CAPITULO 2

Gatos

Anson comenzó a dar vueltas por su pequeña cocina, giraba de un lado a otro y recorría cada rincón, incluso miraba por las viejas cortinas que colgaban de los barrotes que cubrían las ventanas «Qué demonios» pensaba una y otra vez. Sintiendo un fuerte dolor en su cabeza. Esta vez las punzadas era más fuertes y dolorosas que las últimas veces.

Por unos segundos se detuvo y murmuró: "No debí dejar el cuerpo ahí".

Aquel acto le había parecido muy inhumano, era algo repulsivo,  arrogante y egoísta. «Sus padres piensan que se fue y en realidad está muerta» pensaba. Pero a su vez se decía así mismo: "Ese no es tu problema" o al menos eso le hubiera dicho su padre.

—¡No quiero ser como mi padre!— gritó desencadenando un ataque de ira. Se lanzó violentamente contra el pavimento. Se quedó sentado en el suelo. Sujetaba su cabeza con sus manos y reñía una y otra vez.

Abraham Parker, le dió una lección a su hijo, si nunca golpeas al niño, entonces el pequeño será un malcriado. Si no le enseñas la ley del más fuerte, entonces tu hijo será el más débil. «Aquello lo recordaría y se lo agradecería durante toda la vida» . Anson miraba el techo, esperando alguna ayuda del cielo.

De pronto escuchó el sonido de un carpintero, estaba en el árbol junto a la ventana, podía verlo gracias a que el viento movía las cortinas y dejaba en descubierto aquella vista.

Anson soltó una risa. Su madre Alice Swan era una dulce mujer que estaba encantada con la belleza de esas aves, eran sus preferidas.

Alice Swan murió debido a una enfermedad que paró su corazón, aunque otros rumoreaban, que su decadencia, se había debido a un corazón roto. Paso cuando Anson, tenía cinco años, pero aún la recordaba, en ocasiones imaginaba su delicado rostro con aquella sonrisa que adornaba su cara.

Extrañaba el sonido que hacía al reír, aquellos ojos verdes que lo apuntaban como si fueran balas y la forma en que se movía. «Debo volver por el cuerpo» pensó.

Se levantó del suelo y se dirigió hasta su escritorio, buscó en unos de los cajones de madera, una vieja fotografía de su madre, también le acompañaba una foto de su padre y un dibujo que el mismo había elaborado cuando tenía seis años: era un carpintero.

En aquel cajón había un montón de recortes viejos, también una libreta, esa era nueva, por lo tanto la ignoró, pues solo estaba interesado en encontrar sus recuerdos. Colocó ambas fotografías junto al dibujo, era una motivación para él.

La cabaña tenía un viejo cuarto en la parte trasera, estaba acostumbrado a tenerlo abandonado, pero esta vez necesitaba abrirlo, así que se movió hacia la parte trasera de su casa y abrió el cuarto, tenía herramienta vieja, alguna que otra oxidada, pero la ocasión ameritaba una pala, así que la tomó y la llevó al frente de la misma, la dejó en reposo, recargada en su puerta principal, mientras preparaba una mochila, con una cuerda, lámparas, armas de filo y aunque le había costado un arma de fuego.

Usar armas le hacían revivir el recuerdo de su padre, siempre apuntaba a su cabeza mientras él lloraba temblando de miedo «Apunta así al conejo» esas eran sus palabras. Anson siempre negaba con su cabeza y le suplicaba a su padre. Aquello era perturbador. Era insoportable.

Anson tomó un suspiro «Será esta noche» pensó. Dejó su mente en blanco, la hora de reflexionar había llegado, pero un fuerte grito estremecedor lo sacó de sus pensamientos.

Anson giro su cabeza hacia la puerta principal, el grito venía de afuera, así que se apresuró rápidamente « ¿Qué estará pasando? » pensó, mientras corría más abajo de la colina.

A lo lejos vió la escena de una mujer y un hombre discutiendo, él la había tomado fuerte del brazo y ella quería zafarse.

—¿Todo bien?—preguntó con  delicadeza, pues no le gustaban los problemas, no quería meterse en uno y menos si la situación le afectaba indirectamente.

—No pasa nada, amigo—le respondió el joven con una mirada abrumadora.

Anson miró directamente a la joven, estaba esperando la respuesta de ella, pues por lo que había notado, el problema lo tenía el hombre.

—Si, como dijo él—dijo la joven mientras mencionaba al chico que la acompañaba —Todo está bien—agregó, tomando un suspiro.

Anson observó a los dos, no estaba convencido con la respuesta de ninguno, «de todos modos no es mi problema» pensó. Así que dio media vuelta hacia el pueblo. Por un momento no aparto su vista de ellos, pero después se alejó entre los árboles y arbustos del lugar.

Llegó a una tienda cercana a buscar un par de cosas que necesitaba, tenía apetito, disfrutaba de los platillos que su madre le hacía cuando era pequeño, así que quería recordar un poco de eso y se apresuró a comprar los materiales requeridos, un pedazo de carne para sazonarlo, verduras frescas, condimentos y un poco de arroz.

