CH15: Trabajo comienza
Llegado el día en que Jack debía regresar a comisaría, hubo un déjà vu proliferándose sobre su cuerpo con el sonido del despertador retumbando en sus sienes. El estridente ruido se alojó con un regusto amargo en su paladar, incitándolo —como todos los días que le hacía abrir los ojos— a retomar la oscura rutina que durante años había seguido.
A sabiendas de su deber como Superintendente, cada día se encontraba de frente con las mañanas dándose cuenta que no había dormido la noche anterior, otra vez con pesadillas, ruidos y gritos agobiándolo con su eco y haciéndole querer arrancarse el corazón. Atorado sobre su lecho, solía esperar a que de alguna manera disminuyera el caos, oxidándose entre un amargo silencio, para luego solamente ponerse en pie y vestirse para salir hacia su oficina.
Y así hubiese sido, como cualquier día, si no fuera porque los niños estaban a su lado. Jack ciertamente despertó por una alarma, pero también por pequeños y dulces refunfuños quejándose por el ruido. Removiéndose, el suave peso de los pequeños le impidió levantarse libremente, obligándolo a ocupar su mente en buscar una ruta para no incordiarlos demasiado.
De nada estaba sirviendo las camas en la habitación, si los niños en medio de la noche se bajaban y se acomodaban a su lado en el suelo. Jack secretamente estaba sorprendido por el sigilo de los pequeños, que lograban acomodarse sin que él se percatara. Esa habilidad era para tomar en cuenta y lo apuntó en un bloc de notas mental.
Ligeros pasos sonaron afuera de la habitación, despertando sus instintos, pero la voz de David avisándole brevemente que tenían una hora para salir le hizo dejar caer la cabeza de nuevo. El castaño estaba en casa seguramente yendo a la cocina, otra vez habiéndose dado permiso a sí mismo para quedarse en la habitación de visitas. Reflexionó brevemente sobre la alfombra en qué momento David consiguió tal confianza, sin llegar a ninguna respuesta.
La alarma siguió sonando, reclamando por atención, hasta que Jack logró levantarse y apagarla de un golpe. Los niños estaban en el suelo removiéndose con flojedad entre sus sábanas, dando un profundo suspiro entre sueños sin aparente intención de moverse. Jack sabía que era una hora más temprano de lo usual, pero con todo el dolor de su alma no tuvo otra opción que levantarlos del suelo y hacerlos espabilar de camino a la sala de estar.
No funcionó. Jack sonrió por dentro sin la voluntad suficiente para forzarlos, limitándose a depositarlos en el sillón con la esperanza de que el ruido que hacía David en la cocina —y el aroma del desayuno preparándose— los terminara de despertar. Esta vez el aire se estaba llenando de un olor un poco más fuerte, seguramente algo frito si el lejano chisporroteo de aceite era alguna señal.
Jack fue a limpiarse rápidamente a su habitación, aprovechando el tiempo antes de que los niños se levantaran. Trotó para darse una ducha de cinco minutos y, tomando lo primero disponible en su armario, se vistió a las prisas para devolverse amarrando su corbata negra habitual. Ni siquiera registró el paso largo por el pasillo durante su regreso.
Había una vibración incómoda en su nuca: estaba pasando un poco por el ansia de separación, y no le gustaba la sensación fría que se alojaba en sus pulmones ni el escalofrío en sus dedos cuando perdía de vista a los niños. Hizo un esfuerzo consciente para mantener la sobriedad; al menos sabía que estaban en un sitio seguro en ese momento, por lo que pudo aplacarse ligeramente, pero temía que la angustia fuera un problema más adelante.
Al llegar de nuevo a la sala de estar, atrapó a Gustabo comenzando a removerse sobre el sillón cerca de despertar. Los pensamientos de Jack se limpiaron automáticamente y, sintiéndose afortunado de llegar a tiempo, se acercó con lentitud apreciando el semblante del pequeño contraerse antes de abrir los ojos con una tierna somnolencia.
El sereno rostro de Gustabo se alzó rastreando el entorno como cada mañana. Al principio algo aturdido por recién despertar, poco a poco centró su atención en Jack: Lo barrió de arriba abajo en un repetido examen, analizándolo con la mirada y lentamente frunciendo su ceño, aparentemente intrigado porque Jack pareciera estar preparándose para salir.
