✓12. Caricias mojadas
Al llegar junto a Santi lo abrazo sin pensarlo demasiado, él se queda quieto, pero solo pasan unos segundos cuando sus brazos rodean mi cintura pegándome a su cuerpo.
—Estuviste genial pequeña, sabía que lo harías —susurra en mi oído haciendo que mi sonrisa crezca.
—Gracias.
—No tienes que agradecerme.
—Claro que si, gracias por estar —le agradezco de nuevo separándome de él, pero el agarre en mi cintura en ningún momento se desvanece.
Y es en ese instante que me doy cuenta del poco espacio que hay entre nuestros rostros. Cuando alzo la mirada y nos miramos directamente a los ojos, todo a nuestro alrededor desaparece, o al menos para mí. Sus hermosos ojos brillan y al verlo así de cerquita parecen dos piedras preciosas.
—No quiero que me agradezcas, solo… —recorre mi rostro con su mirada deteniendo sus ojos en mi boca.
—¿Qué? —pregunto en un hilo de voz, humedeciéndome los labios con la lengua.
Sus dedos aprietan la piel de mi cintura ante mi acción y bajo la mirada a su boca, sus labios se ven rosado y apetecible y las ganas de probarlos me atormentan de golpe. Como pidiendo permiso se acerca un poco sin apartar la mirada de la mía. Al percatarse de que no me alejaré, acorta la distancia que nos separa.
Sus labios tocan los míos en un suave roce, haciendo que cierre los ojos y que mi cuerpo tiemble como niña en su primer beso. Una de sus manos sube a mi mejilla acariciándola levemente y con su dedo pulgar toma mi labio inferior tirando de este hacia abajo. Su aliento caliente hace cosquillear mis labios y su toque delicado solo hace que el deseo ardiente de que junte sus labios con los míos se cumpla de una vez y cuando…
—¡¡Manuelaaaa!! —se escucha el grito de maniática de mi rubia amiga, lo que nos hace separar de golpe, unos pasos el uno del otro—. ¡Manu… Oh, disculpen… ¿Interrumpo algo? —pregunta deteniendo su andar poniendo la mano en su boca al vernos.
—No tranquila, solo estaba felicitando a Manuela —contesta Santi, dirigiendo su mirada a mí nuevamente—. Te veo después pequeña —me da una sonrisa de lado sin mostrar los dientes y se va sin decir una palabra más.
—Amiga, disculpa si interrumpí algo, de verdad.
—No interrumpiste nada —digo apartando la mirada.
—¿Segura Manu? —pregunta con una sonrisa divertida.
—¿Por qué lo dices?
—Porque estas sonrojada.
—¿Qué?, yo no… —tocando mi cara siento la piel caliente como la última vez en mi casa—. Eso es solo el calor.
—Como tu digas, pero a mi no me engañas —bufo cruzándome de brazos—. Por cierto, felicidades por todo esto.
—Gracias Mari —sonrío, abrazándola cuando se acerca por completo—. ¿Marcos no vino?
—Si, estaba conmigo afuera, pero lo perdí de vista cuando…
—¿Dónde está mi amor platónico? —pregunta el mencionado desde fuera haciéndonos reír.
—Y hablando del rey de Roma… —susurra Marina cuando aparece por la puerta, y nada más verme viene hasta mí envolviéndome con sus brazos.
—Oh Manu preciosa, parecías toda una persona importante hablando ahí arriba —menciona apretando el agarre a mi alrededor.
—Mar-cos nece-necesito ai-re —digo con dificulta dando suaves toques en su espalda.
—Oh perdón —me suelta con una risita y respiro profundo.
—Y por lo que dijiste, yo si soy una persona importante mi rey — menciono moviendo mi cabello de forma vanidosa.
—Uff, por dios, ¿en dónde está tu ego nena? —bromea mirando hacia arriba.
—Tonto —sonrío.
—Ya de verdad, felicidades, te veías fabulosa ahí arriba.
—Gracias Marquitos.
—Oye Manu, para la próxima exposición me llamas y yo me encargo de tu maquillaje —y ahí esta la señora cosméticos, ya había tardado.