Se dirigió al mostrador a pagar, fue atendido amablemente, tomó sus cosas y giró topando con un hombre de sesenta años que lucía lo bastante conservado.

—Fíjate—le gritó enfurecido.

—Le pido una disculpa —respondió apenado.

—Cállate—le dijo con un tono mayor y lo apartó bruscamente, a pesar de ser tan viejo tenía mucha fuerza, pues aunque Anson lo desconocía, el viejo Myers era un veterano de guerra.

Anson lo miró confundido por su extraño comportamiento, trato de ser amable y no había funcionado, así que sólo se apresuró a marcharse. Salió de la tienda y se encaminó hacia su cabaña, pues estaba cansando de tal situación.

Caminó entre los arbustos por los paisajes del lugar encaminándose a su casa, sin despejar su mirada del bosque. Entonces miró a la señora Fatine, la mujer salía de casa con algunas maletas. «Quizás debería decirle» pensó, dirigiendo sus pasos a ella, pero una mano lo detuvo. Aquella mano sostuvo su hombro, Anson sintió preocupación y sobre todo curiosidad por saber de quien se trataba, en su vida como errante había conocido muchas personas, era un ambulante entre los valles de Oregón, un famoso entre los nómadas, pues recorría todo lugar. Sospechoso de quien pudiese ser, giró su cabeza lentamente, y observó al hombre, se trataba del padre de la parroquia.

—Bienvenido de vuelta, Anson Parker—dijo con una sonrisa en su rostro.

—¿Padre Gabriel?— inquirió confundido.

—El mismo —respondió, mientras estiraba su mano para darle un fuerte estrechón, Anson respondió aquel acto y saludó al hombre. El padre Gabriel era un hombre grande de edad, había sido el párroco de la iglesia desde ya hace un tiempo.

—¿Ibas a algún lado, Anson? —preguntó.

—Quería hablar un poco con la señora Fatine —le respondió, mientras pasaba un poco de saliva al hablar, pues el hombre estaba nervioso.

—¿Por qué tan nervioso, hijo? — sonrió el párroco.

—Es sólo que necesito hablar con la señora Fatine —dijo con una sonrisa nerviosa.

—Supongo que quieres despedirte de ella — manifestó.

—¿Se irá? — se asombró.

—Si, igual que su hija—le dijo el padre mientras ponía una mano en el hombro de Anson y se dirigía hacia Fatine.

Anson se quedó perplejo, que situación tan incómoda, que extraña tarde, que mal día, todo eso pasaba por su mente.

El padre Gabriel se despedía de la señora Fatine y junto a ella estaba su esposo un hombre que provocaba miedo, con un aspecto poco amigable su nombre era Jonathan James.

La desaparición de su hija no parecía importarle, lo cual era bastante sospechoso, sin embargo ese asunto lo dejaría pasar.

Anson se marchó, paso discretamente cerca del padre y de los otros dos, se apresuró para volver a casa, pues aún llevaba las bolsas de su mandado, la hora del medio día había llegado.

Nunca antes había tenido un día como ese, podría incluso decir que había sido el peor de su vida.

Mientras la imaginación de Anson se deleitaba con toda la naturaleza por la cual pasaba, sus ojos verdes recorrían los ricos pastos, y los abundantes árboles frutales. Su corazón ardía por todo aquello, negándose a sí mismo una y otra vez, dado que tal situación era escalofriante.

Llegó a su cabaña y comenzó a preparar la comida, tenía un gran apetito pues esta exhausto con todo aquello. Lo único que deseaba era darse un baño caliente y meterse en se cama, entre las sábanas blancas que la cubrían, tomar un libro y leerlo tranquilamente, pero aquello sería imposible puesto que tenía que hacer algo con el cadáver de Rosalie James « bueno, el cuerpo no podía quedarse allí » pensaba,  no es que fuera su obligación, pero era el único de Oregón que lo sabía y esto lo ponía al frente.

Desencadenando un millón de emociones comenzó a analizar el caso, pues se trataba de algo tan escalofriante « ya que hay una mujer muerta, su cuerpo está abandonado cerca del río, los habitantes del pueblo no están alarmados, pues desconocen la situación de la misma » pensó.

Pero, sin duda la incógnita más importante era: « ¿Fue un accidente, suicidio u homicidio? »

Aquel era un caso particularmente difícil, el joven Anson no era un investigador, había estudiado un curso de psicología, que poco tenía que ver con eso. Sin importar aquellos detalles el joven estaba dispuesto a realizarlo.

Aquella tarde fue escaza, el tiempo paso muy rápido, Anson sentía el frío recorrerlo por la piel, era la hora de salir, había una noche impaciente en espera, la luna estaba llena, y los vecinos dormían.

Anson se apresuró, tomó la mochila que había preparado aquella mañana, busco un abrigo lo suficientemente acogedor para soportar el frío que de momento lo estaba congelando. Se asomó por aquella ventana que estaba cubierta por una cortina rota,  «No hay nadie» pensó.