El pequeño rubio se tomó algunos segundos en despejar la confusión de su cara y, en cambio, hizo una mueca —seguramente saboreando un pensamiento desagradable— mientras levantaba los brazos para alcanzar a Jack y sujetarlo fuertemente, usando su peso en un intento vacilante de afianzarlo en el sitio.
El peso de Gustabo era prácticamente inútil para hacerlo caer, así que Jack lo balanceó para sostenerlo en sus brazos y lo acunó contra su pecho en respuesta. Lo arrulló adivinando a medias lo que al parecer creyó y, principalmente enternecido, Jack disimuló su sonrisa con un tono terso y se tomó algunos minutos para explicarle que él también debía prepararse para salir, porque todos irían al trabajo ese día.
Gustabo, prestando atención a sus palabras, aflojó su agarre aceptando el aviso. Durante el camino hacia la ducha se mantuvo tranquilo, pero lució realmente satisfecho hasta que vio el conjunto de ropa que David dejó preparado para salir. Jack lo observo desconcertado, ayudándolo a vestirse al notarle una diligencia particular en ello.
No esperó la reacción reacia del pequeño ante la idea de que él saliera por sí mismo. De alguna manera ese apego satisfizo una veta oscura en su alma, alimentando su codicia por tener su afecto. Jack intentó duramente detener esa línea de pensamiento, pero la realidad era esa: disfrutaba la idea de tener su atención y adoraba la escena de su hijo haciendo berrinche por no querer dejarlo ir. Volkov alguna vez lo llamó problema o algo así.
Para cuando regresaron a la sala de estar, Antonio seguía dormido. Jack se divirtió un poco viéndole arrugar la nariz con molestia cuando comenzó a removerlo, hasta que vio el reloj y notó que sólo les quedaba treinta minutos. Un poco dudoso de qué hacer, vio a Gustabo mover a su hermano con una caricia suave en su cabeza, susurrando un "È Ora Di Alzarsi" en un tono tan lindo que Jack perdió el aliento.
Como si hubiese sido una orden, Antonio se removió con un ligero quejido al estirarse. Murmuró un "Giorno" en voz baja mientras se sentaba, concibiendo lentamente la idea de estar despierto. Después de que reaccionó, miró con ojos entrecerrados a su hermano y luego a Jack, sonriendo bobamente mientras alzaba sus brazos para ser alzado.
Jack lo balanceó un poco en sus brazos para refrescarlo antes de la ducha, dejándole terminar de abrir los ojos y darse cuenta que Gustabo ya estaba vestido. El niño miró a su par con curiosidad, dirigiéndose rápidamente a Jack para preguntar por ello y asintiendo con comprensión al entender el motivo, abrazándose al cuello de Jack de camino a prepararse.
Sorpresivamente para Jack, la energía usual de Antonio se vio persuadida a una templanza poco usual. Antonio, a diferencia de su hermano, fue más cauto que diligente con su vestimenta, procurando un impecable ataviar del conjunto cremoso que David eligió. No había reflexión ni satisfacción en su mirada, sino una tranquila naturalidad que a Jack le pareció completamente extraña.
De verdad, ¿qué pasaba con estos niños? ¿Qué tanta diferencia podía haber entre una salida por helado y acompañarlo al trabajo? Jack no estaba exigiéndoles nada, pero se sentía como si lo estuviera haciendo pues había un esfuerzo consciente de sus niños por lucir bien y simplemente no le halló sentido.
No era la primera vez que notaba ciertas cosas que no le figuraban del todo normales. Había algo allí que Jack miraba sin entender y le picaba tanto en el paladar por averiguar, pero ¿qué podía hacer él con niños sin memoria más que intentar descifrarlos? Aparte, ¿qué tanto hay que descifrar de un par de niños tan pequeños? Realmente temía la respuesta, porque había estado clavando banderas rojas a lo largo del trayecto y estaban acumulándose significativamente.
Jack disimuló de nuevo, como muchas veces desde que despertaron, que la actitud repentinamente seria de los niños no era anormal; que las diminutas manos, siempre aferradas a sus dedos con una suavidad relajada, no estaban tensas en sus palmas esta mañana; y que el semblante que cada día tomaba un poco más de vida, no volvía a desfallecer abruptamente con un mal paso.
