Capítulo 38⚠️

No sé en que momento entró en mi la curiosidad de querer experimentar practicas poco convencionales en el sexo, bueno... Quizás sí lo sé.

Antes de tener mi primera vez cuando teníamos las típicas charlas de adolescentes hormonales sobre sexo de las cuales ninguna de las participantes había tenido experiencia alguna, cada vez que tocaba mi momento de responder decía lo mismo en medio de risas, disfrazando aquella verdad en broma.

«"Me encantaría que me pongan en cuatro y mientras me cogen, me jalen del cabello o me den nalgadas diciéndome cosas sucias."»

Ya con pareja estable, pensando que sería una buena idea para que no muera el amor, busqué tener nuevas experiencias, sin embargo... No obtuve buena respuesta volviendose el sexo aburrido, hasta llegar al punto de no sentir placer. Aun recuerdo la cara de espanto el día que le propuse ir yo arriba, nada extraño. Creo. De todas las veces solo una cedió.

Luego cuando quedé soltera y comencé a tener sexo casual, las poses variaban, pero al momento de mis peticiones huían.

¿Estaba mal lo que pedía? ¿Tan mal estaba que me insulten, que me den una nalgada? ¿Era un pecado mortal lo que deseaba y por eso el bueno de Dios me mandaba hombres políticamente correctos para salvar mi alma? ¿Estaba pidiéndole al ser equivocado que me envíe un hombre que cumpla mis fantasías?

Cuando desistí de buscar y pedir, lo encontré o él me encontró a mi, no lo sé. Con lo único que no contaba era que me enviarían a una persona que se excitaría y gozaría conmigo haciendo prácticas que iban más allá de mi imaginación.

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La cera caliente caía a lo largo de mis brazos, de a uno por vez, primero el izquierdo luego el derecho siendo su recorrido desde la mano hasta el hombro y viceversa. Quiero creer y pensar que la temperatura variaba de acuerdo a las zonas más o menos sensibles. Luego de los brazos pasó a las piernas haciendo exactamente lo mismo que en los brazos, las sensaciones eran las mismas.

¿Me excitaba aquello? En verdad, no mucho, era una experiencia nueva y todo era confuso; Si a él, ¿Cómo lo sabía? Por su respiración, por sus sonidos lo más parecido a un gemido.

Todo el panorama cambió cuando pasó a mi torso, se encargó de convertir mi ombligo en una piscina de cera, desde ese momento mi cuerpo comenzó a reaccionar; trazó caminos desde mi ombligo hasta en medio de mis pechos, mí respiración comenzaba a acelerarse entrando en una especie de excitación, de miedo a lo desconocido, miedo al no saber si aquello caliente que sentía iba a seguir aumentando su temperatura.

Su boca entra a escena lamiendo y chupando mis pezones, su lengua audaz juega en ellos y allí salen mis primeros sonidos de placer. Muerde sorpresivamente y gimo fuerte.

—Pensé que estabas dormida.

—¿Acaso no me dijo que debía de controlarme?

—Estás muy contestadora hoy, —me da una nalgada —y me encanta que así seas para castigarte.

Con su boca llena de agua fría vuelve a tomar uno de mis pezones.

—Aahh... -gimo y me muevo de la excitación.

Con rapidez su boca deja mí pecho y un largo hilo de cera caliente cae alrededor de mí pecho, terminando en mí pezón.

—Aah... —mezcla de dolor por lo caliente de la cera y placer se hacen presente.

«Quema, duele, me comienza a gustar aquello.»

Procede a hacer lo mismo en el otro, cierro mis manos en un puño al no encontrar nada de dónde tomarme y me niego a decir la palabra de seguridad aunque esto esté doliendo. Él sabe a la perfección lo que estoy sintiendo, me ve y me oye como también yo sé lo que él está sintiendo porque aunque solo lo pueda oír puedo distinguir su respiración normal de su respiración de excitación.

«Di la palabra de seguridad.»

Tomo una bocanada de aire para poder decirle la palabra de seguridad, sin embargo se detiene.

