Capítulo XVII

Kardia y Camus pasaron el rato discutiendo infantilmente por todo desde el momento en que empezaron a jugar juntos. Kardia, decidido a ganarse la confianza del menor, había sacado su consola de videojuegos de la única caja que logró traer consigo mientras esperaba el resto de su equipaje. Invitó al joven francés a jugar para matar el tiempo, sin imaginar que Camus se quejaría y lo amenazaría "de muerte" cada vez que perdía una carrera.

Degel, sentado en el sofá con un libro entre las manos, escuchaba los insultos que se cruzaban los dos jóvenes. Quedaba claro que les llevaría tiempo llevarse bien.

—¡Hijo de...!

—¡CAMUS! —gritó Degel, espantado—. ¡¿Qué estabas a punto de decir?!

Camus se sobresaltó y miró a su madre con los ojos muy abiertos, asustado. Por poco dejaba salir una de esas frases que había oído tantas veces de los adultos cuando se enojaban. Kardia notó la molestia de Degel y decidió intervenir.

—No te enojes con él, Degel. No es su culpa que los adultos digan palabrotas delante de los niños.

—¡Pero si él ni siquiera sale! —bufó el francés, exasperado, negando con la cabeza mientras se levantaba del sillón—. Definitivamente no pueden quedarse solos.

Kardia y Camus intercambiaron miradas antes de observar en silencio cómo Degel abandonaba la sala.

—Genial, solo faltaba que estuviera en sus días —murmuró Camus al escuchar los pasos pesados de su madre.

—¿Así es siempre? —preguntó Kardia, retomando el mando de la consola.

—Cuando no está en sus días, parece que se va a tirar de un puente.

Ambos se echaron a reír y decidieron seguir jugando, esta vez sin discutir. No querían que Degel saliera de su habitación para arrojarles la cama por hacer tanto ruido.


[~°🍎°~]

Después de una cena tranquila en la que, sorprendentemente, Kardia y Camus lograron no matarse, Degel se retiró a la intimidad de su habitación. Sentado en la orilla de la cama, el peli azul observaba al francés mayor, quien permanecía de pie, mirando por la ventana. Las pocas estrellas visibles salpicaban el vasto cielo nocturno.

Kardia, sumido en sus pensamientos, trataba de descifrar la razón de aquella misteriosa invitación a hablar a esas altas horas de la noche. El semblante serio, casi sereno, de Degel le provocaba una creciente angustia. El silencio tedioso solo acrecentaba su inquietud, haciéndole pensar que aquello se convertiría en una crisis existencial si no rompía pronto el mutismo.

De repente, Degel desvió su mirada hacia él, haciéndolo entrar en pánico. La reacción nerviosa del griego no pasó desapercibida, y el francés soltó una suave risa contagiosa que terminó por avergonzarlo.

—Te noto tenso —dijo Degel al fin, dándole un respiro, al menos por ahora.

—Bueno, literalmente me tienes aquí secuestrado sin decir ni una sola palabra sobre lo que, con tanta seriedad, me invitaste a hablar —protestó Kardia.

Degel esbozó una media sonrisa y suspiró. Enderezándose, caminó con pasos suaves hasta sentarse junto a él, manteniendo una distancia respetuosa. Cruzó los brazos y miró al griego con serenidad.

—El asunto es delicado, así que espero que no te alteres ni grites. Es de noche, los vecinos están durmiendo, y Camus debe estar en su habitación, seguramente en el quinto sueño —Kardia asintió, algo más relajado—. Bien... ¿por dónde empezar?

Degel comenzó a relatar su historia, partiendo desde el inicio: la insistencia de Camus con un muñeco, el desarrollo de los acontecimientos y, finalmente, el trágico desenlace que aún le costaba digerir. Había sido un golpe fuerte para ambos franceses, y la tensión persistía.

Kardia, sorprendido en algunos momentos del relato, se mantuvo en absoluto silencio. Su expresión seria reflejaba atención y respeto. Evitó interrumpir, aunque el relato despertaba preguntas en su mente.

—Bueno, al final Camus me tiene medio perdonado, pero nada es seguro con esa actitud bipolar. Me gustaría saber a quién salió.

Kardia reprimió la risa ante el comentario, aunque recuperó la compostura casi al instante.

—Vaya... ¿qué te digo? Toda esta historia parece una mezcla de ficción y violencia intrafamiliar.

Degel no dudó en darle un codazo, mientras Kardia soltaba una carcajada.

—Aun así, me cuesta creer que te pasara todo eso sin que yo estuviera presente. Tal vez ese sujeto y yo nos habríamos llevado bien.

—Ya quisieras —respondió Degel, rodando los ojos con gracia.

—Pero... por alguna razón me siento raro.

—Sabía que te sentirías así.

—Lo que no entiendo es por qué ese nombre me parece familiar. Me hace sentir... agobiado.

—Son cosas que sucedieron hace tiempo. No lo recuerdas porque solo eras un niño.

—No estaría mal si me lo contaras, aunque sea con algunos detalles omitidos.

Degel le lanzó una mirada significativa antes de que ambos se sumieran en un breve y silencioso descanso. Mientras Kardia lidiaba con un torbellino de pensamientos, Degel ya tenía decidido cómo iniciar la conversación principal.

—Recuerdo que me citaste aquí por algo importante. No creo que haya sido solo por tus "chocoaventuras" con Camus.

Degel esbozó una sonrisa de medio lado. Siempre tan perspicaz, pensó con orgullo al recordar cómo había criado a Kardia.

—Bueno, supongo que es hora de contarte la verdadera razón por la que te hice venir desde tan lejos.

—En realidad no es tan lejos. Grecia y Francia están prácticamente a la vuelta de la esquina —bromeó Kardia.

—No inventes.

—Continúa.

—Camus quiere un hermanito.

Kardia se removió, inquieto ante la inesperada revelación.

—Entonces supongo que piensas buscar a su verdadero padre -comentó entre dientes.

—No... realmente no es necesario buscar a ese sujeto otra vez.

—Entonces, ¿qué piensas hacer?

Degel suspiró profundamente.

—Quería pedirte que me ayudaras con eso.

Kardia se tensó. El pánico lo golpeó de forma disimulada, pero intensa. Su mente quedó en blanco, al punto de olvidarse de cómo respirar.

—Te pediría que no dejaras de respirar -comentó Degel, sin perder su calma característica.

El menor soltó de golpe el aire que había estado reteniendo en sus pulmones.

—Es que... o sea... ¿quieres que te ayude con eso? ¿Pero cómo? —balbuceó Kardia, visiblemente nervioso.

Degel le apoyó una mano en el hombro y lo apretó firmemente.

—Kardia... ya estás demasiado mayorcito como para que tenga que explicarte esa parte.

Kardia palideció de inmediato, empezando a temblar como si estuviera frente a una situación de vida o muerte. Sí, aquello era el verdadero y puro "gay panic" personificado.. Miró hacia la ventana, sintiendo cómo su estómago se revolvía mientras el calor subía hasta sus mejillas.

La verdadera razón de su reacción era simple: Kardia no tenía idea de a qué se refería Degel. Bueno, tal vez tenía una vaga idea, pero su inocencia seguía siendo sorprendente, incluso a pesar de su mayoría de edad.

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