Estos niños tenían miedo de algo y Jack no sabía cómo abordarlo. En su subconsciente, Antonio y Gustabo tenían algo enterrado que resurgía con ciertos eventos y ciertos detalles, como un triste cachorro amaestrado que entre ratos olvida la orden de estar quieto. Jack quería golpear algo —a alguien—, porque conocía lo que era estar amaestrado. Y no quería eso para sus niños, deseaba que no fuera así. Necesitaba encontrar a un culpable.
—A desayunar —exclamó David desde el comedor, con un repique sonoro de platos y vasos—. Hice huevos y patatas.
David no daba tiempo, reflexionó Jack resoplando. Entendiendo la premura por desayunar, no dejó que Antonio siguiera revisándose el cuello de su camisa y simplemente lo levantó junto con Gustabo para ir los tres a la mesa, donde un londinense refunfuñando los reprendió porque sólo les quedaba 15 minutos para comer y no llegarían a tiempo a comisaría.
Jack no escuchó un verdadero regaño detrás de su voz, recibiendo una taza de café y viéndole servir con cariño y esmero un abundante plato de verduras sofritas a los niños. Los pequeños retomaron un poco la luz de sus ojos al ver el desayuno hecho con afecto y sintiendo la atención incondicional de ambos adultos, que nunca apresuraron nada a pesar de que estaban saliendo veinte minutos tarde.
No sabía qué era lo que los niños estaban esperando de esta salida, pero sin duda no vieron venir —ni el mismo Jack lo vio venir— que David les entregaría a cada uno una caja de almuerzo para que llevaran en manos a comisaría. Jack también pilló la suya con la mente detenida, incapaz de procesarlo al momento que David se la encajó en las manos mientras subían a la pickup.
Y de nuevo la radio. La música, tonta y asquerosa, ciertamente le distrajo y le ayudó a relajarse, concentrando su mente en quejarse del pop juvenil. Los niños estaban un poco nerviosos por la ruta, pero Jack vio que ellos mismos encontraban su tranquilidad aferrándose a su fiambrera. Jack razonó comprarles un par de mochilas —¿azul y verde? —para próximos viajes.
Llegando a comisaría, Jack trató de pensar cuándo fue la última vez que llegó tarde al trabajo. La avenida estaba sorprendentemente tranquila aún: un par de policías platicaban en las escaleras, tres o cuatro civiles caminaban por la acera y, al otro lado de la cuadra que comprendía la estación de policía, unas cuantas patrullas salían de los garajes.
David entró en la calle a un costado del edificio y estacionó en el aparcamiento exclusivo de Jack —por indicación de este mismo— aprovechando que estaba más cerca de la puerta principal. Evitando una caminata exterior demasiado tardada, bajaron apresuradamente del vehículo y se encaminaron hacia dentro de la comisaría.
Francamente inquieto, Jack atravesó la puerta con la esperanza de que no hubiera algún loco haciendo escándalo en recepción. Afortunadamente, los locos comenzaban a llegar después de las nueve y aunque ellos llegaron tarde todavía era las ocho y treinta. El silencio y la quietud del recibidor alivió su espíritu dejándole aflojar el paso dentro del cuartel.
Firmó fugazmente su entrada y emprendió camino hacia su oficina, bordeando los pasillos con un paso un tanto acelerado a causa de la costumbre, pero no lo suficiente exigente para agobiar a sus pequeños que miraban al frente afanosamente. Jack admiró de reojo el porte de ambos niños, elevados con dignidad andando de la mano de él con algo en ellos que no podía ser casualidad o mero instinto.
Jack entró a la oficina, tan deshabitada e íngrima como podía estar después de más de un mes, yendo directamente a los sillones para sentar a Gustabo y Antonio en lo que sería su sitio durante la mañana. Ambos se acomodaron rápidamente con la espalda recta y sus delicados rostros formaron un gesto adusto, expresado mediante la rectitud de sus cejas y la firmeza de sus miradas.
Era tan antinatural que no podía ni apartar la mirada. Gustabo y Antonio, absolutamente estáticos, parecían de alguna manera absortos. Su controlado respirar era lo único que los separaba de un adorno más en el lugar y, tras ver a Antonio enderezar su moño rápida y sutilmente, se dio cuenta de lo que pretendían al reflectarse tan pulcramente.