—Si capitana —hago una pose militar haciéndolos reír.
—Manuela querida —dice Ana apareciendo junto a nosotros.
—¿Si Ana?
—Hay algunos invitados que quieren conocerte.
—¿En serio? —pregunto sorprendida.
—Si vamos —asiente con una sonrisa tomando mi mano.
—Chicos… —llamo a mis amigos volteando a verlos.
—Vamos detrás de ti tesoro. Ahora ve con Ana, es tu momento de brillar —menciona Marcos siguiéndome con Marina unos pasos detrás de mí.
Ana me llevó con algunos invitados que me felicitaron por mis cuadros y por mi pequeño discurso. Otros me pidieron que les comentara el significado de varias de las obras y como también estaban en venta, algunos pocos pidieron comprarlas.
Fue un día bastante agitado, caminando de un lado para otro. Mis pies pedían a gritos que tirara los zapatos por la ventana más cercana. Todos querían saber algo distinto y yo con mucho gusto lo hacía.
Al final, la mayoría de los cuadros fueron vendidos. Solo quedaron tres guardados en la galería que según Ana, un señor pidió que se los dejarán ahí, eso me dejó intrigada por el misterioso comprador, pero no seguí preguntando respecto a al tema.
El tiempo que estuve tranquila, lo pasé con mis amigos hablando de cosas banales y sin importancia. Con Santiago, no volví a cruzar palabra desde que nos interrumpió Marina detrás del escenario, pero si lo vi mirándome varias veces y no voy a mentir, yo también le echaba miraditas de vez en cuando.
Pensando en ese pequeño momento, siento mi interior estremecerse. Estuvimos tan cerca, con nuestros labios en un delicado roce apunto de chocar… que solo el recordar la interrupción de Marina, me dan ganas de montar a mi amiga en una nave espacial y mandarla al espacio exterior. Esas imágenes de nuestros rostros tan cerca se mantienen latentes, aun sabiendo que está mal.
—Manu —dice Marcos bajándome de la nube.
—¿Qué?
—Nos vamos ya —asiento—, yo voy a llevar a Marina así que no te preocupes.
—Está bien. Por cierto ¿dónde está? —pregunto buscándola con la mirada.
—Estás perdida Manu —comenta divertido—. Nos dijo que iba al baño.
—Estaba distraída —sonrío.
—Me di cuenta —niega con una sonrisa.
—Ya estoy aquí —anuncia Mari llegando a nosotros—. ¿Nos vamos Marquitos?
—Si.
—Bien, después hablamos Manu —ambos dejan un sonoro beso en mis mejillas haciéndome sonreír.
—Esta bien, tengan cuidado —asienten y empiezan a caminar hacia la salida.
—¿Nos vamos también? —preguntan detrás de mí haciéndome dar un brinquito en el lugar, volteando al segundo.
—Me asustaste —digo con el ceño fruncido haciendo que sonría.
—Lo siento, no era mi intención. ¿Nos vamos? —vuelve a preguntar y asiento.
—Si, solo tengo que ir a buscar mi… —guardo silencio cuando alza su mano mostrándome mi bolso.
—Lo traje por ti —lo extiende hacia mí y lo tomo.
—Gracias.
—De nada, ahora andando, que es tarde —asiento confirmando en mi teléfono que son las cinco de la tarde.
Empezamos a caminar, despidiéndonos de Ana en la salida y dirigiéndonos hacia el coche.
—Estoy cansada y mis pies duelen —comento con un puchero caminando detrás de él.
—Me imagino, no has parado de moverte en todo el día. Al parecer tu energía se está agotando —dice divertido llegando a la puerta de copiloto y abriéndola para mí—. Vamos, entra.
—¿No me vas a dejar conducir mi coche hoy? —pregunto indignada.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no, ahora sube —mueve la cabeza en dirección a la puerta abierta con una sonrisa.
—Eres un pesado —murmuro caminando hacia él, pero al parecer me escucha ya que escucho una risita de su parte.
—Anda, monta ya —lo hago y cuando pienso que va a cerrar la puerta, veo que se agacha y toma mis piernas sacándolas del coche.
