✓2. Ojos Verdes
Mi preciado sueño es interrumpido por el sonido de mi teléfono. Una de las noches que duermo tranquilamente y es arruinada por completo por la maldita llamada.
—Teléfono del demonio —maldigo al pobre aparato con mal humor.
Con toda la mala voluntad que me produjo la interrupción, estiro la mano para tomarlo al darme cuenta que no dejará de sonar. Restregando uno de mis ojos observo la pantalla y me siento de una en la cama al ver quien llama.
—Marina —la nombro con tono preocupado.
—Manu, disculpa por llamarte tan temprano, pero… ¿Puedes venir ahora a mi departamento? —pregunta con voz apagada y triste.
—Descuida, en quince minutos estoy contigo.
—Gracias y disculpa de nuevo.
—Tranquila.
Cortando la llamada, me entran ganas de llorar al mirar la hora, son apenas la siete de la mañana de un sábado. Resignada con el tiempo, me levanto y entro directo al baño. Al no tener el tiempo suficiente para una ducha, hago lo necesario, cepillo mis dientes y cuando me cambio de ropa, tomo el teléfono con las llaves y salgo hacia la cocina.
Tomando una manzana del frutero sigo mi camino hacia la puerta de salida. Saco mi coche del garaje saliendo en dirección al departamento de mi mejor amiga. Diez minutos después estoy estacionando fuera del edificio de cinco pisos. Le pongo seguro al coche y corro escalera arriba hasta el cuarto piso, ya que el elevador en estos momentos no es una opción.
Llego al piso deseado con la respiración acelerada, camino hasta estar frente a su puerta y doy unos toques en la madera. Unos segundos después la puerta es abierta mostrándome un desastre pelirrubio con nariz y ojos rojos.
—¿Mari qué pasa contigo? —pregunto y con eso es suficiente para que se lance a mis brazos llorando. La recibo con algo de dificultad perdiendo casi el equilibrio por el impacto, pero la sostengo—. Vamos adentro ¿si? —susurro luego de unos segundos logrando que asienta.
Rompemos el abrazo y entro al interior del lugar cerrando la puerta a mi espalda. Caminamos por el pasillo hacia el salón, sentándonos en el sofá marrón oscuro.
—Disculpa por llamarte tan temprano, se que a veces las pesadillas no te dejan dormir bien y hoy al parecer te desperté —dice sorbiendo por la nariz al ser la única conocedora de las pesadilla además de mi padre.
—Ya te dije que no importa, tú eres más importante —la tranquilizo tomando su mano—. ¿Me vas a contar qué te sucede? —asiente, manteniéndose en silencio por unos minutos.
—Ya sabías que desde hace un mes y medio estaba saliendo con un chico, Max. —Asiento—. Nos iba muy bien o eso creía. Yo deseaba algo serio por una ves y quería que las cosas tomaran su tiempo para conocernos mejor —toma silencio unos segundos mientras respira—. Pero hace un tiempo, empezó a enojarse conmigo cuando le decía que todavía no quería tener sexo con él, pero al final solo se iba y después me buscaba como si nada. —Frunzo el ceño—. Pero el jueves nos invitaron a una fiesta y en la noche fuimos. Al principio todo estuvo bien; bailamos, tomamos y nos estábamos divirtiendo… hasta que llegó ese momento de la noche. Ya estaba con algunas copas de más y él mucho más que yo. Me llevó hacia el piso de arriba hasta meternos en una habitación —dice con sus ojos vidriosos—. Todo comenzó con besos y en el primer momento me gustaba, pero después sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo por todos lado —murmura con su respiración empezando a aumentar y aprieto el agarre en sus manos—. Yo no quería estar con él en ese momento y menos estando ebrios, se lo dije pero no me prestó atención. Solo quería salir de ahí, pero no podía, las cosas se salieron de control y terminamos en la cama, intentó deshacerse de la ropa, y-yo le gritaba que no, pero él no-no paraba. —Las lágrimas bajan por sus mejillas logrando que un nudo se instale en mi garganta—. Yo-yo no que-quería —solloza y la envuelvo entre mí brazos.
—Dime que no lo hizo por favor. —Cierro los ojos con una lágrima corriendo por mi mejilla y cuando niega siento que puedo volver a respirar.
—N-no, cuando estaba a punto, alguien abrió la puerta. Era un chico, me lo quitó de encima y no se que pasó con ellos —responde sin separarse del abrazo—. Escuché ruidos de golpes, así que me imagino que lo golpeó. Yo solo me acurruqué en la cama, deseaba huir de ahí, pero mi ropa estaba echa un desastre y quería desaparecer. Todo eso me hizo pensar en ti y no sabes lo que me dolió imaginarte en una situación peor —dice apretando sus brazos a mi alrededor logrando que le corresponda.