Admirarlos tan serios, como nunca antes, hizo aparecer un sabor amargo en el paladar de Jack. E incapaz de resistir las ganas de acariciar sus cabellos rubios, distrajo los empedernidos deseos de los niños por dejar una buena impresión y se inclinó frente a ellos atrayendo su atención. No se perdió de la tensión creciente en sus hombros; resopló presionando su mandíbula, emulando un gesto entre la comprensión y el enternecimiento.
—Esta es mi oficina —avisó, bajando sus manos y sosteniendo suavemente el brazo de cada pequeño—. Estaremos aquí algunas horas, tengo que resolver unos asuntos pendientes y probablemente estemos viniendo varios días, así que no os preocupéis por quedaros quietos: David traerá vuestros juguetes para que podáis jugar y si necesitáis algo, avisadme.
Los niños le miraron bastante confundidos para lo que deberían. Jack vio el conflicto y la vacilación en sus rostros.
—Pero, ¿no quiere que nos portemos bien? —murmuró Antonio. Su voz temblaba con un temor ahogado—. No debemos molestarlo en el trabajo...
Jack entrecerró los ojos, desconcertado de que tuvieran ese tipo de idea. Cotejó mentalmente las implicaciones.
—¿Por qué molestaríais? —preguntó, genuinamente sin entender.
Los niños se agitaron con eso y Jack tuvo que retroceder un poco, tomando una pausa antes de continuar. Realmente los pequeños estaban anonadados, perdidos en el concepto de seguir un comportamiento de bajo perfil que de alguna manera estaba en ellos y que ni remotamente cuestionaron, incluso si Jack no pretendió dar pauta para ello en ningún momento.
¿Traumas? ¿Doctrina? ¿Problemas de autoestima? Jack no tenía la menor idea y no sabía qué podría ser peor. Tal vez era el reflejo instintivo detrás de los recuerdos perdidos, ser silenciosos y poseer baja intervención; quizás fueron callados lo suficiente como para asumir dentro de ellos que debían comportarse así en ciertos casos; o probablemente fue su mejor curso de acción en algún momento y sólo perpetuaban el ejercicio, asegurando su presente y futuro.
Jack sintió la molestia borbotear en su estómago. Odiaba las posibilidades y despreciaba la idea de que alguna pudiera ser correcta.
—No, pequeños —retuvo el gruñido en su voz porque no quería transmitir algo erróneo. En cambio, decidió bajar varios tonos creando un arrullo a medias—. Vosotros no molestáis... Es cierto que estamos en el trabajo, pero yo os doy permiso de hacer lo que queráis, ¿vale?
Ambos niños se miraron, no confiados en acceder fácilmente a un permiso que se les servía en bandeja de plata. A Jack le dolió, no por el aparente rechazo, sino porque no quiso procesar lo que podía significar la temerosa duda. Se dio cuenta que debió dejarlo en claro desde un principio.
—Gustabo y Antonio —nombró, tornándose serio pero conciliador. Ambos niños le miraron entre pestañas con el rostro bajo como si estuvieran siendo regañados, eso sólo avivó la llama en su pecho—. Vosotros podéis hacer lo que queráis: Jugad, divertiros. Sois libres. Nadie puede obligaros a nada porque yo os protegeré. Y si alguien intenta haceros sentir lo contrario, confiad en mí y me haré cargo de todo... ¿Entendéis?
Jack saboreó el momento de suspenso mirando los ojos contrarios recuperando un brillo que realmente necesitaba ver. Estos dulces niños estaban resguardando su temor al rechazo y ahora esos sentires estaban tan libres de leer que incluso Jack se sintió tonto por haberse tardado tanto en decir algo tan sencillamente verdadero.
—Entonces... ¿no estamos molestando? —Gustabo consultó con cautela. Su voz se hizo inauditamente más aguda, haciendo que Jack casi jadeara.
—No, no —farfulló acariciando sus rostros instantáneamente—. Nunca. Os traje porque quiero que estéis a mi lado, quiero protegeros y espero os divirtáis un poco mientras estemos aquí. No sois una molestia, relajaos.
Después de un rápido y estrecho abrazo, los dejó libres y apreció sus narices rosáceas comenzar a querer moquear. Su corazón se derritió al verlos, pues Gustabo y Antonio tenían esa habilidad de hacer sentir a Jack tan blando e inseguro sólo con estar frente a él. Jamás durante su vida sus palabras le parecieron tan insuficientes como ahora que, viéndolos, su voz se quedó muda e insatisfecha.