—¿Qué haces? —pregunto en voz baja, sin recibir respuesta.
Me quita uno de los zapato, luego hace el mismo proceso con el otro, y cuando mis pies están libres, acaricia mi piel delicadamente en un suave masaje haciendo que suelte un suspiro silencioso. ‹Esto se siente muy bien›.
—Gracias, no tenías porque hacerlo —digo sonrojada, me sonríe de lado y se pone de pie con mis zapatos en la mano.
—No pasa nada —es lo único que dice antes de rodear el coche y montar, dejando los zapatos en los asientos traseros.
El viaje de regreso se mantiene en un silencio cómodo entre nosotros, solo se escucha de fondo la música que sale por la radio en un volumen bajo. Cuando llegamos a la casa, bajo del auto descalza y él hace lo mismo segundos después. Mientras él se queda entregándole el coche a Luis para que se encargue de él, yo me encamino hacia la puerta de entrada. Al entrar voy directo hacia la cocina.
—Nanaa —llamo al no verla.
—Manu ya volvieron —menciona saliendo de la despensa con unas cuantas cosas en sus mano —¿Qué tal estuvo todo?
—Súper bien, todo salió perfecto —respondo con una sonrisa.
—Ves, te lo dije —dice devolviéndome la sonrisa—. ¿Santiago no vino contigo? —pregunta mirando detrás de mí.
—Si, se quedó entregándole el coche a Luis —asiente—. ¿Y Sara?
—En su habitación.
—Bien, voy a verla —digo saliendo de la cocina.
Subo las escaleras y al estar en el pasillo, entro a la habitación de Sara. La pequeña está acostada boca abajo en el suelo, rodeada de hojas y lápices de colores dibujando.
—Bonita —digo haciendo que gire su cabecita en mi dirección.
—Manu ya volviste —se pone de pie con una sonrisa y viene hacia mí. La tomo en brazos y camino hacia donde estaba hace unos segundos—. ¿Y Santi?
—Está abajo guardando el auto, en un rato sube —asiente—. ¿Qué hacía?
—Pintar —la dejo en el suelo nuevamente cuando me pide que lo haga y toma el dibujo que estaba pintando minutos atrás—, mira —dice mostrándomelo, es una mariposa al estilo Sara: toda rosa.
—Está hermoso Sara.
—Gracias Manu, es para ti —dice con una sonrisa tierna.
—¿Para mí? —pregunto sorprendida.
—Si.
—Gracias bonita, lo pondré en mi colección —beso su cabeza y ríe —Voy a darme una ducha, luego vengo.
—Está bien —asiente y vuelve a recostarse en el suelo tomando uno de los tantos lápices.
Saliendo de la habitación, me encuentro con Santiago a unos pocos pasos de la misma.
—Hey, pensé que ya estabas en tu habitación —dice al verme.
—Hacia allá voy ahora, vine a ver a la niña primero —asiente bajando la mirada hacia mi mano.
—¿Qué traes ahí? —pregunta curioso.
—Un dibujo que Sara hizo para mí —se lo muestro y sonríe con ternura
—Lindo —comenta centrando su mirada nuevamente en mí, sintiendo mi rostro caliente cuando sus ojos verdes recorren mi rostro y una sonrisa ladina crece en sus labios. Antes de poder desviar la mirada lejos de él, levanta su mano mostrándome mis zapatos—. Toma, los dejaste en el auto —me alcanza los zapatos y los tomo lo más rápido posible.
—Gracias —susurro comenzando a caminar hacia mi habitación.
—Rita dijo que en unos minutos servirá la cena.
—Está bien, en unos minutos bajo —digo estando ya frente a mi lugar seguro.
—Bien —es lo último que escucho antes de cerrar la puerta.
Soltando un profundo suspiro, voy hacia el mural donde tengo varios de mis dibujos colgados. Tomo una presilla, coloco la mariposa de Sara junto a los demás y sonrío mientras lo miro, algo lindo de parte de la pequeña.