—Eres una caja de sorpresa Estefanía. —susurra en mí oído y un frío recorre mí columna vertebral —¿Por qué te niegas a detenerme? ¿Acaso no sabes que tu dolor me excita? —acaricia una de mis piernas mientras continúa hablándome en un susurro —¿Qué debo hacer contigo? —acaricia mí pierna por el lado interno, sabiendo en donde va a terminar su mano: en mí intimidad.

Suspira y siento como se aleja, no muy lejos porque su siguiente movimiento es volver a colocarse en medio de mis piernas, tomarme de las mismas y apoyar su eréctil y duro miembro en mi entrada.

—Amo...

«Lo necesito dentro de mí.»

Introduce la punta en mí entrada y la primera ola de calor me invade, me penetra profundo y lento; una, dos, tres veces. Levanta el antifaz y me encuentro con su mirada también penetrante y su sonrisa malvada ya conocida.

—Sshh... —lleva su índice a su boca —Solo quiero ver tus expresiones, quiero saber hasta dónde eres capaz de silenciar lo que sientes.

Me toma de las caderas y comienza a embestirme fijando su mirada en mí, provocándome vergüenza, queriendo volver a tener el antifaz puesto. Aumenta el ritmo y al propósito, creo yo, gime. Intento con todas mis fuerzas callar lo delicioso que se siente tenerlo dentro de mi.

«Podría en este momento estar sabiendo lo bien que coge y lo que me hace sentir, pero le encanta censurarme.»

Por estar pérdida en aquel trance de excitación no caigo en cuenta lo que sucede a mí alrededor hasta que una llama aparece frente a mí.

—Es la primera vez que hago esto, —señaló, sin salir de mí y con la pequeña pero poderosa vela en la mano —Si algo cae será por los movimientos no por mí culpa. —sonrió.

Con algo de dificultad al principio me embestía despacio, luego poco a poco encontró el ritmo. A una distancia bastante prudente ubica la vela, aumenta el ritmo y por el mismo vaivén su mano comienza a moverse, cayendo las primeras gotas de cera y sin poder callarlo más, sale un gemido de placer.

Baja la vela y continúa con aquella acción, cuánto más baja la vela más alta es la temperatura de la cera y más alto expreso lo que siento y comienzo a sentir algo de dolor por el ardor.

—A... aahh —gimo en voz alta.

«Descubro que el leve ardor me gusta, me excita.»

Sigue embistiéndome más rápido perdiendo el control de la distancia y el equilibrio entre la vela y mí cuerpo, la cera cae más cerca de mí piel, más copiosa y por ende más caliente.

«Duele, pero no pienso decir la palabra de seguridad.»

El calor que emanan nuestros cuerpos más lo caliente de la cera que cae sobre mí, convierte aquel acto en lo más parecido a una tortura que solo en el infierno se podría encontrar. Por primera vez puedo escucharlo gemir sin nada de control de su parte.

«El mismísimo Lucifer se apoderó de él.»

Sin pensarlo deja la vela a un lado sobre una mesa y con su cuerpo sobre el mío, mientras su boca desesperado busca la mía, continúa entrando y saliendo de mí, gimiendo en mí boca.

—Amo, —gimo agitada con la poca cordura que me queda —voy a acabar, ya no aguanto más.

Se detiene de repente, pareciera que mis palabras lo sacan de aquel trance y vuelve a la realidad.

—No dejaré que acabes, si lo haces también lo haré y lo que deseo es tenerte en cuatro. Creo que ya te lo había dicho.

—Si amo, me lo dijo. —con dificultad le contesto.

—Señor. —muerde mí labio inferior y sale de mí —Ponte en cuatro como la perra obediente que eres, mí perra. —me ordena.

Sin saber lo que venía, cumplo lo que me ordena. Aún tengo las manos atadas y eso dificulta que me logre ubicar rápidamente, me sorprendo de mí misma como sin ningún tipo de pudor quedo en aquella pose con el culo a su entera disposición.

«Creo que ya le entregué hasta la última gota de alma y dignidad.»

Su mano aparece en escena acariciando mí glúteo para luego darle una palmada, me encanta que haga aquello. Repite la acción alternando entre un glúteo y otro y cada vez más fuerte, voy percibiendo que la palmada no es en el mismo lugar, sino que va cada vez más hacía el centro hasta llegar a mí intimidad.