David entró por la puerta de la oficina cargando una caja —seguramente los juguetes de los niños— acompañado por Volkok. La sonrisa de David titubeó un poco al notar a los pequeños un poco llorosos, pero percibiendo el ambiente tranquilo, disimuló y siguió adelante hasta detenerse a unos cuantos pasos del sillón.
—Aquí están los juguetes —avisó, depositando la caja sobre la pequeña mesa del juego de sillones—. El tío Viktor os protegerá mientras estamos trabajando vuestro papá Jack y yo.
—¿Tío Viktor? —preguntaron los pequeños con curiosidad.
—¿Tío Viktor? —preguntó Volkov.
—Tío Viktor —afirmó Jack siguiendo la idea de David.
La expresión juguetona de David hizo a Jack suspirar con resignación, pero también con burlonería escondida. La cara de Volkov, entre sorprendida y desconcertada, era de fotografiar; sin embargo, su usual temperamento sosegado pronto regresó a la normalidad, simplemente yendo a sentarse al otro lado frente al puesto de los niños. Jack despejó el camino para permitir su encuentro.
—Hola —dijo con un tono sencillo y casual, un poco extraño a oídos de Jack—. No hablo bien español, pero creo poder entenderos. Podemos jugar si queréis.
Viktor Volkov, de origen ruso, hacía honor a la fama de su nacionalidad por su carácter normalmente serio e inmutable. Casi siempre estaba ocupado vigilando operativos, siguiendo casos o resolviendo papeleo; esta era la primera vez que Jack lo veía hacer algo que no fuera firme trabajo policial. Por ello, el semblante de Volkov al demostrar algo más que una aparente indiferencia profesional era algo que Jack definitivamente quería ver.
Gustabo y Antonio miraron intrigados al Primer Comisario de Los Santos. Viktor, con la mejor paciencia del mundo, los esperó hasta que ellos reconocieron su buena intensión y le sonrieron dándole la bienvenida, siendo los primeros en alcanzar la caja de juguetes y comenzando a repartir bloques de colores para los tres.
El rostro de Volkov, aunque estoico, era amable. Jack lo vio acoplarse fácilmente y dejarse llevar por el encanto de los niños: una veta afectuosa emergiendo poco a poco tras un rato conviviendo con la pureza infantil y casi tímida. La interacción del hombre cauteloso y los niños cohibidos que lentamente tomaban confianza se volvía particularmente linda.
El ruso, ya mimetizado con la tarea de cuidarlos, parecía bastante concentrado en las instrucciones de Antonio y Gustabo para construir un edificio y hacer el levantamiento de una carretera sobre la mesita. Jack no pudo disfrutar demasiado tiempo del espectáculo, siendo llamado por David con una suave palmada en el brazo para salir de la oficina y buscar la caja del caso de Londres.
Con un rápido aviso a los niños —afortunadamente entretenidos con Viktor—, fueron hacia la recepción de la comisaria para cambiar rumbo hacia el almacén de archivos. Allí, Greco los estaba esperando, revisando unos documentos y cuidando de un paquete envuelto en cinta que estaba sobre un escritorio frente a él. Al verlos llegar, se puso en pie.
—Bienvenido de regreso, Superintendente Conway —saludó jovialmente Greco—. Un gusto verlo, Comisario Gordon.
—Es bueno verle, Comisario Rodríguez —sonrió David, acercándose al escritorio para observar mejor el paquete encima—. ¿Esta es la caja del caso?
—Así es —asintió, extendiéndole a Jack una tabla portapapeles y un bolígrafo—. Por favor, verificad que esté en correctas condiciones y firmad aquí para el recibido.
—Vale. —Jack tomó la tabla y se detuvo un momento para leer la información.
"El caso de la Carta Blanca", leyó mentalmente. La caja contenía copia de todo lo recabado hasta la última fecha de revisión. David mismo había empaquetado y hecho llegar la caja hasta ese almacén, así que no necesitó revisar demasiado profundo. Con una mirada David le confirmó que el empaque seguía sellado como lo dejó y, confiando en el principal investigador del caso, firmó y dejó caer la tabla en manos de Greco.
—Bien —tarareó Greco, guardando la tabla portapapeles en un cajón—. Ahora, es buen momento para presentarlos formalmente.