Salió por la puerta principal y tomó la pala que había reservado. Aquella noche era como cualquier otra, un olor a iré fresco podía respirarse, podía escuchar el murmullo del arroyo, el chillar de las lechuzas y podía ver el cielo estrellado.

Bajo rápidamente la colina, apresurado por llegar al bosque. Se detuvo frente al mismo y lo observó, solo podía ver la profundidad, su fantasía lo llevaba tan lejos que podía recordar cuando era un niño, nunca tuvo miedo de ese lugar, era como su segundo hogar. Así que se adentró sin pensar, corrió hacia el río recordando que la mujer estaba del otro lado.

Estaba cerca, podía escuchar el río, respiraba aquel olor a tierra mojada, el viento era fresco y rozaba lentamente  su rostro. Se acercó al lago y metió su mano, estaba muy helado, así que le costaría trabajo, sin importarle se introdujo en el lago. Comenzó a temblar, sentía como su cuerpo se adormecía por el frío, mas sin embargo continúo hasta el otro lado.

En cuanto salió, se dejó caer en la tierra, comenzó a quejarse y se recostó entre los arbustos, no soportaba aquella sensación, miraba de un lado a otro, sorprendiéndose al ver la cajita de madera junto a él.  « ¿Será la misma? » se preguntó. Movía los ojos de un lado a otro. Estaba confundido tanto que se dio un par de golpes en la cabeza. Se incorporó y tomó la caja abriéndola de inmediato, esta vez no encontró nada, ni la nota ni la rosa, la caja estaba vacía.

—¡Demonios! —exclamó.

Lanzó la caja con mucha fuerza hacia un árbol. Solo observó como esta se rompía al estrellarse.

Volvió en busca del cuerpo de Rosalie James, lo había abandonado en aquel lugar, así que suponía debía estar donde mismo, aunque una caja vacía era lo bastante raro. Se levantó para dirigirse a aquel lugar, de pronto hubo un silencio prologando, escucho un sonido, una persona estaba detrás de él, suspiró despacio, no giró su cabeza, pues una pistola lo apuntaba.

—Te dije que no había nada en el bosque —le dijo aquel hombre de quien inmediatamente reconoció su voz.

Anson cerró los ojos e hizo un gesto —Carajo!—exclamó.

Mientras tanto en el pueblo, Julie Stone se encontraba repartiendo volantes, estos para concientizar a los vecinos sobre la cacería. Julie Stone, era la hija adoptiva de Christine Jackson y Jared Levine.

Desde pequeña sentía esa agradable empatía por lo animales, le encantaba recorrer los prados del bosque, llevando alimentos a quienes consideraba sus amigos. Poco estaba enterado de lo ocurrido con la familia James, ya que era de lo que todos hablaban en el centro y aunque era muy conocida en el pueblo, no estaba relacionado con la familia James, ni si quiera con su única hija Rosalie James.

—¿Me darías uno?— le pidió una mujer, refiriéndose al folleto.

—Claro—respondió la joven, quien inmediatamente le entregó uno.

—Al menos la cacería termino—dijo la mujer, quien se estaba ocupando de leerlo el folleto, su nombre era Margaret Smith, era una mujer de una edad avanzada, estaba rodeada de gatos, los vecinos especulaban que se debía a su soltería, pues nunca se casó. Sin embargo, se decía que estaba rodeada de riquezas, lo que dejaba en misterio cual había sido la causa de su mala suerte.

Julie le sonrió a la mujer, a pesar de que nunca había tratado con ella, en el pequeño pueblo casi la mayoría se conocía, pero no todos los habitantes tenían comunicación.

—Espero que tú no desperdicies tu vida —balbuceó Margaret, guardando el folleto en un gran bolso de mano.

—¿Disculpe?—preguntó con curiosidad la joven, quien no había alcanzado a escuchar las palabras de la mujer.

—Todos en el pueblo hablan de esa joven, la que se fue con un hombre, dicen que era mayor que ella, ojala que tú no cometas los mismos errores, porque los hombres son lo peor de mundo —respondió.

Julie estaba enmudecida, fue fácil intuir que la mujer se refería a Rosalie, pero a Stone no le gustaban los "chismes", no solía hablar mal de las personas a sus espaldas, ni siquiera hablaba de las personas, era una joven muy directa, cualquier asunto que quisiera tratar lo decía de frente.

—Honestamente no sé nada de eso, señora —dijo nerviosa.

–Señorita —se molestó.

—Disculpe, señorita.

—Las jóvenes de hoy en día se toman atribuciones que no les corresponden -dijo marchándose.

Julie se quedó perpleja observaba a Margaret marcharse, tanto que se percató de que un pequeño gato deambulaba por los alrededores, al cual al verlo Margaret se aproximó hacia él. Lo tomó y dijo —Seré tu nueva mamá, pequeña. Julie se dio media vuelta, marchándose del lugar.

—Tu nombre será Flave—dijo la mujer, quien no paraba de hacerle cariños, al gato de ojos azules —Te encantará tu nueva casa y conocerás a tus hermanos, por cierto tienes diez —agregó, mientras se aleja de aquel lugar.

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