—¿Cómo saliste de ahí? —pregunto separándonos mientras limpio mi rostro con el dorso de mi mano.
—El chico de antes me prestó su chaqueta y me sacó de ese lugar, luego me trajo hasta aquí en una camioneta —sorbe por la nariz.
—¿Por eso estabas tan rara ayer? —Asiente y seco las lágrimas en sus mejillas con mis mano—. Por dios Marina.
—Perdona por lo de ayer y discúlpame con Marcos luego también. Yo solo quería estar sola, pero hoy cuando desperté lo recordé todo de nuevo y te llamé sin pensar, necesitaba contártelo. Me sentí tan acorralada en ese momento —habla provocando que sus ojos se vuelvan a cristalizar.
—Ya tranquila, todo está bien ahora, estas a salvo. —La vuelvo abrazar quedándonos así por unos minutos—. ¿Tienes té? —asiente.
Me pongo de pie dirigiéndome hacia la cocina. Preparo té para relajar un poco los nervios y cuando está listo sirvo dos tazas. Regreso nuevamente al salón viendo a Marina en la misma posición. Tomo asiento a su lado y le entrego una de las tazas. Mira el contenido en su interior perdida en sus pensamientos, por lo que decido entretener su mente por un rato.
—¿El chico era lindo? —pregunto bajándola de su nube con una mirada confundida—, tu héroe —especifico logrando que se sonroje y sonrío.
—Si —dice bajito—, fue muy lindo conmigo también. En ese momento no pensaba en otra cosa que en lo que había ocurrido, pero no pude pasar por alto sus ojos, eran azules, muy hermosos y en ese momento se veían tan preocupados.
—No era para menos en una situación… como esa. —Asiente dándole un sorbo a la bebida caliente—. Bueno y.. ¿cómo se llamaba? —ante mi pregunta abre los ojos como platos haciéndome reír.
—No sé —levanto las cejas divertida—, no le pregunté. Entre todo el caos en mi cabeza, cuando llegamos aquí, simplemente le agradecí y salí de su auto casi corriendo, no le devolví ni su chaqueta. En ese momento no me di cuenta.
—Bueno, quizás algún día lo vuelvas a ver. —Se encoge de hombros.
—Tal vez —susurra.
Pasamos lo que quedó de mañana entre conversaciones sin importancia, haciendo de lo ocurrido solo un mal recuerdo, que aunque no se olvidaría fácilmente, podría quedar bien atrás. Pedimos comida y almorzamos juntas pasando un rato agradable hasta que decidí regresar a casa.
Cuando son las cuatro de la tarde, tomo camino en dirección a la casa de mi padre, hoy es la cena donde conoceré a su esposa. Luego de unos buenos minutos, llego a la reja de metal de la entrada y espero a que esta sea abierta. Saludo a Luis, el chófer, cuando me deja la vía libre para entrar y estaciono el auto cerca de la entrada. Poniéndole la alarma al coche, me dirijo a la puerta de la casa.
Busco las llaves en la bolsa, maldiciéndome internamente al no encontrarlas, siendo obvia la razón que las olvidé en casa.. otra vez, un día de estos olvidaré la cabeza. Sin más remedio, presiono el timbre sintiendo a los segundos pasos acercarse.
Abren la puerta y me encuentro del otro lado con mi viejita favorita, una señora de baja estatura, con su cabello castaño oscuro ya adornando por el blanco de los años, de ojos marrones y sonrisa tan cálida como el verano.
—Mi niña, que bueno verte —dice con una sonrisa, envolviendo sus brazos a mi alrededor en un abrazo fuerte.
—Hola nana, yo también te extrañé mucho. —Beso su cabeza y se aparta para mirarme.
—Hace días no te aparecías por la casa.
—Desde el día antes del viaje de mi padre a Italia. —Osea, hace más de dos semanas.
—Ves, un montón. —Sonrío—, pero entra, tu padre te espera en el salón.
Entro y camino hacia a la sala de estar donde encuentro a mi padre y una mujer de cabello rubio, que me imagino que sea su esposa, ambos sentados en el sofá riendo y conversando. Cuando se percatan de mi presencia, mi padre sonríe poniéndose de pie.
—Cariño. —Rompe la distancia entre nosotros y me abraza mientras deja un beso en mi cabeza.
—Hola papá. —Cierro los ojos apretando el agarre.