Greco sonrió con ironía, bordeando el escritorio y deteniéndose frente a ellos. Luego de un carraspeo, se irguió en su sitio y, sin perder el ánimo en su rostro, señaló a David con un ademán respetuoso.
—Superintendente Conway, le presento al Comisario David Gordon —anunció con tono solemne—. Su llegada ha sido aprobada por la Interpol hace un mes. Ha venido a Los Santos representando a la Policía de la Ciudad de Londres con motivo del seguimiento del caso "Carta Blanca" que se encuentra actualmente en movimiento.
David asintió ante el protocolo. Greco señaló ahora a Jack.
—Comisario Gordon, le presento a Jack Conway, Superintendente de Los Santos —remarcó—. Como máxima autoridad de la ciudad, se encargará de supervisar cualquier requerimiento de la investigación y colaborar al desarrollo de la misma.
—Será un honor trabajar con usted, Superintendente. —Sonrió David, ofreciéndole la mano—. Siéntase libre de comentar activamente cualquier observación, me será de gran ayuda.
—No dude que intervendré —Jack sonrió de medio lado, aceptando estrechar la mano contraria e iniciando un firme apretón.
David rio castamente, devolviendo el apretón satisfecho con la respuesta. Jack lo estaba retando un poco, en parte por la costumbre pero sobre todo por diversión, pues ya conocía algo de lo que tenían que estar siguiendo y, al tratarse de su ciudad, sin duda reclamaría activamente cualquier cosa que la Interpol quisiera imponer.
Si los problemas de Europa llegaban a su territorio, no era asunto suyo. Él sólo estaba haciendo lo que sabía hacer y eso era controlar su ciudad. Si un caso llegaba a sus manos, Jack haría lo que tuviera que hacer para erradicar la molestia. Los Santos era su campo de juego; fue agradable que David comprendiera bastante bien ese hecho y que, en realidad, secretamente esperaba poder disfrutar de una correa más suelta estando aquí.
Luego de deshacer el agarre, ambos altos mandos se irguieron y miraron a Greco levantar en brazos la caja del caso.
—Los acuerdos escritos están en la oficina del Superintendente —avisó Greco, adelantándose a ellos y saliendo del almacén—. Allí también se llevará a cabo la llamada con la Interpol, así que podemos revisar la documentación del caso ahí mismo.
Al pensar en la oficina, Jack sintió un hilo de recordatorio atarse a él. David y él siguieron a Greco a través del pasillo hacia la recepción. La "Carta Blanca", aunque realmente importante, no era su máxima prioridad en mente.
—¿Dónde está la documentación del caso de los gemelos? —Jack preguntó en medio del camino, siguiendo de cerca a su Segundo Comisario.
Greco, sabiendo que Jack preguntaría al respecto, no perdió el paso al responder con calma.
—En la oficina de Volkov —dijo—. Todo está listo para llevarlo a su escritorio.
—Perfecto.
Tras llegar a la oficina, rápidamente Jack buscó con la mirada a los niños. Estos seguían jugando tal cual los dejó y, al notarle entrar, lo saludaron agitando su mano con una sonrisa contenta. Les saludó en respuesta —con su propio corazón llenándose de afecto—, animándolos a seguir jugando mientras se dirigía directamente hacia su escritorio.
Greco dejó caer la caja sobre la mesa y David se acercó para abrirla rompiendo el cartón. Poco a poco los papeles fueron saliendo: Largos expedientes, fotografías e informes de testimonios se acomodaron progresivamente en todo el espacio de la madera del escritorio. David se tomó la libertad de comenzar a acomodarse en una pizarra de corcho abandonada en la pared.
Del caso estudiado por Reino Unido, bajo la mirada de la Interpol y a cargo de David Gordon, quien asumía responsabilidad de darle seguimiento en suelo americano, aparentemente unas pistas contundentes lo habían traído hasta Los Santos, área en la jurisdicción de Jack Conway. Tras algunas pláticas, la Interpol y la CIA habían llegado a un acuerdo para hacer encontrarse a ambos agentes.
El Superintendente sabía que la Policía de la Ciudad de Londres solía atender casos de fraude cotidianamente, y había algo de ello involucrado, pero no fue por eso que David llegó a Estados Unidos y menos aun concretamente a la ciudad de Jack. Antes, en el hospital y en casa, había escuchado un poco sobre este caso y tenía consciencia suficiente de lo oscuro del tema.