Iendo hasta la cama, dejo mis cosas encima de esta. Me deshago de mi ropa y me dirijo directo al baño. Después de una refrescante ducha, seco mi cuerpo, colocándome luego una ropa cómoda y agradable. Unos minutos después salgo de la habitación con dirección al comedor a cenar con los demás.
La cena transcurría en silencio, hasta que la voz de ojos lindo se escucha.
—Pequeña.
—¿Qué pasa?
—¿Crees que mañana puedas llevarme a una de las tiendas de tu padre?
—¿Para qué? —pregunto mirándolo confundida.
—Para lo del proyecto ¿recuerdas?, te lo comenté hace algunos días en mi habitación —cierto, en su habitación.
—Si, lo había olvidado, disculpa.
—No pasa nada, suele pasar, a veces solo olvidamos cosas que no son tan relevantes para nosotros, pero hay otras que no las podemos sacar de nuestra cabeza —explica mirándome fijamente como si tratara de entender lo que estoy pensando.
—Seguro —susurro y sonríe de lado.
—¿Qué dices entonces?
—¿Sobre qué? —levanta las cejas divertido—. Oh si, claro, la tienda… he… si, si puedo llevarte —‹realmente quiero golpearme›.
—Perfecto.
—Pero la niña… —apunto a Sara ligeramente con la cabeza.
—La llevamos con nosotros, solo vamos a observar —se encoge de hombros.
—Está bien.
Al terminar de cenar intenté ayudar a Rita a recoger la mesa, y digo intenté porque esa señora testaruda no me dejó ni tocar un miserable plato.
Resignada con el comportamiento de mi nana, decido ir con Sara a su habitación, ya que mientras cenábamos le prometí que jugaría con ella. En un transcurso de una hora y media después, mientras busco a Sara por la habitación, debido a nuestro juego de las escondidas, decido por fin revisar en el escondite de las últimas dos veces anteriores.
Con una sonrisa en mis labios me agacho junto a la cama.
—Te encont… —guardo silencio y la ternura nubla mi sistema cuando veo a la pequeña dormida en el suelo—. A alguien se le agotaron las energías —susurro.
Con cuidado de no despertarla, la saco con un poco de dificultad y luego la acomodo en su cama. Arropándola bien, dejo un beso en su frente y antes de salir dejo prendida la pequeña lamparita de estrellas en la mesita junto a la cama.
Estando fuera de la habitación, bajo las escaleras a paso tranquilo dirigiéndome hacia el patio por un poco de aire. Al salir a la terraza, camino hasta la zona junto a la piscina, recostándome en una de las tumbonas segundos después. Observando el cielo estrellado, sonrío, recordando lo bueno que fue el día después de todo.
Suspirando profundamente, cierro los ojos tratando de relajar mi cuerpo, pero la tranquilidad se ve opacada unos minutos después, con el sonido de un chapoteo y las salpicaduras de agua cayendo sobre mí. Abriendo los ojos nuevamente miro hacia la piscina y logro ver a Santiago nadando en el agua. Este, después de zambullirse, sale con una sonrisa divertida y se acerca al borde frente de donde me encuentro sentada.
—Me has mojado —digo algo molesta por la interrupción.
—Lo siento pequeña —dice sin quitar la sonrisa—, no era mi intención.
—Como sea —susurro levantándome decidida a irme, pero su voz hace que me detenga.
—Espera, no te vayas, ven aquí.
—¿Por qué razón? —lo miro entrecerrando los ojos.
—Acércate, no voy hacerte nada —dice echándose el cabello mojado hacia atrás con su mano.
Torciendo los labios, suspiro lentamente mientras me acerco hasta donde está. Al estar frente a él, estira su mano hacia mí y lo miro algo confundida por su acción.
—Ayúdame a salir —pide ladeando el rostro.
No muy convencida, tomo su mano y tiro con fuerza. Él hace el mayor esfuerzo, pero la intención es lo que cuenta. Sale por completo quedándose parado al borde de la piscina y yo frente suyo aún sosteniendo su mano.
De un momento a otro sus ojos verdes brillan de forma maliciosa y una sonrisa traviesa crece en sus labios no augurándome nada bueno. Pone su mano libre en mi cintura pegándome a su cuerpo empapado.