—Que bueno que viniste.
—Pues claro que vine, ¿qué pensabas?, no podía perderme la deliciosa comida de Rita —digo haciendo que niegue con la cabeza mostrando una sonrisa divertida.
—Ven, quiero presentarte a alguien. —Toma mi mano y me lleva al centro de la sala donde se encuentra la mujer—. Manu, ella es Clara, mi esposa —presenta mientras sonríe—. Amor, esta chica es mi bella Manuela.
—Un gusto enorme por fin conocerte Manuela, tu padre nos ha hablado mucho de ti. —Me regala una sonrisa amable la cuál le devuelvo.
—El gusto es mío Clara y espero que esté señor haya dicho cosas buenas.
—¿Qué podría decir malo de ti cariño? —pregunta mi padre abrazándome por los hombros, haciendo que mi sonrisa crezca—. Mejor sentémonos para conversar mas tranquilos.
Tomamos asiento en los sillones y así empiezan contándome cuando se conocieron, que por cierto, llevan un año juntos. Un dato que me sorprendió vale decir. Hablamos de la boda, que según sus detalles estuvo magnífica y por las fotos que vi, todo estaba precioso. Me hubiera encantado asistir y presenciar en ese momento tan especial para mi padre.
—Y los estudios hija, ¿cómo va este nuevo año? —pregunta mi padre.
—Bastante bien por el momento, en unos meses empiezan los proyectos finales.
—Que bueno. —Asiente dando un sorbo a su café que trajo Rita hace unos minutos.
—Me dijo Francisco que estudias Pintura. —Asiento—. ¿Y cómo te va, cómo se siente?
—Pues para serte sincera, se siente muy bien, por lo menos para mí y es algo que me encanta. Cada que tomo un pincel entre mis dedos, es como perderme en un mundo diferente.
—Mi sueño desde niña era estudiar el arte a toda su profundidad, pero mis padres nunca lo aceptaron, decían que no tendría futuro —dice con un tono triste.
—Eso no es verdad, el arte tiene mucho espacio en estos tiempos —menciono con el ceño fruncido ante tales palabras.
—Lo sé, pero ellos nunca lo entendieron.
—Eso es algo triste. —Asiente—. ¿Y qué estudiaste entonces?
—Bueno…
—MAMAAÁ… —Se escucha que gritan desde algún lugar de la casa interrumpiéndola.
—No grites cariño, estoy en el salón —responde Clara. De pronto se escuchan unos mini pasos cerca, seguido una pequeña cosita pelirrubia de ojos verdes aparece.
—Mamá, mamá, no encuentro a Susi y … —Guarda silencio al darse cuenta de mi presencia, mirándome con sus ojitos interrogantes, sonrío y vuelve su atención a su madre como pidiendo que le explique quien es la extraña, osea yo.
—Sara, ella es Manuela, la hija de Francisco —explica Clara, logrando que la niña me mire nuevamente.
—Hola Sara —sonrío—, puedes llamarme Manu si gustas.
—Hola Manu. —Me da una sonrisa y descubro que le falta uno de sus dientecitos, ‹que tierna›.
—¿Por qué gritabas Sara? —le pregunta mi padre.
—Aah, casi lo olvido, es que perdí a Susi y no la encuentro por ninguna parte —menciona haciendo un puchero.
—¿Segura qué la buscaste bien?
—Si mamá, pero no logré encontrarla.
—¿Quieres qué te ayude a buscarla? —le pregunto con una sonrisa haciendo que me mire con los ojos bien grande.
—¿De verdad? —pregunta emocionada, asiento. —Pues vamos— toma mi mano tirando de mí.
—¿Segura Manuela?, no tienes que molestarte —asegura Clara.
—Tranquila, no hay problema.
Y con eso es suficiente para que Sara me lleve arrastras hacia las escaleras que dan a la segunda planta, donde están las habitaciones.
Llegamos al pasillo dirigiéndonos hacia la segunda puerta que está abierta y nada más entrar, me encuentro con un mundo completamente rosa, DEMASIADO ROSA. Paredes de un rosa pálido con estampados de flores envuelve el lugar, una cama de estilo princesa y sábanas rosas y blancas adorna el centro, estando sobre estas algunos peluches, la representación de un castillo casi de mi tamaño, de color rosa vale decir también, está cerca del ventanal a la derecha, mientras q en el otro extremo, junto a la pared un estante lleno de peluches y juguetes junto a unos sillones bastante cómodos a la vista.
Después de recorrer la linda habitación y darme cuenta que hay juguetes por todas partes, bajo la mirada hacia la personita a mi lado.
