerlo.

- Todo es poco para nuestra nueva inquilina.

Era el casero. De repente miró para su lado derecho. Pude ver a una mujer con la edad aproximada que la del casero, por lo que deducí que era su mujer. La mujer sonreía mientras movía su mano de lado a lado en forma de saludo, yo repetí el gesto de la mujer.

Cuando estuvimos en el piso me lo enseñaron. Era muy grande y muy espacioso, tal y como estaban en las fotos que vi en internet. Si por las fotos me enamoraron, cuando lo veía en vivo y en directo me enamoré completamente de aquel piso.

- Y este es el baño-, dijo el hombre parándose detrás de una puerta blanca-, pero no se puede pasar.

Yo me dediqué a mirarlo con cara extraña. ¿Por qué no se iba a poder pasar al baño? Y de repente lo entendí. Como por arte de magia se abrió la puerta del baño, de éste salía un chico con una toalla blanca rodeándole la cintura. Su torso desnudo marcaba bien todos sus músculos y sus abdominales. Su piel era morena y su pelo negro como mi pasado. No me podía creer lo que estaba viendo.

- ¿No iba a estar yo sola en el piso?

- Un hola por lo menos, ¿no?- Preguntó mirándome con mala cara.

Yo miré a los caseron exigiendo una explicación, ¿por qué me mintieron de esa manera?

- Es nuestro hijo, Tony. Él también va a estudiar en la misma universidad que tú y se quería venir al piso aunque estaba alquilado por ti. No pudimos decírtelo por miedo a que te echaras para atrás-. Explicó la mujer con una expresión en su rostro de arrepentimiento y a la vez de decepción. No sabía si decepción porque lo descubrí antes de tiempo o decepción por no contármelo cuando debería de haberlo hecho.

- No pasa nada. Una compañía en este piso tan grande me vendrá bien-. Mentí mientras en mi mente me despedía a la idea de andar por el piso desnuda.

- ¡Genial!- Exclamó la mujer-. Y lo siento por no haberte contado antes-. Se disculpó, a lo cual le respondí con una sonrisa.

Los caseros se fueron, dejándome a solas con su hijo que todavía no se había cubierto el torso pero se había puesto unos pantalones negros de un pijama.

- Tony, ¿no te puedes tapar un poquito? No vives solo-. Pregunté molesta.

- Es mi piso, puedo pasearme desnudo si quiero, tú también lo puedes hacer si quieres.

Lo miré con mala cara y me encerré en mi cuarto. Cuando salí, no había nadie pero sí una nota en el frigorífico: Me he ido con Clay, por si preguntas por mí. Yo me limité de poner los ojos en blanco y decir a lo alto lo egocéntrico que era ese chico.

Bienvenida a tu nueva etapa en Nueva York y con un chico que no conozco cuyo nombre es Tony.

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