—¿Qué haces?, estás todo moja… ¡Espera no…!
Mis palabras quedan en el aire cuando el muy loco se deja caer hacia atrás llevándome con él hacia el agua fría de la piscina. Unos segundos después, sin soltar mi cuerpo ‹gracias al cielo›, sale a la superficie por aire para los dos.
—¡Serás idiota! —grito, apenas mis pulmones se llenan de aire, pegándole en el pecho con una de mis manos.
—Solo es un poco de agua —dice soltando mi cintura haciendo que me alarme.
—¡No! No, no me sueltes, no me sueltes por favor —pido asustada abrazándome a su cuello y envolviendo mis piernas por instinto en su cadera, lo que provoca que vuelva a rodear mi cuerpo con sus brazos rápidamente.
—¿No sabes nadar? —Niego con la cabeza escondiendo mi rostro en su cuello—. Está bien tranquila, no te pasará nada.
—¿Me puedes llevar al borde? —pregunto en un susurro, no obtengo respuesta, solo siento que empieza a moverse y a los segundos, mi espalda choca con la pared de la piscina.
Separo la cabeza de su cuello, descubriendo que apenas estamos a unos centímetros de distancia. Mi mirada se encuentra con la suya, perdiéndome en ese verde tan profundo e hipnotizante.
—Santi… —susurro, pero sube su mano y con uno de sus dedos sobre mis labios hace que guarde silencio.
—Sshh, no digas nada —murmura como si fuera un secreto entre nosotros.
Con sus dedos, acaricia mis labios en un delicado y tierno roce que me hace estremecer. Su recorrido sigue a mi mejilla para luego bajar por mi cuello haciendo que mi piel se erice. Su toque hace que mi mente se desconecte, sintiendo en mi interior ganas de probar sus labios rosados y apetecible.
Sus dedos vuelven a mi labio inferior y tiran de este hacia abajo soltándolo segundos después mientras acerca su rostro un poco más, rozando su nariz en mi mejilla.
—Me muero por darte un beso —dice en un tono bajo dejándome sentir su aliento caliente en mi piel, haciendo que mi respiración se dispare.
Pasando la lengua por mis labios le hago saber mis propios deseos también y acerco un poco más mi rostro al suyo hasta rozar su nariz con la mía. Y sin esperar un segundo más, sus labios chocan con los míos haciéndome jadear.
Es un beso fuerte desde el primer momento, nada comparado con los roces tiernos de hace segundos atrás. Como si estuviera compensando los intentos fallidos.
Mordiendo mi labio inferior me hace soltar un pequeño jadeo que lo hace sonreír por lo que hundo mis dedos en su cabello mojado aferrándome a él. Sus labios carnosos me incitan a morderlo como él lo ha hecho conmigo y al hacerlo puedo escuchar con claridad un suave gemido.
Con su lengua traza mi labio inferior pidiendo permiso para entrar y sin ningún problema se lo doy comenzando así un roce exquisito. Sus manos aprietan el agarre en mi cintura pegándome más a él y las baja de a poco hasta dejarlas en mi trasero, apretándolo suavemente.
Mis manos se deslizan por su espalda mojada y me aferro a esta con mis dedos, cuando la velocidad del beso empieza a disminuir y sus labios empiezan a descender por mi cuello besándolo con una lentitud tortuosa, para terminar dejando un tierno beso en mi mejilla.
Nuestras respiraciones están aceleradas e irregulares por completo y los latidos de mi corazón están a una velocidad brutal. Cuando mi respiración está un poco más calmada abro los ojos quedando atrapada por esa mirada brillante. Mis mejillas se calientan y una sonrisa aparece en sus labios por mi acción.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunto quedito perdida en ese mar esmeralda.
—No sé —responde, acariciando mi mejilla sonrojada con su pulgar—. Solo sé.. que no me arrepiento —dice volviendo a juntar nuestros labios.
El primer beso bellezas, Aaah! 🥰, ya lo estaba necesitando. Espero que les haya gustado.
Hasta la próxima semana.
Besos 😘
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