Aparece en escena un elemento ya conocido, la fusta. Con la lengüeta acaricia el clítoris un par de veces para luego darle un suave golpe.

—Aahh... —gimo.

Recorre con la fusta desde la nuca bajando por la columna, provocando un escalofrío y cosquilla, hasta llegar a mí culo dónde azota uno de los glúteos. Repite la acción y azota al otro.

—Como quisiera cogerte por este hermoso culo. —lo acaricia. El miedo se hizo presente en mí.

—No... no me gusta, señor. —detiene en seco sus caricias.

—Estefanía, pensé que serías virgen de ahí al menos y sería yo el privilegiado de ser tu primera vez. —sentí decepción en sus palabras.

—No, —me apresuro a contestar llevando mí mirada hacia el costado para verlo —nunca tuve sexo por... ahí amo. —le expliqué avergonzada.

—Señor. —da un azote, su corrección fue con voz firme, seria.

—Fue un intento, pero sentí mucho dolor y miedo, entonces di por terminado aquello.

—No cualquiera sabe hacerlo, —ahora lo escuchaba más calmo —para tener un buen sexo anal hay que tener en cuenta dos cosas: una buena lubricación, —sorpresivamente acaricia mí intimidad, lanzo un suspiro por la sorpresa —como la que tienes justo en este momento aquí y una buena polla. —me penetra.

—Aahh.... —Ahí iba el primer gemido.

Tomándome de las caderas para tener un buen control comenzamos a tener ese sexo salvaje que tanto me gusta de él. Me embiste rápido, profundo y en los momentos menos esperados recibo una palmada. Sus movimientos, nuestros gemidos y el sonido provocado por el choque de nuestros cuerpos, componen una melodía excitante, que al menos a mí, me hace perder la razón.

Me toma de la coleta del cabello y tirando de ella continúa fuerte, puedo sentir su miembro muy duro dentro de mí y mí cuerpo me da las primeras y claras señales que estoy llegando al orgasmo.

Obviamente sabiendo lo que está a punto de acontecer se detiene.

—Señor... no pare.

—Lo siento, pero no quiero que acabemos sin haber hecho lo que tanto esperé. —lo escuchaba agitado por primera vez al igual que yo —Sé muy bien que no lo harás, de todas formas te recuerdo que no olvides de decir la palabra de seguridad. ¿Entendido?

—Si, señor.

Oigo el ruido del empaque del condón y por entera curiosidad llevo mí mirada hacia atrás.

—¿Me quieres ayudar? —elevando sus cejas y con el condón en una mano y su miembro en la otra, me pregunta.

Avergonzada vuelvo mi vista al frente, de inmediato una de sus manos toma nuevamente mi cadera y me penetra profundamente, saliendo de ambos un gemido. Me embiste un par de veces y se detiene.

—Aquí vamos.

Imaginando que se refería a tener nuevamente sexo fuerte me preparo mentalmente para intentar no tener un orgasmo de inmediato, pero toda mi preparación se esfuma cuando el primer hilo de cera recorre toda mi espina.

—Ah... —hundo mi espalda ante el sorpresivo dolor.

Entra y sale de mi a modo de calmar el dolor, creo yo. Cae otro hilo de cera, esta vez el recorrido comienza en el omóplato derecho y termina en el glúteo, cierro mis puños soportando el dolor y confirmo que sus embestidas son un bálsamo. Pasa al otro lado y repite la misma acción, el dolor que había sentido cuando lo hizo en el torso no era nada con lo sentía ahora.

Todo se intensificó cuando me tomó de la coleta y volvimos a tener ese sexo fuerte que me volvía loca y la cera caliente cayendo.

«Di la palabra de seguridad niña.»

Me negaba a hacerle caso a mí conciencia porque aquello no solo me causaba dolor, sino un placer intenso; porque al fin había ingresado al infierno y a ese lado oscuro del que me habló; porque cuando ambos llegamos al orgasmo por primera vez juntos, descubrí que al fin había conocido el paraíso dentro del infierno.

«Al fin conseguiste tu caballero oscuro y no solo eso, descubriste que conociste a alguien con el mismo infierno que el tuyo Estefanía.»

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