¿De qué trataba "El caso de la Carta Blanca"? Era algo variopinto y muy internacional. Desde España hasta Reino Unido, una red de tráfico de encontraba proliferándose como espora en el último año. Aunque el caso había comenzado en una ciudad llamada Marbella, los principales rastros en seguimiento surgieron en Londres, durante un operativo anti-drogas.
Sin embargo, las drogas no eran tampoco todo el problema. Jack se llevó una mano a la quijada, leyendo la información descrita en uno de los muchos reportes redactados por David, informando sobre los testimonios de algunas víctimas. Y con víctimas, el caso se refería a las pocas personas que lograron escapar de un secuestro que se creía conectado a la Carta Blanca.
Esto era lo que le preocupaba a la Interpol y, en consecuencia, a la CIA. Las personas estaban desapareciendo sin dejar rastro en algunas partes de Europa y, aparentemente, esto también podía comenzar a ocurrir en Los Santos. El problema combinado con las drogas los estaba llevando a pensar en un reclutamiento forzado y al lento forjamiento de una red intercontinental.
Esa era una de las posturas, pero David le había expresado que no comprendía del todo el qué harían con tantas personas secuestradas. Para lo práctico, con unas pocas ocasionales era suficiente y normalmente se recurría al reclutamiento, al menos en el funcionamiento de las mafias europeas. Por ello, había puesto sobre la mesa la posibilidad de la trata de personas ante la incongruencia —y la falta de cuerpos—.
Además, David expresó su inquietud y nerviosismo, trayendo a Jack a la espiral por tocar una fibra sensible: Las personas secuestradas cada vez eran más jóvenes. La incomodidad de ese recordatorio expresado en inglés, le hizo mirar instantáneamente a Gustabo y Antonio. Jack se aferró a la idea de que no estaba relacionado porque no cuadraba en el modus operandi.
Sujetos puntuales de pocos antecedentes siempre eran atraídos con la distribución de droga para que, de pronto una noche, fuesen asaltados y noqueados. Siempre hombres jóvenes, generalmente de barrios bajos con nadie o casi nadie que reportara la desaparición. Quienes huyeron, pudieron hacerlo por un par de vecinos que llamaron a las autoridades.
Hasta ahora, no había reportes de niños secuestrados que encajaran en esa descripción. Y David hizo énfasis en que estudió muy fuertemente los orfanatos de Londres y Marbella, sin conseguir algún dato lo suficientemente sospechoso. Incluso envió personal a revisar las familias que estuvieran adoptando recientemente, sin resultados a los cuales señalar.
Entonces, ¿por qué Los Santos? En realidad, se debía a algo relacionado con los puertos de Marbella y Londres. Un par de puertos abandonados fueron vistos misteriosamente con actividad por pescadores en medio de la noche. Aseguraban haber visto cajas de carga y lo que parecían armas. ¿Gente a la vista? No, pero para ello también podían servir las cajas.
Siguiendo esa línea de investigación, David encomendó instalar vigilancia oculta en algunos puertos —los más apartados y olvidados por la regulación portuaria—. Las cámaras primero detectaron movimiento en Marbella y, aunque el personal policial no llegó a tiempo, encontró un caos que parecía haber sido una disputa interna y consiguieron rescatar un par de papeles con información de la ruta marítima: Desembarco en Los Santos.
David exigió una llamada directa con el CNP, pero la Interpol hizo tiempo dialogando con la CIA por el formulismo diplomático. David, estresado, llegó a Los Santos por sí mismo para buscar información —extraoficial— de los barcos arribados en los puertos de la ciudad. Desafortunadamente, ni un sólo barco encallado coincidió con la descripción de los documentos encontrados.
Luego, henos aquí, en la oficina de Jack Conway expresando todo esto. El Superintendente se sentó, mirando hacia el reloj de pared después de la llamada con la Interpol. David, Greco y él estaban agotados. Volkov, también involucrado en el caso pero más pendiente de los niños, miró hacia ellos por un momento al escuchar a Jack aceptar la investigación en su ciudad y terminar la plática.
—Tenemos trabajo —declaró finalmente Jack—. Comenzad identificando los puntos ciegos de los puertos.
—10-4 —al unísono.
29 de julio 2023
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