—Bueno Sara, ¿por dónde empezamos?
—No sé —responde con sus dos manos puestas en la cintura, se ve muy cómica.
—¿Qué te parece si comenzamos recogiendo un poco los juguetes y así la vamos buscando?
—Está bien. —Asiente con una sonrisa comenzando a recoger las muñecas.
—¿Te gusta la casa Sara? —pregunto mientras empiezo a recoger yo también.
—Si, me gusta mucho, es muy grande. —Me mira con los ojos bien abiertos—. Nuestra casa anterior no era así —sigue recogiendo.
—¿Y cómo era?
—Era muy linda y tenía jardín, pero era mas pequeña que esta y no habían escaleras, ni piscina.
—Me alegra que te guste… y bueno dime, ¿quieres mucho a tu mamá? —pregunto alargando la conversación.
—Siii la quiero un montón —dice mirándome con una sonrisa— y a Santi también.
—¿Quién es Santi? —Echo unos muñecos en el baúl junto a la cama antes de voltear a verla.
—Mi hermano, es muy lindo y nos quiere mucho y nos cuida —menciona con una sonrisa hermosa—. Y tu mami, ¿la quieres?
—Si, la quiero mucho —respondo con tono nostálgico—, pero ya no está —todavía duele decirlo en voz alta.
—¿Y donde está? —Se acerca a mí.
—En el cielo. —Se abraza a mis piernas dándome una mirada de ojitos brillante.
—Yo puedo compartir la mía contigo cuando encontremos a Susi. —Muerde su labio y le acaricio el cabello.
—¿Segura? —Asiente—. Pues mira a quien tengo aquí —saco de atrás de la espalda una muñeca con el nombre Susi escrito en la planta del pie.
—SUSIII —grita feliz abrazando a la muñeca —gracias— toma mi mano llevándome hasta su altura y deja un beso en la mejilla.
—No hay de que bonita, voy a bajar, después nos vemos, ¿si?
—Si, adiós Manu. —Me despido con la mano mientras salgo de la habitación.
Bajo las escaleras hasta el primer piso y al no encontrar a nadie en el salón, me dirijo hacia la cocina. Abro la nevera sacando la jarra de agua y después de tomar un vaso de la repisa, me sirvo un poco.
—Hola. —Escucho que dicen a mis espaldas. Volteo encontrándome con unos ojos verdes esmeralda muy hermosos.
—Hola tú. —Es un chico MUY GUAPO, de cabello rubio dorado, alto, sacándome una cabeza y media de diferencia.
—Tú debes de ser Manuela —comenta, con uno de sus hombro recostado al marco de la puerta, la cual da la terraza del patio trasero—. Tu padre ha hablado mucho de ti.
—Entonces estamos en desventaja. —Dejo el vaso encima de la mesa— porque tú sabes mi nombre, pero yo no se el tuyo —sonríe, ‹muy linda sonrisa›.
—Soy Santiago, el hijo de Clara, la mujer de tu padre. —Se presenta.
—Pensaba que eras un niño, como Sara —digo con mi expresión inocente.
—¿Te parezco un niño? —Levanta las cejas sin quitar la sonrisa. Me encojo de hombros logrando que suelte una risita, comienza a acercarse, mientras yo levanto un poco el rostro para no perder su mirada—. A mí parecer, creo que la que parece una niña eres tú, eres algo pequeña. —Abro la boca ofendida ante sus palabras. ‹Él no dijo eso›.
—No soy pequeña —digo con el ceño fruncido.
—¿Segura? —pregunta divertido dándome ganas de borrar esa linda sonrisa ahora mismo. Le voy a responder no tan decentemente cuando…
—Manuela —llama mi padre entrando en la cocina por la misma puerta que lo hizo ojos verdes minutos atrás—. Oh, veo que ya se conocieron.
—Si —afirma Santiago tomando la jarra de agua a mi lado sirviéndose un poco—, muy agradable tu hija Francisco.
—Que bueno, me alegro que se lleven bien. —Mi padre sonríe y parece hasta aliviado, ‹no respires tan pronto papá›—. Bueno, vengan que ya la cena está servida en la terraza. —Nos informa saliendo nuevamente.
Santiago deja el vaso vacío en la mesa junto al mío, me da una última mirada con una sonrisa en el rostro y sigue el camino de mi padre. Yo lo sigo con mis ojos entrecerrados hasta que unos segundos después, termino saliendo tras los pasos del lindo italiano.
¿Qué tal ojos verdes?
Voten ★ y comenten chic@s.
Se les quiere.
Besos ☺️😘
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